jueves, 15 de febrero de 2018

Erick Aldana, Honduras - Manual para viajar en tren

Foto: Fabricio Estrada


Manual para viajar en Tren

1.Súbase a la Cápsula que imita la lejanía y la extrañeza.

2. Ajuste el cinturón de la  modernidad y la melancolía.

3. No se siente a lado de locos que abrazan caballos de peluche.

4. Olvide el ruido y piense en el aleteo de una mariposa, o el delicado acorde de un piano.

5. Póngase las gafas más oscuras la mirada puede ser el espejo más siniestro.

6. No diga adiós siempre hay alguien despidiéndose para siempre.

7. Sea un observador irónico pero divertido de todas las criaturas

8. Si el viaje es largo vea por la ventana el paisaje siempre tiene algo que decirnos.

9. Si un niño le sonríe haga usted lo mismo, no manifieste monstruosidad a lo largo del recorrido.

10. Si se aproxima a la estación piense en lo que dejó atrás recuerde que los trenes no tienen retroceso.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Samuel Trigueros - Honduras

Foto: Fabricio Estrada


A FRONTE PRAECIPITIUM
A TERGO LUPI

Entro a la noche de tu mudez, de tu desnuda negación, donde la abeja deposita un polen de tinieblas para el devocionario de la ausencia.
Entro a la noche, a su bajel calafateado en que las moscas celebran funeral perpetuo para la utopía.
Entro a la noche, a pesar del delirio de las horas que penetraron en luminosas cuchilladas hasta la médula de la necesidad y del deseo.
Entro a la noche. Soy el astronauta desolado, el pastor de las constelaciones cuya frontera está en las líneas de tu mano.
Entro a escribir una epístola imprecante al guardagujas incorruptible de la muerte.
Entro a la noche a bendecir con mi traje de llamas la indómita floresta del cierzo.
Entro a la noche como a los intestinos del cadáver sepultado en el corazón secreto de tu patio.
Hago girar tu nombre en sílabas y entro al abismo con mi lámpara de quásar. Estoy cauterizando el aire que dejó el censor de los abrazos. Te voy a perforar la piel con luz, como un huésped que transparenta con palabras las paredes del misterio.

Afuera arde la cisterna de las horas y en nuestro pecho brilla, incesante, la anunciación de la mañana.




CETRERÍA

Cruza la nave. Cruza el ave. Toca su sombra
el cuerpo abajo. Cruza la sombra de la pluma
en la existencia demediada. Carne abajo en la sombra.
Arriba el vapor tenue de los años.
Empuja el viento a la tarde por un acantilado.
En el fondo la música. Su negra espuma. Mirtos
por el rocío de los sueños doblegados, ayunos de futuro,
saben de la esperanza sin presupuestos asignados.
El corazón suma su terquedad a lo excavado, rebate
la profundidad del hurto. Le hediondez de la miseria
tiene la misma estructura del perfume. A los dos
alegoriza en fuego el poema que cubre los cadáveres.
Un cernícalo entra como un rayo. Penetra a diario
en su jardín de sangre. Hay música
en las nubes, sin embargo. Hay un propósito
en los giros de la pluma o la navaja.
Contrapicado blanco.
La carne es música podrida en el pasado.
Aloja el cráneo lo amargo inevitable.
Hay tiempo. Pasan por alto corceles
de vapor electrizado. Islas de sombra
flotan en el aire. Vertiginosas muertes emplumadas.
Hay un proyecto de verdad en la ascensión de los geranios.
Sin embargo, pierde aves la sombra abolida en las terrazas.
El sol contempla la masacre.
El corazón insiste y se hincha de esperanza. Falta
La concesión del aire para apagar los rayos. Para volver
Las gotas del jardín vaporizadas.
La epifanía es el aroma de un instante.
Después ingresa en catafalco
la carroña y el fisco hace su jugada.
El sándalo de la mirada cae
en la geometría muerta de su sombra.
Y voy soñando una música,
una estructura que no acabe
bajo la sombra herida de los cielos,
al borde pasajero de la sangre.




OTRA VENTANA
A Alfonso Cortés


¡Átame a las vigas del cielo!
Ha culminado mi odisea en este oscuro istmo
Tan propenso a la ira y la extinción
Hay una canción que sólo yo escucho en este espacio
Una canción:
¿A dónde se marchó la ciencia?
Una canción:
¿Dónde están los que propalan
Calumnias acerca de los pájaros que habitan
La jaula abierta de mi pecho

No olviden el detalle de abrir todos los días
La ventana y de vez en cuando
Dejarla así para que entre la noche y sus luceros

Hay un león también aquí
Escondido
Hay un león de piedra viva
Entre las tablas fosforescentes de mi mente
¡Átame a las vigas!
No permitas que me vaya
Es tiempo de hambre aquí en la habitación del frío
Sobre la roca solitaria de los sueños
Átame a las vigas del cielo y dame
La paz, tan sólo, al menos,
¡La paz de algún salvaje!
Acaso si yo vivo en ti encuentre
En tu corazón una ventana para ver la intensidad del cielo
Si no es así permítanme
Alcanzar el borde de la noche
Tocar la piel
De una estrella que no existe.




MÁS LEJOS

Decir decir decirlo todo
en partes
en pequeños bloques
en largas tiradas de sonidos o de tinta

lanzar un tenso cable hacia la nada
o hacia las esferas

pedirle a Withman prestada
esa araña que lanza filamento
para envolver al mundo o al menos los pesares
en sedosos verbos
en el capullo de los párrafos

decirlo todo a plena voz
sin atender los vetos
los decretos
la coartada
la mordaza
sacarlo todo desde el fondo del magma
hasta la superficie y más
más lejos de la piel rosada de los labios
de la testa
hacia el aire activo que camufla bestias
transparentes muros
cianóticas miradas del cíclope

no claudicar
armar por dentro un cubo
una esfera
una pirámide llena de significados
apuntando hacia el vacío externo
puesto que adentro
sólo al menos solo
hay un cadáver soñando con la vida
hay sombras caninas de azafrán o copal
esencias indistintas elevadas
en penachos de humo
en grandes frases
o en minúsculas aparentemente grandes frases
en espejismos bondadosos para expulsar la realidad
de la realidad
en fin
preconizar
alzar un credo un nicho un altar
unas hermosas nubes radiadas
y en medio la gran palabra
           METALENGUAJE
para burlarse
para hacerlos volar con sólo la nostalgia del metano
horadar los cráneos y los pechos
hacer girar el barreno de silencio
entrar en la materia bofa a colocar un gran cartucho
una candela de palabras sin prestigio
romas
de tanto ir y venir de boca en boca
sin las aristas de otras
las de ellos
para encender la mecha hasta decirlo todo
en partes o en pequeños bloques
mejor en grandes explosiones
cuyo origen es apenas
una historia sencilla
personal
que indescriptiblemente
toca las esferas.




EL FÉNIX

¿Cuándo iniciamos este fragor?
¿Cuándo
             del sueño y de la carne míos
hiciste tu materia
y la incineraste
en fabulosas llamas?:
                                      único esplendor
                                      de una vida precaria.
¿Cuándo es de ti
                 o de mí,
Poesía,
la constante ceniza que renace?




MEDIODÍA

Toda esta hora es una llama gastada, un viento violado en medio del verano, el ojo encendido de todos los instantes, la punta de una navaja que se desliza dentro de las venas.
Esta es la hora de todos los quebrantos y el punto donde comienza la pudrición y el resquemor. Este es el sitio donde –hartas ya de movimiento- las cosas se detienen a preguntar, una vez más, cuál es su nombre. Pero el sopor sólo permite adivinar lo que más tarde podrá llamarse de algún modo.
Lo que arde no es el sol, sino nuestra existencia, vista en el vasto espejo de los cielos. En ese resplandor se quema nuestro rostro: somos un pábilo manso, una brasa domesticada, un enervado rescoldo.
Nada escapa a esta flama que se extiende, a este mar de ira, a este valle de ardor insoportable. Nada puede escapar: ni el viento que se despelleja, ni las nubes como pústulas que se revientan, ni el paria exhibido por esa luz de salvajes vatios, ni el avaro que se entrega al espejismo de la estopa transfigurada en oro.
¿Quién nos ve desde esa flotante pupila, desde esa ampolla de avinagrado ardor?
Nuestra sangre sabe que es la cara luminosa de la muerte,
pero calla.



AGUJERO NEGRO
Cada doce horas se pudren las nubes, se anega la luz y se calcinan las estrellas redondas que, como mables de fuego, usan los angelotes para probar suerte en los agujeros negros del universo. Cada doce horas nace un lagar de confusiones, un laberinto descifrable únicamente al tacto, un río que arrastra peces de alquitrán. Cada doce horas se desdicen las cosas, y la mesa y la pirámide y el vívido edredón y los zapatos y los cuerpos, vuelven a ser un inmenso follaje sin nombre. Cada doce horas el sórdido acecho, la nostalgia inmóvil y el silencio leve amenazan derribar el mundo. Cada doce horas, en alguna lengua muerta, algún dios dice “Hágase la sombra”.




TRENO
por Isis Obed Murillo

Todo ocurre en silencio.
El autobús va hasta el tope.
Rostros abotagados por el sueño.
En los parlantes
          una voz vende la franquicia del cielo.
Pláticas ruidosas.

Pero todo ocurre en silencio.
Fogonazos de vida
corren hacia el pasado afuera de la ventanilla,
hacia ese único instante.

Una estación en la memoria:
a la derecha una malla metálica
                y disparos,
                    ráfagas;
a la izquierda una motocicleta en llamas,
               cuerpos confusos,
una bala que sale de su boca de fuego,
     corta el aire,
              pasa por un rombo de la malla,
                      entra en tu rostro adolescente
                                 y sale.
Atrás deja
tu cráneo roto por la sombra.

Pero todo esto ocurre en silencio,
adentro de una nube de gases.

Los pasajeros van hacia el olvido
    como sus pláticas,
    como la voz que ofrece en oferta el cielo.

No estamos en un lugar.
Estamos en el instante en que tu mundo
               desaparece,
estamos en tu silencio, Isis,
       adentro de la muerte.

En silencio,
el tiempo ha comenzado a construir tu monumento:
un obelisco hueco donde estamos:
Afuera
      ecos,
      el asesino rumor de un tiempo desgastado;
adentro,
           donde cayó tu sangre,
              cuerpos tendidos en la oscuridad
     miran tus luces en lo alto.

Pero no estamos en un lugar;
estamos en un instante:
en el instante en que tu mundo
se une a lo desconocido,
en el instante de tu muerte
y te cubrimos de claveles rojos, Isis,
te cubrimos de rabia y de ternura,
te cubrimos, Isis,
de silencio,
te cubrimos, te cubrimos.

Estamos en la estación interminable
de donde nunca pasas.
El autobús se marcha
y aquí estamos
una vez más:
Ahí la malla metálica,
           atrás la sombra,
de este lado el pueblo.
Pronto saldrá,
         otra vez,
de aquel fusil la bala.
Debemos apresurarnos, Isis,
                       cruzar la calle,
    encontrarnos con las ráfagas de Historia,
flamear una vez más los gritos libertarios.
El autobús se lleva mi fantasma.
Yo me quedo, compañero.
      Muchos nos quedamos,
hombro a hombro en la batalla.




FRAGMENTOS DE UNA BITÁCORA

*
Les llega el turno a mis muertos,
al sedimento fosfórico de sus huesos,
al oscuro torrente de su sangre
por el silencio de mis venas.

Como mis muertos,
todo quiere terminar:
las horas,
la madurez incandescente de los frutos,
la redondez del mundo,
la perfección de las imágenes.

Pero, ¿qué es terminar,
aquí
donde memoria y muertos
se anudan a lo eterno?



*
Todo el mar cabe
en la palma izquierda del tiempo;
sus límites
no tocan tierra firme,
ni es palpable
su fondo de tiniebla.

Sin embargo, nos cubre.
Somos la isla de su noche,
la zarpa de su acecho,
la cintura
de su furor inmenso:
somos la mar,
el tiempo,
y de nuevo
su fondo de tiniebla.

*
La bruma que se filtra
cuelga del rombo de mis ojos.
Veo a través de ella
el filo de la luna,
los rostros vacuos,
las paredes constantes
y las tres cabezas de Renzo
que muerden,
que ladran
y desgarran
el alma de mis días.




EN EL ANDÉN

Que mis poemas no sepan cuando haya muerto.
No se lo digáis. Que ellos
sigan viviendo en los bosques perennes,
lejos
de los cazadores furtivos.

No hubo otro camino que pudiese tomar.
Todo me condujo aquí. Con esfuerzo
y, a veces, blandamente
como una brizna sobre la corriente.

Alguna vez fui carpintero, maestro,
constructor de cometas,
pintor ecléctico, predicador de una capilla
donde una muchacha hizo arder mi corazón
como en el mismo infierno;
frutas de todas las temporadas pregonó mi voz,
crucé a nado como un tritón
incontables ríos y en algunos
               vislumbré la muerte,
peleador callejero, conferencista de arte,
editor, lazarillo
              de diversos ciegos,
mas todo me llevó a este deslumbramiento.

No hubo elección.
Sólo un reconocerse
en el centro del misterio.
Incluso estas palabras
provienen de ese hechizado territorio.

De pronto, un día, los astrolabios
se quedan sin estrellas
y los esquiroles declaran su incompetencia
pues desconocen mi lenguaje.

Como el sol es ley para los jardineros,
así para nosotros que aspiramos
la flor fugaz de la existencia.

Y oscurece.

Cuando haya muerto que no lo sepan mis poemas.
Susurrantes como hojas
del profundo corazón de un bosque impenetrable,
lejos de los cazadores furtivos,
sigan viviendo.


SAMUEL TRIGUEROS ESPINO
Tegucigalpa, 1967

Poeta, narrador, ensayista, pintor. Su obra ha sido premiada, publicada y reseñada en su país y en el extranjero. Editor de textos, ilustrador, productor de publicaciones impresas y sistematizador en proyectos de desarrollo. Ha representado a Honduras en festivales de poesía en América y el Caribe. Entre sus libros están: El trapecista de adobe y neón (narrativa, poesía, ilustración), Animal de ritos (poesía), Antes de la explosión (poesía), Me iré nunca (narrativa), Exhumaciones (poesía) y Una despedida (novela breve).