viernes, 27 de junio de 2025

Crónica intraducible de mi viaje a Zhungguó - parte 2

 


Una en un millón

Marco Polo cuenta de sí mismo en ¨El libro de las maravillas del mundo¨ que ¨el hijo de micer Nicolás aprendió tan a la perfección la lengua y costumbre de los tártaros (así les decía a los mongoles) y su literatura, que a todos causaba maravilla. Pues desde su llegada a la corte aprendió a escribir y a hablar cuatro lenguas¨. Cuando el libro fue publicado en Venecia, sus compatriotas se lo tomaron a risa y le apodaron ¨Marco miglione¨, Marco millones… de mentiras. Pero lo cierto es lo evidente que los siglos demostraron a los de la pequeña islita de mercaderes de Ta Qingguó, como así conocían en Catay a los occidentales. Todo eso se me cruzaba por la mente cuando me sorprendió la gran estatua de Marco Polo que se erige en uno de los patios de ingreso a la Universidad de Lenguaje y Cultura de Beijing. Ahí estaba él, vindicado como uno de los primeros artífices de la apertura al mundo de China, embajador de las lenguas, traductor universal de la más inmensa curiosidad mutua. Quería brincar de alegría y llamar en ese justo momento a Guillermo Díaz, allá en la Sabanagrande donde, hace muchos años, leímos juntos ¨El Viajero¨, de Gary Jennings, justo la novela histórica sobre los Polo y su llegada a Khanbaliq, luego llamada Dadu y finalmente Pekín. Por la noche le escribiría y le contaría de este inesperado encuentro y él me respondería al mensaje con un efusivo ¡salúdeme a Kublai! Y caramba, le saludé todo después, a los patos de los estanques en el bellísimo parque de las flores allende mi hotel, le saludé al trono del último emperador en la Ciudad Prohibida (Zǐjìn Chéng 紫禁城 ) y saludé a la eternidad justo cuando ponía mis manos sobre las escamas del dragón infinito de la Gran Muralla. Tenía esa necesidad de saludar, agradecer y palpar, poner polo a tierra a todo aquello que se desbordaba vertiginosamente desde los libros que fui leyendo en la infancia. Debía sentirlo en mis manos, la aspereza de la piedra gris, las hojas caídas de los mil árboles recién trasplantados en Beijing, las gotas de agua de la mariposa que irrigaba el patio al lado del Pabellón de la Armonía Suprema. Al fin sentía la traducción exacta en el lenguaje del tiempo y se lo iba contando a mi abuela, a mi madre, a mi tía Lauren, que aparecían desdobladas entre imágenes de nuestros viajes a Esquipulas, Guatemala, cuando llegábamos a aquel parque escuchando las innumerables lenguas mayas antes de entrar al santuario.

Y es que, también, no pude dejar de crear una imagen acrónica sobre cómo se vería el esplendor de México-Tenochtitlán de haberse mantenido la continuidad civilizatoria y se hubiera conservado el Recinto Sagrado destruido hasta los cimientos porla barbarie religiosa de los invasores. Así lo percibí en el primer golpe estético, al entrar a la plaza de la Ciudad Prohibida por la Puerta del Midi. Construidos ambos alrededor de la misma época (entre 1409 y 1420 la Ciudad Prohibida, y el Recinto Sagrado tenochca entre 1325 y 1519), nos hemos perdido de tener en Mesoamérica un incalculable centro de peregrinaciones continentales gracias a la devastación de los invasores ibéricos y sus aliados. Si Teotihuacán se mantiene en conservación y ampliaciones de recuperación ¿cómo debió sentirse la vibración arquitectónica de haber sobrevivido Tenochtitlán con todo y el Palacio de Moctezuma y sus canales? ¡pues así! ¡justo así!, me decía, y miraba la amplitud en dos dimensiones superpuestas, y lastimosamente, veía con los ojos de Bernal Díaz del Castillo para poder acercarme a esa coincidencia posible de estupor inexplicable que se alzaba en pabellones rojos, tejados vertiginosos coronados por dioses monos conjuradores de las tormentas y la avalancha de turistas internos, la mayoría llegados desde las provincias más lejanas de Zhungguó, muchos de ellos con la banderita roja en su mano de campesinos victoriosos que, contrario a aquellos invasores de 1519 en México, sustentaron el mandato de conservación de las autoridades para que el antiguo palacio que esclavizó y humilló ahora solo sea parte de un museo vasto, solo presente en la voluntad de no regresar jamás a él como vasallos.

Subí las gradas de mármol a comprobar el tiro de cámara de Vittorio Storaro, el fotógrafo de ¨El último emperador¨, de Bertolucci. Medí el plano con un ojo cerrado y encuadrando la palma de mis manos, como instruye el divino mandato de los que amamos el cine y, en seguida, me dirigí a la barda que separa la plataforma de acceso del Trono Imperial, el mismo donde el Pu yí de la película escondiera el grillo. Miré hacia atrás y pude ver la llegada de mis compañeros de Seminario, todos con el rostro iluminado más allá del inclemente sol que daba sobre ellos. Casi todos repetían lo que también yo me decía, como un tantra: ¨Esto es increíble, no me lo van a creer¨. Y sí, Marco Miglione regresaría a Honduras, y con seguridad le costaría un mundo, si no dos, detallar todo lo que vio. Mientras tanto, por todos los rincones del patio exterior, las más hermosas jóvenes vestidas con el hanfu (vestido tradicional que vive un resurgimiento luego de tres mil años de uso) buscan el mejor spot para sus fotos a publicar en sus redes sociales. Una hora antes, desde el autobús, miraba intrigado a las muchachas vestidas con hanfu dirigiéndose a los accesos del Gùgōng Bówùyùan  (宫博物院, Museo del Antiguo Palacio).

Creo que la pregunta más acuciante en mí era sobre el cómo no se contradecía la idea de una China Popular comunista con estas muestras de atracción hacia la cultura cortesana del imperio. Aquellas muchachas estaban en todas partes, en el metro, sobre motos eléctricas, caminando celular en mano y atravesando los pasos de cebra, todas ellas emocionadas por su inminente sesión de fotos. Y la respuesta estaba en la consigna del rejuvenecimiento de China dentro del cultivo de la tradición y el incentivo de la innovación regulada por las políticas centrales del Politburó. ¨China es nueva cada día, tanto que nos cuesta seguir su ritmo¨, nos decía el director del Centro de Sinología Mundial en su charla de bienvenida. Y es que el tiempo socio histórico que regula la Asamblea Popular Nacional actúa similar a la normativa de una China con un único huso horario (son las 5: am en Beijíng y son las 5:00 am en Kashi, ciudad en la provincia más occidental del país, aún y cuando para todos los demás países del área transcurra el sol del atardecer, pero en China sea el sol del amanecer). Así, lo nuevo converge con el pasado y con la idea de un futuro firmemente anclado en la voluntad política y en el empuje de profesiones innovadoras que esas mismas muchachas vestidas con el hanfu ejercen. Todas marchando sincronizadas tras el mismo sol. De esta forma, al quitarse sus hanfu, las muchachas del Tik tok continúan imparables en su búsqueda diaria de futuro, sin vanagloria cortesana, solo la simplicidad de disfrazarse un momento de pasado, apropiarse de sus siglos rejuveneciéndolos y aceptar las muchas Chinas que fueron para que la Revolución sea hoy el fenómeno político y cultural más asombroso del actual siglo.

Durante 400 años

los niños de Dadu

recortaron jirafas en papeles amarillos

esto gracias al cuarto viaje de Zheng He al Feizhou

Corría el año de 1414             sucedía algo histórico

y la primera jirafa no lo sabía

mantuvo alzado su cuello

hasta el mismo momento

en que fue obsequiada al emperador Yongle

quien la consideró altiva

por no inclinarse ante él

¨Así es su costumbre en las sabanas de Feizhou

no lo tome a mal, es como un dragón vegetariano¨

 -le susurró Zheng He

Los niños de Dadu

siguieron recortando la primera jirafa

que llegó a China

algunas veces con el cuello más corto

otras veces más largo

-del chirrido de las tijeras las urracas crearon su idioma-

pero el emperador jamás apareció en sus diseños

aun fuera él quien la nombrara qilin

buen presagio 

escalera para subir a la luna

luna en puntillas para mirar el mundo.


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