Solares
Fabricio Estrada
Jamás los días fueron tan fugaces como en nuestra
época y jamás el ser humano tuvo tantas cosas que ver sin ser parte de ellas.
Simples testigos de una claridad permanente, despertamos y nos adormecemos en
medio de alucinantes desiertos, la imaginación va ciega y el lazarillo de la
intuición decidió abandonarnos.
La poesía, sol de siempre, está siendo convertida en
esa luna a la cual Cocteau llamó “sol de
las estatuas”.
Rodeado por su tiempo, el poeta, solómetro, reloj que
marca las horas con su sombra, está obligado a recordar, con suma urgencia, las
vivencias que la moda y los avances tecnológicos le van borrando
inexorablemente.
A Ezequiel Padilla y Guillermo
Díaz,
por la risa cómplice
“Tierras de sol y no podéis ver de frente al sol,
tierra de hombres y no podéis ver de frente al hombre”. (Yorgos
Seferis)
“Poseemos el conocimiento sin la sabiduría, la
comodidad sin la seguridad, la creencia sin fe…esta es la era del cambio y el
riesgo; la gran deriva ha comenzado”. (H. Miller – El Tiempo de los
Asesinos)
“El hombre es un animal…ha cometido una traición
contra la animalidad. No ha conseguido convertirse en ángel y ha perdido la
beatitud inocente de la bestia. Por esto ha quedado suspendido en medio del
aire, torturado, angustiado, enfermo, turbado y no satisfecho”. (G.
Papini – Gog)
El Orto
“Cerremos también nuestro destino
como ese sol, allí entre las
alturas.
Vamos ascendiendo y al final
despedacemos los límites del
mundo,
como él, con rosas encendidas”.
(N. Vretakos)
Hijo del sol
No fui llamado
para oscurecer
razones.
Mi mano es de papel
y sin embargo, nada
la incendia
ni contrae su puño en
ceniza.
Asumidos los hechos
puedo salir sin
perderme.
Aseguro que soy un
sol caído en desgracia,
es mi paso quien
abrasa
y obliga a inclinar
el rostro
a los girasoles.
Con semejante ardor
es poco lo que debo
decir:
mi buena nueva se
esparce
allí donde los gallos
despiertan
cantando
su pagana canción
solar.
Cuando el río suena.
Yo escuché cuando
venías, piedra,
en el tumulto del
invierno
tronaste bajo el río,
piedra,
piloto de las hondas,
martillo de los pobres,
benjamín de las
armas,
corazón del rayo
incrustado en los
ocotes.
Yo escuché cuando
rompías, piedra,
la cerámica de las
frentes,
el espejo de los
pechos,
te arrimaste
magnética a mis manos
y a tumbos me pediste
la fuerza, piedra,
para describir
parábolas en los ojos,
amenazas en los
tímpanos,
murmullo fantasmal en
las arenas.
Yo te vi saltar en
Jericó
de tu prisión en la
muralla,
impávida, del
teocalli
a tu nuevo disfraz de
catedral.
y yo escuché cuando
venías
aprestándome al
golpe,
al retumbo de tu
canto, piedra,
corona de basalto,
collar de grava,
perla escondida
en la ostra de mi
mano.
Una vela de oscuridad.
Por estos días
he convencido a mi
sombra
para servirme de
lazarillo.
Tanta luz es
propicia,
el resplandor de
muchos ojos
viéndome pasar a
tientas,
el sol reflejado en
anillos y cadenas
que detienen,
que sujetan el alma
y aprietan hasta
sangrar los sueños.
Esta es la época del
insecto,
el regreso a la danza
en torno a fogatas,
la lentejuela
seductora,
la época de los
iluminados.
Voy pasando entre
luces
con una vela de
oscuridad en las manos,
como alma en pena
entre vivos,
ráfaga del humo negro
en los incendios,
nube oscura,
eléctrica, punzante,
bastón sensible del
tiempo,
carbón destinado a no
volverse nunca
diamante ni espejo.
El lenguaje verdadero.
De esos días en que
me levanto
y despliego el
velamen pulmonar
y ardo de una fiebre
redonda
y el sol abre la
puerta
y achica los ojos
al no poder verme a
la cara,
y los planetas todos,
a una sola voz,
cantando estridentes
en los patios,
despertando a los
ríos
que habían quedado
a medio camino del
mar.
De esos días
en que todo me induce
al abrazo
e intuyo que vos,
allá, en tu canto
me incluís en la vida
me hacés ser la vida
y las alas del ángel
en que no creo
y las promesas más
audaces
que ambos renegamos.
De esos días son los
que hablo,
cuando tu nombre
irrumpe
en medio de cualquier
palabra
que a todos
pronuncio.
El enésimo día.
Finjo demencia,
cansancio.
Hago una vida quieta
llena de puntos de
partida y retorno.
Amago a los pájaros
que se divierten en
los cables
y de paso, conjuro al
cielo
cuando llueve o
asolea.
si debo llorar
aprovecho el almuerzo
entre doce y una,
como Dios manda,
luego sonrío
y voy flameante por
los pasillos,
pródigo en consejos
y hablando del clima
que siempre puede
estar mejor o peor.
Cuando entro a casa
el mundo a mis
espaldas
vuelve a ser de
piedra
y, ante el sillón,
las noticias exageran
- ¡las heridas de ese niño son imposibles! –
y las películas son
perfectas
para darle un buen
pretexto al sueño.
Finjo que duermo:
el insomnio debería
ser un título para
estreno.
El vuelo de las teas.
Ahora vengo y les
hablo.
Mi cuerpo sobra pues
no se ha dado a
entender.
Lo que mi frente
decía
es que el mundo tiene
la vastedad de los
sueños
y que en él se puede
andar jubiloso
sin temor al ocaso.
En un vuelo de teas
el pensamiento debe
buscar
el pasto seco del
silencio
y hacerlo crepitar
con voces ardientes
que lleguen a
confundir al mismísimo sol.
De nada sirven
los golpes en el
pecho,
su eco portentoso y
vacío
nos ha creado heridas
y redobles siniestros
para hombres que
jugaron
con el amor de
batalla
y el odio mármol
esculpido en los ojos.
De aquí provenía el
destello,
el lenguaje de fuego
que intentaba mi
cuerpo,
las manos crispadas,
las bondadosas
y el confuso orgullo
de mantener en pie mi
frente
cuando todo a mi
alrededor
por multitudes caía.
Phatos.
“Yo viví esas odiseas hace ya tanto tiempo
y guardo conmigo un relámpago como recuerdo”
(Pedro Antonio Valdez)
Al principio somos la
idea,
las sombras que
presienten las formas,
las formas que son
las ideas
y éstas, flotando
sobre las sombras.
Nada está escrito
somos resplandores o
abismos,
voces en busca de labios,
flechas en busca de
talones
para iniciar el
derrumbe,
el prolongado grito,
la sangre como hiedra
desbordando las
venas.
Luego comienza todo:
las muchedumbres en
las plazas, somos,
palabras cortadas y
exhibidas
con los ojos aún
abiertos
boqueando sílabas,
besos lejanos, negaciones,
cicutas que brindan
el último sueño,
la visión del fotón y
el cohete,
el impulso de
transformarnos en metal
creyendo que todo es
nuevo
y que el espacio y
sus mundos
no son ni el cuerpo
ni el sueño.
La eternidad es un largo aburrimiento.
El inmortal corre
peligro. Se aburre. Rotos los sellos no hay secretos en el mundo.
Las sorpresas
terminan, la vida se muestra igual como era en el principio: apenas unos
cuantos grados cayó el sol en el firmamento y ya la luna vuelve con pompas y
viejos rituales a reclamar un cielo vacío y emprender de nuevo la última
persecución a las estrellas.
Pocas cosas llaman su
atención: un niño transparente que mira el cielo y luego sonríe, la ruptura del
cascarón terrestre y el nacimiento atolondrado de la criatura espacial, el
posterior olvido, el lejano punto en que se irá convirtiendo el planeta, sus
más orgullosas montañas, los verticales ríos que hacen del valle un mar e
inundan el oscuro recinto donde yace el fugaz despojo del hombre.
Mientras tanto,
oscurece. El inmortal sueña la muerte. Un escalofrío lo obliga a encender la
fogata del televisor.
Fogatas en los espejos.
Porque tal vez nada,
hermano,
nada de lo que
hablamos sea absoluto
o cierto,
o a medias una
esperanza
o una bandera
irrisoria.
Porque tal vez
partimos
y siempre regresamos
de un viaje que
apenas dura
la historia de un
bosquejo,
porque tal vez ya es
tarde
y apresurados,
quebramos bombillas
para forzar al sueño
o armamos fogatas con
los espejos
o simplemente en nada
vamos gastando las
palabras,
entera la esperanza,
perfecta
la nostalgia.
A caminarte vine, Cuscatlán.
A caminarte vine,
Cuscatlán,
con agujas de pino
para unirte
y ubicar el norte
inexistente
de tu brújula
insólita.
Pobre razón la mía,
agreste montañés que
invoca
el recuerdo de
Guazapa bajo fuego,
al indio Aquino que
no quiere,
que no se rendirá
entre sus cuatro
piedras de imperio.
A caminarte vine,
Cuscatlán,
y ya no hay paso,
y ya no hay tierra
que andar
y no hay medida para
estrecharte
ni mayor sangre para
hundir mis huellas.
Todo lo derramaste en
tu copa insuficiente
cáliz de Ilopango
cáliz Soyapango
cáliz de los treinta
y dos mil en un día,
aleja de mí este
nombre
que a nadie salva y
que sólo alcanza
para hacerte pequeño
el corazón
al menor intento
de salvarte en el
recuerdo.
Y si el país es todo un nombre.
Vengan hombres del
Patuca
orfebres del sueño,
vengan a tomar por la
cintura
a las hembras tímidas
del Coyocutena.
Levántense brazos de
Utila,
crucen a nado
el pecho hirviente
del Goascorán.
Ahora la tierra es
vasta
en Jamastrán del
surco,
ahora en Boquerón del
ciervo
faro Caxinas
y espejo gigante de la Caratasca.
Vengan lluvias
lejanas del Mocorón
a engrosar los cauces
y a besar convulsas
las tierras bajas del
Aguán.
Tremendo poder
infinito
¡hombres de poca fe y
de mucha tierra!
en Teupasenti la
dulzura
y en Colomoncagua el
grito de guerra…
Son nombres y un
país,
conjuros de lengua
muerta
¡y qué importa
si cantando Sensenti
ya es un poema!
La espina.
Defiendo esta rosa
con mi espina dorsal.
Te defiendo, poesía
porque así me
pariste,
a capa y espada de
las hienas
fuiste
la luminosa cueva de
mi sombra
la correcta manía
de aplastar entre
uñas la muerte.
No me extraviaste,
virgen en celo,
aun y cuando la
ventisca del silencio
arrebatábame el velo
que te hacía misterio
y agonía,
danza lujuriosa de
monedas baratas.
Y es aquí donde me
ofrezco,
encarnando el papel
que mejor te escriba
y soporte,
traslucido ciego
fusta y piel para que
llorés sin pena,
para que rías
cuando desato el
vacío
del nudo humano.
En tu templo de paja
fuego endiosado soy,
y me bendigo
en la terrible
certeza
de ser tu tiempo y de
ser nada a la vez.
Tríptico a Edgardo.
I
De este octubre, el
cielo:
vela desplegándose,
caracol sonoro e
íntimo
que se lleva al oído
en busca de la canción primera.
Mar desierto, dormido
mar amares
donde nadan de
espalda las nubes.
No hay sol tan solo
como éste que afronta
y refleja,
papalote traslucido
cyan perfecto, sin
rincones
donde los ángeles
amantes
oculten con miedo sus
ardores.
Octubre espiral
única,
viento en cilindro
que asciende
que me enrolla
formándome
abriéndome espacios
para crecer
fuera de mí como
bandera,
asta de huesos y
murmullos
mirada
globular yunta de
bueyes transparentes,
delgadez,
tiempo que se puede
atravesar
y recuperar lo
perdido.
II
Hoy cambia el día su
rostro intacto.
Corvas raíces crecen
en las sienes de los
hombres.
mastico el bocado
mientras dejo que
lluevan las horas.
Engullo.
Soy la montaña que
tritura
al horizonte y sus
nubes.
dos compases caen
sobre la mesa y el vaso,
amargo el silencio
endulzo su grano con
palabras,
con los ojos girando
hasta llegar al
centro, callando
en medio del remolino
plato.
Ahí te escondés
tristeza torva y
perseguida,
yo te miro de cuando
en cuando como hélice,
ventilador que ya
entregó su último aliento,
uno más entre sillas
y cubiertos
cocinas bufetes
secretos
y monedas e cambio.
III
Mascan máscaras
muecas,
una y otra vez,
huecas.
Las calles nos aclaran
la vida,
la lluvia nos limpia
y expulsa
por desagües hacia el
mar.
Pero siempre
el gesto animal que
se revela,
la quijada que mata
al hambre,
alambres por nervios
que nos sostienen en
pie y haciendo fila,
interminable el
tiempo perdido
pero no buscamos
pero no rompemos
este ciclo de ruinas
radiales.
Lets dance the fox trot!
desbordantes y
aceitosas lágrimas,
sangre incolora
desnuda e impúdica
para escandalizar
felices.
Si la esperanza toca a mi puerta.
¿Cuánto más
de esta escritura
débil e imperceptible?
¿Cuánto más
del vuelo que regresa
cansado de las mismas
alas
y del fogonazo a
muerte que confunde?
Blanca danza de las
palomas,
terminá de llegar y
explicame
los por qués, los
cuándos
los cómo aparece la
esperanza intacta,
mágica, bienhechora.
¿Acaso es cierto
que abriendo agujeros
en el cielo
sorprenderemos a Dios
poniéndose la
máscara,
qué azotando al mar
con una red
derribaremos carontes
y descubriremos peces
de vida
sin múltiplos que
sacíen
ni carbones que
repitan sus figuras
como estandarte?
Si jamás se nos
explican
las humillaciones,
las burlas,
si jamás se nos dice
quiénes son los que
manipulan
las expresiones del
odio en la tierra
¡al diablo entonces
con la esperanza!
La fiebre del día.
No hay necesidad que
amanezca
para aclarar las
cosas.
Hoy me he puesto la
camisa más blanca
y mis ojos más
incendiarios.
No habrá rincón que
se resista,
como a herejes que
han leído las sombras
iré persiguiendo,
lamiendo la fiebre
del día
desde los pies que
suben
y marchan hasta mi
cabeza.
Aquí están mis brazos
extendidos y
trémulos:
tomen el pulso y
llévenlo
pues el magma de la
sangre
está explotando
en mi volcánico
pecho.
El llamado.
¡Vámonos pues al
Gorongoro!
Huyamos de la estepa
diaria,
quitémonos el dócil
disfraz
y hagamos correr la
sangre
rumorosa de ríos
bravos.
Vámonos tras la vida
con fiera ternura,
sin el pronóstico de
morir jóvenes
enjutos y apagados.
Vámonos en busca del
manantial y la lluvia,
del verano en manadas
y de la estampida de
los sueños.
Esta sonrisa crece a
dentelladas,
puesta en el lomo de
las presas
corre, vuela como un
buitre saciado.
Vámonos pues
de prisa,
llenemos de pura
brisa
el cráter prohibido
del Gorongoro.
El Cenit
“Soy hija de mi época
pero no por obligación.
Hace un par de años
vi dos soles
y anteayer, un pingüino
con meridiana claridad.”
(W. Szymborska)
La danza de los papagayos.
Despertá de una buena
vez,
los papagayos pueblan
el techo
y el mundo gira
perfecto en su rosca.
Un clic ha suplantado
a la trompeta,
del cielo vienen
cayendo
calcinados los
dioses.
El gong de las doce
nos divide en blanco
y negro,
oscuros e iluminados
menguantes y
crecientes
somos testigos
acusadores, víctimas,
coreógrafos de una
muerte ensayada día a día,
sedientos del aplauso
que precede al
fracaso.
Manual de Ícaro.
Una flor corresponde
a una palmera que se
incendia,
al costillar de un
bote
hecho ceniza en la
arena.
Una vocal corresponde
al tronar en la
tormenta,
al silencio que se
escapa
como olas de la
arena.
Pulmón y vela
corresponden,
costilla y fuselaje
corresponden,
dedos pianos dientes
corresponden,
ojos y sueños
corresponden.
Un ser humano,
corresponde,
al par de alas que se
cuelga,
camisa vieja en la
perchera
salto al sol
deslumbramiento,
ahogado y mar sobre
la arena.
Teoría última sobre el poema
(Fragmento de la Nacional Geographic )
Todo comenzó por una
esponja,
animalejo de mar
tímido rey de las
especies.
Luego aparecieron las
alas
y flotó majestuoso el
absurdo sobre las aguas.
aún no éramos el
verbo
pues apenas,
sustantivos,
nos deleitábamos
creciendo
faltos de gramática y
de la pose respectiva.
“Esponja serás
-tronó una voz sobre
la tierra –
te multiplicarás en
sueños
y aunque te salgan patas,
amés y seás odiado
no dejarás de absorber
todo lo que frente a
vos
vaya siendo creado.”
Y entonces, feliz
creció la mano,
se adaptó al lápiz
y señoreó sobre las
palabras,
nomenclatura del
cosmos,
exoesqueleto del
alma.
Y atardeció y
amaneció,
fue el día primero
y vio Dios que esto
era bueno,
bastante bueno,
demasiado.
Canzone Fellini.
Ay de los hiperbóreos
gatos
del ambarino Vístula,
ay de los gatos del
Shangai Lá
omniásticos y
videntes.
Ay de los gatos de
Karnak
guardianes e
intérpretes,
sombras prudentes del
ronroneo fúnebre.
Ay de los gatos
equilibristas
ahogados en el Yang
Tsé
y aparecidos intactos
en Nazca y Titicaca.
Ay de los gatos del
Jordán
que no ayudan al
trasiego como los perros
y prefieren esperar
en la otra orilla
con su garra
hipócrita.
Ay del gato inmolado
en todo barrio,
mártir de Salem
y amuleto para
impacientes.
Ay
de los gatos todos,
escuadras sigilosas,
falanges indomables,
herederos de un mundo
que se irá de cabeza,
mientras ellos
parcos y serenos
caerán siempre
de pie.
Pavlov tenía perros.
Los perros de Pavlov
aman el sol y odian
la luna,
en ese orden.
Sueñan que saltan
eléctricas esferas
y que van tras las
nubes
mordisqueando
lluvias.
Si Pavlov grita
guerra
ellos ladran guerra,
si Pavlov mata
ellos entierran los
huesos.
Los cachorros de
Pavlov
tienen ancestros
comunes;
“el lobo es el hombre
del lobo,
-repiten-
la mañana es blanca y
la noche negra,
si lo quieres a
color…sueña!”
Pavlov tenia perros
y los golpeaba,
andaban en dos patas,
se hacían los muertos,
casi te hablaban.
y te quedaban viendo,
tan lejanos,
que sus colas
frenéticas y andariegas
eran, a lo sumo,
una audaz y muy
discreta
súplica de auxilio.
Cuando el rojo se detiene.
En esta esquina, el
peón,
y en esta otra, la
torre.
Salto como un caballo
al centro de la pista,
me niego al juego
a costa de volverme
humano y atropellable.
Con un pase de pecho
evito la corneada del
último auto
y siguiendo el ritmo,
giro
en un torbellino de
risa
que apaga y destroza
pancartas.
Una sonrisa en la
nuca me salva,
espanta puñales.
Semáforo en rojo y
palpito,
detengo por breves
segundos
la muerte en los
cristales,
la próxima estocada
del mundo
que resopla
y se me viene encima.
Del buen gusto per natura.
Supongo (y esto se nota,
es cierto)
que para ser feliz
hay que tener mal
gusto,
cautivar al amor con
lenguaje de plata
y canciones terribles
de lo eterno y sus
fantasmas.
¡Imaginadlo!
Palidez en las
tardes,
perfecta oscuridad en
los trajes,
garbo, pues, luna de
tocador
cajita musical con
bailarina y todo.
Pero hay más
¡oh dioses de la
impotencia!
toda una vida
todas las flores
confundidas en cifras,
lentes por ojos y
amores por odios.
Hay que tener buen
gusto, señores,
el porte de los
búfalos
la precocidad en los
gorriones.
¿Quién no ama el
fuego de los tigres
aún sabiéndose pasto
del engaño?
¡Animales!, señores,
¡sin rencores ni temores!
Simples criaturas
sonrientes
presas de una
estética más pura,
volátil, simiesca.
infelices, pues,
displicentes.
Daniel sueña y se confunde.
Nabucodonosor lleva
en su barba
viejos anzuelos,
tirabuzones para
nuevas champañas,
corchos finos que lo
infectan
y hacen pasar graves
vergüenzas.
Pero es un rey de
pies a cabeza,
funestas profecías
penden sobre él
y tiene en la manga
–escondidos-
jardines colgantes
donde sueña colgar
a quien se atreva a
señalarle sus piernas de barro.
Gusta retratarse como
un toro,
y caminar de perfil
entre la gente.
Incisivo, pulcro,
amo de los signos
triangulares:
Nabucodonosor, luz
del desierto,
sonrisa ambigua y
divina,
Señor de los cuatro
confines
de su celda.
Fígaro duerme en la encrucijada.
Se entra a una
barbería
para olvidarse,
abandonarse a las
manos frías
y al filo preciso de
la tarde.
Dejar pasar, para ver
lluvias negras y blancos
signos
atrás del párpado en
reposo.
A veces las ideas
van en la punta de
los cabellos
marcando un peso
monstruoso
y llenando el día de
palabras y palabras…
Es urgente
olvidarlas,
podar de vez en
cuando sus furias
y entregarse, luego,
sumiso,
y sin ninguna
armadura,
a la espada sedienta
de gloria
que toda simple
tijera
enfrenta en sus
sueños
como una encrucijada.
La incertidumbre.
La gota inversa que
absorbe
el océano sobre mi
cabeza,
las tres dimensiones
de una línea
la pared que no
divide
la noche en que se
cuaja la vida.
Las huellas de mis
manos al caminar,
el insulto que
satisface,
el pulcro teorema de
un golpe en el rostro.
El agua que brinda la
sed,
la mañana en que se
anuncia el fin del día,
el comienzo de la
fiesta
y el extraño canto de
los gorilas.
el poder por el
poder,
no cambiar nada…pero
el poder.
la firma que sella el
espejismo,
el saco roto del
muerto
la mortal corbata
donde cuelga el
desesperado.
El pie con que pega
patadas la serpiente,
el balance general de
los estúpidos,
los números rojos de
la incertidumbre.
Vallejo me dio un poema.
Serpea el sol en tu mano fresca
y se derrama cauteloso
en tu curiosidad.”
(Trilce)
Se hizo marzo la
noche
y también yo voy
cantándole a París.
¡Qué invento el del
moaré!
abanico el paisaje
con mis pestaña.
Se hizo de pronto la
luna
y todo flota en su
duda.
Construyo gramatical
mi propia tumba,
con palabras han de
cubrir mi ceño.
Marzo que vibra y
gotea,
calentura que trae el
delirio de las cigarras,
madre que se sienta
allá, junto al río
y salta en los
copantes su figura
y se retrae y murmura
con sangre fría.
Códigos de los
brázigos que se alargan
hasta la punta de un
lápiz
que hurga el panal de
la noche
en son que zumbe el
enjambre de estrellas
en los sueños que
hace marzo,
selenitas
para que vengan todos
a flotar en la duda.
El efecto mariposa.
Encendí la pluma de
un ángel y causé
carnavales de
tristeza.
Dos cucharadas de
tristeza alivian una desmesurada alegría y aceleran el otoño en Terranova. Esta
mirada que ahuyenta a los optimistas pone en riesgo a la bolsa de valores…Dow
Jones es un notable señor que sufre cuando alguien piensa en Juan y lo
confunde. Un tropezón en la jaula provoca un tumulto en el metro de Tokio,
hablar a solas es una consigna en Tlatelolco y un susurro detiene tanques en
Tian Anmen.
El naipe de los
castillos se viene abajo y con él New York entera. Si maldigo quedito, un
meteoro estremece a la Estación Alfa
y provoca un rastreo que te ubica en el momento en que Itaipú revienta a causa
de un suspiro, a causa del llanto que reseca los polos y el eco de mis pasos en
la oficina y el crujido del hueso pequeño en el meñique
y el amor…nada,
y el amor no provoca
nada,
nada
nada.
Correo para un amigo.
Heber, ayer
un pobre hombre fue
muerto a tiros
mientras comía una
naranja.
Yo no vi su agonía
sin embargo, cada
mañana
he podido ver el
redondo lugar
que dejó al caer.
Sobre él, dos niños
juegan al trompo
y apuestan y
discuten,
enrollan el cáñamo y
lo sueltan
con un largo ademán
de dioses creando.
Las horas se llenan
de zumbidos
de voces difusas
que el pequeño
tornado de madera
esparce junto al
polvo.
Cada mañana
este hombre renace,
Heber,
puedo asegurártelo.
lo he reconocido en
su corta alegría
y por la sencilla
forma
en que se detiene
cayendo sobre un
costado.
Arquímides Cruz *
Leo a un muerto,
dizque a un hombre
sepultado bajo sus
letras.
Su libro es un país
pequeño
fácil de recorrer
pero inmenso a la
hora
de ir en busca de su
cuerpo.
Arquímides supo
encontrar la mentira
de una corona sin oro
sumergida
en el agua,
supo responder como
un maestro
al momento de la
traición:
Ya todo estaba escrito,
mi destino, mi noche salvadoreña
enarbolada, oscura y enmudecida,
guapango lejano
de una guitarra bruñida por el silencio.
Leo a un muerto,
dizque a un hombre
que intentaron
sepultar bajo sus
letras.
*Poeta y combatiente
salvadoreño asesinado a traición.
Blake muere en París a causa de un paparazzi.
Uno quisiera, por lo
menos,
que la muerte tuviera
la decencia
de no espiarnos cada
noche
con su ojo lascivo
brillando
en las cerraduras.
Que al menos,
tuviera el sentido
teatral
de ir preparándonos
acto por acto
hasta llegar a un
final de coros
como preludio
de nuestras últimas
palabras,
máximas que luego
servirían
para adornar nuestras
tumbas
y para que la gente
se enterara
que no fuimos mudas
sillas
o unos perros que
aullaban a la luna.
Pero no,
paparazzi detestable,
la muerte nos retrata
como nunca fuimos
y nos pone a circular
por los diarios del
mundo
con una sonrisa de
impotencia
y de amarga desnudez.
¡Ah, pobres ángeles
amarillos!
¡Ay, pobres demonios
de terracota!
que sorprendidos
por el puro relámpago
de la muerte
cuando llega
nos dejan viendo
recuerdos
entre luces que se prenden
y se apagan
definitivamente.
Sueño del Padre, 1981*
Carlos Esteban* soñó
que una espina de
coyol
penetraba su sangre
y que subía,
inexorable,
con su muerte aguda
apuntándole al
corazón.
A partir de entonces
no conoció el
sosiego.
Leyó con desespero
que Josué
detuvo un día
el sol en plena
batalla,
que Stalin, Idiota de
Dios,
frenó en Moscú
la revolución de los
pueblos
y que Disney, por
esas mismas fechas,
paró de dibujar
y se entregó
sonriente al hielo.
“¿Y por qué no? –se
dijo el hombre- yo
osado como ellos
podría detener el
sueño que me hiere
profundo en su amargo
destello?”
Mi padre duerme
en una tumba de azul
barbarie.
En su interior,
una palmera crece
y se hunde inexorable
hasta el fondo del
olvido.
*Asesinado por las
Fuerzas Armadas de Honduras.
Petrus.
Primera negación
No, yo no estuve en
la última cena,
pero vi los platos
vacíos
y el pan enfriándose,
el triste rostro
del que esperó a sus
invitados
hasta la medianoche.
No me acusen entonces
de pertenecer a
ellos:
fui uno más de los
que en silencio
y con rabia
contenida,
esperó verlo volar,
mientras sus ángeles,
con terribles voces,
vengaban su cáliz y
espinas.
Segunda negación
Aquí están las
piedras.
Con ellas construirán
mi muerte.
Aquí dejo mis gallos
y el despecho, la
oreja cortada
y mi espada para la
buena suerte.
Mi lengua puede
servir a los mudos,
pero les advierto
que nuevas torres de
Babel
se confundirán con
ella.
Mi sombra la heredo a
los leprosos
y estas llaves a los
ladrones del Reino.
Pido el martirio de
cabeza
para que la sangre se
agolpe de nuevo
en mis ojos de furia.
Condenan a un
inocente, señores,
vine a Roma como
turista,
si mi bastón
enardeció el avispero
fue tan solo porque
quise
disfrutar de sus
mieles.
Tercera negación
Le tengo miedo al
mar.
Morazán del silencio.
A Roger Rovelo
Centauro de los
miopes,
trofeo augusto de los
ciegos,
jinete a punto de
caer y aguanta
el estoque pájaro del
olvido.
Meteoro en suspenso
vuelto presagio,
molde maestro
para soldados de
plomo.
Alfil de la plaza,
monarca de los mudos,
polo a tierra en la
tempestad del tiempo,
hombre
a pesar del silencio
hombre:
¿Cuántas campanas
harías,
responde,
si pudieras un día
disponer de tu
bronce?
Valle en el parque del fauno.
Sabia elección, señor
Valle,
venirse a vivir entre
las garzas,
jugar con ellas
y convertir la
paciencia blanca
en algo tan duro como
sus ojos.
¿Ya le llegaron con
el chisme del viento?
¿Aquel referente a
los escotes vistos
a vuelo de pájaro?
Pero
¿Cómo se aguanta,
piedra eminencia,
entre lenguados besos
que suben y se
enrollan en la piel
hasta provocarle
escalofríos de plumas
que nievan y derriten
por doquier?
¿No ha querido
increparles
o armarles un ensayo
sobre la impudicia
o un manifiesto
continental
contra esa manía de
los pueblos
de encerrar en mármol
sus más preciados
placeres?
¡Tome la pluma, señor
Valle!
No lo piense tanto.
Firme y febril
proceda al acto
de su propia
independencia.
Primer movimiento.
I
Las montañas
petrifican
su antiguo ritmo de
olas.
El viento clama por
un mendrugo de cielo.
Calla el hombre y
asegura:
el sol es un espejo
en el cual
destellan millones de
ojos;
cuando ellos se
cierran
mi mundo enceguece.
II
Una lágrima.
Lágrima que trepa los
muros
creando ríos que
inundan las grietas.
Arboles que resuelven
el nudo de sus raíces
y vagan
deslumbrados
a través de las
plazas.
Es el primer
movimiento
y los sordos tararean
a Beethoven,
mujeres que lloran en
los portales del beso
paredes que sueñan
con el grafiti perfecto.
Segundo movimiento.
¿Caerá el tiempo como
fruto muerto
y los flamencos
gritarán ¡poesía!?
Hoy me abandono al
reflejo del ébano
y descubro marfil en
mis costillas.
¿Qué animal se ha
vuelto agua y viento
noche y día en tus
manos vacías?
Vuelan tus dedos como
blancas gaviotas
se abre el tiempo
como una semilla,
brota el agua,
ruge el viento
y los flamencos,
fugaces,
gritan ¡poesía!
Solares.
Más allá del tiempo
medido, reflejados en los espejos distantes que adornan la constelación del
cangrejo; más allá del primer diagrama y de la sospecha de una continuidad
alterna donde el alma es radical del cero y el pensamiento, una cifra que
retrocede hacia la luz primordial de la nada.
Más allá de la piedra
que calca lo mutable y la fuga de la comprensión, la fuga del orden, la fuga
que ahonda y marca en meses el terror a la sombra. Más allá de la deriva
calculada para encontrarle nombre a Dios y a sus cosas, nombre a las
estaciones, nombres de lo imperceptible, del simple roce que nos transforma y
que ningún astrolabio vuelve a encontrar unido.
Más allá de donde
vence la noche y los eclipses fallan en su cita con lo nefasto o propicio y se
dejan pasar así los siglos y se dejan de matar así los hombres, más allá de la
necedad y el miedo a no explicarnos es allí donde nos encontramos, asombrados
del sol que nos arde bajo el plexo y de los planetas que penden en los
cabellos, creándose y destruyéndose, empezando y empezándonos de nuevo, siempre
de nuevo.
El ocaso
“Y aparece la luna seguida de
algunas
gaviotas y sobre el camino
un caballo que se va agrandando
a medida
que se aleja.”
(V. Huidobro)
Oleaje de la tarde.
Cuando el sol de las
cinco
rompe sus cauces
y dorado y dorando
cae
sobre la ciudad,
se alzan los
edificios
como diques para
retenerlo.
Así
escuchás el fragor
del viento solar
toda la noche
estrellándose
contra el tiempo y
tus sueños,
haciéndose añicos en
las paredes
alzando brozas
nombres de estrellas,
comienzo y fin
de una tarde en que
las garzas
parpadeaban en las
miradas
y los árboles se
teñían del blanco
de sus plumajes.
El acertijo que arde en mi patio.
Un caballo de Troya
salta en la jaula.
No he sabido qué
hacer con él.
En su boca el freno
y en su cruz, las
bridas apremiantes;
de su altura cósmica
la imposibilidad,
la lejanía de sus
estrellas ocultas.
Tan solo un poder
absoluto
-la rabia tal vez-
podría descifrar el
acertijo de su abandono,
esa inútil muestra de
arrojo a mis puertas,
famélica y humilde.
Un caballo de madera
arde en mi patio.
De sus entrañas
vueltas cenizas
un llanto violento y
extraño de hombres
sube,
se desvanece.
La lluvia deja caer su nombre.
Mayra viene con la
lluvia,
jalona un sol doblón
de oro
que se esfuma a la
deriva
en el estanque doble
de mis ojos.
Mayra cruza por los
bosques
es ráfaga de día en
la noche,
con dagas de agua se
hunde
en la tierra seca de
mis besos.
Mayra danza como nube
y sus pasos
tap de truenos
rodando lejanos,
resplandores del
cielo
espejos rotos en el
teatro del sueño.
Mayra viene con la
lluvia
arando el silencio
y escampando en mi
canto
canta Mayra en cada
gota,
mujer de tormentas,
bosque inverso que me
llueve verde.
Levántate entonces.
¿Sabías que cada
noche
mi sueño muere y
encerrado yace
tras la pulida piedra
de los ojos?
Poderoso llamado,
voz de primera luna
¿acaso me dirás
que ya conocías del
milagro
provocado en mí
por tus palabras al
despertar?
Yo me levanto
entonces,
y te amo.
Igual de verde era el verano.
Era igual de verde el
verano,
atravesado en
cortinas,
fértil sequedad y una
bruma confusa
que hacía esperar la
tormenta
en el juego previo
del vaho y la carne.
Y entonces creía
que la tierra estaba
enferma
de un réptil
abandonado.
Verde igual de
cortinas era el verano,
bordado en brasas
piedra jugosa
mandobles que la
memoria daba
sobre la zurda mano.
Guardaba una sed
espantosa
para las lluvias del
verano.
Qué dulce sangre.
Dejaste encendida las
luces,
la mañana todavía es
confusa.
Prefiero las sombras
y adivinar
qué dulce sangre
puso en tus labios la
espina.
y florezco en negro
terciopelo,
me costuro a tu talle
para que luego me
deshilvanes
dolorosamente quieta.
Ya no lloran los
grillos,
debe ser el día y no
las luces del patios
éstas
que a tientas
sueño.
El tiempo es viento.
Hazte más piedra
¡oh, monolito!
rómpeme si puedes
mientras canto.
Monzón rebelde
sirocco encanto
vengo
en son de fiebre a esculpir
tus pasos.
¡Y no te cubras en
las canteras!
¡Y no te cubras de
sol blindado!
Vendaval de horas
traigo en mis manos
Para moldear sin
prisa
un cuerpo
mujer.
Para nunca más.
Me comeré tus cenizas
pájaro fénix,
Te hundiré tras la
piedra en Betania
y ya no consumirás
los nidos
con que poblaste mis
venas.
Borraré los surcos
del cielo
y a manotazo ocultaré
las chispas
donde le verano venía
a encender su cuerpo.
Plumaje de brasas que
mi lluvia apaga:
ni en la peor
oscuridad,
ni en tus ojos
jamás convocaré de
nuevo
la angustiosa paz que
traía en las noches
tu luminoso vuelo.
Palabras en la esquina.
Ancha red es mi paso.
Pescadora de hombres
sentada al borde del
día me lanzo
contra pájaros e
islotes.
Pero nadie camina
sobre las almas,
la tempestad de
asfalto arrecia
¡y no señor! déjame
ir
hacia el fondo de la
alcantarilla.
La esquina serpentea
trayéndome le fruto
que de pronto
desnuda,
un brazo amargo el
vientre.
Llena de cielo y
costumbre
practico
el silencio de las
santas.
La prisa que desnuda.
Confiémonos,
hablemos de dormir
juntos
expuestos
a la radiación de los
sueños.
Contémonos las
costillas rotas
y juguemos con esta
apariencia
de barcos que se van
a pique
en la calma de un estero.
No perdás el tiempo,
amor que se construye
de confesiones
aunque imperio se
vuelva,
de la noche a la
mañana
nos lega
tan solo
la caricia de sus
ruinas.
Fue como no encontrarte.
I
Era el tiempo de la
siembra,
aré tu abismo y
esperé paciente
los frutos del
vértigo.
Fiel a tu balanza,
grano a grano deduje
el peso de tu
augurio.
En la cosecha
mis manos
marchitaron,
hubo una plaga de
sueños
que no pude
ahuyentar,
ni las estrellas más
ardientes pudieron
ni el mercurio en que
convertí mi sangre,
nada,
ni siquiera encender
mi cuerpo
para con llamas
gritarle al cielo tu
ausencia.
II
Fue como no
encontrarte,
y con todo el sol del
mundo, fue
como clavarme ojos de
ciego
para mirarte en la
nada.
fue como no
encontrarte,
a pesar de los mapas
que descubrí en tus
huellas,
a pesar del siseo
de tu voz en
suspenso,
del compás
persistente
de tu cuerpo de agua
en ondas
en la punta de mis
dedos.
Entre dientes.
I
¿En cuál de estos
años te marcaste,
en cuál de ellos
con su hierro candente,
con su furia blanca
más precoz y
ardiente,
más luminosa
más que la nieve?
II
Asustado,
terriblemente
abandonado
salto en la espuma,
con la rabia canto
la lluvia del mar.
El reflejo en la burbuja.
No mirarte ni
tocarte,
pues partidos vamos
lejanos el uno del
otro.
Vos amás los
pronósticos,
predecir en pantallas
antes que del cielo
inmenso.
La noche es un
artículo de lujo
y el día, la
necesaria luz
para distinguirte de
los pobres.
El pobre es genérico,
una palabra que
apesta
que anda a pie y que
suda
que ama cursilerías
como las de ver un
hijo
corriendo tras las
palomas en la plaza.
Vos preferís un amor
virtual,
elegir por catálogo
la sonrisa y el sexo,
las posiciones
cosmopolitas
las intrigas que
mejor te cubran
y te muestren imbatible,
héroe, redentor de
las masas.
No mirarte ni
tocarte,
pues partidos vamos
lejanos el uno del
otro.
Lo revelado.
El hombre nace
disperso,
busca su propia mitad
y un día la
encuentra.
En ocasiones es dueño
de la cuerda
pero habita silencioso
en los extremos.
El hombre se cree
infinito
pero jamás
multiplica,
levanta el censo de
la unidad
y jamás explica nada.
Él es Xochipilli o
Xipetotec,
a veces huele a flor
y otras veces
a carne.
El hombre hace lo
imposible
y se resbala,
va de un lado a otro,
se aferra con uñas y
dientes al recuerdo.
El hombre nace
disperso
y la mujer,
conmiserada
busca reunirlo,
hace cuanto puede.
Los escombros del alma.
El grafito del cielo
boceta un mundo de
hombres en ruinas,
atlas cotidianos que
apenas soportan
la tristeza de un
pájaro
esculpido en los
hombros.
¿Adónde van con su
yeso y acero,
con la herida jungla,
con la boca espanto
del coliseo?
Déjame, ciudad,
una plaza intacta de
sueño,
un costillar de
tiempo,
el plomo esternón que
hunde
los ojos a ras de
suelo.
Déjame, ciudad de
sombra,
al menos
una muralla vena
un vestigio
la ruta que me lleve
a descubrir
bajo tierra y agua
las manías,
las columnas del
hombre
los escombros del
alma.
Arte patética.
Técnicamente
esto
es un abrazo,
el vano intento de
esfumar las palabras
y recrear con ellas
el cuerpo,
los brazos que en
esencia
son los puentes y los
motivos
y las ganas de morir
juntos
a causa del amor
eterno
o en su defecto
por el odio que tanto
y tantos
nos tenemos.
Instrucciones para el solo.
“Empiece por romper los espejos
de su casa.
deje caer los brazos, mire
vagamente las paredes,
olvídese.”
(Cortázar)
Los primero es bajar
los espejos (ya otros nos soportan mejor).
Se cubren con una
manta negra o se quiebran al grito ¡Perseo!
Bajo la luna llena.
Luego se busca el
hilo de agua que está formando charcos en cada
rincón de tu casa; al
encontrarlo, regás cal sobre él y esperás a que
se retuerzan los
recuerdos brillosos y a que la hondura no sea más
que un reflejo de tu
mirada satisfecha.
Pero en principio
desconfiá de las paredes que avanzarán en puntillas,
arrinconándote con
disimulo, midiéndote en ladrillos y devolviéndote
ecos y palabras de
amor que creerás olvidadas.
La necedad del amor
es tal que te confunde con soledad para encontrarte
una mínima compañía.
Don Recuerdos.
Don Recuerdos está
sentado,
contempla absorto al
Momotombo.
La ventana azul
resplandece,
los árboles son de
vidrio y en ellos
cantan alocadas las
chilincocas.
María pasa,
una mariposa danza e
ilumina su rostro.
De la calle viene el
rumor del agua
como un río que corre
entre las piedras.
el mundo es verde y
pulido brilla,
es una campana que
dobla y vuelve
siempre vestida de
domingo.
Hay baños de luz en
cada esquina,
alborotados y eternos
bajan persiguiéndose
los escolares.
Con sus mochilas de
cuero
capas de plástico y
botas de hule
juegan a ser
inmortales,
de dos en dos y en
fila
entran a la vida,
caminan seguros
sobre las aguas.
Don Recuerdos está de
fiesta,
deslumbrado de sí
mismo
hace cuentas
cristalinas con su memoria.
Mi primer barco.
Mi primer barco
estaba hecho de
silencio,
ninguna letra pudo
construirlo
ninguna palabra
explicarlo.
Apareció de pronto
en una tarde de
Sabanagrande,
con su proa partiendo
la realidad
y echando anclas para
siempre
en mis sueños.
Mi asombro fue su
mar,
un blanco gesto de
niño
su banderita inútil.
¿Dónde se construyen
los barcos?
-me decía-
¿En el centro de la
tierra, en los bosques,
o son otros ríos que
a pedazos
va reuniendo la mar?
Mi primer barco fue
en Sabanagrande,
un lunes, por cierto,
y era azul como los
cerros lejanos,
lleno de armas y
nubes negras,
grave como un viernes
santo,
fugaz
como todo recuerdo.
Bitácora
del párvulo.
“¡Seamos felices! Yo soy Dios
y he hecho esta caricatura.”
(Nietzsche)
No contaré la
historia porque apenas recuerdo a los personajes.
Los personajes son de
la infancia por lo tanto irreales, el discurso de la insobornable vejez, real
como un conejo, trémulo y de inquietantes ojos rojos.
Diré que junto a
ellos le prendí fuego a calendarios con fotos de santos,
Mártires de papel que
iban ardiendo mientras atizábamos en nuestras bocas
La delicia pirómana y
reconocía, fácil, entre reflejos y petardos, al camén de los fósforos, al veto
que tosía riendo como una fragua, al naldo que saltaba al río para no quemarse,
al fabri Torquemada aprendiz de mago y tesorero de las horas. Rompían las
lluvias las tejas del verano y entonces nos convertíamos en palomas que
cruzaban el diluvio, zompopos de mayo corriendo en los patios, zurcidores del
sueño en las grandes goteras, y contábamos leyendas que duraron tanto como los
segundos contados entre el rayo y el trueno.
Para ese tiempo, el
sol fue la moneda perfecta para el trompo de las tardes, Damocles era el rey y
su espada, una vaina enorme de carao. Fidel contaba que en el Sur la gente
vivía a orillas de la pavimentada para gozar del único viento de los carros al
pasar.
“Se llamará Fidel Castro (dijo a todos Manfredo) para que nadie me lo humille, para que viva algún día como Robinson,
perdido en una isla.”
Y eran los viernes
que llegaba el circo, estrella caída y musical, parlantes coloreados, Hotel
California con huéspedes maromeros y pitonisas que adivinaban la luz por medio
de la bombilla atestada de insectos.
Un lunes pasó un
barco, recuerdo, por tierra de marinos que nunca vieron el mar. Cerraron la
escuela nos mandaron saludarlo para que aprendiéramos a soñar y a gritarles fuck you! A los gringos cuando no daban
chocolates y a correr para robarles la bebida de sus convoyes accidentados en La
Curva y a reír, caramba, entre hervidero de helicópteros y compás de botas
pulidas como espejos.
Yo asistí, por
diosito, a entierros donde las vacas eran las dolientes, a entierros de espanto
y diluvio en que la tumba era de agua y se abría rompiendo aguas como un
segundo vientre para el recién morido (Gerardo llamó a Belinda cuando se iba y
ella miraba la niebla y yo la miraba a ella, aún viva, despidiendo al muerto que
la llamaba).
El gran memo se fue
para Oregon a darse cuenta del abismo en que vivía y desde entonces comenzó a
odiar con un terrible amor a Honduras, igual que Roque, pero no el Dalton,
hablo del filibustero Castro, creador de la teoría definitiva del soltero
eterno: “Hay que odiar a la mujer –me
dijo- porque ellas nos odian, porque no
pueden ser los ángeles que dicen, ni las ninfas de Rubens, ni el poema, ni
siquiera lo eterno del beso primero que el tiempo muerde y destroza”. Sin
embargo, pudo más la curiosidad: las alas que nos brinda el vértigo también me
dieron el primer vacío.
Y así comenzó la
búsqueda, cantando el Yellow submarine sobre un neumático bajo las tormentas.
La búsqueda, la fórmula para no olvidar la colección de instantes, la
restauración de los frisos, las palabras y los rostros que no harán historia ni
poesía, el último gran juego de la vida antes de olvidarme y nacer de nuevo en
la muerte.
Léster.
Aquí se lleva él
esperando.
No acepta que la
noche
se le suba a los
hombros,
ríe
y logra desfigurar
las demás sonrisas.
Allá va él
marchándose,
esperando que el día
se le baje a la boca
(pareciera dispuesto
a quitar las manos
del timón
y bajar sin frenos
la empinada cuesta).
Advertencia del inscriptor al reverso de la partida de
nacimiento.
Vas a encontrarte de
pronto
reconociendo que
fuiste un nombre
no un hombre,
un nombre dicho por
azar
para culpar a alguien
del desastre
en una firma
demasiada presta
en una carta
en una foto con
número sobre
o bajo el rostro,
en un cuaderno
extraviado
o en un libro robado
o en la factura
telefónica
donde no se detallan
los aguantes
los exabruptos,
las melodías cantadas
en la madrugada
queditas, para que
nadie escuche
o los días en que tu
nombre
era el único que no
escuchabas
y tenías que
decírtelo para no olvidar
la voz de tu madre
llorándolo en la tarde,
la voz de tus amigos
riéndose
la voz de tu abuela
que se confunde
y repite el sonido de
tu infancia
o la dulzura que
creíste infinita
en los labios de todas
las mujeres
que te amaron por el
eco
por el desgrane la
cascada
el odio salido a
colación,
la lista en la
escuela
en la rifa
en los voluntarios
para sostener la bandera,
tu nombre en la bruma
o en la broma de una
calle
desesperado tu nombre
parafernalio, poca
cosa
de pronto alguien
respetable
que se pone en
corbatas y menciones
y se busca para
adornar una hoja
y para coleccionar,
para tachar
para ser ejemplo de
la locura
del divorcio, de lo
mal que suena
tu nombre que tal vez
aguanta
o sea un simple decir,
una síntesis,
un crisol
o el punto final en
una lápida.
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