Sextos de lluvia, 1998

Normalmente




I



Comienza.

Le abro paréntesis a un sueño

que no quiere terminar.

Antes de salir reviso

que todas mis cosas sean por hoy

exactas:

La hora, la sonrisa,

el agujero creciendo en mi bolsillo

Normalmente.

Cruzo la calle con una flor en la mano

mientras desafío

a los automóviles que se abalanzan.



II



Aquí

descubro que la soledad

va disfrazada de muchedumbre.

Me aparto y la veo con paciencia;

más adelante otro descubrimiento:

la catedral me tiene vergüenza,

a cada roce de mis ojos

su piel

se llena de palomas.



III



Definitivamente,

en los autobuses no crecen las orquídeas.

por segundos

la desesperación es una plaga incontenible,

piernas, hombros,

todo

en una música estridente.

las ventanillas filtran una luna

que taladra hasta lo más hondo;

la luna,

gráfica silenciosa

recorre al mundo en movimiento.



IV



No deseo terminar

pero el día que se esconde

me impone sus reglas:

el cansancio,

las estrellas primeras…

asombros incrustados

como semillas al suelo.



Cierro paréntesis.



Viene la noche y se ampara

en mi cuerpo solo.

Antes de dormir reviso

que todos mis recuerdos

sean ahora exactos:

la tristeza,

el bolsillo naufragando en el agujero

normalmente.

Atravieso la cama

con ciertos pétalos en la mano,

mientras desafío

a los sueños que se abalanzan.























































El Muro Frontal



I



Cierta suciedad en el ambiente.

La basura desordenada

entre las vísceras de la aire.

Los amigos viéndome distinto,

muy cambiado;

verme una vez

por cada uno que se casa

no es para menos…

las distancias se alargan

cuanto pueden,

como la edad y el olvido.



Pasan las circunstancias,

indicios de que tiempo atrás

anarquizamos la noche.

Pasan las actitudes,

lo alienante,

horas que fueron parte y hechos.

Ciertas imágenes

como un sueño empanado

o como un recuerdo

que se resiste a concretar sus líneas.



II



El muro de la casa de en frente

es el mismo que quisimos pintar

con graffiti de mujeres desnudas,

con nubes que desde aquí

nos parecieron siempre

las olas de las playas.

Tras los cerros conocimos

la imponente redundancia

del adolescente,

imaginábamos

el primer compromiso con el amor,

la última promesa de nunca separarnos

y el estruendoso silencio

con el que posiblemente dialogan

los seres submarinos.







































De Inversos Paralelos.



Domino los gritos,

aclimato las horas a mi silencio.

Arranco ladrillos y me los trago,

tal vez con ellos construya

el alma que necesito para la vida.

Hago preguntas,

preguntas que refutan la existencia

de las cosas

y aprisionan al necio

que sobrevive en mis poros.

Busco razones,

el gran símbolo profético:

la espada o la roca

el número o la letra,

Dios o el hombre.

No hacen falta las primeras luces

para saber que los días regresan,

explicar el por qué hice esto o aquello,

el por qué ahora arde

la creación en mis yemas…

no hace falta en la noche

el suave goteo de la luna,

sino

un dolor,

o la eterna espera que los sueños

me revelen la muerte.









Lo Inminente



El vacío…¿verdad?

En medio de tus besos,

como una frase

a mitad de mi lengua.

El tiempo de explicar

un silencio que sume los días,

la parábola que sos,

incomprensible,

el falso ritmo de los inviernos.

Observo la ventana

y un tejado de fondo,

tal vez vos maquillándote,

barajando la idea

de un posible recuerdo.

Y te marchás

(tantas veces lo has hecho)

como se marchan aquellos

que nunca existieron.



El vacío…¿no es así?

Llamarte después,

después que es siempre un abismo,

un cruzar de piernas,

la inminencia de no creerte,

el viento que se cuela despacio…

o tal vez vos,

maquillándote.







Invierno Bajo Techo



Esta noche callaremos,

bajarán las últimas nubes

hasta rozarnos.

Relámpagos punzantes

besarán nuestros ojos,

mientras la radio vocifere

el pronóstico del tiempo:



pequeña,

mañana en lugar de labios

tendremos raíces.



































Maremagnun



De mañana,

de tarde,

cuando los árboles

son lejana quietud

y el horizonte

una piedra en la mano.



De tarde,

mientras las horas asfixian

y el sol se queda muriendo

en los poros.

En las calles

donde las casas son barcos

encallados en las aceras,

donde el verano vuela

como miles en uno

y te aplasta

te apasta

por siempre,

como un juego interminable

delicado,

como en las noches sin miedo

o como los gatos que acechan

esperando

esperas,

de mañana,

de tarde,

cuando los árboles

son lejana quietud

y el horizonte

una piedra en la mano.

Cúpula



Un seno.

Un seno religioso.

Emerges así,

extendida

en la baja hierba

de Tegucigalpa,

con tu rostro

de frente al cielo,

quieta,

seductora,

bella mujer:

te pienso

y te vuelvo a pensar.



Una tarde donde

nace el silencio,

ni un pájaro

ni siquiera un hombre

saltando por los tejados,

sólo tú,

Dolores,

aburrida de esperar

al Dios

que te observa

tímido,

sin tocarte.









A las Penas y Demás Costumbres



A los meses caídos,

al instante.

A la magia negra del olvido

y al paso de una mano por el rostro.

A los versos del parque y sus horas,

al ritmo preferido del recuerdo.



A la muerte que contagia

y al pecado de regalar flores

mirando a los ojos.



A la noche de todos

que nos implica en sus sueños,

a sus caprichos y friolencias,

a las penas y demás costumbres.

A la cuchillada en los dedos

y a la esperanza que suma,

que altera el alto precio de la nada.



A la indiferencia,

al balanceo de otras manos,

al color de piel

y al beso de la mujer

que nos midió la sangre

un anochecer de mayo.











¿Quién?



El viento

y sus indescifrables nubes.

La sangre,

el dolor en estado de alerta;

la brisa,

el silencio musical

de una mañana

en mármol gris.

Tus labios,

la humilde hipocresía,

el sueño dado vuelta.



Dime:

¿quién eras entonces

que yo te amaba?





























Akarma



Es difícil,

difícil hablarte de todo

sin una palabra dispuesta.

Hacerte creer que soy grande

y que mi frente mide

la longitud de tu espacio.

Qué grande,

grandiosidad de aniquilar

fronteras de luz

y comarcas de sombras:

dar un salto en la nada

para caer en tus pasos.



Es difícil,

muy difícil

confiarte mis brazos,

mi sangre en tu boca,

mis verdades.

Hacerte creer que la edad

es la cárcel de lo eterno

y que la eternidad

aunque nunca llegue,

siempre estará esperándonos.















Casa de Rubén



Se pueden cerrar conclusiones,

amanecer estirado o encorvado,

una de dos.

Se puede intentar un monólogo

frente a los objetos mudos.

Creer en nada.

Se puede madurar un verso

en diferentes tristezas,

madurarlo,

verlo caer como las viejas teorías.

Andar despacio

a través del silencio ajeno,

sentarse,

entablar un duelo con el librero.



Se puede llorar

como en los primeros años,

cuando te dejaban solo,

cuando moldeaban tus nervios

para lo que venía.

Se puede incluso agitar,

armar una revolución de hastío,

tomar una cuchara y observarla

como el gran descubrimiento del siglo…

sí, se puede hacer de todo,

servirle de modelo

a un pintor invisible,

hacerle una declaración

de amor

a los muebles,

buscar el corazón de la guitarra

que se abandonó hace mucho tiempo,

buscarle sus pulmones,

lo que piensa.

se puede incluso existir

nunca haber existido,

nunca haber tomado el lápiz,

una cerveza entre viejos conocidos,

la vida en serio,

la muerte en serio.











































Inevitables



El temor a tus ojos

es justificable.

Ayer,

mientras fingía no verlos

una estrella murió de oscuridad,

el pájaro recibió la bala en su pecho,

todas las cosas fueron otras.

Injustificable insistencia de miradas,

hoy los vi camino a casa

bajando el autobús

subiendo al insomnio.

Hoy los vi,

multiplicándose en los rostros,

en las azoteas sembradas de lluvia,

en mi ropa,

en la noche

en cada luz fija

que iluminaba las calles.

Los vi permanentes

como una montaña inevitable,

los vi y los sigo viendo

bajo el agua

en las mesas

en el aire

en los árboles…

el temor a tus ojos es justificable.



Maldición,

siempre

me suceden

tus ojos.

Idas y Vueltas



Podría sucederme

el desencanto,

no sentir

el paso firme

del pavimento sobre los pies,

la terrible vergüenza

de un aristócrata desnudo

ante el público.

Ser

de una tierra, solamente,

de un lugar,

soledad desbordando

el pálido abismo de los periódicos.

Podría vagar de un lado a otro

tomado de las manos con la mujer

que ya podría amar.

Podría ocurrirme

el hijo,

el nieto en la traslación

de las almas;

la insistente lluvia

y el reclamo del tiempo,

el comenzar de nuevo



o la vida,

que al final de cuentas

se va convirtiendo en lo mismo.







Algo de Piano



I



Es de mañana,

aún llueve

esta lluvia de anoche.

se deja caer

fría,

como un gran ave

hacia la muerte del suelo.

Interpreto el sueño más próximo

y me dejo llevar por sus razones.

Ayer

éramos demasiados

hoy

sólo quedan las huellas.



Algo de piano

en el golpeteo de las gotas:

Bach,

quizá Chopín

en las ráfagas del viento.

Sueñoleaje

en la esporádica presencia de las horas;

explicar la eternidad

y sólo encontrar el silencio.

La eternidad,

la virgen de mil nombres

que cruzó frente a mí

perdiéndose quién sabe dónde.



II



Mucho tiempo

con el mismo libro entre los ojos,

demasiadas paredes

como páginas

que encierran al hombre

para liberarlo.



III



Mis amigos aún no regresan,

es tan de mañana

y aún llueve

la extensa lluvia de anoche.

Ahogo tres pececillos

en la cuenca de mi mano,

los demás se agitan en la almohada.

Trato de imaginar lo confuso

de muchos recuerdos

hablando a la vez,

pero es imposible.

Imposibles los días de verano en el sur,

el tétrico coro de las cigarras,

la solemnidad de los ceibones.

Me veo corriendo hacia el río,

dejándome caer como las grandes aves

y los cantos,

claro está,

los cantos

bajo otras tormentas imposibles.



IV



Hoy

somos

demasiados,

mañana,

tal vez la soledad.

se inicia un intervalo de meses,

centurias plagadas de un solo hombre.

arranco la mejor página de ese libro

que nunca escribiré.



Chopín calla,

al igual que la lluvia.





































Fuego del Sur



Llego al fuego,

al fuego de las piedras del sur,

al fuego de latidos desiguales

y de concéntricos niveles.

El fuego de pájaros profundos

y reptiles adormecidos,

el fuego que no sabe de treguas,

que me empuja

a los redondos brillos de la jícara.



Desde el fondo oscuro de las casas

y de los cegadores muros calcáreos,

las miradas,

la quemadura negra de la pobreza.

Fuego de curiosidad

y humo de recato,

fuego de brazos extendidos,

crucificados,

calcinar de sangre

y cabellos en flamas de antorcha.

Fuego que se alimenta de recuerdos,

de mujeres ansiosas color de venenos,

de extraños,

de días en que la sombra vaga

atormentada

solitaria

consumida.







No Te Sorprendas



No te sorprendas

que el cielo dure

tres segundos,

que apenas

separándose los rostros

se inunden

mis labios de vacío.

El tacto es torpe

y sólo conoce de grietas,

disculpas,

pretextos,

mis manos rudas y amnésicas…

No te sorprendas

que a la luz le dificulte

los laberintos de mis ojos,

que ni un cordel te devuelva

con seguridad a tus huellas.



No es sencillo como parece,

aún se enredan pájaros

en nubes de hilo,

aún zozobran barcazas

junto al sendero de eucaliptos.



No te sorprendas

el día en que despierte

recordando tu nombre.







Absoluto



La noche presenta

sus mejores armas,

trata de vencer la luz

que expulsa mi lámpara.



Los libros se abren,

sus voces llegan hasta mis ojos.

Columnas de hormigas anidan las letras,

en los poemas que algún día

las tornarán sedentarias…

anaqueles inmensos,

interminables,

sueñan párpados brillantes.

…Jerusalén lejana

construye murallas de acorazado tiempo;

retroceden insignias de luna almendra,

rojizas lunas de alfanjes y dagas,

los orgullos de Saladino

el de lágrimas desiertas…



Silencio.

Silencio.

Olvida.



Apenas los grillos

enhebrando su historia,

apenas el viento,

el susurrante roce de los capítulos

que huyen

a la persecución de mis dedos.



Ven,

despacio

galope de estepas,

pliega tu alma

descúbrete inmenso,

el tenso arco del sueño

precisa

de un cuerpo guerrero.











































Sextos de Lluvia



Las plazas de junio son una sola,

en ella relampaguean versos

y retumban visiones.



Las mañanas de junio

astillan ocotes,

preparan el café,

humean de neblinas.

En las plazas de junio existe

el desdén por lo innovante,

ahí, la hormiga es transporte

y las guaricoyas

el canto.

Las tardes de junio

son torrenciales y grises;

a veces un paraguas medroso

y otras,

un rebelde párpado

sumergido y abierto.



En las bancas de junio

se ahoga lo trivial,

se ahogan las sábanas y los ruedos,

en los tabancos las zarigueyas

y en las cunetas los borrachos…

En las noches de junio

los niños se rinden esperando

los soles de marzo,

resucitan el angelus

y los muertos regresan

flotando,

al ritmo de campanas y arroyos…

























































Liturgias

A Guillermo Díaz







I



No importa este día,

vasto y ajeno

al oscuro ritual del insomnio.

Día de contrariados

que esperan la compañía del silencio,

día sin mayores razones

que la presencia de un desconocido

en las calles.



II



Ha hecho el último invierno sobre la vida,

ha salpicado,

se ha postrado en la esquina de mis ojos.

Algunas sombras

son como piedras echadas a rodar,

alguien las toma

y las lanza contra las puertas.

Árboles y atares mayores

se plantan

como lo fueron hace profundos tiempos,

guitarras melancólicas cantan

con cierta muerte afianzada en sus cuerdas.

(la nueva trova envejece,

sin embargo, nos calla,

como jamás pudo hacerlo la teología)



Algunas mujeres trasiegan amores,

son como recuerdos

que un corazón toma

tembloroso y huraño:

van envejeciendo

mientras nos hacemos la idea de un sueño,

van ennobleciendo sus grandes caprichos,

van llegando,

enumerando,

van pasando lista

a los que vamos quedando,

solos,

santiguados

entre la liturgia del día

y la blasfemia de las noches.































Las Caravanas



Las caravanas del viento se alejan,

pierden sus rutas.

Océanos atormentan la hierba,

hierba océano del profeta,

del que duda interminable

sus locuras.



Arena,

arena en los poros

y en las puertas que nadie abre.

Hoy

podríamos quedar en silencio,

desechar la idea de salvar el mundo…

bajo las aguas, sí, bajo ellas

el silencio acumula pedazos grandes,

ventiscas terribles

que borran el pasado

o lo regresan,

como todas las muertes que regresa

el océano.

Las glorias del pasado

son vientos

que no son cuerpos ni transparencias,

cuerpos que no son vientos

bajo las aguas.

Adormecen

como un gran monstruo enamorado

del tiempo,

como el dragón

o la mujer sin alma;

dominan sin contemplaciones

el gran imperio de las palabras,

ahogan con su aliento

el susurro de la duda.



Las caravanas del viento

se alejan,

estremecen por última vez

la cítara del miedo,

danzan las piedras

y se estrellan contra las sombras.









































Imposible un Ángel



Me harto,

por Dios,

lo juro que me harto.

Sólo un gesto

a través de las ventanillas

y el humo,

sólo un diálogo

un buenos días

dos gritos

y me harto.



Me harta el hombrezuelo

vendedor de periódicos,

pregonero de sangre,

hojas,

suplementos o basura.

Me harta la úlcera

y la mueca extensa del mendigo;

me hartan sus dientes, su hambre,

su peste…

estoy harto de subir al taxi

con la misma pierna,

de correrme,

de sentir obesas costillas

y paleolíticas costuras.



Me harto del mismo sendero amplio,

ondulante, neumático,

del cómo ignoro a los náufragos

en este mar de automóviles.

me harto de los segundos prisionero

en gafas oscuras,

escaparates

o cámaras ocultas.

Imposible cruzarme de piernas,

abrir el alma,

respirar…

imposible un ángel

imposible nada

si la nada implica

un perro que retoza en la grama

o un barroco tardío en la frente.



Estoy harto de mi dolor de silla,

no de espalda;

la silla es mi vértebra lumbar

hoy y ayer

y mañana y después.

Me harta el reojo con brillos de charol,

hurgar los bolsillos,

eslabonar una y otra vez

mi inflación.

Estoy harto

de ningún zorzal escandalizando

los salones,

de ningún loco

folclórico o realmente retardado.



Me harta saberme escribiendo

lejos de las acacias

camino al cementerio,

de la guitarra de fondo,

de todo niño jugando al mable.

Me harta esta lluvia

-también me harta –

que cae suave,

difícil,

con ventisca o sin ella,

pero ciega,

sin convicción

sin la tía Lauren y la abuela María,

sin los gritos de Rigo y los nervios de Memo,

sin todos los ausentes de allá

de mi pueblo.









































Alquimia en lo Negro



Existe una sola noche,

una sola lectura,

espacios distendidos

donde los días colapsan gélidos

como la fría materia de ciertas almas.

Existe la luz,

el guiño perpetuo de los soles,

embriones de tiempo ocultos

en la marcha de sus pasos.

Existen las viejas formas,

epidemias,

criaturas enamoradas

de los objetos subterráneos.

Existen los sistemas,

lo geométrico,

la espiral de los vegetales

moldeando los surcos del viento.

Existen,

nada más existen

silenciosas armonías,

reflexivos insectos y nómadas taciturnos,

gránulos

gotas

los atajos que selecciona la muerte

para burlarle ventaja a su elegido.











Flor a Piel



Hombres de saco y fina colonia,

púdicos bajo la fría mañana.

Hombres

al fin y al cabo,

con manchas de luna

en el centro de los labios.



Mañana fría de incontrolable soledad,

de arritmia galopante,

de ofidios,

de motas de niebla

colándose en los párpados.

una mañana de moda rápida

ilusoria,

de mujeres altivas y frígidas,

celosas del sol

que mancha sus piernas…

sombras

mujeres y hombres

al fin de cuentas,

espectros,

madera ornamental y carcoma.

















Ojo de Celda



No hablo de calendarios

ni de cálculos suplicantes.

No hablo del sudor resbalando

en el cuello,

ni del rasgo,

ni del monosílabo día.

Hablo del mismo que ve correr sus ojos

hacia el seno de las rameras;

hablo del codo opuesto

y de la claustrofóbica forma al contemplar.

Hablo de la ausencia,

del maldecir unánime

y de las estatuas,

del territorio prohibido

y de los pies invasores.



Hablo de todo cuanto puedo,

del soslayado amor

que pretenden las manos,

de la fría estrechez

que soportan los dedos.

No hablo de honestidades

ni de amos

ni esclavos,



Hablo tan solo humano,

clínico,

tan vasto,

demencial entre dientes.





Costumbres



Estoy acostumbrado

a otras cosas,

divergentes,

cosas simples

tal vez salvajes

y burdas.



Estoy acostumbrado

a declararme a favor de las luciérnagas

y a ponerme en contra

de todo aquello que intente imitarles;

en contra de los faroles, por ejemplo,

en contra del malicioso brillo en los ojos.

Estoy a favor de las ciudades

que se construyen

tan sólo para los pájaros

y en contra de los pájaros

que huyen de las ciudades.

Estoy acostumbrado

a considerar mis manos,

a darles tregua

al igual que a mi vasto corazón danzante.

Acostumbrado a mis sueños

o a continuar el día –que es lo mismo-

a través de medias noches,

sobresaltos y sábanas.



Estoy acostumbrado

a creerme un tanto inteligente,

a no reír por cualquier cosa

por cualquier cambio de ritmo

en el complejo sistema

de los que me rodean.



En cambio,

sonreír,

sí,

sonreírme pleno y andante

como muestra de mi sana voluntad…

estoy acostumbrado

a mis esfuerzos por acostumbrarme

al rechazo,

a los prejuicios sobrealimentados

y a la maquinal proeza

de compartir rumores.

Estoy acostumbrado a contenerme

-en efecto-

a no gritarle a medio mundo su vacío,

a no gritarles,

a reconocer la asfixia

de mis limitantes palabras.



Como lo he dicho ya

tantas veces en mi rupestre memoria:



soy simple y me acostumbro a ello,

simple costumbre,

lo acepto,

nada más que un poco inteligente.









Cuando Es Tan Grande Mi Pecho



A fuerza de vientos,

a fuerza de mis duras piernas a l mediodía,

cuando es tan grande mi pecho

y tan horizontal mi esternón.

A fuerza de almendros dormidos

en algún sueño de agosto,

en alguna sombra

que no es humana

ni vegetal.



A fuerza de repetirme

uno a uno mis verbos,

de alejar los pasos y regresar de nuevo,

de sospechar las intenciones del cielo

y de no conmoverme

con el plomo del infierno.



A fuerza de un ritmo inevitable

que va de menor a mayor,

cuando salta y emula

a las olas mi alma,

he llegado a comprender,

sumiso de asombro,

dónde cabe en propiedad

lo que soy.











Aún es posible



I

Aún es posible

despertar

con suavidad,

ofrecer la espalda a unos libros inconclusos,

encontrar ante el espejo

al desconocido que miró fijamente

ayer

su reflejo.



II



No soy quién para discutir lo humano,

esa larga lucha

de quién es mejor

ante la muerte.

Soy éste,

que sentado frente a su ventana

ignora el sentido de su sangre.

Soy tiempo, mar, desgracia,

acaso una ínfima parte

de lo más pequeño,

un roce,

quizá una tormenta aprisionada

bajo las nubes.



Me gustan las antigüedades,

el sabor a vientos que me dejaron

las montañas de octubre,

el caso especial

de aquel muñeco en el rincón

que desmembró la soledad.

Me gusta saberme viejo,

muy viejo

casi

un lejano bostezo

o una mancha de lodo

en la rodilla de un niño.



III



Esta luz aprieta las cortinas,

mece, arrulla,

hace del sol una simple gota

que se estremece.

arriba,

justo encima de mis ojos

amanece.



¿cómo no explicarlo?

Estas ropas forman la telaraña

donde mis pesadillas terminaron

su angustia;

esta fotografía,

las estrellas ahora como el rocío,

mi almohada…



Sí, claro,

aún es posible despertar

con suavidad.







Sueños y Fósiles



¿Qué será de este lugar

-digamos-

de aquí a doscientos cincuenta años?



¿Cómo será cuando la lluvia en ruinas

se plague de nubes fósiles,

cuando las raíces sean

solamente

un recuerdo vago de mis huesos?



¿Qué será de los mangos

y guayabos nostálgicos,

de las moscas esquivas y certeras,

del bochorno,

del camino fangoso y el escozor en la piel?



¿Cómo bajará la niebla, reirán los viejos,

sucumbirán los días?

¿Dónde encontrará el parque

el atrio de su iglesia,

donde nacerá el sonido,

dónde callarán los pájaros?



Esta humedad que reina absoluta

¿envolverá las ropas,

empapará las suelas?

Y al sonar las tres, las cinco,

la madrugada o la tarde

¿se despertarán los patios,

se inundarán las aceras?



¿Amará o dudará alguien?



¿Sangrarán sus codos al tropezar

y al caer estrepitosos?

¿Cómo apurará el veneno

Su boca ansiosa?

¿Hablará al compañero, al amigo,

al enemigo?

¿Flotarán sus miedos,

delatarán sus labios;

arrancará sus cabellos de pura rabia?



¿Qué será del nombre más pronunciado,

de las cartas disueltas,

del blanquecino cielo del invierno?



¿Amará y creerá alguien?



¿Se sostendrán sus huellas

enlodando sus pulcros pisos,

detendrá en sus puertas

el primer acoso de los árboles,

se pudrirán las ventanas,

caerán las mesas,

el picaporte anciano?

¿Se esfumarán los textos,

surgirá la Atlántida?

¿Cómo odiarán los nietos,

tataranietos e hijos de sus nietos?

¿Dónde sus armas

o sus juramentos contundentes,

dónde sus juegos o sus virtuales

incursiones en la piel?

¿Cruzarán las yuntas

la fertilidad del tiempo?

¿Amanecerá más tarde,

se soñará más seguido?

¿El hombre silencioso

doblará sus piernas,

estrechará al espacio,

poblará al vacío?



¿Se marchará como siempre en busca

o regresará como nunca antes?



¿Dónde viajarán sus ojos,

sus cicatrices,

sus detalles más íntimos?



¿Se marchará como siempre en busca

o regresará como nunca antes?



¿Cómo clavará en su pecho,

cómo hundirá sus lágrimas?

¿Juzgará,

triunfará,

matará?

¿Cómo sepultará al recuerdo,

cómo resucitará al olvido?



¿Qué será del último apretón de manos

y de la pausa infinita de lo posible?



¿Derrumbarán esta casa,

sacudirán el polvo,

plantarán un valle?

¿Habrán murallas

o simplemente

habrá un mundo entero por lecho?



¿Qué será de este lugar

-calculemos-

cuando trescientos cincuenta años

hayan pasado?