lunes, 27 de septiembre de 2021

Jorge L. Legrá - Cuba

 

"Créeme, nada puede escapar de lo humano, nadie palpa su crueldad"', nos dice el poeta cubano Jorge Legrá, como si hubiéramos sorprendido a Saturno devorando a sus hijos en un callejón, y que al percatarse de que estamos ahí, presenciando el horror, el mismo Saturno nos lo dijera sin dejar de acometer su atroz tarea. La poesía puede ser este espectáculo, y creo que la mayoría de veces lo es, porque lo que muere a través de las pantallas y las múltiples pruebas de nuestra humanidad avasallada por el poder, es la poesía, precisamente. ¿Cómo seguir escribiendo sin entender que lo que hacemos es ir describiendo la pérdida de todos lo puntos donde se sostenía la fe en los otros? Alguien debe sentir, alguien debe somatizarlo todo, y sin embargo, la poesía de Jorge Legrá no se consume en semejante fuego, sino que alcanza su firmeza en el detalle de los mosntruosos golpes. "Es lo excesivo, dice el profeta, la demasiada razón que huye de la violencia para volverla perfecta."

Huir de lo humano.


Eso es lo humano, tan insistente que nos destroza.

Algo se descompone con cada movimiento de la razón, se mueve ronco y macizo entre los niños que la maestra moviliza. Niños de tercer grado, con saliva estricta, amaestrada, resbaladiza y espesa sobre el rostro del testigo de Jehová que no saludó la bandera. A alguien siempre se le ocurre un trancazo, un puño que atravesó su ojo, que intentaba reducir los muros insoportables de su fe[1]. Eso es lo humano, la consigna domesticadora, la barra que no me deja mover, que tampoco me quiere detenido.

Continua siendo otra la voz que razona el país, empuja y remueve la barra para que memorice su lucidez.

No me deja mover[2].

Sobra el tiempo para orinar sin que pase nada. Salta el chorro, revienta como un estallido social, surca el aire, cae, construye espumas sobre un palmo de tierra, fétidas burbujas que revientan y extienden el tufo contra la paz asustadiza que no quiero, que entrego sin que pase nada.

Créeme, nada puede escapar de lo humano, nadie palpa su crueldad.


 

¿Viste a esos niños, los golpes contra el otro sin defenderse? ¿Quién eres para pensar algo mejor? Golpes. Pensar perfecciona la violencia. Golpes. El otro entrega la merienda. Golpes. La obediencia irrita. La razón irrita también.

¿Quién eres?[3] Toda palabra debería prohibirse, la saliva salpicante siempre adensa algún mal que se perpetua luego litúrgico y sagrado[4]. Golpes.

¿No lo ven? No queda tiempo para huir del aura maldita de lo humano, el razonamiento persistente que lo infecta todo.

Golpes.


 

La tragedia sigue siendo la propia vida[5], respirar bajo los escombros y escupir pegotes de tierra untados en sangre cuando cesó ya el bombardeo.

Estoy por pararme sobre el polvo quemado, mirar el micrófono desde abajo y repetir que lo más importante es el miedo, que solo el miedo nos purifica de pensar[6], que ninguna otra torre será levantada mientras haya un avión contra los sesos de esta raza, mientras salten en trocitos, desperdigados, sesos humeantes, hechos cenizas hacia los arenales  Dios.

Estoy con el animal contra el suelo, su íntimo dolor es persuasivo, pero su carne es más importante que el pánico, y por lo tanto, el dolor no repercute. La tragedia cesa para el animal, lanza un último mugido, la última patada a la película sucia de la realidad,  cesa su vida y por tanto su tragedia, pero entonces vuelve animal, aparece en cada bocanada de aire en que me afirmo, viene con alguna otra idea despalmada, tantea mi cuello, localiza la yugular, y silba un tango, un ritmo pegajoso de furias interoceánicas, lucidísimas bombas  que amenazan con caer.

Solo eso nos purifica[7], el pensamiento guarda una ojiva irresistible, solo eso, nunca estaremos a salvo.


 

Contra ti quiero llevarte[8], abrirte los hijos, destriparlos para que te reconozcas débil en lo que resulta tu fuerza. Aunque soy el asesino, también soy tu carne.

Toca esta tela, es un pedazo de mi padre, la he masticado con rabia hasta llegarlo a entender[9]. No digas el sabor de su carne, yo mismo vi sus franjas caer sobre el paño, sentí el sabor áspero, ondulante, de tribuna en tribuna[10]. Estoy declarando un exterminio que me sature de existencia, provocando emigraciones masivas hacia el punto original. Postulo un sitio limpio en la historia, sin verdades perversas ni cronistas militantes, algo radicalmente despojado de esos ojos de isla que lo trastornan todo con agudeza.

Eso, contra ti quiero llevarte, saltar la piedra, arrancarle el nombre.


 

Y en tanto desastre humanitario ¿cuál culpa concierne a los libros?[11]

Cada verbo tejido, sílaba por sílaba, va fraguando la parcela pública y civil. El fuego crepita en sus junturas para que no se disgregue de su mal. Cada frase encajada  en las volutas del cerebro a tirones arrastra el mondongo cognitivo, para introducirlo, por ejemplo, en la hoguera donde un cordero manso se calcina, un claro desperdicio entre aquellos hombres que lo acorralan, que se toman fotos, curiosean y sonríen. Pudo ser un negro, un judío, predicador, mercenario, un comunista.

Palabras palabras palabras iguales a la curva de tu rodilla que presiona y aplasta tu propio cuello, se clava buscando tu silencio, que sientas el placer. No puedo respirar. Y tu humanidad debe sonreír. No puedo respirar.[12]

Un libro también fue la sangre de un niño, la piel de una criatura recién nacida sobre la que se escribía con cierto lujo. Cuerpos habitados por las palabras, pensamientos tatuados en la piel.[13]

Hay libros tolerantes frente al hedor de la carne carbonizada, y libros que golpean el fuego, que arden sin salvación, arden[14] . Cuál es la culpa que les pertenece.

Un libro no puede justificar alguna cosa, continua siendo una caja mal claveteada donde aún guardas confiadamente tu humanidad. No puedo respirar. No.

Entre aquel que enciende el fuego y aquel que lo golpea solo existe una cabrona razón, un insoportable deseo de pensar.

Cuál es la culpa, el libro. Respirar no, ya no puedo.


 

Dios les perdona. Arremeten con insistencia, persuasivos y seductores hasta borrar al hombre mismo del cuerpo[15]. Dios les perdona

hasta la sangre.

La deuda moral se hincha desordenadamente, quieren curar la infección, hacer un piquete por donde salga el líquido viscoso, apretar, soportar el dolor y apretar hasta que salga toda la infección.  Eso quieren, pero se precipitan, corren a colocar una cruz de ceniza, el trozo de carne en el mismo centro, y la ceniza despliega su arquitectura, una lógica pública, un megáfono para amplificar la peste hasta cubrir el hueco del cielo. Crece la deuda a punto de reventar, y algún profeta tiene que aparecer, volcar la prensa y las redes, subir a la piedra, gritarles.

El grito reproduce los golpes de un padre, el cinturón doblado en su mano derecha, la intensidad soñadora contra las piernas del hijo, nalgas, espalda, intensidad fecunda por el impulso distante y exagerado de ese grito capaz de ablandarlos hasta ceder sus almas.

Blasfemias de una era, ¿quién las consagró? Blasfemias. ¿Cómo nadie pudo ver en esa lucidez un bulto de escombro apenas notable en la inmensidad del cintarazo? Dios les perdona.

Es lo excesivo, dice el profeta, la demasiada razón que huye de la violencia para volverla perfecta.

El profeta abre los ojos. Nada ha pasado. Más bien continúan, a palos duros, que no quede nada del hombre en el hombre mismo. El profeta vino para juzgarlos, pero Dios les perdona.

Se repiten. Aunque nunca parezcan los mismos siempre son la misma amenaza.

La palabra me toma, me desenvaina sobre un par de libros, empuja a desencajarles un saber. Cada argumento llega, su buldócer sostiene el timón, llega, contra las míseras casas levantadas en un terreno que es de todos, terreno que no es de nadie.

No soporto el sitio si es ya conocido. Trabajamos por hacer ajustes en la enfermedad, no nos interesa desplazarla[16].

Se repiten, tanta voluntad de mejoramiento nos vuelve cada vez peores. Se repiten, el buldócer va sin freno. Lo común es su mensaje de perdición.

 



[1] Siempre tras el muro la visión se obliga a completarse, Paul Celan lo tuvo claro en aquella habitación donde escribió este verso: Conozco la más vespertina de todas las casas: allí/ un ojo mucho más profundo que el tuyo espera ansioso.

[2]La conciencia es eso, una viga de hierro hundida en la/ sangre que se fortalece.  “Un Cadáver Ideal”, Editorial Oriente, 2017, pp68

[3] ¡Ah!, el mundo; desde mi primera infancia ha asustado a mi espíritu y le ha hecho replegarse en sí mismo. (Carta de Holderlin a Neuffer)

[4]  El animal sanguinolento sobre el altar fue la prótesis que simuló alguna vez nuestra perfección. R. M, Rilke ve confirmada su tesis: “lo bello es solo el inicio de lo terrible.”

[5] Más claro lo expresa Robert Creeley, Si en la muerte estoy muerto,/entonces en vida también/muero, muero…

 

[6] Tengo miedo de arrancar la máscara porque tengo miedo de ver mi verdadero rostro,
que imagino atroz. Ahí puede estar la lepra o el mal o algo más terrible que cualquier imaginación mía.
(J.L.Borges)

[7] Tan tentadora la pureza que incluso Raúl Zurita se vio dominado por su impulso y escribió: Cuando llego a soñar siento como un bien; siento/como si me hubiera ido de esta mugre de/ ratoneras y respirara purito, puro.

[8]¡Ah, qué grande es librarse de los estorbos del mundo y de la opinión pública! (Willian Hazlit)

[9]A algunos asusta esta nota del diario de Gombrowich : …vuestra patria soy vosotros mismos.

[10] Es la postura fértil que admiro en el cronista de indias Gonzalo Fernádez de Oviedo: No escribo de autoridad de algún historiador o poeta, sino como testigo de vista. O la tan citada actitud de los cristianos de Berea (ver Santa Biblia, Libro de Hechos, capitulo 17)

[11]Irene Vallejo cuenta acerca del adolescente Alejandro Magno quien dormía con la obra de Homero junto a una daga bajo la almohada.

 

[12]Me estoy asfixiando, quítame esta bolsa de encima... soy claustrofóbico». Fueron las últimas palabras de Jamal Khashoggi, , columnista de opinión saudí en The Washington Post. Torturado en el consulado de arabia saudita, turquia, su agonía duró 7 minutos. “No puedo respirar”, gritó el afrodescendiente George Floyd, bajo la rodilla de un policía sobre su cuello, gritó hasta que llegó al paro cardiorespiratorio.

 

[13] Lo dice Irene Vallejo en El Infinito en un  Junco

[14]Jorge Mañach lamentó la decisión de cierta administración política que arrojó su valiosa Biblioteca al vertedero.

 

[15] Amar al hombre como así mismo, según la prescripción de Cristo, es imposible. ¿Estamos condenados por la ley del individuo en la tierra?(Carta de S. Dalí a P. Picasso)

[16] Pocos concurren a los nacimientos, son más lo que acuden a la muerte. Así es en lo biológico y así en las cosas del espíritu.

Jorge L. Legrá

(Baracoa, Cuba, 1970) Licenciado en Educación Artística en 1996 y egresado del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso” en 2004. Desde 2001 es miembro del Grupo Literario Café Bonaparte y desde 2015, de la Sociedad Cultural José Martí. 

Obras suyas aparecen en el suplemento cultural  “El caimán barbudo”, 2004, 2013. Tiene además varios poemas publicados en la revista SIC, Revista literaria y cultural # 27, 2005, y en revista Del Caribe No 56, 2012. Poemas suyos han aparecido en las antologías poéticas: “Aduanas de aire”, 2003, ediciones Santiago“, La Patria de la Luz”, 2003 Ediciones Santiago. La Poesía Contemporánea en Santiago de Cuba.¨ Ediciones. República Dominicana, 2007. Como narrador ha sido antologado en “Estaciones de la Naranja”, “Dibujar el mundo” Selección de cuentos del grupo de narrativa “Hacedor” Ediciones Bayamo, 2010, y “Todo un cortejo caprichoso. Cien narradores cubanos”  (Ediciones La Luz, 2011)  

Su obra ha sido seleccionada para integrar otras antologías en proceso de edición. Publicó los libros de poesía “Oración del que traicionan”, 2004; y “Rumor de higuera”, 2006, por ediciones Santiago. Un Cadaver Ideal, Editorial Oriente. 2018. Ciertos desordenes en las ideas, Iliadaediciones 2021.Obtuvo el premio regional de poesía “20 de octubre”, Granma 2001, premio nacional de poesía  “La Medalla del soneto Clásico ”, 2003, Mención en el premio nacional de poesía  “Fidelia”. Gramma 2010. Mención en el premio nacional de poesía “Hermanos Loynaz”, 2013. Mención en el premio nacional de poesía “José Maria Heredia”, 2014. Premio de la UNEAC en el concurso de poesía “XIII Concurso Literario Viña Joven”, 2015. Premio Oriente de poesía “José Manuel Poveda”, 2017. Premio de la UNEAC en el concurso de Ensayo “XV Concurso Literario Viña Joven”, 2017

viernes, 24 de septiembre de 2021

Episodio 57, El movimiento de los chasis


 Este episodio es dedicado a mis amigos de la zona 3 de la Cerro Grande, Comayagüela, D.C., donde pasé mi adolescencia. Mi primer relato escrito con idea certera de que era un cuento, en 1994. Aquí entonces me acompañan Oliver, Léster, Héctor, Manuel, Walter, Willian, Carla, Elba, Mirna, Jéssica, Rosa, Suyapa, Isbela, Marlon, Emerson, Everzon, Ricky, Luis, Mario, Alonso, Armando, Johny, Aníbal, Marvin, Elvis, Jaime, Carol, Gisela, Conrado, Carlos, Roberto, Wolfran, Jairo, Sony, Waleska, Juan Carlos, Erick, Natán, Mandito, Beto, Yadira, Salma, Mando Montiel, doña Gilma y por siempre Marcodi, alma del taller mecánico que arregló las piezas de nuestra idea del trabajo para toda la vida.

https://drive.google.com/file/d/1cXPAOY6AhRYm6w74CeIcZhhCCiISmp5q/view?usp=sharing

Las Crónicas del Capitán Snorkel, 18 - Fabricio Estrada

 

Foto: Fabricio Estrada

Una previa contra Ezra.

 

Cuando Pound dijo que la poesía

era cosa de capitales

presto e ingenuo

revisé mis bolsillos.

Nunca esperé sacar de ellos

una plaza con su basílica

ni herir mis manos

con la aguja de una torre metálica.

Mi capital

estaba constituido

por puentes rotos y ríos falsos.

 

Pensé

a cuánto ascendería mi deuda con la poesía

el día en que, desprovisto de la más elemental riqueza

se me exigiera el símil más exiguo

y a cambio yo prometiera

las costas de una isla desolada.

 

Ezra bien pudo

señalar la puerta que abría al mundo la palabra

o reconocer las ciudades donde ésta brillara mejor,

pero bien sabemos que el verso

es una moneda al aire

y que en algún momento de su giro

-en un ángulo fugaz que esconde todos los espejos-

el sol hace de ella otro sol.

 

Me quedaba entonces la idea que

la única moneda oculta en mi mano

bien podría ser la isla

que más necesitaba

y que la poesía podía irse al demonio

con todo y sus cuitas de amor parisino

y los castrados bonachones de Picadelly Square.

Ezra Pound, por esta vez, no tendría razón.

Era preferible que callara,

viniera conmigo a la playa

y diera paso a su Cantos.

F.E.

 

jueves, 23 de septiembre de 2021

Günther Grass y Patrick Süskind equidistantes nos señalan el fascismo y su fascinus

"La gente normal no sabe que todo es posible" (Superviviente de Buchenwald citado Por Hanna Arendt)


 Las dos escenas comparten una multitud enardecida. La una por el fervor nazi y la otra por la indignación de atroces asesinatos en serie. En ambas multitudes hay algo que las une. Las dos suceden en una dimensión de la narrativa alemana donde los autores, ambos alemanes, conjuran el deseo oculto y las pasiones más desenfrenadas del aparente caracter alemán domesticado: el ethos pagano de la germanidad pre-cristiana.

Hablo de las escenas donde el pequeño Oscar Matzerath, en El Tambor de Hojalata, y Jean Baptiste Grenouille en El Perfume, se vuelven los orquestadores de la ruptura de todas las reglas que la legendaria disciplina alemana ha querido imponer sobre ese pueblo semejante a bosques infinitos, como diría Elías Canetti (nacido en Bulgaria pero escritor en alemán), o quizá, en una inversión más alarmante de ese orden aparente, es el poder el que ha trascendido la simple fascinación y ha ordenado liberar todas las pasiones y perversidades:

"Es sabido que quienes actúan bajo orden son capaces de perpetrar los actos más atroces. Cuando la fuente de la que emanan las órdenes  se agota y se les obliga a  voilver la mirada sobre sus actos, ellos mismos no se reconocen. Dicen: eso no lo he hecho yo, y no siempre son concientes de que esán mintiendo. Cuando son confrontados con testigos y empiezan a titubear, añaden: yo no soy así, eso no pude haberlo hecho yo. Buscan en sí mismos las huellas de sus actos y no logran encontrarlas. Es sorprendente ver lo intactos que han quedado. La vida que llevan más tarde es realmente otra y no está teñida en absoluto por esos actos. No se sienten culpables ni se arrepienten de nada. Sus actos no los han penetrado." (E. Canetti, Masa y Poder)

Cuando Günther Grass, en El tambor de Hojalata, hace que el pequeño Oscar toque el tambor y rompa la cadencia de la marcha triunfal de la banda que recibirá al representante nazi, impone sobre las notas triunfales el redoble del jazz, ese representante del "arte degenerado" prohibido por el régimen del Tercer Reich, pero a la vez señala que la degeneración está más bien en el incontrolado fanatismo de las masas, que en su forma más caricaturesca y extrema, acompañan el ridículo paso del poder hasta el punto del baile. ¿No es acaso el paso de ganso de las tropas prusianas algo patético de ver individualmente, pero fascinante cuando se trata de un batallón completo en marcha ceremonial? Una vez impuesto el jazz sobre los tambores de la banda de recibimiento, la masa enardecida se mueve a su compás, todo se disloca y termina disolviéndose. El nazi a cargo queda solo en la plaza sin saber qué hacer. Su pueblo, su gloria lo ha abandonado.

Patrick Süskind, en El Perfume, opta por la orgía, quizá porque el perfume del poder haya sido el que enloqueció a las masas nazificadas hasta llevarlas a expresar su propia depravación y vulgaridad en el gran desnudo colectivo proyectado e infligido a los prisioneros de sus campos de concentración. La masividad de cadáveres desnudos que el mundo atestiguó tras la derrota alemana en la segunda guerra mundial, fue la orgía sádica que el nazismo-fascismo desató primero en su imaginación, enloquecidos por un poder sin límites (http://fabricioestrada.blogspot.com/2015/04/salo-o-los-120-dias-dentro-de-honduras.html ) , y luego en la realidad, fríamente, racionalmente, puntillosamente en las grandes fábricas de muerte y obsenidad desplegadas para aniquilar y hacer producir muerte a sus prisioneros. Y sí, el perfume del que hablamos fue percibido por millones de olfatos y millones de olfatos sintieron la putrefacción vulgar del asesinato colectivo. Respecto a él, Hanna Arendt nos dice lo siguiente:

"Cuanto más se haga valer la vulgaridad de una desenfrenada autoalabanza en una sociedad que en términos generales aún se ha formado en las reglas de la buena educación, tanto más fuerte resultará su efecto, tanto más fácilmente se dejará convencer la sociedad de que el valor para romper algo tan sagrado como las reglas de la educación, sólo puede provenir de un "gran hombre" que está más allá de todos los patrones y medidas". (H.A., A la mesa con Hitler, Ensayos de comprensión 1930-1954)

Grenouille no es un gran hombre, todos lo saben al verlo. Es patético, retorcido. Es grotesco e imagen de los pusilánime a la vez, pero tiene el perfume que desata, y eso la masa no lo sabe aunque esté preparada para oler su mandato. De ahí que Süskind también decidiera que fuera esa misma masa avergonzada la que devorara vivo a su perfumista de la atrocidad al final de la novela, hasta no dejar una sola huella en las calles que todos vacían, escondiéndose.

Las escenas son equidistantes, entonces. Aparentan estar lejanas en la línea temporal (lo lejano, a la vez, le sirvió muy bien a los nazis al resucitar el mito de superioridad racial teutón), pero al ser Grass y Süskind de la misma nacionalidad, el contenido empuja a la forma y crea sus límites. Es Alemania en bandeja de plata, y desde Alemania, somos todos los emfebrecidos. El populacho se hace humanidad y esa humanidad se vuelve cósmica. Al ritmo de un tambor o tras la esencia de un perfume, vamos mordiendo e imponiéndonos a la otredad. 

Queda para otra ocasión reflexionar si El Flautista de Hamelin (desde otra línea temporal alemana) se une al selecto grupo de la hipnosis colectiva que tan magistralmente nos dieron a conocer Patrick Süskind y Günter Grass.

F.E.








Las Crónicas del Capitán Snorkel, 17 - Fabricio Estrada

 

Foto: Fabricio Estrada. Serie: La navidad pasada

2020 de la era común

Intrépida sufre

la ropa en el tendedero

Puesta a secar entre soles y espejos

ahora se empapa bajo la tormenta que asedia

Flechas por todos lados

y cada pieza resiste

dejando que el mundo llore por ella

Las camisas apuestan sus botones

el agua va pesando

y lo que el viento hizo vuelo y danza

ahora podría caer sin consignas al suelo

 

La lluvia no cede

arrasa los bolsillos de los pantalones

 

Billetes de agua pagarán las deudas

 

Ninguna manta cae

todo el cuerpo del silencio empapó la fiebre

¡Aguantan las banderas de mi piel patria!

y yo quiero estar junto a ellas

colgando en las murallas

calado hasta los huesos

como un pelele heroico

 

F.E.

viernes, 17 de septiembre de 2021

La masa irreflexiva - Christopher Clavé

 LA MASA IRREFLEXIVA.*_

_"El coeficiente intelectual medio de la población mundial, que desde la posguerra hasta finales de los años 90 siempre había aumentado, ha ido disminuyendo en las dos últimas décadas...._
_Esto es una inversión del efecto Flynn. Parece que el nivel de inteligencia medido por pruebas está disminuyendo en los países más desarrollados. Puede haber muchas causas de este fenómeno. Uno de ellos podría ser el empobrecimiento del lenguaje. De hecho, diversos estudios demuestran la disminución del conocimiento léxico y el empobrecimiento del idioma: no sólo se trata de la reducción del vocabulario utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un pensamiento complejo. La desaparición gradual de los tiempos (subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, participio del pasado) da lugar a un pensamiento casi siempre en tiempo presente, limitado al momento: incapaz de proyecciones en el tiempo. La simplificación de los tutoriales, la desaparición de las mayúsculas y la puntuación son ejemplos de "golpes fatales" a la precisión y variedad de la expresión. Sólo un ejemplo: eliminar la palabra "señorita" (ya obsoleta) no sólo significa renunciar a la estética de una palabra, sino también promover sin querer la idea de que no hay etapas intermedias entre una chica y una mujer._
_Menos palabras y menos verbos conjugados implican menos capacidad de expresar emociones y menos capacidad de procesar el pensamiento._


_Los estudios han demostrado cómo parte de la violencia en las esferas públicas y privadas proviene directamente de la incapacidad de describir las propias emociones a través de palabras. Sin palabras para construir el razonamiento, el pensamiento complejo se hace imposible._
_Cuanto más pobre es el lenguaje, más desaparece el pensamiento. La historia está llena de ejemplos y muchos libros (Georges Orwell - 1984; Ray Bradbury - Fahrenheit 451) han contado cómo todos los regímenes totalitarios siempre han obstaculizado el pensamiento, a través de la reducción del número y el significado de las palabras. Si no hay pensamientos, no hay pensamientos críticos. Y no hay pensamiento sin palabras. ¿Cómo se puede construir un pensamiento hipotético-deductivo sin el condicional? ¿Cómo es posible considerar el futuro sin una conjugación de tiempo futuro? ¿Cómo es posible capturar una temporalidad, una sucesión de elementos en el tiempo, ya sean pasados o futuros, y su duración relativa, sin un lenguaje que distinga entre lo que podría haber sido, lo que ha sido, lo que es, lo que podría ser, y lo que será después de que lo que podría haber sucedido, haya sucedido realmente?_


_Queridos padres y maestros: hagamos que nuestros hijos, nuestros estudiantes, hablen, lean y escriban. Enseñemos y practiquemos el lenguaje en sus más diversas formas. Aunque parezca complicado._ _Especialmente si es complicado. Porque en este esfuerzo reside la libertad. Aquellos que afirman la necesidad de simplificar la ortografía, descontando el lenguaje de sus "defectos", aboliendo géneros, tiempos, matices, todo lo que crea complejidad, son los verdaderos arquitectos del empobrecimiento de la mente humana._
_

No hay libertad sin necesidad. No hay belleza sin el pensamiento de la belleza"._

_*Christophe Clavé*_

Odio a los indiferentes - Gramsci

 



Por: Antonio Gramsci 



Odio a los indiferentes. Creo, como Friedrich Hebbel, que «vivir significa tomar partido». No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica. 



La indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto heroico (de valor universal) puede generar no es tanto debido a la iniciativa de los pocos que trabajan como a la indiferencia, al absentismo de los muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después sólo la revuelta podrá derogar, deja subir al poder a los hombres que luego sólo un motín podrá derrocar. 



La fatalidad que parece dominar la historia no es otra cosa que la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Los hechos maduran en la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la masa ignora, porque no se preocupa. Los destinos de una época son manipulados según visiones estrechas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos, y la masa de los hombres ignora, porque no se preocupa. Pero los hechos que han madurado llegan a confluir; pero la tela tejida en la sombra llega a buen término: y entonces parece ser la fatalidad la que lo arrolla todo y a todos, parece que la historia no sea más que un enorme fenómeno natural, una erupción, un terremoto, del que son víctimas todos, quien quería y quien no quería, quien lo sabía y quien no lo sabía, quien había estado activo y quien era indiferente. Y este último se irrita, querría escaparse de las consecuencias, querría dejar claro que él no quería, que él no es el responsable. Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó? Pero nadie o muy pocos culpan a su propia indiferencia, a su escepticismo, a no haber ofrecido sus manos y su actividad a los grupos de ciudadanos que, precisamente para evitar ese mal, combatían, proponiéndose procurar un bien. 



La mayoría de ellos, sin embargo, pasados los acontecimientos, prefiere hablar del fracaso de los ideales, de programas definitivamente en ruinas y de otras lindezas similares. Recomienzan así su rechazo de cualquier responsabilidad. Y no es que ya no vean las cosas claras, y que a veces no sean capaces de pensar en hermosas soluciones a los problemas más urgentes o que, si bien requieren una gran preparación y tiempo, sin embargo, son igualmente urgentes. Pero estas soluciones resultan bellamente infecundas, y esa contribución a la vida colectiva no está motivada por ninguna luz moral; es producto de la curiosidad intelectual, no de un fuerte sentido de la responsabilidad histórica que quiere a todos activos en la vida, que no admite agnosticismos e indiferencias de ningún género. 



Odio a los indiferentes también porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho. Y siento que puedo ser inexorable, que no tengo que malgastar mi compasión, que no tengo que compartir con ellos mis lágrimas. Soy partisano, vivo, siento en la conciencia viril de los míos latir la actividad de la ciudad futura que están construyendo. Y en ella la cadena social no pesa sobre unos pocos, en ella nada de lo que sucede se debe al azar, a la fatalidad, sino a la obra inteligente de los ciudadanos. En ella no hay nadie mirando por la ventana mientras unos pocos se sacrifican, se desangran en el sacrificio; y el que aún hoy está en la ventana, al acecho, quiere sacar provecho de lo poco bueno que las actividades de los pocos procuran, y desahoga su desilusión vituperando al sacrificado, al desangrado, porque ha fallado en su intento. 




Vivo, soy partisano. Por eso odio a los que no toman partido, por eso odio a los indiferentes.