jueves, 28 de enero de 2021

Episodio 28, Mis primeras impresiones de Puerto Rico


En estos días han debido celebrarse las Fiestas de San Sebastián en el viejo San Juan, un estallido de comparsas que devuelve al pueblo de Puerto Rico su condición de absoluta alegría a despecho de todo lo que ha venido sufriendo los últimos años. La pandemia no ha dado tregua, al igual que mi memoria y mis primeras impresiones sobre la ciudad y la isla una vez que llegué en el 2016. Escrito para uno de mis cursos de antropología en la UPR, este fragmento del ensayo los invita a que entremos juntos a esos rincones no vistos o negados, narrado por la mirada de un hondureño.

martes, 26 de enero de 2021

Soñar es ver las cosas invisibles

Foto: Fabricio Estrada

 Soñar es ver las cosas invisibles

a distancia imprecisa, y, con sensibles 

impulsos de esperanza y voluntad

buscar allá en la fría línea del horizonte

árboles, playas, flores, aves, fuentes:

besos que nos debía la verdad.


(Pessoa, fragmento del poema Horizonte. Mensaje)

viernes, 22 de enero de 2021

Julio Torres - Honduras

 


No todo es evidente. El dolor puede estar supurando ante nuestros ojos y puede tomarse como tema, bosquejo, estudio para la insensibilidad que, ahora con más insistencia, flota en el centro de las artes. Muchas veces me he preguntado sobre la materia oscura que sotiene a la poesía desde el más acendrado anonimato, muchas veces entiendo que los libros no son suficientes para encontrar a quienes, desde la oscuridad, anotan cuidadosamente el inventario de las cosas jamás contadas. He conocido la poesía de Julio Torres desde las misivas en morse que impone  Honduras para comunicarnos, y en cada poema que me ha dado el privilegio de leer -algo que ya han hecho jurados en los concursos que ha participado y que no entiendo cuál fue el criterio utilizado para dejar en la sombra sus textos-, he podido sentir la contracción muscular de un cuerpo poético conciente de su propia fuerza. Hijo del Valle de Sula, su poesía nos llega desde el cieno de las inundaciones y desde las huellas profundas en todas las despedidas. No todo es evidente cuando una luciérnaga se abre camino en medio de la luz del día, como si fuera un ser humano perdido en la selva más espesa. Y aun más allá: aun no se ha dicho todo de la poesía hondureña, mucho menos cuando Julio Torres ya ha visto a los silenciosos artesanos puliendo cajas de música y se apresta a escribirlo o a captarlo en la fotografía.

Cartel encontrado a la orilla de un cadáver

 

 

A quienes osen abrir nuevos caminos

dejaremos ciegos,

para solaz nuestro

bailarán sobre botellas rotas,

la primera ley: el que persevera sangra.

Vigilaremos a los de mirada profunda y libro en mano.

Negamos absolutamente las voces del papiro.

Este es el nuevo orden: animal de sacrificio.


II

Una oscuridad geométrica

 

 

 

 

 

 

Inmersión continua, recuerdos: un viejo cuadro con paraíso de leones y niños al mismo tiempo, las casas en que estuve, vientres protectores,

un LP de Barbary Coast. Electricidad en los huesos, deseos: crecer, crecer como el humo, volver al agua cotidiana,

al amor primero bajo los almendros

a los días en que no sabía los nombres prohibidos.



III

Semblanza

 

 

 

Yo vi puños en alto como jardines de furia, silenciosos artesanos puliendo cajas de música, escuché palabras nuevas a la orilla de la penumbra,

vi hombres y mujeres sedientos del agua clara de la verdad; la muerte era la verdad

en el índice de los guardianes del silencioabismo,

yo vi la espera, tiempo de granito irrompible,

en el rostro fatigado de mi madre a la luz de un candil.



IV

Oráculo

 

 

Hijos del cuchillo, ustedes que siguieron

el rastro trémulo de los perseguidos, que labraron el miedo en la piel

de los que entraban por las puertas-libro: nadie fue llamado por el oprobio de la sangre. A quienes les fue arrebatado el árbol joven,

escribieron en el polvo, para ustedes la muerte como único signo de la infalible justicia:

que se morirían dijeron

con la paciente muerte de todos

en algún punto exacto del calendario.



III

Vespertina

 

 

Afilarse los párpados

para que nadie aplaste nuestras bocas, la tarde mide lo mismo

que un cuerpo tibio entre las hojas, vamos juntos:

hay que deshilachar el insomnio para dar con la raíz de los sueños, seremos espera sin uñas, escalera de papel.

De las sobras del fuego haremos una luz.


II

Víspera

 

 

La noche susurra tu nombre,

tu cuerpo lejano teje y desteje los hilos del deseo, en la urdimbre de las palabras

mis máscaras yacen agotadas:

digo héroe, inmortalidad, la nada, vasija o beso, voy del insomnio a la mudez,

péndulo de los días que me han sido concedidos.

Los que dijeron ausencia

no se acercan al tamaño del vacío entre la casa y el mar que amarás.



VIII

 

 

 

Destiempo

 

                            Nadie guarda

una camisa limpia para las horas difíciles, nadie pule el poema antes de herirse

en el cristal roto del dolor.


IX

La sed

 

 

Abrir el grifo,

sentir que el día se derrama. En otra parte del mundo una bomba

secó las tuberías.

El desierto nos aguarda, somos siervos del dios líquido.



X

Poética

 

«Morning has broken like the first morning»

Cat Stevens

 

 

 

Con la lámpara del pecho romper la mañana,

si bastara cubrir el sol

con el desaliento de los días malos, habrá que golpearse el rostro

para que tiemble el espejo, masticar alfileres para decir sangre, echar andar el atanor del día,

transmutar la voz secreta de las cosas.



XI

Página en blanco

 

 

Asomarse a la oquedad, puntos cardinales de ceniza, una luciérnaga hará camino en el resplandor del mediodía, ningún remordimiento

por los insectos que abrazaron el ojo de la vela, aferrarse a la insistencia:

la visión de la roca ascendiendo a un hombre.


Episodio 27, El poeta al final del cometa

Las caravanas migrantes y el fallecimiento del poeta hondureño Gustavo Campos ¿Qué tiene que ver la una con el otro? Un pequeño homenaje al amigo, al compa, al gran escritor que perdimos... y tambén un recorrido a la migración humana.

jueves, 14 de enero de 2021

Episodio 26, Blake muere en París a causa de un paparazzo


¿La mirada heredada a tía Lauren en lugar del ojo editado de Cartier Breson? ¿Qué tuvo que ver Orhan Pamuk en lo que yo he visto? Una reflexión desde la fotografía a lo que terminó conformando la antología de mis textos publicados en Puerto Rico.

Entrevista a Eduardo Milán, Revista Bajo Palabra, México

 https://bajopalabra.com.mx/todo-el-mundo-escribe-poesia-ya-no-hay-parametros-criticos-eduardo-milan?fbclid=IwAR0rPYw6ZYscmWOiPFlqja1sNaKZg22fZWzd17V_-Uk_AKnC6MypAzpEkwA

-¿Se puede escribir una poesía regional y ser universal a la vez?

– Sí. Y ahora es muy probable que se cultive un poco más lo local con esta crisis, es una de las posibilidades de la crisis pandémica y sanitaria que también es humanitaria que estamos viviendo a nivel mundial. Lo local, creo, se va a redimensionar en relación a la globalización que teníamos y que tenía una parte falsa, y la parte falsa es la que creía que todos los productos a nivel mundial, lo cual es una fantasía, una cosa medio estúpida, iban a circular en pie de igualdad con el mundo; imagínese que un producto cultural de Nueva York tenga la misma circulación que un producto cultural etíope o de Ruanda o de algún lugar africano, eso es para dementes, no existe. Entonces, capaz que lo local ahora va a tener una redimensión y se va a colocar en otro lugar como valor de recirculación.


Sigue...

Gustavo Campos inaugura otra década

 


En los momentos más duros de la Resistencia al golpe de Estado, en el mismo año 2009, surgió una expresión que cundió como esperanza entre lxs jóvenes movilizadxs en las calles: "estamos ganando en el terreno de lo simbólico"... y la frase se regó mientras los soldados disparaban, machacaban, desaparecían encarcelaban. Los nombres de los asesinados iban pintando las mantas en las multitudinarias "marchas" que atravesaban las calles bajo los gases lacrimógenos en San Pedro Sula y Tegucigalpa y en cualquier rincón donde lo simbólico encarnado gritaba la consigna de resistir... porque... ya el terreno simbólico lo teníamos ganado. El defensor de derechos humanos de la diversidad sexual Walter Tróchez y el artista visual Renán Fajardo caían asesinados bajo la instauración de la locura y se sumaban a Pedro Magdiel Múñoz -asesinado simbólicamente por 42 puñaladas de yatagán militar- y a los maestros Roger Bados, Manuel Flores, Berta Cáceres y a tantos más. 

Pero surgió otra muerte, menos impactante aunque paulatina, algo que solo Kafka pudo hacer premonición para la década que iniciaba: la del artista del hambre, el que sufre en su cuerpo la pérdida de todos los horizontes posibles. Comenzaron a parecer los fantasmas vivos: nosotrxs, entre las ruinas de un país demolido, nosotrxs reuniéndonos en la fiesta macabra de la inexorable miseria y el  acorralamiento intelectual. Si el poeta Francisco Ruiz Udiel inició la década 2011-2021 desde Nicaragua, la dolorosa muerte del poeta y narrador hondureño Gustavo Campos nos inaugura la década 2021-2031 desde San Pedro Sula. Sí, hablo, maldita sea, desde lo simbólico.

¿Cuántos símbolos más le daremos a la dictadura de la anomia ? Ayer 13 de enero la OMS conmemoraba el Día Mundial en la lucha contra la Depresión, un día después de que un funcionario de la Secretaría de Salud de Honduras informara que se contabilizaba un suicidio por día en lo que va del 2021. El mismo día en que Gustavo Campos fallecía, en una muerte aún no aclarada ni declarada como suicidio, pero que sabemos que responde a un encadenamiento de hechos en la vida personal de Gustavo que, quienes lo conocimos, damos por sentado como una más de las víctimas de la anomia social. Conocía a Gustavo desde el año 2002 y de inmediato sentí su pulsación anímica creando un mundo paralelo donde la tristeza era infinita y donde la poesía representaba el único lenguaje que podría comunicar su trance. Él tenía apenas dieciocho años y aún no conocía Tegucigalpa. Nos conocimos en medio de un encuentro de poetas jóvenes que luego sería eje de ferocidades y contraminas en la saludable -y perversa- época creadora que lo asentaría como un poeta absolutamente comprometido en erigir obra. Recuerdo la primera vez que llegó a Tegucigalpa. Recuerdo con claridad esa noche en que toda la fiesta en Paradiso terminó subida en un pick up que nos daba jalón para subir hasta mi casa en Cerro Grande. Su alegría era pura y sorprendida. Gustavo estaba fascinado con la noche decadente de la ciudad y lo miraba todo con arrobo, desde los adoquines del centro hasta las enmarañadas cuestas. Me gusta -decía- me gusta. Tegucigalpa hizo sincronía con su paisaje interno.

Luego llegaron sus cuentos y sus novelas y premios y todo aquello que ya era inevitable: su mundo interior  le estaba dando sustancia al desmoronamiento físico de la realidad hondureña antes de que el cataclismo político irrumpiera pragmático en todas nuestras vidas. Confieso que no me gustaba verlo cuando tomaba en exceso y que, en los últimos años antes de trasladarme a Puerto Rico, me alarmó sobremanera su cabalgata a campo abierto de la bebida. Sin embargo, en sus momentos de sobriedad -que fueron la mayoría en su vida- la tristeza que lo corroía lo elevaba a la estatura de un niño transparente. Hablaba con una franqueza total en un tono submarino. Se volvía tierno, sabiamente huraño. Un rockstar de goma entrevistado por un mal periodista. Esta no es historia desconocida para el circuito centroamericano. Sé que cada país del área guarda a su Gustavo y Francisco y casi podría asegurar que esa cofradía exclusiva de tocados por el sino señalado por  Baudeliere, hubieran creado una explosión enorme en destellos oscuros si algún día se hubieran reunido en la misma mesa. 

Otoniel Guevara fue el que me avisó de su muerte, casi al mismo tiempo en que Karen Valladares me escribía. Oto quería confirmarlo, completamente anonadado como yo y Karen me lo estaba confirmando, con la misma y durísima verdad que me entregó aquella noche del 1 de enero del 2011 cuando supimos la muerte de Fran. "¿Será que nuestro oficio real es el entregarnos estas noticias?", le escribí a Karen. Y pienso que el oficio de un poeta en la Honduras actual -y de siempre- ha sido el de un merovingio, el de un Virgilio que agarra de la mano al lector y lo traslada de un punto a otro antes de desaparecer entre las sombras. ¡Que otros disfruten de los dantesco y sus maravillas atroces! El poeta solo nos trasladó algo para que aprendiéramos a recorrer aquello que él atravesó ya varias veces.

La última vez que vi a Gustavo, el 6 de enero del año pasado, en un momento donde saqué mi peor lado y me ensarcé en una pelea en Bocaloba que lamento hasta el día hoy. Gustavo fue el que me sujetó para contenerme y no seguir hundiéndome cada vez más en la bajeza. "Fabri, no jodás, Fabri, qué triste, qué triste, calmate" me decía sujetándome con fuerza nada simbólica. Dos días antes de su muerte soñé que estaba en aquel mismo lugar y que, con Gustavo de testigo, le pedía perdón al amigo con quien me enfrenté a puños vulgarmente. Gustavo me miraba con tristeza. él desaparecía cuando despertaba. Bocaloba, Honduras entera desapareció simbólicamente cuando él comenzó a dormir, en otro sueño.

 Y la dictadura de la anomia aún sigue ahí.  

¿Cuántos símbolos más debemos entregar? ¿Qué década ha inaugurado, dolorosamente, Gustavo Campos?

GUSTAVO CAMPOS
«(San Pedro Sula, 1984-2021) poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Sus trabajos han sido publicados en diarios y revistas de Honduras y en prestigiosas revistas internacionales como Carátula,revista cultural centroamericana (Nicaragua); Caravelle (Université de Toulouse, Francia); Círculo de Poesía(México); La Galla Ciencia (España); Panorama de las Américas, revista de Copa Airlines (Panamá); Narrativas, revista de narrativa contemporánea en castellano (España); Ágrafos, revista de cultura arte y política (EE. UU.); Revista de la Academia Hondureña de la Lengua, entre otras.
En 2010 formó parte del proyecto 1975. Antología-catálogo del futuro de la literatura en español. 50 autores representativos de la producción literaria joven de América Latina y España,dirigido por el escritor y crítico literario Jorge Carrión, que comprende nombres importantes de la literatura contemporánea como Elvira Navarro, Elena Medel, Lucía Puenzo, Santiago Rocangliolo, Rodrigo Hasbun, Alejandro Zambra, Andrés Neuman, entre otros. En 2017 fue incluido en el Proyecto Arraigo/Desarraigo, los 23 escritores más representativos desde Canadá hasta Argentina nacidos en la década de los ochenta, entre los que destacan Marcela Ribadeneira, Liliana Colanzi, Ulises Juárez Polanco, Carlos Fonseca, Carol Rodrigues y Camila Fabbri, Jennifer Thorndike y Jean-Baptiste Marckenson.
Su obra ha sido traducida parcialmente al inglés, alemán, francés y portugués. Ha sido incluido en las antologías Puertas abiertas. Antología de poesía centroamericana, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017 (Fondo de Cultura Económica de México, 2011); 4M3R1C4 2.0. Novísima poesía latinoamericana, de Héctor Hernández Montecinos (España, 2017); Voces de América Latina I y Voces de América Latina III, compilación de María Palitachi (EE. UU., 2016); Un espejo roto. Antología del nuevo cuento de Centroamérica y República Dominicana, compilación de Sergio Ramírez (GEICA y Goethe Institut Mexiko, 2014), publicada en alemán con el título Zwischen Süd und Nord. Neue Erzähler aus Mittelamerika (Unionsverlag, Zürich, 2014); Literatura Experimental África vs América Latina (Camerún, 2017); Conjuro y concilio. Narrativa fantástica centroamericana (UNAM, México, 2017); Voces del vino(EE. UU., 2017); Tierra breve. Antología centroamericana de minificción (Federico Hernández, El Salvador, 2017); Homenaje a Raúl Zurita (La Galla Ciencia, España, 2017) y en la Plataforma Virtual Proyecto Arraigo/Desarraigo (México, 2017).
Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Habitaciones sordas (Guatemala, 2005); Desde el hospicio (San Pedro Sula, 2008); Bajo el árbol de Madeleine (edición digital, 2010); Los inacabados (San Pedro Sula, 2010); Katastrophé (San Pedro Sula, 2012); Entre el parnaso y la maison. Muestra de la nueva narrativa sampedrana(San Pedro Sula, 2011); Cuarta dimensión de la tarde. Antología de poetas hondureños y cubanos (coedición, San Pedro Sula, 2011); Tríptico del iris de narciso(San Pedro Sula, 2014); Retrato de quien espera un pájaro. Antología poética personal (Honduras, 2019) y El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot (Editorial Nana Vizcacha, España, 2019).
Es ganador del Premio Hibueras, auspiciado por las Embajadas de Francia, España, Italia, Alemania y la Delegación de la Unión Europea en Honduras: en 2006 obtuvo el tercer lugar en la rama de narrativa, con Los inacabados, y en 2013 el segundo lugar en la rama de poesía, con Tríptico del iris de Narciso.
En 2016 se le otorgó el premio único del VII Certamen Centroamericano de Novela Corta, otorgado por la Sociedad Literaria de Honduras y la Dirección Ejecutiva de Cultura y Artes por su novela El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot, publicada en España por la editorial Nana Vizcacha, Madrid.
En 2018 la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, La Ciencia y La Cultura (OEI) y la Dirección de Cultura y Artes le otorgaron el Premio Nacional «Honduras, Cultura y Artes 2018» en la categoría «Literatura» por su amplia trayectoria.
Además, Gustavo Campos es un autor reconocido en los círculos literarios y académicos de Honduras y Centroamérica. Su obra ha sido incluida en el Seminario de Literatura Centroamericana de la California State University Northridge por la artista y crítica literaria PhD. Beatriz Cortez. Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017, escribió lo siguiente: «El joven escritor hondureño Gustavo Campos destaca entre la nueva generación literaria de Centroamérica, y me alegra haberlo tenido entre los invitados a nuestro Festival Literario Centroamérica Cuenta. La publicación de esta novela (El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot) suya en España, representa un escalón más en su naciente carrera, para la que auguro un futuro brillante.»

jueves, 7 de enero de 2021

El Barrio Morazán que viví

La casa se me aparece en sueños desde que dejé de escuchar el silbido del viento en su techo. Horas y días asomándome a ese balcón con mis primos Alexis, Ricardo y Chepe (en la foto aparece Tita y Normi, Ricardo y Alexis sobre el mismo balcón). Desde él veíamos a la doña de los alborotos abriendo su tesoro apretado en miel y blancura. Recuerdo las canciones que llegaban desde el primer piso, de la radio de tía Gloria: Laura Branigan, París Latino, KC Sunshine Band y el anuncio de Totos Pizza. ¿Siempre hubo frío en el barrio o era el frío de la ausencia de Gali Galeano? Tegucigalpa zumbaba en el hastío ochentero alrededor de las dos de la tarde y se llenaba del olor a café molido que se expandía desde la fábrica de Café Maya en el Guacerique. Una mañana salimos a ver la huída de varios estudiantes que iban a ser reclutados, saltaron por el murito hacia la quebrada La Orejona como si fuera la escena final en Escape de Sobibor. Los soldados no dejaron de disparar. "La plaza" debía hacerse vivo o muerto. Es lo que aprendí desde muy temprano: el país era troglodita pero Chepe, mi primo, estaba prendido imitando a Michael Jackson y regresaba a la casa, luego, de la escapada del siglo, bailando Beat it, chasqueando los dedos: "así dejé a esos chepos basuras, Taco Baca". En otra mañana, mis primos fueron testigos, desde el mismo ángulo, de un asesinato en la casa del frente. Una mujer fue apuñalada por su "marido" y salió a morir a la acera. Un par de años después, vivió en ella Marisela, Ana y Norman. Subíamos al ático del segundo piso y nunca olvido cómo silbaba el viento, cómo olía a moho y cómo adquiría peso la presencia que ahí sentí, entre los gatos y las tablas clavadas caprichosamente. El mosaico de adoquines se colocó en 1983 y, desde entonces, el viejo Chevy rosado de don Tito se vio más lustroso, más cincuentero que nunca. Cuando la calle del barrio era de tierra fue solo un mastodonte de sueño, como ahora que lo recuerdo. Estoy hablando de la prehistoria del barrio Morazán. Todo era rosado en ese tiempo: la casa misma era de ese color, como la piedra de cantera característica que se veía en los mejores edificio de Tegus. Cuando la sueño, la casa me sueña traslúcido, como los muñequitos de cristal que perdí en sus rincones, los mismos en los que me perdía viendo sus entrañas de hielo, su laberinto de burbujas microscópicas. Quizá la casa siempre estuvo dentro de uno de esos muñequitos, como castillo de pecera, como artefacto onírico.



El círculo es de llamas en mi memoria: un enorme incendio  hizo escombros la fábrica del barrio. Los vecinos de aquel entonces recuerdan esa noche como el fin del mundo, uno muy privado y limitado a nuestro horror. Las llamas pudieron arrasar con el mesón donde estaban todos los amiguitos y quizá extenderse como borracho encandilado por las casas de madera vestidas de carcoma. Cuando leí "Estambul", de Orhan Pamuk, me sorprendió de que en realidad estuviera describiendo al barrio Morazán: los tejados, las fachadas de madera, los callejones misteriosos, el mismo ritmo de las potras barriales. La madera desapareció, hasta la carpintería color... rosado... frente al parqueo del Estadio, ahí donde se volaban barriletes en noviembre y el lugar donde se intalaban los circos gigantecos del Fuentes Gasca y los juegos mecánicos Play Land Park. Varias veces nos colamos en el Estadio cuando abría los portones al medio tiempo (el Galatasaray  del barrio Morazán era el Motagua), y cómo no, también cuando la selección mundialista de España 82 llegó subida sobre una rastra y se aprovechó a quemar un monigote de Gastón Pérez, el árbitro chileno que le regaló el penal a Yugoslavia "para descalificarnos". También entramos al Tiburcio Carías Andino para escuchar a Nikki Cruz y todo su testimonio ya escrito en su libro "La Cruz y el Puñal". Toda la tribuna de sol norte hasta los topes, toda la luna llena con la boca abierta de ver en vivo y en carne y hueso al protagonista de Jesucristo Superestrella que acompañaba a Nikki, ya converso y nada rockero. Nunca hubo mayor cantidad de biblitas azulitas en las casas del barrio.

El mesón. El laberinto de madera en el que se escuchaban las mejores risas y regaños de las doñitas entre las palmadas a la masa de maíz para las tortillas. Doña Santos fue y sigue siendo una de ellas, la mamá de Carlitos y Chito donde íbamos por las tortillas y a jugar con las bolitas de masa que ella nos daba para "echar un par" al fogón. Chito ya salía con Chepe a las fiestas en el Centro Social Universitario y a las refriegas de Los Phantom, La Latina, La Mao Mao y La Siripuri con sus chacos Bruce Lee y los velocímetros vistos en The Warriors. Nosotros apenas alcanzábamos a llegar a la esquina del chino a ver los veleros Old Spice anclados en la vitrina o a presenciar la final de lucha más esperada de Titanes en el Ring: Martín Karalagián vs. La imbatible, la única Momia Blanca. Al ver que yo permanecía hechizado por un velero en miniatura que acompañaba a los perfumes, Alexis me hizo un juramento solemne que aún no me cumple: Fabri, cuando sea grande y trabaje yo le voy a regalar ese barquito. Hace unos meses vi cruzar un velero real frente al Morro de San Juan y escribí un poema para Alexis, reclamándole, claro. La piedra de ese muro es inolvidable: por ahí era donde nos asomábamos y por ahí mismo se escapaban Ricardo y Alexis. Allá al fondo, como visto por una cerradura, la casa de dos pisos de un niño que se llamaba Roberto, creo, y que nunca jugaba con nosotros porque no le daban permiso. Por años lo relacioné con Kiko, el de El Chavo de Ocho.

 Al final de la calle empinada sigue estando la iglesia San Martín de Porres, donde mi abuela decía que Dios nunca tuvo "casa tan moderna". Y es que la iglesia parece diseñada por Niemeyer como una especie de nacimiento con el cerro Juana Laínez de fondo. Nunca tuvo otro nombre el cerro: se llama como lo llaman. A mitad de la calle, en esa casa de tres puertas, vivió una muchachita que traía loco a Alexis. Al frente se "parquiaban" los camiones de "la jura" durante los reclutamientos forzozos, ya que media cuadra arriba estaba el billar hirviendo de chavos en edad de ser reclutados. Así que la calle era mitad ilusión y mitad tenebrosa. El tráfico de busitos del transporte público era ensordecedor a las 5 de la tarde, tanto como la alarma de las doce del mediodía que los bomberos hacían sonar siete cuadras en dirección al estadio. Era entonces como una guerra con bombardeo y llamas invisibles.


A tres casas de ese grafiti estaba el centro evangélico donde tía Gloria me llevó de vez en cuando. Cantaban bonito, y a mí me gustaba que tenían muchas revistas para hojear, incluidas de ovnis, que eran el furor en ese entonces de 1983. A la altura del carro estacionado que se ve a la izquierda pudo quedar una cruz de madera con mi nombre. No se lo dije a nadie, pero un bus por poco me mata cuando crucé de manera imprudente la calle. Mi vida hubiera durado 9 años y la última mirada que me dieran sería la de los dos focos delanteros de un Rosmo anaranjado ruta Lomas-Torocagua. Una cuadra más abajo, en diagonal a la casa de la brujita vivía y vive el poeta Edgardo Florián. Por alguna razón, la canción de Aniceto Molina representaba para mí el límite del barrio en dirección a la PC: en la curva, antes del puente, sigue en pie una casa con un portón de hierro. Su pasillo es estrecho y abre a un patio interior. Yo le tenía miedo con solo verlo: en la esquina de la vieja barriada, dicen que vive que vive una brujita, y yo quisiera que me saliera a mí...

La esquina de la escuela Manuel Bonilla (antes República de México). El enjambre y los campanazos. Sus aulas estrechas y su patio interior como un juego de damero. También ahí se dieron reuiniones y películas sobre ovnis y de Jesús caminando sobre el agua. En esa aviesa esquina estaba la rejilla de una alcantarilla donde una tarde se me cayó un avión de palillas que hice y pinté de blanco y azul celeste. Tía Gloria me llevaba a la universidad y yo la esperaba en los pasillos escuchando el silbido del viento (Tegus silbaba mucho aquellos días), creando rutas de vuelo con mi avión. De vez en cuando me escapaba al museo de ciencias naturales del edificio CB a ver los animales disecados. Aun me mira el venado decapitado, el ocelote con ojos de maule, el pobre puma universitario congelado en el tiempo. El asunto es que al lado de esa rejilla tía se detuvo a comprar pupusas y a mí se me cayó el avión. Ahí estuvo en el fondo. Veía su alas que decían Tan-Sahsa escritas con la peor letra que un escolar pudo hacer. Arriba sonaban las turbinas, los aviones reales parecían la banda sonora de todas las despedidas en Fellini.

Complejo deportivo La Isla, años 80


La entrada al barrio. Lo que ahora parece estar bajo las condiciones de una guerra civil sin barricadas era antes un barrio lleno de vida y colorido. Lo nuevo prometía estar siempre nuevo y doña Cristy vendía sorpresitas a granel en su pulpería de madera color... rosado, sí, ahí justo donde se aprecia la casa más alta. A dos casas hacia abajo estaba la casita donde vivió mi madre. Tenía una pila macabra en la que por poco se ahoga mi hermano Leonardo Arturo a los tres meses de edad. Siempre que pasaba por ella me daba escalofrío.. En esa casa leí mi primer comics, un Flash a todo color que mi madre me regaló. Frente al carro amarillo escuché por primera vez las más impresionantes "malas palabras" dichas por un niño en medio de un insulto a otro. Cuando regresaba a Sabanagrande lo contaba, porque nunca imaginé que al insulto hijodelagranputa se le pudiera potenciar con un "voscabezadepijahijodelamilpipiriputa"... no estoy muy seguro, pero ese trabalenguas sórdido tuvo algo que ver con la curiosidad que empecé a tener hacia las palabras y su potencia. Frente al siguiente carro estacionado mi tío Filito (Filadelfo) hizo estallar el mayor mortero de despedida de año que jamás se hubiera escuchado en la zona entera. Algunos juraron que fue más fuerte que el estallido de la cohetería en el parqueo del Estadio, que por ese entonces era la medida para imaginar cómo sonaba la guerra en las fronteras con Nicaragua y El Salvador.
El punto donde estalló el mundo era el lugar de la potra y la acera desde donde Alexis se cayó fracturándose la clavícula -si no me equivoco yo lo seguía queriéndole quitar unos confites-, algo que hasta doña Toribia lamentó, ofreciendo una breve tregua en su delicado oficio de rajarnos las pelotas de plástico que caían en su casa. También fue ahí que presencié la primera antiregla deportiva más brutal: "vaya pues -dijo Marcos a todos los chavos- cinco minutos de carne y hueso". Lo que ahí comenzó fue el absurdo más salvaje: patadas, mordidas, codazos y un gol hecho quebrándole los dientes al portero. Hasta mi tío Filo reía y entonces yo reí también porque tío Filo era el entrenador y organizador del equipo del barrio: el abigarrado y enjundioso Schalke 04, terror del campo Satélite y del campo de La Isla. Lo mejor de mis vacaciones en Tegus era ir a La Isla, a sus piscinas y a sus tacos de vendedor ambulante, de queso espolvoreado y rociados con salsa dulce de tomate. Mientras el Schalke 04 desataba a Moncho Pedoloco -el mejor volante que se perdió cualquier equipo de la liga nacional- nosotros nos sumergíamos jugando al Seaview y su Viaje al fondo del mar. Olíamos a cloro por días. Una corrección de enfoque: desde la perspectiva de la foto en mi memoria, los edificios al fondo parecen cosa de ciencia ficción. y si lo miramos bien, lo que ahí se siente es una mirada inquietantemente fija entre el barrio y el espejismo de las Lomas del Guijarro.

 La escuela Manuel Bonilla que recuerdo estuvo pintada durante décadas en un color verde plomo que la hacía parecer una inmensa estación de la FUSEP (Fuerza de Seguridad Pública). Su energía era tétrica, como si la misma estatua de Manuel Bonilla impartiera clases de educación cívica a la medianoche.


Esta esquina era la barbería. Cuando estaba en Sabanagrande y escuchaba el programa radial "Platicando con mi barbero", imaginaba que era desde esa barbería que se producía, y de hecho, el barbero siempre tenía un viejo aparato de transistores encendid y sintonizado en Radio América. Al parecer le gustaba escuchar a rosuco decir que Honduras era un oasis de la democracia centroamericana y a la vez escuchar las amenazas de álvarez martínez de invadir Nicaragua y extirpar a todos los comunistas del país. El barbero vestía de estricta cubayera blanca y coleccionaba la revista La Pura Verdad, la misma que coleccionaba Franovski en Sabanagrande. "Leela -me dijo una vez Fran Rivera Franovski- porque en ella se detalla la conspiración mundial". Esa fue mi sorpresa al verla en la barbería. El barbero me vio fijamente a los ojos cuando le dije que ya la había leído. "Esas cosas no son para cipotes" me dijo en un gruñido. Cuando salía de ahí con "el vuelto que sobraba" me iba directo a comprar con Alexis y Ricardo coyoles en miel. La casa de "la señora de los coyoles" estaba en un callejón, al pie de la cuesta que bajaba hacia la otra calle que conectaba al barrio con el Guadalupe. Su casita era de madera pintada de verde y había que sumergirse en un callejón de tierra que nos llevaba hacia otra época. Viendo la película de Samy Kafati, "Mi amigo Angel" supe que ese era el tiempo en que estaba suspendida aquella casa a la que teníamos que ir con una taza de plástico. Dos coyoles sumergidos en miel semi quemada: 5 centavos. Al final de esa cuesta también hubo un solar baldío donde jugábamos. En esos juegos vi a la niña más bonita del barrio. Se llamaba Diana y recuerdo sus ojos claros y su pelo corto completamente liso cayéndole sobre la frente. Se fue para Estados Unidos y allá tuvo un trágico final a manos de su "marido gringo". Al conocer su destino la he imaginado queriendo que no salga de ese solar lleno de hierba alta y que nos siga buscando mientras se escucha y se huele la pólvora de aquel diciembre.

Pintadas de rojo, las tablas del Mercadito Popular eran el corazón comercial de la zona. "La Popular" era la dirección referencial para todo. Consistía en un solo piso que rebosaba de frutas y cajas o bidones de manteca que se vendía envuelta en papel estraza. Los sacos llenos de frijoles y arroz eran una muralla que daba hacia la calle. "Próxima en La Popular" se gritaba en el bus y el cobrador repetía "próxima en La Popular voo, bajan bajan... Hospital Escuela, Emisoras Unidas, Plaza, Kenide... súbale súbale". Ese era el canto que escuchábamos con mi abuela cuando íbamos llegando al barrio, directo desde el Mercado Colón, donde nos dejaba el bus que venía del sur, ahí, arribita de La Atómica. Al abrirse la puerta verde de la vieja casa de dos pisos, al abrazar a mi mamá o a mi tía o a tío y luego subir sus gradas de madera en busca de los muñequitos de plástico transparente que había dejado escondidos desde la última vez, entraba a unos años muy parecidos a este 2021, en el que estoy seguro que la soñaré de nuevo, dirigiéndome al balcón para sentir el silbido de aquel viento frío y su olor a café molido. Pero a veces no la sueño así: la mayoría de las veces se incendia. 

F.E.




NOTA: LE AGRADEZCO ENORMEMENTE A CARLOS PALMA ZERÓN (CARLITOS) POR HABERME ENVIADO LAS FOTOS QUE LE PEDÍ Y ASÍ CONSTRUIR JUNTOS LA MEMORIA COMPARTIDA.

 

Episodio 25, Bitácora del párvulo

Foto: Fitzcarraldo

El por qué este podcast se llama así, una bienvenida al 2021, arrancando con las esencialidades de mi poesía: un barco en medio de la carretera, el circo sin techo, el neumático bajo el diluvio y el Yellow Submarine como grito de guerra en medio de todas las guerras.