jueves, 29 de julio de 2010
El regreso a la vaca perdida - Fabricio Estrada
El regreso a la vaca perdida
Un hombre puede quedar vacío
si se toma demasiado en serio,
idea tras idea,
limpio el cráneo para un cenicero.
Hay cruces atiborrando las bodegas
y pelucas de juez que se miden
con mucho cuidado,
Al igual, un hombre puede reunirse
y vaciar de un trago sus recuerdos,
ni más ni menos, ebrio en las estaciones
contemplar los buses y a su gente en las ventanillas
enmarcados como tristes cuadros de la asfixia.
Tengo presente el llanto en los mataderos
y el largo cruce de mirada entre la vaca y el niño.
El resoplar de la sangre
como una lona zarandeada por el viento,
el mugido interrogante y los ojos
acuchillándole todo el laberinto de las vísceras.
Ayer creía verme despierto
envuelto en el aura de las palomas
y deteniendo en mi soplido la caída de las estatuas.
Quizá de allí la vaca y su relación con lo perdido,
eso que buscamos entre los archivos del tedio
y en el polvo que los lavabos trasiegan.
Una estatua me decía que su amor
eran las ondulaciones del humo
y el poder del cigarrillo besando a cualquiera.
Habían corazones en la historia, claro,
con seguridad una lengua lasciva
burbujeando en las palabras.
Pero yo estaba en el asunto de los buses
y sus museos ambulantes,
fascinado bajo el farol que me rodeaba
como una polilla.
Ni siquiera hablaba en griego esa noche
y por lo tanto, Helena, nada tenía que ver con mi guerra.
Era yo y mis zumbares, nada más,
la miel empalagosa de la memoria,
el sentido absurdo de regresar a una vaca
que te miraba y te preguntaba
sin decir absolutamente nada.
F.E.
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