viernes, 22 de enero de 2021

Julio Torres - Honduras

 


No todo es evidente. El dolor puede estar supurando ante nuestros ojos y puede tomarse como tema, bosquejo, estudio para la insensibilidad que, ahora con más insistencia, flota en el centro de las artes. Muchas veces me he preguntado sobre la materia oscura que sotiene a la poesía desde el más acendrado anonimato, muchas veces entiendo que los libros no son suficientes para encontrar a quienes, desde la oscuridad, anotan cuidadosamente el inventario de las cosas jamás contadas. He conocido la poesía de Julio Torres desde las misivas en morse que impone  Honduras para comunicarnos, y en cada poema que me ha dado el privilegio de leer -algo que ya han hecho jurados en los concursos que ha participado y que no entiendo cuál fue el criterio utilizado para dejar en la sombra sus textos-, he podido sentir la contracción muscular de un cuerpo poético conciente de su propia fuerza. Hijo del Valle de Sula, su poesía nos llega desde el cieno de las inundaciones y desde las huellas profundas en todas las despedidas. No todo es evidente cuando una luciérnaga se abre camino en medio de la luz del día, como si fuera un ser humano perdido en la selva más espesa. Y aun más allá: aun no se ha dicho todo de la poesía hondureña, mucho menos cuando Julio Torres ya ha visto a los silenciosos artesanos puliendo cajas de música y se apresta a escribirlo o a captarlo en la fotografía.

Cartel encontrado a la orilla de un cadáver

 

 

A quienes osen abrir nuevos caminos

dejaremos ciegos,

para solaz nuestro

bailarán sobre botellas rotas,

la primera ley: el que persevera sangra.

Vigilaremos a los de mirada profunda y libro en mano.

Negamos absolutamente las voces del papiro.

Este es el nuevo orden: animal de sacrificio.


II

Una oscuridad geométrica

 

 

 

 

 

 

Inmersión continua, recuerdos: un viejo cuadro con paraíso de leones y niños al mismo tiempo, las casas en que estuve, vientres protectores,

un LP de Barbary Coast. Electricidad en los huesos, deseos: crecer, crecer como el humo, volver al agua cotidiana,

al amor primero bajo los almendros

a los días en que no sabía los nombres prohibidos.



III

Semblanza

 

 

 

Yo vi puños en alto como jardines de furia, silenciosos artesanos puliendo cajas de música, escuché palabras nuevas a la orilla de la penumbra,

vi hombres y mujeres sedientos del agua clara de la verdad; la muerte era la verdad

en el índice de los guardianes del silencioabismo,

yo vi la espera, tiempo de granito irrompible,

en el rostro fatigado de mi madre a la luz de un candil.



IV

Oráculo

 

 

Hijos del cuchillo, ustedes que siguieron

el rastro trémulo de los perseguidos, que labraron el miedo en la piel

de los que entraban por las puertas-libro: nadie fue llamado por el oprobio de la sangre. A quienes les fue arrebatado el árbol joven,

escribieron en el polvo, para ustedes la muerte como único signo de la infalible justicia:

que se morirían dijeron

con la paciente muerte de todos

en algún punto exacto del calendario.



III

Vespertina

 

 

Afilarse los párpados

para que nadie aplaste nuestras bocas, la tarde mide lo mismo

que un cuerpo tibio entre las hojas, vamos juntos:

hay que deshilachar el insomnio para dar con la raíz de los sueños, seremos espera sin uñas, escalera de papel.

De las sobras del fuego haremos una luz.


II

Víspera

 

 

La noche susurra tu nombre,

tu cuerpo lejano teje y desteje los hilos del deseo, en la urdimbre de las palabras

mis máscaras yacen agotadas:

digo héroe, inmortalidad, la nada, vasija o beso, voy del insomnio a la mudez,

péndulo de los días que me han sido concedidos.

Los que dijeron ausencia

no se acercan al tamaño del vacío entre la casa y el mar que amarás.



VIII

 

 

 

Destiempo

 

                            Nadie guarda

una camisa limpia para las horas difíciles, nadie pule el poema antes de herirse

en el cristal roto del dolor.


IX

La sed

 

 

Abrir el grifo,

sentir que el día se derrama. En otra parte del mundo una bomba

secó las tuberías.

El desierto nos aguarda, somos siervos del dios líquido.



X

Poética

 

«Morning has broken like the first morning»

Cat Stevens

 

 

 

Con la lámpara del pecho romper la mañana,

si bastara cubrir el sol

con el desaliento de los días malos, habrá que golpearse el rostro

para que tiemble el espejo, masticar alfileres para decir sangre, echar andar el atanor del día,

transmutar la voz secreta de las cosas.



XI

Página en blanco

 

 

Asomarse a la oquedad, puntos cardinales de ceniza, una luciérnaga hará camino en el resplandor del mediodía, ningún remordimiento

por los insectos que abrazaron el ojo de la vela, aferrarse a la insistencia:

la visión de la roca ascendiendo a un hombre.


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