miércoles, 24 de junio de 2020

Canto cuántico - Ameht Rivera, México




CANTO CUÁNTICO
Una aproximación hacia una nueva realidad literaria.

¿Cómo se pueden aplicar las leyes de la física cuántica a la literatura?
Si la literatura clásica, tal como las Leyes de Newton, tratan de describir el mundo visible, ¿puede una nueva literatura intentar describir el mundo cuántico, o bien funcionar ella misma bajo las leyes de ese universo invisible y caprichoso concebido en la mente de Max Planck?
Tal como Newton y Leibniz tuvieron la impostergable necesidad de inventar unas nuevas matemáticas (calculo infinitesimal) para atrapar al mundo observable en la red de una ecuación, ¿puede realizarse un invento paralelo en la literatura para describir el mundo cuántico  o mejor: crear una nueva realidad literaria fundada bajo los principios de la física cuántica que rigen ese mundillo inverosímil?

Mallarmé, ya adelantó un intento de canto cuántico con sus “golpes de dados” al agrietar en espacios blancos el párrafo marmóreo para lubricar con dulce azar las grietas de la certidumbre. La sustancia (¿causa formal?) de un dado no es su forma rotunda, ni sus pecas significantes; lo esencial de un dado (lo que hace al dado, dado) es el azar.
Un dado es un cubo pecoso dotado de fabuloso azar.
¿Literatura cuántica?
Lo más cercano a una literatura cuántica es la poesía, y más concretamente: el poema, ya que su esencia es la polisemia (el poema es una rosa cuántica con pétalos de significados y significantes). Un enunciado que tiene un significado unívoco es una descripción, una narración, una noticia, pero nunca un poema. Al igual que en el mundo cuántico, aquí, en el poema, el lector de alguna todavía inexplicable manera, no solo incide, sino que decide el significado de cada palabra en particular y del poema en general, mejor decir: lo establece, al leerlo (mirarlo), tal como el espectador, en el experimento de la doble rendija, incide sobre la realidad del electrón.   

Rosa pobre…,
es un ejemplo de cómo en este enunciado, el adjetivo pobre tiene, como el electrón de los experimentos cuánticos, al menos dos significados (posibilidades): escases/empatía y entonces es el lector (espectador) quien decidirá cuál de ambas acepciones de la palabra pobre asignar al sustantivo rosa, es decir: el lector establece el estado semántico de la rosa leyendo/mirando. Y esta variedad rutilante de significados del adjetivo pobre, también es aplicable al sustantivo rosa, cuyos pétalos de significados deberá deconstruir por su parte el paciente lector.   
¿Y, entonces, quién es el poeta en este verso escueto?: ¿yo o el lector?: ambos.
Un poeta es también su propio lector: y un lector su propio poeta.
Él mismo (el poeta) es el primero que define el significado de la rosa pobre (¡pobre rosa pobre!), ya que al tiempo que escribe también lee el enunciado y establece, para él, el estatus semántico de la rosa pobre. 
El poeta al publicar un poema, lo que hace no es compartir su creación, sino compartir la posibilidad de que el otro (el lector) también cree. Cabe decir: de que el otro también sea poeta.
La creación es un acto lingüístico que precisa de dos. O al menos de un individuo dual, como el Dios bíblico que dialoga, ¿consigo mismo?, antes de acometer la creación de la raza humana: “hagamos al ser humano a nuestra imagen…”, y aunque, sospechoso de politeísmo ante la pronunciación del verbo “hagamos”, probablemente Dios no se vio auxiliado por un demiurgo, sino que dialogaba consigo mismo en un divino soliloquio tal como, cuando escribe, el poeta es su propio lector y dialoga con su alma-palabra. Entonces yo diré:
Hagamos al lector
a nuestra imagen y semejanza
(¡hagámoslo poeta!) 
En una literatura presuntamente cuántica el autor no define, quien define es el lector. Es decir, el autor solo insinúa una obra, o mejor; su obra es puramente insinuación (y aquí no debemos confundir la insinuación con lo inacabado: la insinuación puede considerarse una obra porque tiene un principio, un medio y un fin, aunque en este caso el fin es –como escribió Borges– un Jardín de senderos que se bifurcan y no un camino previamente asfaltado de significado por el autor). Esto último tiene correspondencia con al arte contemporáneo (vanguardista) en que las obras han pasado de ser cerradas a ser abiertas (indefinidas, pero no inacabadas), donde la frontera entre el autor y el espectador quedan borroneadas por el divino pincel de la incertidumbre. Donde la obra de arte es como un pin cuántico: un objeto rutilante lleno de posibilidades, y no una sola posibilidad previamente definida por el autor, como en el arte clásico. ¿Habría que crear también un lector cuántico?

Incertidumbre= libertad.
Mirar es definir.
La rosa solo es fea o hermosa cuando la miro.
La rosa solo es rosa cuando la miro.
La rosa, ¿qué es sin la certidumbre de mis ojos?
El poema es una rosa cuántica construida a miradas y pétalos de palabras
El poema es una rosa cuántica decosntruida a miradas y pétalos de palabras
El poema es una rosa deconstruida
El poema es una rosa derruida
El poema es un rosa Derrida
El poema no existe sin el lector.
El poema es en el lector.
Este poema es (está siendo) mientras tú lo lees.
Deja de mirar este poema.
Las metáforas suceden en el lector, no en el papel.   
El papel es un purgatorio blanco donde el poema espera para ser leído.
Toda mi teoría literaria se resumen en un acto: mirar/no mirar.


Dos: 2: II

Ana naa
N
A
Aan
Esto podría ser un poema-palabra, acaso un parco ejemplo de literatura cuántica (parco, pero fundacional). La deconstrucción de un nombre en todos sus componentes y la exploración de sus diversas, pero finitas posibilidades combinatorias (¡Oh, cabalistas!), he ahí un canto cuántico, la poética del azar.  
Éste es un poema-palabra porque, al deconstruir la pieza en sus componentes esenciales dotamos de muchos significados (polisemia) a un vocablo cuyo sentido ya estaba tiranamente establecido.
Podemos repetir este juego cuántico con cualquier palabra, en cualquier idioma, en cualquier galaxia.

Ameht Rivera
Soconusco, junio del 2020.

martes, 16 de junio de 2020

Cave Canem




El poeta trágico de Pompeya quiso tener un perro de mosaico. Se suponía que amedrentara para que lo dejaran escribir en paz, pero todos se acercaban a su puerta y comentaban sobre la belleza que ahí ladraba, señalaban cada detalle de aquella maravilla y resaltaban su bravura contenida.
“La furia también es paciente’’– se decían- “La furia del poeta ladra en silencio” – decían otros- y el perro se tensaba listo para despedazar la tarde.
Pasaron los temblores
las cenizas
los bombardeos sobre Pompeya
y los trepidantes turistas se preguntaban
qué obra sobrevivió del trágico poeta.

Ese es el momento en que el guía responde: nada, no sobrevivió ningún escrito,
sólo dejó al perro cuidando que nadie lo molestara.

F.E.


El Teniente Sturm ¿Qué es leer? - Ernst Junger



"Para él, leer era más que compenetrarse con sentimientos ajenos y complacerse en los pensamientos de otros, era una forma de vida que, avanzando sin trabas por el terreno del espíritu, le llevaba a todas las tribulaciones y goces imaginables. Esos grades hombres le reducían el laberinto de ecuaciones a fórmulas breves y sustanciales, fundían en el fuego de su fuerza la vida real, hecha de contradicciones y prolijidades inútiles, para darle una forma clara y eterna. Transparentes como el cristal, aparecían hombres pulidos por el cerebro, abrasados por el corazón, y, enfocados por una batería de reflectores, sacaban a la luz lo más oculto. Se veía por fuera como la sangre, roja, circulaba por las venas, como los plexos nerviosos se contraían bajo el despliegue de la voluntad, como mil lámpara incandescentes eran alimentadas por el torbellino de fuerzas del cerebro. Un ímpetu inmenso y un deseo irresistible de lanzarse furioso más allá de las fronteras y obstáculos resultaban comprensibles antes de arder en la magnificencia o de consumirse en el horror. Se luchaba con los héroes, se traicionaba con los traidores, se asesinaba con los asesinos y, después de acceder a sus esferas, había que reconocer en el combate, en la traición y el asesinato, necesidades internas. Y el poeta, el artista, inmóvil en lo alto, dominaba a todos, como el sol, y lanzaba rayos contra el acontecer y lo hacía girar alrededor de su eje describiendo la trayectoria deseada. Él era un inspirado, un ser inmerso voluntariamente en el gran circuito, un ojo de Dios. Al uno lo derribaba el odio, al otro el amor, uno mataba a una anciana sin saber por qué; todos, y todas las cosas, encontraban en el poeta benevolencia y redención. Él era la gran conciencia de la humanidad, una descarga eléctrica en el desierto de los corazones. En él se cristalizaba su tiempo, lo personal encontraba valor eterno. Era la cresta, coronada por clara espuma, de una oscura ola que se perdía en el mar de lo infinito..."

lunes, 15 de junio de 2020

Javier Etcheverren - Uruguay


Foto: Fabricio Estrada

Javier estuvo en Honduras como voluntario de la Cruz Roja durante la tragedia del huracán Mitch, en 1998. Encargado de ir por nosotros al aeropuerto y gestor voluntario del Mundial Poético de Montevideo, de inmediato supe que mi participación le llevaba algo del derrumbe que vio en aquellos día de noviembre del 98 pero también algo de lo que en Honduras logramos superar, en este caso en palabras. Javier fue hablándonos del Uruguay a lo largo de la Rambla hasta llegar al Hotel Spléndido y lo que iba señalando era un Montevideo que se debatía entre el Mar de la Plata y la espuma que había erigido interminables condominios y estatuas de Artigas. Era el mar, la gente corriendo en esa costanera bellísima y el nuevo Uruguay pos Frente Amplio, entonces -antiquisimo Uruguay que retoma el punto en suspenso de un conservadurismo nefasto-, el tranquilo tono de un poeta que se sabía preparado para la amistad con un sosegado sentido del humor siempre presente, como acto de mago que lo va sorprendiendo a uno con pañuelos sacados sin aviso, de cualquier lado, del silencio que presiente un giro extraño, del silencio que avisaba que se nos venía la cuarentena, del silencio de la poesía que solo calla para  prepararse a decir las cosas más duras de la verdad con un calmo sentido del asombro.


De «Desidia» (2009)
Honduras

el hambre le come los músculos
su piel decidió envejecer
sus pies pertenecen a las niguas
apenas lo ampara la negligencia
mirarlo es asistir a su funeral

ese niño
juego de azar
festival de la desgracia
icono de la omisión
es breve y frágil, es una cosa
imagen que puede herir
la sensibilidad del televidente
objeto de nuestros comentarios
y este poema

De «Fábula de un hombre desconsolado» (2014)


MI MADRE


Mi madre tiene seis brazos.
Así logró salvar a sus tres hijos de aquel incendio.
Corrió hacia el futuro,
dándole la espalda al derrumbe, al fuego,
hasta que fueron cenizas.
Recién entonces nos permitió mirar hacia atrás.

Mi madre saltó desde un balcón
aquella vez que los perros me atacaron.
Se lanzó al río y salvó de su feroz corriente
a mi hermano Adrián.
Desvió -con un golpe certero- un veloz automóvil
para evitar que mi hermano César fuera atropellado.

Mi madre nos salvó a los tres del hambre,
ese vacío voraz
que ataca a los niños en pleno día.

Ni el tiempo puede con mi madre.
Se han muerto mi padre, mis abuelos, mis tíos.
Mi madre ha decidido no morirse antes que sus hijos.
Tan poderosa es.





MI PADRE

Mi auténtico padre
gobernaba un planeta distante.
Vendrían por mí
buscando al heredero del trono.

Mi auténtico padre
recorría el mundo y hablaba varios idiomas.
Un día lo cruzaría
en algún puerto lejano.

Mi auténtico padre
era millonario y tenía
negocios en Asia y Oceanía.
Me mandaría un obsequio pronto.

Mi auténtico padre
era guerrillero y llevaba
una vida clandestina en Perú o Colombia.
Yo estaría orgulloso de su lucha.

Lo cierto es
que mi falso padre
murió solo, sin gloria
y ni siquiera tuve
interés en su cadáver.


De «Ruidosa Luz (100 haikús)» (2016)


Entre el bien y el mal

tuvimos que elegir.
Elegimos mal.

Quiso la roca
batallar contra el mar
—dijo la arena.

Una mujer
con forma de canción
canto en voz baja.


De «Cuerpo roto en cuatro puntos cardinales» (2018)

IMPOSIBILIDAD DE XIMENA

Atravesé los hemisferios del tiempo
tras la hazaña de recrear
con poemas tu elipsis.

Pero soy impreciso
y sólo es grava semántica tu fibra:
un misterio convertido en delirio,
una fábula opaca,
un galope de versos sin vigor.

Se fatiga tu rastro
pero hay un conflicto
de bruma y minerales
cuando presiento
tu regreso.

¡Entonces escucho
-justo detrás de mí-
unos pasos que se acercan!
¡Entonces escucho
-justo detrás de mí-
una llave girar!
Entonces me vuelvo
-veloz y sonriente-.
Entonces me vuelvo,
en vano,
porque ninguna puerta se abre.



De «Un viento sosegado (50 sonetos)»


Instrucciones para escribir un soneto

Primero, nazca en plena dictadura.
Segundo, crezca con la democracia.
Tercero, deserte de su envoltura.
Cuarto, madure con ineficacia.

Quinto, acéptese enfermo y sin cura.
Sexto, alégrese de su desgracia.
Séptimo, evite siempre la impostura.
Octavo, no le tema a la acrobacia.

Noveno, no complete el crucigrama.
Décimo, progrese con el alfabeto.
Undécimo, desdramatice el drama.

Duodécimo, apártese del libreto.
Decimotercero, grite que la ama.
Finalmente, escriba este soneto.




Ensoñación

Despertar juntos y seguir despiertos.
Abatir el pasado y el futuro.
Admitir el presente sin entuertos.
Desvestirse de color en lo oscuro.

Odiar con ternura, con desaciertos.
Procurar lo intenso, situar lo impuro.
Querer tristemente, como inexpertos.
Pretenderse de modo prematuro.

Preguntar las preguntas prohibidas.
Responder con reserva, desafiarse.
Desangrarse en palabras las heridas.

Abrazar el dolor y abandonarse.
Derrotar ausencias y despedidas.
Dormir juntos y nunca despertarse.



Javier Etchevarren nació en Montevideo, Uruguay, en 1979. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado de la UDELAR (Universidad de la República). En su país, publicó cuatro libros de poesía: «Desidia», «Fábula de un hombre desconsolado» (segundo lugar en los Premios Nacionales de Literatura 2016), «Ruidosa Luz» (mención en los Premios Nacionales de Literatura 2018) y «Cuerpo roto en cuatro puntos cardinales». Todos, salvo el primero, a través de Editorial Yaugurú. Algunos de sus textos han sido publicados en diversas revistas nacionales e internacionales (Maldoror, Letra Nueva, Notre Dame Review, Palabras Errantes, Massachusetts Review, Waxwing, Colorado Review, Blue Lyre, American Literary Review, Blackbird, Xavier Review, otras). Fue incluido en las antologías «ME USA» (Perú), «América invertida: an anthology of younger Uruguayan poets» (Estados Unidos) y «Nueva Poesía y Narrativa Hispanoamericana» (España). En Perú, publicó la plaquette «Ruidosa luz»; en Estados Unidos, traducido por Jesse Lee Kercheval, el libro «Fable of an Inconsolable Man».   


jueves, 4 de junio de 2020

Tegucigalpa y la recurrencia - Fotos: Bruno Valladares

Bruno Valladares, amigo doctor de Tegucigalpa, ha tomado estas fotos del centro de Tegus durante la cuarentena. Le he escrito diciéndole que son las mismas imágenes que se repiten y entremezclan cuando sueño. Cuando sueño son estas atmósferas las que se erigen ante mí: la Tegus onírica de siempre. Escribo a continuación lo que estas imágenes me han traído de vuelta o quizá intentaré detallar algo de lo que veo por lo general al cerrar los ojos.


 Aquí fue el giro de la medianoche. Acortamos la llegada a casa en el carro del circo. Siete adentro de la fiesta esa de atravesar Tegucigalpa sin restricciones. Vacía -como siempre a esas horas-, la peatonal fue la risa interminable de haber roto las leyes sin ley de testigo. El carro era perfecto, tan pequeño como nuestros salarios. Quizá hemos sido de los pocos que usamos la vía como autopista.

A la vuelta, subiendo a la izquierda, las manzanas en miel de la navidad, la mayor aglomeración de calcetines de polyester y el laberinto de requinteros más rápidos de Tegus. Pero en esta calle, a dos pasos de la transparencia que no se ve, el Variedades me expulsaba de su paraíso con otras manzanas brillando en mi retina. Una vez subía al edificio a la derecha: ahí trabajó mi madre. Octavo piso Ministerio de Economía y las letras de TAN SAHSA que quedaron colgando como toda la nostalgia hondureña. En la esquina amarilla, la espera de la foto de toda matrícula. Mi rostro debe estar cortado a tijera por ahí, en álbumes Ultracolor o Kodak. En todas salía con un dejo triste o absorto. Alguien, espero, las habrá hecho confeti para piñata barata.

A media calle estaba la barbería de los barberos más serios. Ir allí era como asistir a una preparación de cadáver. Yo era el cadáver siendo acicalado por un silencioso forense especialista en peinados. Pagaba rápido, apenas podía decirle buenas tardes. A unos metros, el lugar de mi primera foto de entusiasmo: con un celular Sony Ericsson creí encontrar en una cortina de metal quemada, la composición y ángulo perfecto para mi nueva mirada de fotógrafo. El edificio entero se había incendiado días antes, pero yo solo miré el color, la textura que contrastaba en el metal. Caminé muy poco por esa calle. Nunca me gustó aún y cuando la mole de Hondutel despuntaba al fondo a la izquierda, con si prometiera ciudad de verdad.



Del Jossy hay mejores cantos que el mío. Fui unas tres veces y no tomaba fotos pero se me quedó su atmósfera verde y roja para ambientar mis recuerdos. Este es un barrio chino de cabo a rabo y no sé cómo un día aprendía a pedir la cuenta en chino y los chinos me quedaron viendo mal para nos traslucir la sorpresa. En El Cantón compré mi primera botella de vino y una vez fui el último de la fila que llegaba hasta ahí. La serpiente venía de dos cuadras abajo, y todos permanecíamos en un silencio de romería aguardando entrar a un santuario. Me entretuve viendo los escaparates con toda su porcelana barata hasta que di con las fotos del mural de ladrones expuestos a la entrada del mini súper. Quedé frío. Eran tantas mostrando pañales y latas de leche. 

La acera que se ve a oscuras fue en su tiempo las ínfulas de modernidad de una ciudad que no cuajó. Era una acera amplia que le daba una amplia bienvenida a los consumidores de Rivera y Compañía. Esta calle tenía su despleigue de glamures: la vieja pizzería Pizza Boom sus espaguetis con pollo (afamados por todas las nostalgias de primeros sueldos invertidos ahí) y, en diagonal, Restaurante Mediterráneo, con mi primer cordero a la griega y mi copa de vino snob. También hubo un "centro turístico'' donde vi bailar parejas al ritmo de Rigo Tobar, en esa cumbia alicaída de sirenitas de oropel. Pero nunca vi a turista alguno. La calle se ponía oscura de pronto, la sangre de los heridos en las aceras se volvía fluorescente y uno tenía que iniciar la ruleta rusa de pedir un taxi que no asaltara.

 Las fauces oscuras de un lobo que se ven al fondo son las de la pomposa Plaza Central. En la esquina naranja un Pollo Campero que tuvo su tiempo de prestigio para invitar a nuestras novias. Frente a él, el edificio que le llaman Jestereo y en el cual, en el cuarto piso, hice mi práctica profesional de Tercero de Comercio. La Procuraduría General de la República. Era tan solemne el nombre y tan aburrida su música ambiental que yo me ponía a ver desde sus ventanales la plaza (la de las fauces oscuras) a la hora en que los practicantes de mi colegio, el Central, comenzaban a agruparse para lucir sus uniformes de práctica, así como yo, flaco gris y blanco con termito clásico al hombro. Un mediodía de 1992, septiembre, vi que todos los burócratas de la oficina se arremolinaban en  torno a una radio y comenzaban a gritar como celebrando un gol. ¿Quién metió gol? pregunté. ¡Muchacho! -me dijo una secretaria con lápiz labial todavía ochentero- ¡ganamos el pleito limítrofe a El Salvador! ¡Ahora tenemos 112,498 km cuadrados!... Regresé a mi escritorio y me dije que iba a extrañar cuando la profesora Magdalena Cruz nos hacía repetir en coro ¡Honduras tiene 112,088 km cuadrados! ¿Por qué no se lo dimos a El Salvador? volví a preguntar. Nadie sabe lo que es un nido de burócratas viéndote con rabia patriótica. Nadie.

 Dos hotelitos viéndose insistentemente. Ninguno de los dos puede invitar al otro a ir a uno de sus cuartos aún hayan pasado por ellos poblaciones completas. Ellos solo pueden verse y desear que quienes entran a sus entrañas sepan honrar su impotencia de edificaciones viejas y austeras.
En la esquina derecha, El Cantón y el inicio del barrio chino de facto. Esa calle debió vestir sus mejores galas cuando supo que iba a ser fotografiada por Bruno, pues nunca la vi tan iluminada. Los adoquines aun se sostienen y se han ido puliendo. Esta es de las pocas calles que aún los mantienen y que hicieron suspirar al poeta sampedrano la primera vez que llegó a Tegucigalpa. Íbamos la tribu completa en la paila de un carro. Dos o tres botellas de ron y el suspiro: siempre quise vivir en una ciudad con adoquines. Al escucharlo todos reímos y dimos un brindis por eso ¡También nosotros! -gritamos.
 Otra calle de barberos y poetas. Los antiguos barberos nunca imaginarían que cortaban el pelo a un lector de poesía y que, sobretodo, en la esquina, en primer plano a la izquierda, un poeta también cortaría pelos y tardes, fígaro posmo y rockero. Dos edificios bellísimos a mitad de calle, el Hotel Boston y su retador con balcón cuarentero, frente a frente. Pasé siempre por esa calle para bañarme de su diseño bello y tener cómo defender a Tegucigalpa cuando me decían que era fea.

En esta esquina veía pasar a Ezequiel Padilla. Sigo llegando a comer donde Víctor, Brenda y Meli. Busco una mesa junto a Esteban y dejo que el carrete de la calle comience a correr para quizá capturar de nuevo el fantasma del tigre. Al fondo estaban los cines Palace y Lido y en la siguente cuadra el Instituto Alfonso Guillén Zelaya donde estuve meses en mi primero de Comercio. El Mónica era un amplificador de bocinas y motores de buses más que una estación, pero de alguna forma daba caché decir que tomabas el bus en el Mónica. Era como una referencia de urbanidad que te ponía en situación de conocedor. No estoy seguro cuántos kilómetros repetí en esa misma cuadra, yendo y viniendo, pero lo que si aseguro es que aparece en mis sueños siempre. Lo extraño es que en mis sueños esa calle está limpia y no tiene las toneladas de basura que ahora la cubren.

"Donde Tom"... "Por El Millón"... "En la esquina del Santa Teresita"... en las fauces del fondo estaba la Imprenta López y fue allí donde nacieron mis poemarios hasta Houdini vuelve a casa... Más allá de la oscuridad está el Finlay y los espectros mellizos de los cines Aries y Tauro. Bajé esa calle saliendo de tandas nocturnas cuando se podía ir al cine de noche. Caminaba con tranquilidad aunque solitario. En los audífonos, una selección de baladas del glam metal o un disco de Enigma para que la calle pareciera amplificar el misterio. The return to innocence. De día, es una de las avenidas que más evito cuando regreso. Me parece insoportable su carga de tráfico y fantasmas.


Y quizá sea esta la calle que más caminé en Tegucigalpa: la que va desde el Barrio Abajo hacia Los Dolores. Inviernos copiosos, frentes fríos, largas filas para el taxi, pollos fritos comidos tras las borracheras con amigos, el girar a la plaza y permitir que la ciudad se abriera como un despliegue de mar, el cableado arañesco y los comedorcitos para desayunar... el dolor terrible en el pecho por ese amor que me desgarraba... y a la vuelta, abajo a la izquierda, comenzaba la subida a la Cerro Grande como entrando a un sueño lleno de los símbolos que recolecté al cruzar Tegus.