martes, 24 de abril de 2018

Presentaciones de Blake Muere en París a Causa de un Paparazzo en Puerto Rico y en Honduras


Tegucigalpa. Bocaloba.



San Juan, Librería Mágica.








Vega Baja.

La palabra Cilencio



Hoy he tenido una buena lección sobre una forma de censura política en Puerto Rico. No está demás decir que en Honduras casi las he recibido todas, a excepción de la más definitiva sufrida por tantxs, la muerte. En un arranque de lucidez, del cual tienen participación mis seres más queridxs, decidí retomar mis estudios universitarios luego de enfrentarme con cíclopes, circes y sirenas, y de corroborar de que la sociedad ama que uno se le presente sistemático y certificado. "Sabe del tema, pero le falta sistematización", "puede dar la clase pero no está certificado". Esa y otras frases las he recibido incluso dentro de los 18 años que trabajé en agencias de publicidad, y debo admitir que muchas veces no faltó razón, quizá esa razón que hace que una simple cortina separe en los aviones la cabina de primera clase de la clase económica.

El asunto es que aquí estoy de nuevo, en las aulas, como en una especie de sueño angustioso en que aparezco ya adulto uniformado de escolar, aunque esa es la primera impresión, luego todo se va diluyendo y se despierta anónimo como a cualquier edad, recibiendo las instrucciones buenas y las castraciones estrictas. Hablaré de la lección que acabo de recibir, mejor, aunque sea una lección de dos meses continuos.

La profesora de Ciencias Sociales tiene su libertad de cátedra definida como puede definir la libertad un gerente de la Monsanto: "si me va a hablar de algo orgánico por favor que sea solo de semillas que hacemos en nuestro laboratorio, y si son transgénicas pues mejor". Pero esta regla resultó que adquiría validez hasta después de realizar el primer examen y luego de mes y medio de quejas por la falta de participación y debate en el salón de clases. Siendo una materia donde el análisis social es vital, pues decidí participar continuamente y no ayudar al aburrimiento. Ese fue mi error. Creí que podría haber dialéctica en la respuesta de la profesora pero me encontré con una acérrima reaccionaria, escudada, por supuesto, en el "aquí todo se ha probado y es mejor dejar que las cosas caminen a su ritmo". Mi error fue intentar ponerle polo a tierra a las discusiones sobre la libertad del hombre en la unidad dedicada a Savater y su Antropología de la Libertad. Y claro, para disgusto de la profesora mi análisis fue marxista. Diría, marxista descafeinado para que no resultara tan amargo el trago que diera la profesora.

Ahí comenzó mi silencio. Porque silencio fue el que vino tras una andanada de límites conceptuales que ella expuso como una raya imborrable e inabordable. "¿Qué es eso de pueblo? -empezó respondiéndome con una asco que no pudo evitar- la libertad de ese pueblo del que hablas está contaminada de conceptos del siglo XIX. Quizá sean muy usados en esos países de Latinoamérica que tienen tantos problemas de populismo -aquí puso el rabillo del ojo sobre este hondureño inerte- pero eso ya es algo que debe revisarse de una buena vez..."

Luego llegó el turno de la composición identitaria en Puerto Rico y su visión es la que ya he escuchado por aquí: que apenas quedan trazas de o nexos respecto a Latinoamérica porque ni indígenas que hay ya ni intercambios permanentes que permitan hacer un análisis sobre si Puerto Rico pertenece a Latinoamérica. Le pedí permiso para opinar -hasta ese momento seguía creyendo que era un curso donde las ciencias sociales daban para ser aplicadas en la realidad- y le sugerí que recordáramos de dónde provenía gran parte del mestizaje boricua, del recorrido de los primeros habitantes desde la zona del Orinoco hasta su salto antillano y, por ende, del cómo sucedió el sincretismo con los supervivientes del genocidio y del cómo eso contribuye a la identidad nacional. Su gesto fue de risa. "Me estás hablando de hace miles de años y de lo improbable que existan trazas culturales supervivientes". Fue mi segundo gran silencio.

Par cerrar, llegó el turno a la incomodidad que para ella representa la lucha contra el errado concepto de que Puerto Rico es colonia. "Esto no es colonia, y los que reniegan de los beneficios que Estados Unidos, el imperialismo da -risita de lado- son los mismos que se gradúan en universidades de allá y luego vienen a decir aquí que hay que abominar de los Estados Unidos''. A este punto ya había comprendido. Ni siquiera admitió el análisis del yo freudiano -segunda unidad bajo el ensayo El Malestar de la Cultura-  con una ilustración o reflexión que intenté hacer sobre la inteligencia artificial y su probable conformación de un nuevo ser yoeico.

El resultado de todo esto, y la lección concreta a mis participaciones, fue nota C en la prueba parcial y un tajante aquí se viene a opinar sobre el texto y no a dar opiniones fuera de él. Pensé en momentos en la forma de lectura de los monasterios de la Alta Edad Media: se exigía a los monjes leer en voz alta porque leer en silencio era hablar con el diablo. En fin, una C tan aerodinámica y errada como la palabra Cilencio. La censura entonces está ahí, lironda y sin forma de herradura para la buena suerte. Lo entendí como una lección prístina. El supuesto que la participación en el aula de clases ayuda en el índice en esta profesora no es más que un mal protocolo didáctico. Para ella, lo social no es orgánico, es exacta, como la ciencia dual de Monsanto.

Me queda entonces un largo silencio de un mes para esperar el cambio de periodo y mejorar la nota. Por supuesto, en Cilencio.


F.E.

viernes, 20 de abril de 2018

Jaime Ignacio Magnan - Chile






Foto: Fabricio Estrada


Geografía de la vida

Me has enseñado a pintar banderas,
trazar límites en mapas ciegos y mudos
distinguir el norte y el sur,
elegir entre oriente y occidente;
pero nunca hablas sobre la vida
y ahora que la enfrento,
no sé que color ni que frontera ocupar...
ni que punto cardinal escoger.






Husos horarios


El lugar que habito
es el primer punto
donde nace el sol.

Si viajara al oeste,
en tu huso horario,
predeciría tu futuro,
pero si lo hiciera,
borraría mi pasado
y la historia de mi vida
sería un poema incompleto.
Si no te importa
prefiero llamarte por cobro revertido.





En la otra orilla

Mujeres vestidas de religión
condenan a quienes contemplamos
la lengua acuosa que viaja hacia el mar.
Ellas lanzan piedras, salpican maldiciones,
nos acarician con escupitajos,
nos amenazan con su dios
y prohíben bañarnos en su río
porque no somos dignos…

Para cuando venga la crecida
todos seremos peces del mismo redil.









Censura v/s autocensura

Era más fácil esconder los textos,
confesar que eras analfabeto,
que nunca habías leído a Neruda,
que jamás te interesaste por la poesía;
y reprimir tus ataques creativos
contemplando una hoja en blanco
mientras los cinco sentidos luchaban
por escribir versos de mala muerte…

Lo peor de vivir bajo la censura
era eso: condenarse a la autocensura…





Olvido

El olvido habita silencioso
un rincón perdido bajo el mantel
junto con migas de pan
y rancios aromas de libertad.

Ahí, quitecito, se ríe burlón de la memoria
y escribe en delicioso arameo
el mamotreto de nuestras existencias,
cuyo volumen no ocupa ningún lugar…

A veces, cuando nadie me ve,
atisbo bajo el mantel
pero nunca encuentro nada…





Estatuas de sal

Mujeres convertidas en estatuas de sal,
seducidas por la sedienta lengua del mar.

La arena corrompida manufactura
largas sayas de áspera arenisca,
que el viento lujurioso arremolina
con el fin de constatar sus prietas formas.

Un agudo grito de dignidad se enmudece
con el chasquido salado de los besos del mar.

Una vez fueron libres, pero nadie les advirtió
sobre las consecuencias de mirar hacia atrás…






Desfiladeros


Cada vez que pronuncias mi nombre,
tu voz se convierte en un desfiladero
interminable, estrecho, profundo
y consciente, me extravío en él,
entonces, aguardo en silencio
la luz que irradia tu pecho
guío mis pasos perdidos
hasta alcanzar tu próxima palabra…
un nuevo desfiladero
interminable,
      estrecho
                     y profundo.


Nadadores


Me han contado
que a mi padre lo vieron
nadando en las sucias aguas del Mapocho
y es de extrañar,
porque él amaba la pulcritud
y no sabía bracear…

En esta primavera sin destino
he tenido que reconocer su cuerpo,
desfigurado por marcas de viruela
que olían a pólvora de metralla,
aquel no es el envase que contenía su alma.

Hombres vestidos de blanco
que cubren su piel verde oliva,
reptiles de pantanos ponzoñosos,
me han convencido que se trata de él
y sólo de él…

Firmé un papel en blanco
donde no cabían las miles de preguntas que formulé. 
En esta necrópolis, donde los muertos
son más afortunados que los desaparecidos,
es preciso callar,
guardar las lágrimas
y dar vuelta la hoja de vida
para decir que todo está bien
que mi padre y otros tantos
se lo buscaron,
que si hubo nadadores
pocos fueron…

No cuestiono la historia oficial
pero…
¿es posible nadar con las manos atadas?



Diseñadores


Los nuevos inquilinos de Palmira
han decidido teñir de rojo sus ruinas
en una especie de crepúsculo permanente,
había que poner la ciudad a tono
con las nuevas tendencias.
Seguro, los diseñadores han copiado ideas
de alguna revista de decoración,
de esas que abundan en nuestra historia.

Revisando algunas, encuentro las clásicas:
nazis, con papel judío tapizado a rayas,
soviéticas, con impoluto blanco siberiano,
también las exóticas:
turcas, con púrpura armenio,
hutus, en tono azabache subtropical
por decir algunas,
sin olvidar el popurrí serbio croata bosnio
porque en Los Balcanes hay mucho donde elegir.

Según me entero en Internet,
“El mundo al instante”
(otrora debía esperar meses, años
o simplemente no saberlo)
que han sido necesarias
más de cuatrocientas personas
hombres y mujeres,
viejos, jóvenes y niños
para tal extravagante remodelación

¿Cuántas vidas más se necesitarán
para dejar satisfechos a los diseñadores?

Buscaré respuestas en el Corán.



La propia geografía

Construyo mi propia geografía,
con manos desnudas,
cinceles esquivos
que dibujan curvas de nivel
siguiendo el manual de la Capilla Sextina.

Modelo con torpeza
mis propios accidentes geográficos,
una suerte de muestrario escolar
del imaginario desconocido,
calcados de viejas revistas de moda
y descoloridas postales sin remitente.

Derrito mil doscientos cubos de hielo
y genero cuerpos desnudos de agua,
escorrentías violentas…

Y ahí, donde la sed se ha colmado
olvido parajes de extensos desiertos.

La ventaja de construir la propia geografía
radica en alcanzar el infinito…

Pero es un ejercicio infructuoso:
pronto los topónimos se extinguen
en vil acto genocida.


 JAIME MAGNAN ALABARCE
(Santiago de Chile, 1967)
De profesión geógrafo, es narrador, poeta y gestor cultural. Desde 1998 reside en Lebu, su patria chica. Es socio del Club de Amigos de la Biblioteca Municipal, institución que, desde el 2010, le ha confiado la coordinación del Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro, junto con editar las antologías de las respectivas convocatorias. Ha recibido varios premios en certámenes literarios, destacando el 1er Lugar del Concurso Hispanoamericano de Poesía Gabriela 2012, el VI Certamen Memoria de Poesía María Pilar Escalera Martínez Internacional 2013 (2º Accésit) y el Certamen Internacional de Poesía Facundo Cabral 2013, Miami (1ª Mención de Honor). Sus trabajos han sido publicados en antologías editadas en Chile, Argentina, España y Honduras. En 2015, participa en el XI Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, Guatemala, organizado por la Asociación Metáfora.

Manuel Adrián López - Cuba




Foto: Fabricio Estrada

(Los poemas pertenecen al libro inédito, “Los días de Ellwood”)


Mantiene la penumbra allí dentro
evita las imágenes
que rebotan desde afuera:                                                                                                                  
senos apuntando como fúsiles
y cientos de pájaros desubicados
por el perenne zumbido
de una música tormentosa.
No logra ver la niebla que lo calma
cuando se acumula sobre el río
ni el verdor que lo apacigua
en ausencia del océano.
Es arquitecto experto de sus alrededores
con un abrir y cerrar de persianas
fabrica ese entorno defectuoso
donde habitan puentes.
Puentes que cuelgan sumergidos
en la densidad de sus emociones
de una lucha por dominar
el uno al otro
ambos a sabiendas que serán desplomados
al menor descuido
al menor intento
de que alguno pretenda rebelarse.





Asesinan con la rapidez
de un respiro.
Son una plaga incapaz
de detenerse a recoger el papel extraviado
o la lata de refresco
que alguien dejó de florero en un banco.
Aplastan las florecillas silvestres
porque no saben sus nombres
sienten sus pisadas ofensivas
gritan igual que el pájaro
cuando el niño le lanza un flechazo.
Se han convertido en plaga infernal
destrozando al unísono
expertos asesinos en serie.






Quiso ser neblina una mañana
confundir su silueta 
de caminante con sombrilla negra
con el reflejo de las aguas.
Vio a una geisha asomarse
guiñarle un ojo
mientras extendía sus brazos
invitándolo a las turbias profundidades
de donde solo regresan
fragmentos de madera a la deriva.





Ha intentado ser trapecista en más de una ocasión
ha sentido la mano invisible
que le prohíbe lanzarse.
Le seduce el brillo de los rieles
y la basura que la gente va desechando.
Se detiene a unos pasos
al filo de la plataforma
extiende el cuello como garza
olfateando lejanías.
Ha querido ser brisa y saltar al vacío
sentir el paso del tren que se aproxima
acariciándolo.





Condones usados
sin saber quiénes fueron penetrados
en las escaleras
sin saber si lo disfrutaron
en el parque
sin saber si fue a la fuerza.
Acaso los mapaches fueron testigos
de a donde fue a parar el semen
se habrá convertido en fertilizante
y los rostros
¿a quiénes pertenecen estos falos invasores?





La falta de espacio los agrede
liliputienses sometidos a un Gulliver
a un veneno que consumen
adictos al miedo
al paisaje urbano que ahora
tienen de fondo.
Asfalto grisáceo que pisan
exceso de escaleras
para tomar un tren
destino-desconocido.
Si sobreviven a este comienzo
los condecorarán
con laureles robados a una poeta
que dice ser
dueña absoluta de esta ciudad.





Ha sido atrapado como el unicornio.
Ha sentido las flechas
hundiéndose en su piel.
La sangre se ha derramado por sus piernas
creando el mismo recorrido del semen
después de los gemidos del cazador.





Poetas enloquecidos
por el dichoso exilio
exabruptos a la hora de la cena.
Evitar la cosa cubana
evitar a mujeres enloquecidas
evadir a los recién llegados
de cualquier isla.
Los espíritus se cansan de alertarlo
preocúpate por lo tuyo
ni un solo salvavidas lances más
a los que han decidido ahogarse
en su asfalto hirviente
desde sus ventanas sin vista
al Hudson. 
Se ha refugiado en esta selva
pero no es guardabosques.
Imposible auxiliar a cada juglar
que asome su nariz
detrás de un libro abandonado
en los anaqueles polvorientos
de una difunta librería
de cualquier calle anónima.





Abre Google en busca de un mapa
para localizar la calle Bennett
a la altura correcta
donde vivía una poeta
que se lanzó del séptimo piso
en la soledad de una noche
mientras sus padres judíos
veraneaban en el balneario
que era entonces la ciudad
de la cual él ha intentado escapar.

Había agotado las lecciones
del Cábala
el estigma de ser la última amante femenina
de Ginsberg
y los intentos de amar a otras mujeres
que no quisieron usar sus verdaderos nombres.
Llamarla rebelde
sería reducir su pesar.
Un atropello
tan cruel como la avalancha
de su cuerpo pesado
atravesando la ventana con candado
que le sirvió de pasadizo
hasta el patio interior
de esa vivienda que busca

en la calle Bennett.


La hora difícil ha dejado de ser
la madrugada
y el constante conversar
de espíritus.
Ha sido relevada por
la agonía de la hora
del almuerzo entre semana.
De doce a una inventa
quehaceres con su soledad.
Sin apetito camina las calles
en busca de un lugar idóneo
para esconderse
aunque la comida sea pésima
y eleve su azúcar
a niveles exorbitantes.
Ha ido refugiándose
en lo habitual:
un McDonald’s
en una estrecha mesa
entre dos argentinas
quejándose de la ensalada
y una mujer que mientras masticaba
las venenosas papas fritas
contaba por teléfono:   
“tengo Lupus”.
Buscó otro sitio
intentó sentarse en los bancos
de una iglesia
pero un cartel anunciaba
su cierre por falta
de presupuesto.
Se ha convertido en obsesión
sentirse adecuado
masticar las veces necesarias
y regresar a su prisión
diseñada por su antojo
de Corporate America.
No ha vuelto al Dunkin’ Donuts
y sus mesas sucias
con residuos de otros solitarios. 
Tampoco ha querido regresar
al negocio de la esquina
porque sabe que el lox
sería una tentación
pero no respira entre tanto
joven con zapato puntiagudo.
Quizá su destino
se encuentre en la oscuridad
del pub irlandés
su menú diario de cinco dólares
y la sombra que lo acompaña
en su mesa designada
para un comensal.



Manuel Adrián López nació en Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias de España, Estados Unidos y Latinoamérica. Tiene publicado los libros: Yo, el arquero aquel (Poesía. Editorial Velámenes, 2011), Room at the Top (Cuentos en inglés. Eriginal Books, 2013), Los poetas nunca pecan demasiado (Poesía. Editorial Betania, 2013. Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2013), El barro se subleva (Cuentos. Ediciones Baquiana, 2014), Temporada para suicidios (Cuentos. Eriginal Books, 2015), Muestrario de un vidente (Poesía. Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), Fragmentos de un deceso/El revés en el espejo, libro en conjunto con el poeta ecuatoriano David Sánchez Santillán para la colección Dos Alas (El Ángel Editor, 2017), El arte de perder/The Art of Losing (Poesía Bilingüe, Eriginal Books, 2017) y El hombre incompleto (Poesía, Dos Orillas, 2017).


Su poesía aparece en las antologías: La luna en verso (Ediciones El Torno Gráfico, 2013) y Todo Parecía. Poesía cubana contemporánea de temas Gay y lésbicos (Ediciones La Mirada, 2015), Voces de América Latina Volumen II (Media Isla Ediciones, 2016), NO RESIGNACIÓN. Poetas del mundo por la no violencia contra la mujer (Ayuntamiento de Salamanca, 2016) y Antología Paralelo Cero 2017(El Ángel Editor).

Ha participado en varios eventos literarios, algunos son: Miami Book Fair International, XXXV Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería en Ciudad México, IV Festival Atlántico de Poesía de Canarias al Mundo en Gran Canaria, España, V Festival de Poesía de Lima en Perú, Poesía en Paralelo Cero 2017 en Ecuador, en la lectura bilingüe, Poetry of the Americas, en New York Public Library, Americas Poetry Festival New York, 2017, y X Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico, 2018.


Magdalena Camargo - Panamá



LA DONCELLA SIN MANOS

Padre, aquí están mis manos.
Yacen sobre la hierba, inertes,
como si no hubiesen conocido movimiento.
Como si nunca hubiesen estado unidas a mi cuerpo,
nacido conmigo, sostenido una piedra
y aplastado, con esa misma piedra, los caracoles del jardín,
o dibujado figuras en la nieve
cuando mi boca no había conocido todavía las palabras.

Ya no las reconozco.
Podría decir, incluso, que nunca fueron mías.

Ahora se hace tarde. El sol se oculta
del lado opuesto al acostumbrado,
no busca la montaña.
Se dirige lentamente al bosque,
dejándose caer sobre las ramas,
y la tierra tiembla
porque las raíces se agitan con violencia,
presintiendo la música del incendio,
la imagen del bosque encendido como una hoguera que brilla para nadie,
y el fuego danzando como el oficiante de un rito
cuya cadencia alguna vez conocimos,
pero ya hemos olvidado.

Y sin que una sola hoja arda
el sol se hunde hasta posarse en la tierra,
como si el fuego hubiese perdido toda consistencia,
y como una fruta que dividimos con las manos
el sol se abre
y la luz es un licor viscoso
y desde la semilla surge la silueta de un hombre
sin rostro y sin sombra.
Solo un contorno oscuro que deambula para recobrar lo que ha perdido.

Y sé, así como la criatura que intuye el aliento de la fiera oculto tras la fronda,
que soy la presa y el tesoro.
Y vendrá aquella silueta y se detendrá frente a mí
y me tenderá su mano para llevarme consigo.
Y yo devolveré el gesto, olvidando por completo el peso del acero,
las amapolas que brillan a mi lado,
y que me pertenecen esas manos que yacen,
inertes,
en la hierba.


APARICIÓN DE NIX EN EL BOSQUE

Un musgo bermejo ha cubierto la silueta del bosque.
El romero reverdece
y sus hojas se afilan como agujas de esmeralda.
En la rama del sauco la noche es un mirlo
y de su trino algo se derrama,
desciende como una gota
y luego de la gota surge la serpiente,
que se arrastra en el temblor de su plumaje
y sobre el corazón que late como una granada brevísima y madura.
Sigue descendiendo, hiedra transparente,
el sereno va esmerilando sus contornos
y justo en el momento previo a la caída
es una perla de canto que se hace fruto,
un péndulo de sangre
que crece
y se hace más dulce con la niebla.



LA PLAZA

Quién esparcirá cal en las paredes de esta casa.
Quién, con sus propios dedos, con sus propias manos,
tallará el albor sobre la piedra.
Quién será capaz de pronunciar una palabra
y crear de su sonido la blancura.
Quién construirá para mí el azar de sus ventanas,
la ruptura del orden y las líneas,
el cristal pálido y sucio ocultando las espinas de los cactus.
Quién señalará para mí la barda plateada,
la gente apretada contra el límite,
casi los unos encima de los otros
y tras el cerco, oculto,
pero magnificado en su certeza,
un toro cuyo pelambre ha de ser como la tierra
tocada por primera vez con la llama del incendio,
y sus músculos, delineados con rigor desde la noche,
y su sudor, ¿Quién ha visto acaso la lluvia
resbalando por el tronco de los árboles?
y sus cuernos turbios, como un hueso triste
que se alarga y se adelgaza hasta fundirse con el aire,
es la punta de una flecha,
o un llamado fraguado desde el bronce.
No puedo verle entre la gente.
No puedo oír sus pezuñas contra el polvo,
pero para qué serviría una barda tan hermosa
si no es para contener la sangre
y la belleza.


A PROPÓSITO DE LA DERROTA

Hemos partido antes del alba
y aún no ha habido freno
que sacuda la escarcha de las riendas.
La niebla nos pesa en la montura
y el amanecer se vuelve más
denso con el aliento de las bestias.
Atrás quedó hace tiempo
el fango que se había adherido
a nuestras botas,
y el campamento donde fingimos
reír por habernos librado de la muerte.
Anoche afilamos las armas junto al fuego,
y lavamos la sangre que llevamos,
secándose, en el rostro.
Sobre los metales se alternaba el reflejo del vino
corriendo por la barba de los hombres,
y sus cantos graves como el eco
de las primeras oraciones entonadas dentro de la cueva,
y el oráculo señalando el curso de la estrella,
repitiendo que, sin importar la naturaleza del deseo,
ya se yergue frente a nosotros la sentencia.

Pero hemos despertado borrando aquel círculo
que nosotros mismos habíamos dibujado sobre el polvo,
aquel que incluso algunos,
algunos pocos entendimos.
Porque no hay otro ritual para ponerse la armadura,
porque no hay otra raíz
para calmar la sed en el camino.

Y qué importa si al cerrar los ojos
vemos rodar nuestra propia cabeza
sobre el pasto de la estepa.

Porque, sin importar lo que creímos,
ese instante fue siempre el único que genuinamente poseímos.
Solo somos realmente nosotros,
solo nos consumamos,
el día que partimos.

No pertenece a más nadie
la derrota.



EL ASEDIO

Recuerdo la lechuza acurrucada en la hojarasca,
gris como una caracola creciendo desde el humo.
Y el pino negro, erguido como un dios
que reconoce en la sombra su grandeza.
Todavía mis ojos estaban construidos sobre el miedo,
una muralla circular que aparta el frío de la piedra,
como la aleta aparta el agua,
como el pétalo aparta la luz.
Y, abiertos, son la puerta de una ciudad indefendible,
aquella puerta más al norte
que el enemigo ha abierto con sigilo
para dejar entrar la sangre templada en el acero,
y el rastro de serpientes de pólvora larguísimas.
Y luego lanzas, trazadas como una línea sobre el vértigo,
jinetes infinitos, unida la crin, la rienda,
y la espuma en el morro del caballo,
como una única nube sobre el cielo.
Hombres, como una sola tea
que se ha dejado caer sobre la hierba.
Hombres, cientos de hombres
y sus cotas de malla brillando,
inventando un nuevo firmamento,
que arde enrojecido,
todavía más terrible y doloroso.




CERTEZA
                                                                                                         
Ahora que las raíces se alzan en la noche por encima de las aguas,
aguardo la flor que nunca pondrás en mi mano.
Y aun cuando he vuelto                
a mirar aquel cajón repleto de botones rojos,
y la triste longitud de las agujas
y he vuelto a oír mi nombre apenas colocado en tu boca,
como una piedra apretada contra otra piedra,
a la expectativa del derrumbe.
Y me he aferrado con fuerza a la ventana
y he buscado el faro,
cuerda misteriosa en la desolación de los abismos.
Solo persiste la certeza de las olas,
su perfecta sincronía
y el resplandor de la tormenta,
como un árbol de luz en medio de los campos,
siempre sin pájaros ni frutos.

Es verdad, también,
que aun en la tempestad estamos solos.

Llueve, y se me antoja que tu amor es como un anillo
que resulta demasiado grande
o demasiado pequeño entre mis dedos.



EL ANTIFAZ

He vuelto a la misma casa.
Sobre la cama de aquellos años
he hundido mis manos en el sueño,
he hablado el lenguaje de la noche
y la muerte ha venido a mi lado,
se ha puesto de rodillas
y lentamente va desatando los nudos que unen su máscara a su rostro,
siete lazos dulces y finos, casi transparentes, casi fundidos con su pelo.

Qué máscara tan limpia y tan triste,
tan ajena a toda lágrima, a todo sudor,
a toda herida alguna vez hecha por el hombre.
Yo sé que sonríe bajo el nácar argentino
y que incluso me hablará 
cuando su velo caiga como un pétalo sobre sus muslos.
Mirándome con el rostro descubierto,
tomará de su diestra la primera costilla
y la sembrará en mi pecho,
médula incorruptible e infinita.
Luego me contará la parábola de aquella mujer
que esperó muchos años en una torre,
rogando a dios para que cambiara sus dos ojos por estrellas,
pero por más que la mujer lloró hasta vaciarse
y ofrendó su belleza en la sucesión de los inviernos,
dios no se apiadó de ella.

Entonces la muerte volverá a ocultar su rostro
y la soledad de la casa se volcará sobre mi cuerpo.

Ella me ha dicho
que he de volver al mundo
y he de habitar el fuego.



CANCIÓN PARA EL INVIERNO

Alguna vez le pregunté a mi padre si los antiguos
tuvieron un dios para el dolor.

Pero mi padre no supo responderme.

Entonces talló en el sauce del camino un conjuro:
Solo en la tempestad está el vacío.

Luego levantó su hacha.
Pensó, por un instante, en cuántos bosques con ella había derribado,
cuántos milenios cedieron con su filo,
y la sintió liviana,
como si solo sus brazos, vacíos,
se alzaran en el aire.



EL FARO

Por aquel sendero angosto, rodeado por las zarzas,
llego andando hasta el faro.
En otro tiempo me hubiesen traído de vuelta las señales,
pero las señales hace mucho que cesaron.
Conozco bien el pomo gastado de la puerta,
el número exacto de escalones
y al frío que en algunas temporadas construye sus nidos en la piedra.
Contemplo a la luz arrojarse una y otra vez sobre las aguas,
como si un hombre saltase desde un puente
con la certeza de que al hundirse en la corriente
volverá a estar de pie en el borde de la altura.
Y aun así saltase, saltase,
y saltase,
con una sonrisa triste templada sobre el rostro.

Frente a mí, el mar revolviendo las vísceras del mundo.
De muy lejos llega la melodía de las hojas,
los dedos de la noche jugando con las cuerdas.
No sé por qué me trae la memoria la historia de aquel hombre
que tuvo el deseo de domesticar la hierba,
ordenar a un campo entero tenderse encima de la tierra,
solo con pronunciar una palabra.
Semejantes dones son raros,
pero para algunos pocos son posibles,
y hay quien ignora que la belleza no crece en lo carente de dolor.

Imagino al hombre, muchos años después,
temblando en la negrura de la cueva.
Empuñando la tea, como si en ese trazo de fuego
quedase el último pedazo de su vida.
Su mano hurgando en la garganta de la bestia,
la sangre corriéndole hasta el torso
y el don latiendo, ya al contacto de sus dedos,
y las fauces, brillando,
a punto de cerrarse.


CARTA HACIA EL FRENTE

La niebla volvió hace unos días.
Se sentó junto al lago, como de costumbre.
Contaba juncos, en voz muy baja,
y lamentaba haber olvidado el pan para los patos.
Todavía el mundo y la forma de las cosas
no se habían desprendido de la noche
y llevaban un velo ocultándoles el rostro.
A veces se escuchaba de muy lejos
el eco de semillas huecas rodando en medio de raíces,
el oleaje arrojándose contra la madera de los botes,
y el golpe de los remos como un tic tac que obedece a otro tiempo
donde, a pesar de la brisa, las hojas se tragan las ganas de caer.

En nosotros está la misma naturaleza, el mismo curso,
que el de los frutos que se pudren en la sombra.
A los paisajes no les está dado repetirse
porque somos muy débiles para merecer el don de lo perpetuo,
como esa flor que brillando en la superficie
se descompone en lo profundo,
o el nido de cigüeñas que se desarma en gajos por la lluvia.
Por eso guardamos aquella llave antigua,
aunque hace más de dos décadas haya sido su puerta derribada
y nos duele ver humear sobre la mesa el plato que pedimos
y hay una única canción que reservamos para ciertas horas.

Lo hemos sabido desde siempre,
pero sucede
que a veces jugamos
a creer.


Magdalena Camargo Lemieszek nació el 1 de julio de 1987 en Szczecin, Polonia. Obtuvo el Diplomado en Creación Literaria de la Universidad Tecnológica de Panamá en el 2007. Actualmente, realiza estudios de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Panamá. Sus cuentos, “El pájaro y la cometa” y “Todos los cuentos anidan en tu vientre”, ganaron la primera Mención de Honor y la tercera Mención de Honor en el concurso Premio Universidad Tecnológica de Panamá a la Promesa Literaria 2007. Ganó el Premio Nacional de Poesía Joven Gustavo Batista Cedeño en el 2008 con su poemario Malos hábitos y, en el 2012, con el poemario El espejo sin imagen. En año 2015, su libro La doncella sin manos obtuvo un accésit en el Premio Adonáis de Ediciones Rialp.

Ha sido traducida al catalán, al polaco, al ruso y al inglés. Sus poemas han sido publicados en la revista virtual La Estafeta del Viento, de Casa de América. Forma parte de Me vibra, Brevísima Antología Arbitraria Chile-Panamá (2011) y 4M3R1C4 2.0: Novísima poesía latinoamericana (2012), entre otras antologías. Además, ha participado en múltiples festivales literarios y encuentros, tales como el VI Festival Internacional de Poesía en Quetzaltenango, Guatemala (2010);  VII Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua (2011); Festival Internacional de Poesía de Granada, España (2011); XXV Festival Internacional de Poesía de Medellín (2015), y en el II Encuentro Interoceánico de Escritoras (2010), realizado en diversas ciudades de Panamá.