Normalmente
I
Comienza.
Le abro paréntesis a un sueño
que no quiere terminar.
Antes de salir reviso
que todas mis cosas sean por hoy
exactas:
La hora, la sonrisa,
el agujero creciendo en mi bolsillo
Normalmente.
Cruzo la calle con una flor en la mano
mientras desafío
a los automóviles que se abalanzan.
II
Aquí
descubro que la soledad
va disfrazada de muchedumbre.
Me aparto y la veo con paciencia;
más adelante otro descubrimiento:
la catedral me tiene vergüenza,
a cada roce de mis ojos
su piel
se llena de palomas.
III
Definitivamente,
en los autobuses no crecen las orquídeas.
por segundos
la desesperación es una plaga incontenible,
piernas, hombros,
todo
en una música estridente.
las ventanillas filtran una luna
que taladra hasta lo más hondo;
la luna,
gráfica silenciosa
recorre al mundo en movimiento.
IV
No deseo terminar
pero el día que se esconde
me impone sus reglas:
el cansancio,
las estrellas primeras…
asombros incrustados
como semillas al suelo.
Cierro paréntesis.
Viene la noche y se ampara
en mi cuerpo solo.
Antes de dormir reviso
que todos mis recuerdos
sean ahora exactos:
la tristeza,
el bolsillo naufragando en el agujero
normalmente.
Atravieso la cama
con ciertos pétalos en la mano,
mientras desafío
a los sueños que se abalanzan.
El Muro Frontal
I
Cierta suciedad en el ambiente.
La basura desordenada
entre las vísceras de la aire.
Los amigos viéndome distinto,
muy cambiado;
verme una vez
por cada uno que se casa
no es para menos…
las distancias se alargan
cuanto pueden,
como la edad y el olvido.
Pasan las circunstancias,
indicios de que tiempo atrás
anarquizamos la noche.
Pasan las actitudes,
lo alienante,
horas que fueron parte y hechos.
Ciertas imágenes
como un sueño empanado
o como un recuerdo
que se resiste a concretar sus líneas.
II
El muro de la casa de en frente
es el mismo que quisimos pintar
con graffiti de mujeres desnudas,
con nubes que desde aquí
nos parecieron siempre
las olas de las playas.
Tras los cerros conocimos
la imponente redundancia
del adolescente,
imaginábamos
el primer compromiso con el amor,
la última promesa de nunca separarnos
y el estruendoso silencio
con el que posiblemente dialogan
los seres submarinos.
De Inversos Paralelos.
Domino los gritos,
aclimato las horas a mi silencio.
Arranco ladrillos y me los trago,
tal vez con ellos construya
el alma que necesito para la vida.
Hago preguntas,
preguntas que refutan la existencia
de las cosas
y aprisionan al necio
que sobrevive en mis poros.
Busco razones,
el gran símbolo profético:
la espada o la roca
el número o la letra,
Dios o el hombre.
No hacen falta las primeras luces
para saber que los días regresan,
explicar el por qué hice esto o aquello,
el por qué ahora arde
la creación en mis yemas…
no hace falta en la noche
el suave goteo de la luna,
sino
un dolor,
o la eterna espera que los sueños
me revelen la muerte.
Lo Inminente
El vacío…¿verdad?
En medio de tus besos,
como una frase
a mitad de mi lengua.
El tiempo de explicar
un silencio que sume los días,
la parábola que sos,
incomprensible,
el falso ritmo de los inviernos.
Observo la ventana
y un tejado de fondo,
tal vez vos maquillándote,
barajando la idea
de un posible recuerdo.
Y te marchás
(tantas veces lo has hecho)
como se marchan aquellos
que nunca existieron.
El vacío…¿no es así?
Llamarte después,
después que es siempre un abismo,
un cruzar de piernas,
la inminencia de no creerte,
el viento que se cuela despacio…
o tal vez vos,
maquillándote.
Invierno Bajo Techo
Esta noche callaremos,
bajarán las últimas nubes
hasta rozarnos.
Relámpagos punzantes
besarán nuestros ojos,
mientras la radio vocifere
el pronóstico del tiempo:
pequeña,
mañana en lugar de labios
tendremos raíces.
Maremagnun
De mañana,
de tarde,
cuando los árboles
son lejana quietud
y el horizonte
una piedra en la mano.
De tarde,
mientras las horas asfixian
y el sol se queda muriendo
en los poros.
En las calles
donde las casas son barcos
encallados en las aceras,
donde el verano vuela
como miles en uno
y te aplasta
te apasta
por siempre,
como un juego interminable
delicado,
como en las noches sin miedo
o como los gatos que acechan
esperando
esperas,
de mañana,
de tarde,
cuando los árboles
son lejana quietud
y el horizonte
una piedra en la mano.
Cúpula
Un seno.
Un seno religioso.
Emerges así,
extendida
en la baja hierba
de Tegucigalpa,
con tu rostro
de frente al cielo,
quieta,
seductora,
bella mujer:
te pienso
y te vuelvo a pensar.
Una tarde donde
nace el silencio,
ni un pájaro
ni siquiera un hombre
saltando por los tejados,
sólo tú,
Dolores,
aburrida de esperar
al Dios
que te observa
tímido,
sin tocarte.
A las Penas y Demás Costumbres
A los meses caídos,
al instante.
A la magia negra del olvido
y al paso de una mano por el rostro.
A los versos del parque y sus horas,
al ritmo preferido del recuerdo.
A la muerte que contagia
y al pecado de regalar flores
mirando a los ojos.
A la noche de todos
que nos implica en sus sueños,
a sus caprichos y friolencias,
a las penas y demás costumbres.
A la cuchillada en los dedos
y a la esperanza que suma,
que altera el alto precio de la nada.
A la indiferencia,
al balanceo de otras manos,
al color de piel
y al beso de la mujer
que nos midió la sangre
un anochecer de mayo.
¿Quién?
El viento
y sus indescifrables nubes.
La sangre,
el dolor en estado de alerta;
la brisa,
el silencio musical
de una mañana
en mármol gris.
Tus labios,
la humilde hipocresía,
el sueño dado vuelta.
Dime:
¿quién eras entonces
que yo te amaba?
Akarma
Es difícil,
difícil hablarte de todo
sin una palabra dispuesta.
Hacerte creer que soy grande
y que mi frente mide
la longitud de tu espacio.
Qué grande,
grandiosidad de aniquilar
fronteras de luz
y comarcas de sombras:
dar un salto en la nada
para caer en tus pasos.
Es difícil,
muy difícil
confiarte mis brazos,
mi sangre en tu boca,
mis verdades.
Hacerte creer que la edad
es la cárcel de lo eterno
y que la eternidad
aunque nunca llegue,
siempre estará esperándonos.
Casa de Rubén
Se pueden cerrar conclusiones,
amanecer estirado o encorvado,
una de dos.
Se puede intentar un monólogo
frente a los objetos mudos.
Creer en nada.
Se puede madurar un verso
en diferentes tristezas,
madurarlo,
verlo caer como las viejas teorías.
Andar despacio
a través del silencio ajeno,
sentarse,
entablar un duelo con el librero.
Se puede llorar
como en los primeros años,
cuando te dejaban solo,
cuando moldeaban tus nervios
para lo que venía.
Se puede incluso agitar,
armar una revolución de hastío,
tomar una cuchara y observarla
como el gran descubrimiento del siglo…
sí, se puede hacer de todo,
servirle de modelo
a un pintor invisible,
hacerle una declaración
de amor
a los muebles,
buscar el corazón de la guitarra
que se abandonó hace mucho tiempo,
buscarle sus pulmones,
lo que piensa.
se puede incluso existir
nunca haber existido,
nunca haber tomado el lápiz,
una cerveza entre viejos conocidos,
la vida en serio,
la muerte en serio.
Inevitables
El temor a tus ojos
es justificable.
Ayer,
mientras fingía no verlos
una estrella murió de oscuridad,
el pájaro recibió la bala en su pecho,
todas las cosas fueron otras.
Injustificable insistencia de miradas,
hoy los vi camino a casa
bajando el autobús
subiendo al insomnio.
Hoy los vi,
multiplicándose en los rostros,
en las azoteas sembradas de lluvia,
en mi ropa,
en la noche
en cada luz fija
que iluminaba las calles.
Los vi permanentes
como una montaña inevitable,
los vi y los sigo viendo
bajo el agua
en las mesas
en el aire
en los árboles…
el temor a tus ojos es justificable.
Maldición,
siempre
me suceden
tus ojos.
Idas y Vueltas
Podría sucederme
el desencanto,
no sentir
el paso firme
del pavimento sobre los pies,
la terrible vergüenza
de un aristócrata desnudo
ante el público.
Ser
de una tierra, solamente,
de un lugar,
soledad desbordando
el pálido abismo de los periódicos.
Podría vagar de un lado a otro
tomado de las manos con la mujer
que ya podría amar.
Podría ocurrirme
el hijo,
el nieto en la traslación
de las almas;
la insistente lluvia
y el reclamo del tiempo,
el comenzar de nuevo
o la vida,
que al final de cuentas
se va convirtiendo en lo mismo.
Algo de Piano
I
Es de mañana,
aún llueve
esta lluvia de anoche.
se deja caer
fría,
como un gran ave
hacia la muerte del suelo.
Interpreto el sueño más próximo
y me dejo llevar por sus razones.
Ayer
éramos demasiados
hoy
sólo quedan las huellas.
Algo de piano
en el golpeteo de las gotas:
Bach,
quizá Chopín
en las ráfagas del viento.
Sueñoleaje
en la esporádica presencia de las horas;
explicar la eternidad
y sólo encontrar el silencio.
La eternidad,
la virgen de mil nombres
que cruzó frente a mí
perdiéndose quién sabe dónde.
II
Mucho tiempo
con el mismo libro entre los ojos,
demasiadas paredes
como páginas
que encierran al hombre
para liberarlo.
III
Mis amigos aún no regresan,
es tan de mañana
y aún llueve
la extensa lluvia de anoche.
Ahogo tres pececillos
en la cuenca de mi mano,
los demás se agitan en la almohada.
Trato de imaginar lo confuso
de muchos recuerdos
hablando a la vez,
pero es imposible.
Imposibles los días de verano en el sur,
el tétrico coro de las cigarras,
la solemnidad de los ceibones.
Me veo corriendo hacia el río,
dejándome caer como las grandes aves
y los cantos,
claro está,
los cantos
bajo otras tormentas imposibles.
IV
Hoy
somos
demasiados,
mañana,
tal vez la soledad.
se inicia un intervalo de meses,
centurias plagadas de un solo hombre.
arranco la mejor página de ese libro
que nunca escribiré.
Chopín calla,
al igual que la lluvia.
Fuego del Sur
Llego al fuego,
al fuego de las piedras del sur,
al fuego de latidos desiguales
y de concéntricos niveles.
El fuego de pájaros profundos
y reptiles adormecidos,
el fuego que no sabe de treguas,
que me empuja
a los redondos brillos de la jícara.
Desde el fondo oscuro de las casas
y de los cegadores muros calcáreos,
las miradas,
la quemadura negra de la pobreza.
Fuego de curiosidad
y humo de recato,
fuego de brazos extendidos,
crucificados,
calcinar de sangre
y cabellos en flamas de antorcha.
Fuego que se alimenta de recuerdos,
de mujeres ansiosas color de venenos,
de extraños,
de días en que la sombra vaga
atormentada
solitaria
consumida.
No Te Sorprendas
No te sorprendas
que el cielo dure
tres segundos,
que apenas
separándose los rostros
se inunden
mis labios de vacío.
El tacto es torpe
y sólo conoce de grietas,
disculpas,
pretextos,
mis manos rudas y amnésicas…
No te sorprendas
que a la luz le dificulte
los laberintos de mis ojos,
que ni un cordel te devuelva
con seguridad a tus huellas.
No es sencillo como parece,
aún se enredan pájaros
en nubes de hilo,
aún zozobran barcazas
junto al sendero de eucaliptos.
No te sorprendas
el día en que despierte
recordando tu nombre.
Absoluto
La noche presenta
sus mejores armas,
trata de vencer la luz
que expulsa mi lámpara.
Los libros se abren,
sus voces llegan hasta mis ojos.
Columnas de hormigas anidan las letras,
en los poemas que algún día
las tornarán sedentarias…
anaqueles inmensos,
interminables,
sueñan párpados brillantes.
…Jerusalén lejana
construye murallas de acorazado tiempo;
retroceden insignias de luna almendra,
rojizas lunas de alfanjes y dagas,
los orgullos de Saladino
el de lágrimas desiertas…
Silencio.
Silencio.
Olvida.
Apenas los grillos
enhebrando su historia,
apenas el viento,
el susurrante roce de los capítulos
que huyen
a la persecución de mis dedos.
Ven,
despacio
galope de estepas,
pliega tu alma
descúbrete inmenso,
el tenso arco del sueño
precisa
de un cuerpo guerrero.
Sextos de Lluvia
Las plazas de junio son una sola,
en ella relampaguean versos
y retumban visiones.
Las mañanas de junio
astillan ocotes,
preparan el café,
humean de neblinas.
En las plazas de junio existe
el desdén por lo innovante,
ahí, la hormiga es transporte
y las guaricoyas
el canto.
Las tardes de junio
son torrenciales y grises;
a veces un paraguas medroso
y otras,
un rebelde párpado
sumergido y abierto.
En las bancas de junio
se ahoga lo trivial,
se ahogan las sábanas y los ruedos,
en los tabancos las zarigueyas
y en las cunetas los borrachos…
En las noches de junio
los niños se rinden esperando
los soles de marzo,
resucitan el angelus
y los muertos regresan
flotando,
al ritmo de campanas y arroyos…
Liturgias
A Guillermo Díaz
I
No importa este día,
vasto y ajeno
al oscuro ritual del insomnio.
Día de contrariados
que esperan la compañía del silencio,
día sin mayores razones
que la presencia de un desconocido
en las calles.
II
Ha hecho el último invierno sobre la vida,
ha salpicado,
se ha postrado en la esquina de mis ojos.
Algunas sombras
son como piedras echadas a rodar,
alguien las toma
y las lanza contra las puertas.
Árboles y atares mayores
se plantan
como lo fueron hace profundos tiempos,
guitarras melancólicas cantan
con cierta muerte afianzada en sus cuerdas.
(la nueva trova envejece,
sin embargo, nos calla,
como jamás pudo hacerlo la teología)
Algunas mujeres trasiegan amores,
son como recuerdos
que un corazón toma
tembloroso y huraño:
van envejeciendo
mientras nos hacemos la idea de un sueño,
van ennobleciendo sus grandes caprichos,
van llegando,
enumerando,
van pasando lista
a los que vamos quedando,
solos,
santiguados
entre la liturgia del día
y la blasfemia de las noches.
Las Caravanas
Las caravanas del viento se alejan,
pierden sus rutas.
Océanos atormentan la hierba,
hierba océano del profeta,
del que duda interminable
sus locuras.
Arena,
arena en los poros
y en las puertas que nadie abre.
Hoy
podríamos quedar en silencio,
desechar la idea de salvar el mundo…
bajo las aguas, sí, bajo ellas
el silencio acumula pedazos grandes,
ventiscas terribles
que borran el pasado
o lo regresan,
como todas las muertes que regresa
el océano.
Las glorias del pasado
son vientos
que no son cuerpos ni transparencias,
cuerpos que no son vientos
bajo las aguas.
Adormecen
como un gran monstruo enamorado
del tiempo,
como el dragón
o la mujer sin alma;
dominan sin contemplaciones
el gran imperio de las palabras,
ahogan con su aliento
el susurro de la duda.
Las caravanas del viento
se alejan,
estremecen por última vez
la cítara del miedo,
danzan las piedras
y se estrellan contra las sombras.
Imposible un Ángel
Me harto,
por Dios,
lo juro que me harto.
Sólo un gesto
a través de las ventanillas
y el humo,
sólo un diálogo
un buenos días
dos gritos
y me harto.
Me harta el hombrezuelo
vendedor de periódicos,
pregonero de sangre,
hojas,
suplementos o basura.
Me harta la úlcera
y la mueca extensa del mendigo;
me hartan sus dientes, su hambre,
su peste…
estoy harto de subir al taxi
con la misma pierna,
de correrme,
de sentir obesas costillas
y paleolíticas costuras.
Me harto del mismo sendero amplio,
ondulante, neumático,
del cómo ignoro a los náufragos
en este mar de automóviles.
me harto de los segundos prisionero
en gafas oscuras,
escaparates
o cámaras ocultas.
Imposible cruzarme de piernas,
abrir el alma,
respirar…
imposible un ángel
imposible nada
si la nada implica
un perro que retoza en la grama
o un barroco tardío en la frente.
Estoy harto de mi dolor de silla,
no de espalda;
la silla es mi vértebra lumbar
hoy y ayer
y mañana y después.
Me harta el reojo con brillos de charol,
hurgar los bolsillos,
eslabonar una y otra vez
mi inflación.
Estoy harto
de ningún zorzal escandalizando
los salones,
de ningún loco
folclórico o realmente retardado.
Me harta saberme escribiendo
lejos de las acacias
camino al cementerio,
de la guitarra de fondo,
de todo niño jugando al mable.
Me harta esta lluvia
-también me harta –
que cae suave,
difícil,
con ventisca o sin ella,
pero ciega,
sin convicción
sin la tía Lauren y la abuela María,
sin los gritos de Rigo y los nervios de Memo,
sin todos los ausentes de allá
de mi pueblo.
Alquimia en lo Negro
Existe una sola noche,
una sola lectura,
espacios distendidos
donde los días colapsan gélidos
como la fría materia de ciertas almas.
Existe la luz,
el guiño perpetuo de los soles,
embriones de tiempo ocultos
en la marcha de sus pasos.
Existen las viejas formas,
epidemias,
criaturas enamoradas
de los objetos subterráneos.
Existen los sistemas,
lo geométrico,
la espiral de los vegetales
moldeando los surcos del viento.
Existen,
nada más existen
silenciosas armonías,
reflexivos insectos y nómadas taciturnos,
gránulos
gotas
los atajos que selecciona la muerte
para burlarle ventaja a su elegido.
Flor a Piel
Hombres de saco y fina colonia,
púdicos bajo la fría mañana.
Hombres
al fin y al cabo,
con manchas de luna
en el centro de los labios.
Mañana fría de incontrolable soledad,
de arritmia galopante,
de ofidios,
de motas de niebla
colándose en los párpados.
una mañana de moda rápida
ilusoria,
de mujeres altivas y frígidas,
celosas del sol
que mancha sus piernas…
sombras
mujeres y hombres
al fin de cuentas,
espectros,
madera ornamental y carcoma.
Ojo de Celda
No hablo de calendarios
ni de cálculos suplicantes.
No hablo del sudor resbalando
en el cuello,
ni del rasgo,
ni del monosílabo día.
Hablo del mismo que ve correr sus ojos
hacia el seno de las rameras;
hablo del codo opuesto
y de la claustrofóbica forma al contemplar.
Hablo de la ausencia,
del maldecir unánime
y de las estatuas,
del territorio prohibido
y de los pies invasores.
Hablo de todo cuanto puedo,
del soslayado amor
que pretenden las manos,
de la fría estrechez
que soportan los dedos.
No hablo de honestidades
ni de amos
ni esclavos,
Hablo tan solo humano,
clínico,
tan vasto,
demencial entre dientes.
Costumbres
Estoy acostumbrado
a otras cosas,
divergentes,
cosas simples
tal vez salvajes
y burdas.
Estoy acostumbrado
a declararme a favor de las luciérnagas
y a ponerme en contra
de todo aquello que intente imitarles;
en contra de los faroles, por ejemplo,
en contra del malicioso brillo en los ojos.
Estoy a favor de las ciudades
que se construyen
tan sólo para los pájaros
y en contra de los pájaros
que huyen de las ciudades.
Estoy acostumbrado
a considerar mis manos,
a darles tregua
al igual que a mi vasto corazón danzante.
Acostumbrado a mis sueños
o a continuar el día –que es lo mismo-
a través de medias noches,
sobresaltos y sábanas.
Estoy acostumbrado
a creerme un tanto inteligente,
a no reír por cualquier cosa
por cualquier cambio de ritmo
en el complejo sistema
de los que me rodean.
En cambio,
sonreír,
sí,
sonreírme pleno y andante
como muestra de mi sana voluntad…
estoy acostumbrado
a mis esfuerzos por acostumbrarme
al rechazo,
a los prejuicios sobrealimentados
y a la maquinal proeza
de compartir rumores.
Estoy acostumbrado a contenerme
-en efecto-
a no gritarle a medio mundo su vacío,
a no gritarles,
a reconocer la asfixia
de mis limitantes palabras.
Como lo he dicho ya
tantas veces en mi rupestre memoria:
soy simple y me acostumbro a ello,
simple costumbre,
lo acepto,
nada más que un poco inteligente.
Cuando Es Tan Grande Mi Pecho
A fuerza de vientos,
a fuerza de mis duras piernas a l mediodía,
cuando es tan grande mi pecho
y tan horizontal mi esternón.
A fuerza de almendros dormidos
en algún sueño de agosto,
en alguna sombra
que no es humana
ni vegetal.
A fuerza de repetirme
uno a uno mis verbos,
de alejar los pasos y regresar de nuevo,
de sospechar las intenciones del cielo
y de no conmoverme
con el plomo del infierno.
A fuerza de un ritmo inevitable
que va de menor a mayor,
cuando salta y emula
a las olas mi alma,
he llegado a comprender,
sumiso de asombro,
dónde cabe en propiedad
lo que soy.
Aún es posible
I
Aún es posible
despertar
con suavidad,
ofrecer la espalda a unos libros inconclusos,
encontrar ante el espejo
al desconocido que miró fijamente
ayer
su reflejo.
II
No soy quién para discutir lo humano,
esa larga lucha
de quién es mejor
ante la muerte.
Soy éste,
que sentado frente a su ventana
ignora el sentido de su sangre.
Soy tiempo, mar, desgracia,
acaso una ínfima parte
de lo más pequeño,
un roce,
quizá una tormenta aprisionada
bajo las nubes.
Me gustan las antigüedades,
el sabor a vientos que me dejaron
las montañas de octubre,
el caso especial
de aquel muñeco en el rincón
que desmembró la soledad.
Me gusta saberme viejo,
muy viejo
casi
un lejano bostezo
o una mancha de lodo
en la rodilla de un niño.
III
Esta luz aprieta las cortinas,
mece, arrulla,
hace del sol una simple gota
que se estremece.
arriba,
justo encima de mis ojos
amanece.
¿cómo no explicarlo?
Estas ropas forman la telaraña
donde mis pesadillas terminaron
su angustia;
esta fotografía,
las estrellas ahora como el rocío,
mi almohada…
Sí, claro,
aún es posible despertar
con suavidad.
Sueños y Fósiles
¿Qué será de este lugar
-digamos-
de aquí a doscientos cincuenta años?
¿Cómo será cuando la lluvia en ruinas
se plague de nubes fósiles,
cuando las raíces sean
solamente
un recuerdo vago de mis huesos?
¿Qué será de los mangos
y guayabos nostálgicos,
de las moscas esquivas y certeras,
del bochorno,
del camino fangoso y el escozor en la piel?
¿Cómo bajará la niebla, reirán los viejos,
sucumbirán los días?
¿Dónde encontrará el parque
el atrio de su iglesia,
donde nacerá el sonido,
dónde callarán los pájaros?
Esta humedad que reina absoluta
¿envolverá las ropas,
empapará las suelas?
Y al sonar las tres, las cinco,
la madrugada o la tarde
¿se despertarán los patios,
se inundarán las aceras?
¿Amará o dudará alguien?
¿Sangrarán sus codos al tropezar
y al caer estrepitosos?
¿Cómo apurará el veneno
Su boca ansiosa?
¿Hablará al compañero, al amigo,
al enemigo?
¿Flotarán sus miedos,
delatarán sus labios;
arrancará sus cabellos de pura rabia?
¿Qué será del nombre más pronunciado,
de las cartas disueltas,
del blanquecino cielo del invierno?
¿Amará y creerá alguien?
¿Se sostendrán sus huellas
enlodando sus pulcros pisos,
detendrá en sus puertas
el primer acoso de los árboles,
se pudrirán las ventanas,
caerán las mesas,
el picaporte anciano?
¿Se esfumarán los textos,
surgirá la Atlántida?
¿Cómo odiarán los nietos,
tataranietos e hijos de sus nietos?
¿Dónde sus armas
o sus juramentos contundentes,
dónde sus juegos o sus virtuales
incursiones en la piel?
¿Cruzarán las yuntas
la fertilidad del tiempo?
¿Amanecerá más tarde,
se soñará más seguido?
¿El hombre silencioso
doblará sus piernas,
estrechará al espacio,
poblará al vacío?
¿Se marchará como siempre en busca
o regresará como nunca antes?
¿Dónde viajarán sus ojos,
sus cicatrices,
sus detalles más íntimos?
¿Se marchará como siempre en busca
o regresará como nunca antes?
¿Cómo clavará en su pecho,
cómo hundirá sus lágrimas?
¿Juzgará,
triunfará,
matará?
¿Cómo sepultará al recuerdo,
cómo resucitará al olvido?
¿Qué será del último apretón de manos
y de la pausa infinita de lo posible?
¿Derrumbarán esta casa,
sacudirán el polvo,
plantarán un valle?
¿Habrán murallas
o simplemente
habrá un mundo entero por lecho?
¿Qué será de este lugar
-calculemos-
cuando trescientos cincuenta años
hayan pasado?