viernes, 27 de octubre de 2017

Blade Runner 2049, cuando lo real no conoce más que las distancias



El gigantesco deseo, la inaprensible y vasta ciudad entrelazada y erigiendo un paisaje anterior a los ojos *-lo que vendría a significar que otros ojos ya erigieron esa gigantesca humillación que fascina-, el intento de atravesarnos cuando el cuerpo ya solo es depositario de una idea ¿humanidad? ¿espacio? El miedo –“Todavía no alcanza a ver el mundo y ya tiene miedo de perderlo”, dice Niander Wallace Jared Leto en su soliloquio ante la nueva replicante, para él defectuosa-, el vacío que toda apabullante imagen revela tras de sí cuando se impone absoluta, todo estas sensaciones y significados llegaron a mi butaca en la que me sentí amarrado y con pinzas que me forzaban los párpados, sí, exactamente como Alex DeLarge (Malcon McDowell) en La naranja mecánica.

Verlo todo y no poder verlo. Blade Runner 2049 estaba ahí como Las Meninas de Velásquez y no se alcanzaba de una sola mirada. Probé a orientarme por la banda sonora y funcionó, me dio calma, me devolvió la urgente desacralización una vez que recordé las mil veces que escuché la música original que Vangelis compuso para la del 82 y que Hans Zimmer nos aproxima con el agregado de sonidos atmosféricos muy propios pero que mantienen subordinación a los temas originales. ¿Es posible ver la película sin Vangelis? Creo que no y Hans Zimmer lo aceptó creando a la vez un diálogo armonioso y perversamente oscuro. Entonces pude serenarme. Estaba en terreno más o menos familiar. Muy pronto me di cuenta de que estaba subestimando “la secuela”. Muy pronto me apabulló con su propia personalidad, una épica visual en la que Denis Villeneuve tenía mucho que ver y que ya nos había adelantado en La llegada (Arrival, 2016). Su experiencia en darle espacio al espacio de sus anteriores películas calzó perfecta para combinarse con la portentosa e hipnótica fotografía y el diseño artístico puesto en juego, algo que pone muy en alto las facilidades de la industria húngara del cine, contratada en la mayor parte de las escenas. Claro, el colmillo de Ridley Scott como productor ejecutivo volvió a morder profundo.

Porque insisto, está regresando el tiempo de los grandes directores convencidos en darle una lección maestra a lo puramente digital. “No solo de renders vive el hombre”, parecen decir, y despliegan todo su equipo de vida y devuelven la famosa trampa que Roland Barthes sugería para el cine: “Lo real, por su parte, no conoce más que las distancias, lo simbólico no conoce más que sus máscaras; tan solo la imagen está próxima, sólo la imagen es real”. De esa sala no se sale. No se sale ni al baño, ni a comprar más pop corn, ni a contestar el celular, ni una vez que las dos horas y media terminaron, no, no se sale de la imagen impuesta como un tótem ubicuo que ha estado flotando siempre y que buscamos una y otra vez en nuestros servidores de internet, ya sea en forma de selfie, publicidad érotica, fetiche porno, deseo que termina cuando se olvida el password, cuando el disco duro se arruina, cuando ya no es trending la super modelo, cuando Joy -el deseo de deseos- es aplastada por el tacón de otra Joy que se niega a aceptar que fue superada (algo muy cercano al desenlace en The Neon Demon de Nicolas Winding Refn) y que una nueva época ha comenzado en el mundo de la carne. Los grandes directores están volviendo poco a poco y lo mínimo que esperan es que en los próximos Comicon el disfraz sea sacado de la normalidad que va vistiendo nuestros días, con trajes de piel muy parecidos a la nuestra.

Las intencionales interpretaciones Ghost in the Shell han surtido efecto como homenaje al anime dentro del filme, el cambio de nieve en lugar de lluvia cuando K, el replicante, es una deferencia y respeto al final anterior, así como respeto entre dioses ha sido no intentar darle una frase memorable de cierre a lo que ya es insuperable: “todo esto se perderá como lágrimas en la lluvia”.

El canto de Raquel ha vuelto a escucharse. Canto y portento. Canto de todos nosotros, melancólicos androides vintages. 

La distancia entre el buen cine y el plástico se ha marcado.

F.E.




*Verso de la poeta peruana Denisse Vega.