Sur
del mediodía
Fabricio
Estrada
“El país de las golondrinas
acaba de estar aquí hace unos
segundos”.
(René
Morales)
“Anduve absorto detrás del
arco iris
que se curva hacia el sur y no
se alcanza”.
(Eugenio
Montejo)
De los grandes territorios que
completan
el círculo del vacío
y de los cuales muchos pueblos discuten
su nombre y fe
se prolonga uno en particular
hacia lo más profundo de sí mismo,
como una montaña que se derrumba
y vuelve a regurgitar sus peñascos.
El primero de los pueblos,
del cual existen apenas dispersas reseñas
hubo de extinguirse
como el mural que recibe humo diario en los santuarios
o como una mujer que,
ante el abismo del amor
danza con los ojos vendados.
Después llegaron los bosques y por siglos
delimitaron, contuvieron,
dieron lengua simple
y costumbres úmbricas a los cazadores.
Existen todavía
al pie de los osarios principales
aldeas que veneran un silencio prístino
que no se encuentra en ningún otro lugar.
Su comercio es tratado como prodigio,
como lástima,
como un favor o voto de tristeza.
Esta es la geografía de lo extraño,
de lo que pocos cuentan en sus cartas de viaje
y a lo que yo doy mucho crédito
ante los mapas vacíos.
A la izquierda está el
paisaje,
a la derecha
los límites de velocidad,
las señales de no girar.
A la izquierda va el paisaje,
el sol cayendo rojo
como rojo mango
en la lenta luna.
Ticabús,
5:45 am
Siempre hay una isla demasiado
lejana
habitada por gigantes.
El motor tarda en encender
y es muy probable que todos
hayan rezado ya en todas las lenguas conocidas.
Mi lengua está muerta.
Transito entre moldes para Madame Tussauds
que han quedado varados en los andenes.
He abordado a mi silencio más verdadero
con el arpón de Ahab como amuleto.
Siempre hay una isla demasiado lejana
santuario de ballenas fantásticas.
Mis pertrechos se distribuyen
entre una cámara, un bote de agua
y este lápiz lleno de un inflamable y desconocido río.
Siempre hay un cura sin rebaño
un cura perdido
entre niños con dentaduras plásticas de Drácula,
un viudo instantáneo que pasea su luto
insistente, hacia el confesionario del baño,
una madre soltera
que te pide cambiar de asiento
-me acompaño mejor con mi reflejo
en la ventanilla-
una ilegal cuyos papeles
son retratos de hijos cada vez más extraños.
Siempre hay una isla demasiado lejana,
sin punto fijo en las guías turísticas,
sin muñecos de cera
sin autobuses que unidos en la memoria
son un largo laberinto ferroviario
por donde vagas
boleto en mano
automáticamente
triste.
10:25
am
1
Grandes heridas,
como hectáreas vistas
desde un avión:
el mundo entero
desollado.
2
Existe un punto
similar a la cumbre del Everest
donde sin oxígeno
y sin asombro
es imposible saber
a dónde dirigirse.
1:30
pm
La campiña era como irlandesa
- no sé cómo aman las irlandesas
pero ante tanto verde
han de amar con nostalgia-,
todos quisieron una casa en ella
(porque el arco iris se hundía justo en ella
casi barreno,
y lo que va profundo
siempre llama la atención).
No había fósiles
pero estaba la campiña haciendo brotar casas
y psicotrópicos.
La lluvia regaba por goteo
y los tomates rodaban espalda abajo
en la espalda del bracero.
Ahora entendía
cómo amaban las irlandesas,
no del norte, no del sur,
digo las irlandesas
que toman el sol en los acantilados
indiferentes a los disparos en Belfast
o a la mala dicción
de los cursos de inglés
para enamorados.
2:10
pm
Hice tratos
con los que coleccionan fotos
de familiares presos.
Yo mismo ayudé a ordenar sus recortes.
Soy de hierro.
El sur, mi enorme imán.
Algo se agrupa en mi corazón de lata,
alcancía de balas.
Llevo, también,
la estampa de un familiar preso y golpeado,
la primera de una torva colección de vanidades.
Soy de hierro,
tengo a mi ojo dando vueltas en la ruleta.
Ayer me perdí en las ventas de ropa usada,
perdí mi suerte más no el disfraz.
Era un necesitado,
pedía rebajas mientras rechinaba
la mandíbula oxidada.
Varios niños vinieron a mí con su abrazo
pero yo era de lata,
cortaba.
Mañana recontarán las urnas
donde fui elegido payaso.
Nadie admite la ley suprema
que hace de un místico un payaso.
La gente hizo filas interminables.
Fui elegido
espantapájaros de hojalata.
2:30
pm (los monitores se encienden)
3
¿Quién come toda esa comida
que desperdician en las películas?
¿Quién prepara la sangre
que estalla en la cabeza del actor
y que luego se sirve
como salsa
en el almuerzo de los extras?
4
¡Oh, satélite, todopoderoso!
Tú que estás en los cielos
¿qué escuchas?
¿nuestros pecados?
6:23
pm (adormecido)
Todas
mis ruinas conducen a Roma.
Déjame ir en busca de ellas,
hacerles un museo.
Circa del 93
Amaba la poesía, esculpía aceras…
Todo fue borrado por los vándalos.
Circa del 98
Vi por primera vez la lluvia.
Toda nube fue saqueada por los vándalos.
Circa del 2000
La más hermosa ballena de sal
fue llevada de plaza en plaza,
hecha santuario,
amada.
Toda ella sobrevivió a los vándalos.
Circa del 2005
Vi la partición del día y la noche,
la espera glacial en la isla de los godos
y los mimos elevados a categoría de héroes.
Todas sus estatuas
fueron derribadas por los vándalos.
Circa del 2009
Vi el mar con infinita atención,
vi oleadas de piratas saqueando las costas
y los vándalos pasaron al África,
ejercieron dominio
y bebieron hasta quedar ciegos
en los bares de Hipona.
He despertado al sentir las escobillas
limpiando mi agrietada nariz.
El funcionario de aduana me pide el pasaporte.
Dormía en el estrato 4 y aparecí
-ya duchado e iluminado- bajo los fríos reflectores.
“¿De dónde es usted?
¿Para quién escribe?
¿Cuánta tierra le tomará para volver
a su tierra?”
Pocos se habrán sentido más viejos que yo,
una ruina sin glorias
que conduce a la nada.
6:50
pm (ante los cambistas)
¿Cuántas veces regresé del banco
con un dulce en la lengua,
con el saldo vacío ahorrado por mi tristeza?
Dólares, Pesos, Quetzales, Colones,
Euros, Yenes, Lempiras…
me sentía a punto de encontrar
el secreto de un grano de azúcar,
sentía que en un grano de azúcar
se podía esconder
la piedra fundamental de la amargura,
el cubo flotante que estallaba sobre el mar
y salpicaba de islas
el sueño de todos los náufragos.
Decirles no en cingalés,
decirles no gracias en francés,
decirles no en español, no, NO tengo ni para volver…
pero insistentes volvían a mí con sus billetes,
con las cifras ausentes de mi banco
con las deudas insalvables
unos tras otros en sucesivas lenguas
y el oleaje dentro de mi boca
ahogaba excusas y plegarias.
Veía
la dulce arenilla de la caña
creando sílabas en su ventisca.
II
Rumbos
reversos
“Mi
relato, desde luego, busca digresiones desde su comienzo”
(Heródoto)
“Left behind him
and he had no way of knowing
of the suspect
or what to expect…”
(M.J. – Smooth
criminal)
De Francisco
-antiguo caminante de la luna-
aprendí a deslizarme para matar la ansiedad.
“Deja que tus pasos vayan hacia atrás”,
déjate llevar como un ciclista
que abandona la ruta empinada
y encuentra así un camino en la caída.
Ya entendido
me deslizaba mientras llegaba el bus,
en las filas de los bancos,
mientras esperaba la hostia sacramental.
Parecía que el mundo se iba
como el limpio corte de un témpano en el ártico,
como la bella testa de Ana Bolena
en la fiebre de Enrique VIII.
“Ablanda las piernas
-me decía Francisco-
haz que las estatuas lo sufran,
que los peatones reconsideren sus rumbos,
que las aves despedacen las nubes
por puro miedo a sus pistas de hielo”.
Desde entonces voy hacia atrás
y estar de pie, junto a una ventana,
es retroceder ingrávido
hacia una madrugada,
con todos los rostros alejándose
suavemente
como un niño que se va de espaldas
en un tobogán.
Mi cámara es un batiscafo
(mi corazón es ácido y tiene forma de batiscafo)
Las miradas vienen de las escafandras
(mis ojos las sondean profundamente)
Mi cámara deja un rastro de burbujas
(la burbuja es un grito redondo y silencioso)
Mi cámara es un pulmón
(el otro colapsó bajo presión y yace incrustado en Las Marianas)
Mi cámara es un batiscafo
(y colecciona
disecciona buzos y les saca su perla)
Mi cámara se hunde
(y blanco pálpito de anémona
envenena)
Cuando solo te creía el viento eras el pájaro de la tarde,
el tordo que volaba
entre las piedras
y que sabía hacer su
nido en la mano del hondero.
Luego fuiste la
confianza del agua y viajaste
hasta el palacio de
arena deslumbrante,
hasta la cama donde
ardía una fragua desnuda,
hasta el mismo corazón
de los calcinados.
Pez de cuaresmas
olvidadas,
rezabas y tus dedos
quemaban tu frente,
tuviste la confianza del
agua y la dejaste escapar
cuerpo de agua
pulmones de agua
miradas que corrían por
todas las aguas...
Pero hubo remolinos de
polvo
y la tierra también tuvo
su presencia. Hablaste con ella
mientras los mozos
paleaban la tierra traída por los muertos
los terrones que
llenaban la boca de niñas bellas
los adobes angulares del
verano.
Escarbaban los mozos sin
propósito
y en su danza circular
abrían pozos malacates,
se hundían
en la danza del vacío.
Bajaste a respirar con
ellos el aire enrarecido
solo para encontrarte
dormido en la humedad de la arcilla,
en el blando camino de
los gusanos
donde las raíces pactan
en silencio una nueva conjura contra el sol,
profunda e irremediable.
Cuando solo te creía el
viento
a nadie más contaste tus
secretos.
“Ustedes no han viajado, no,
ustedes han sido enlatados
como sardinas de factoría”
(de bitácora hacia el
Soconusco)
El empleado por las horas
que mantiene sus manos
sobre la mesa
y adquiere la piel de la
mesa
y es por ello adornado
con vajillas
y tenedores
correctamente dispuestos
y es mesa entonces,
madera carcomible
cuatro endebles pilares.
El empleado por las
horas
para decir adiós en los
andenes
-alguien debe cumplir
con el adiós para quien no lo tiene-
y sabe ser la imagen de
un pueblo que se deja,
volverse a la vez
inquietud y sosiego,
una especie de pañuelo
al que el viento
da caprichosas formas
y que la distancia
vuelve destello,
breve pulso entre el
dolor y el viaje,
hilo que se enreda en
cada árbol
y hace difícil el empeño
de todas las parcas.
El empleado doméstico
del tiempo inabarcable,
con dormida adentro de
sí mismo,
el doméstico dromedario
del desierto cotidiano
que dominguea vestido de
polvo y pana
así llueva
y arriesgue su trabajo
meticuloso
de muerto, de vigía
absorto
de asalariado en la
empresa de las arañas.
El empleado que hace las
horas vacuas,
el que pule los lentes
de Baruch
para conversar con tono
sabio
y darse cuenta luego
del apenas, del precario
intento,
de lo que intuye el
caballo que se ahoga
de lo que piensa el
estibador
al oír el crujido de su
columna,
de lo que gana en
silencio la multitud
al reconocer su falso
ídolo que se quiebra en dos
y muge a coro con las
reses del matadero.
El empleado que se
encarga de marcarle las faltas
al recurso humano de lo
inhumano,
el que paga con hormigas
y debe con libros jamás
leídos,
el que piensa en los
días feriados
al mismo tiempo que
talla su ataúd,
el que nunca gozóٙ de un bono
para morirse de la risa
y en cambio fue la
imagen
del servicial, del pobre
hombre
que limpiaba su incómoda
presencia
con mil disculpas y
gestos…
“alguien debe cumplir
con el adiós
para quien no lo tiene”
dicen tras de él los
siempre bienvenidos,
los que viajan al mar
del sur cuando les place
y regresan con fotos
coloridas
rojos de sol, saciados.
El empleado de las horas
que es una mesa y un
pañuelo perdido en la tarde,
el empleado giboso,
cumplidor,
el que come tres tiempos
de sal
y bebe de un mar
desconocido.
Más vital que el río es la carretera.
Para la gente del sur
la carretera
es más antigua que el
río.
Por las noches
la gente del sur afina
el oído
y sabe por el zumbido
qué tipo de pez
flota en el corazón de
los autos.
Algunas noches saben que
la inundación se aproxima
y preparan las redes
y los neumáticos
coloridos
y la comida
que no se encuentra en
el río
sino en la corriente de
asfalto.
La gente del sur
nunca muere ahogada:
muere en los camiones
que nunca regresan
o en las fauces de un
pez
que de pronto se les fue
encima
con los ojos apagados.
5
Del silencio voraz
saciado de kilómetros y
casas
indefinibles,
han quedado nada más
las migas de unos cerros
con los cuales me
oriento.
Pago con monedas que ya
nadie recuerda
y a nadie digo
que fui profanando
tumbas para dar con ellas.
El sur no tiene barcas,
no tiene al barquero
manchado de grasa
con su overol eterno,
sólo corre este río de
alquitrán
que toma fuego
apenas rozo mi dedo en
él.
6
Pero
no era de la poesía que quería hablar.
Había
algo menos transcendente
y
no exigía palabras
porque
hablar no es un texto que se recompone
y
comienza a ser signo
hablar
es la grafía de una mujer sola en una montaña
por
ejemplo
o
la transparente sinuosidad de un río en su último hilo
no
no
era poesía a pesar de ella
no
era poesía a pesar de mí
quería
al menos definirme ante el espectáculo final de la carne
carne
palpitante y explosiva
sudoración
carne
tenue que sentía el frío y la molienda del tiempo
como
suele ser cuando no hay testigo ni testimonios.
Soy
un hilo que dejó de seguir la trama, rompí los mapas
y así hago mi camisa
con
la que salgo varias veces al día
imantado
cubierto
del polvo de los tornos
hecho
a mano por un grafito gigantesco
que
sólo marca lugares, rutas
o
bosquejos.
Soy
un punto, tal vez.
La
conversación no era de poesía.
Era
del silencio.
El sur queda a la izquierda,
el norte a la derecha.
A la derecha la osa
polar
al sur la cruz del sur.
A la derecha las señales
de no acelerar,
las estaciones
solitarias,
el frío retén de los inmigrantes.
El sur tiene siempre fronteras
con otro sur
y los pájaros lo saben
y no descansan hasta dar
con él.
Yo siempre elijo las
ventanillas que dan al sur.
Por la derecha suben
siempre los policías,
por la izquierda
emigran los pájaros.
Los compas
no alcanzaron a ver las
grandes warehouse complex
surgidas del óxido
y el descomunal verde
del valle.
No imaginaron
ese corazón disperso que
se va en los autobuses
como talleres mecánicos
del merengue y la bachata,
unánimes en su rugido
acarreando miles de
viajeros
que no saben de nada
que no quieren más que snacks
y vitualla barata
de núbiles promesas en
la orilla de las casetas,
todo sabor ellas y
vibraciones
alzadas sus faldas
como casas sobre
pilones,
porque los ojos arrecian
en vaguadas concéntricas
e inundan y humedecen
y no hay consigna que
pueda aprenderse
bajo este sol semáforo
donde los desagües se
interceptan en cada solar baldío
o bajo los moles.
Nada vieron los compas
más allá de los mangales
y la siesta en hamacas
dialécticas
nada vieron
y el cemento hidráulico
les pasó por encima
al igual que todas las
caravanas de neumáticos coloridos
y la caña mascada por
multitudes en las playas;
les pasó por encima la
regulada hectárea
la simétrica parcela,
las turiplazas, las
bermejas plazas
en las que Cartier
Bresson se detuvo un instante
a medir la luz y
descartarla,
los molinos harineros
escondiendo la nieve,
empacándola, amasándola
para la masa sin hambre
de pan
pero con toda la sed por
la imagen
como niños en cuna
bajo la hipnosis del
chin chin
del agú chiquito, del
agú,
mire la maroma de los
monitos
escuche el hit de la
temporada
el espectro telepático
que todo niega y todo
acepta
sin contradicción ni
sueño, sólo bloques abismales
pura vitrinas
pura cuadrícula sin
espantos.
II
No galoparon compitas,
no se amarraron a la
crin de la historia
ni bebieron la sangre de
la TV
ni durmieron en la panza
abierta de un caballo melódico.
hace frío y no saben
como una víscera puede
ser bufanda,
hace frío y todo ignoran
acerca del más puro
materialismo
que vuelve transparente
y deseable
cada estupidez bien
dicha en tono de sol.
Habrían dado un adoquín
de la terapia grupal
por cantar la
internacional en los abismos de Belice
y en las gasgantas
castrati de Talgua,
pero vino el tarareo a
escondidas
mientras afuera
las bandas de guerra atronaban
la dependencia al opio
jilguereaban los
sacerdocios y cada quien pagaba
su taza de té sonámbula,
pipiripútica, delicadita.
Era de amarrarse al
caballo
compitas,
era de saludar con
sombrero ajeno,
compartir la leche
fermentada
y no hacer la carita de
asco
ni escupirla a las
flores
ni soñar con la merienda
escolar.
Se debía todo
todo era un deber
galopar galopar galopar
romperle la vejiga
fantasma al horizonte,
se debía todo
hasta saber hacerse el
pendejo
en los días de adorable
independencia.
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