jueves, 14 de enero de 2021
Episodio 26, Blake muere en París a causa de un paparazzo
Entrevista a Eduardo Milán, Revista Bajo Palabra, México
-¿Se puede escribir una poesía regional y ser universal a la vez?
– Sí. Y ahora es muy probable que se cultive un poco más lo local con esta crisis, es una de las posibilidades de la crisis pandémica y sanitaria que también es humanitaria que estamos viviendo a nivel mundial. Lo local, creo, se va a redimensionar en relación a la globalización que teníamos y que tenía una parte falsa, y la parte falsa es la que creía que todos los productos a nivel mundial, lo cual es una fantasía, una cosa medio estúpida, iban a circular en pie de igualdad con el mundo; imagínese que un producto cultural de Nueva York tenga la misma circulación que un producto cultural etíope o de Ruanda o de algún lugar africano, eso es para dementes, no existe. Entonces, capaz que lo local ahora va a tener una redimensión y se va a colocar en otro lugar como valor de recirculación.
Sigue...
Gustavo Campos inaugura otra década
En los momentos más duros de la Resistencia al golpe de Estado, en el mismo año 2009, surgió una expresión que cundió como esperanza entre lxs jóvenes movilizadxs en las calles: "estamos ganando en el terreno de lo simbólico"... y la frase se regó mientras los soldados disparaban, machacaban, desaparecían encarcelaban. Los nombres de los asesinados iban pintando las mantas en las multitudinarias "marchas" que atravesaban las calles bajo los gases lacrimógenos en San Pedro Sula y Tegucigalpa y en cualquier rincón donde lo simbólico encarnado gritaba la consigna de resistir... porque... ya el terreno simbólico lo teníamos ganado. El defensor de derechos humanos de la diversidad sexual Walter Tróchez y el artista visual Renán Fajardo caían asesinados bajo la instauración de la locura y se sumaban a Pedro Magdiel Múñoz -asesinado simbólicamente por 42 puñaladas de yatagán militar- y a los maestros Roger Bados, Manuel Flores, Berta Cáceres y a tantos más.
Pero surgió otra muerte, menos impactante aunque paulatina, algo que solo Kafka pudo hacer premonición para la década que iniciaba: la del artista del hambre, el que sufre en su cuerpo la pérdida de todos los horizontes posibles. Comenzaron a parecer los fantasmas vivos: nosotrxs, entre las ruinas de un país demolido, nosotrxs reuniéndonos en la fiesta macabra de la inexorable miseria y el acorralamiento intelectual. Si el poeta Francisco Ruiz Udiel inició la década 2011-2021 desde Nicaragua, la dolorosa muerte del poeta y narrador hondureño Gustavo Campos nos inaugura la década 2021-2031 desde San Pedro Sula. Sí, hablo, maldita sea, desde lo simbólico.
¿Cuántos símbolos más le daremos a la dictadura de la anomia ? Ayer 13 de enero la OMS conmemoraba el Día Mundial en la lucha contra la Depresión, un día después de que un funcionario de la Secretaría de Salud de Honduras informara que se contabilizaba un suicidio por día en lo que va del 2021. El mismo día en que Gustavo Campos fallecía, en una muerte aún no aclarada ni declarada como suicidio, pero que sabemos que responde a un encadenamiento de hechos en la vida personal de Gustavo que, quienes lo conocimos, damos por sentado como una más de las víctimas de la anomia social. Conocía a Gustavo desde el año 2002 y de inmediato sentí su pulsación anímica creando un mundo paralelo donde la tristeza era infinita y donde la poesía representaba el único lenguaje que podría comunicar su trance. Él tenía apenas dieciocho años y aún no conocía Tegucigalpa. Nos conocimos en medio de un encuentro de poetas jóvenes que luego sería eje de ferocidades y contraminas en la saludable -y perversa- época creadora que lo asentaría como un poeta absolutamente comprometido en erigir obra. Recuerdo la primera vez que llegó a Tegucigalpa. Recuerdo con claridad esa noche en que toda la fiesta en Paradiso terminó subida en un pick up que nos daba jalón para subir hasta mi casa en Cerro Grande. Su alegría era pura y sorprendida. Gustavo estaba fascinado con la noche decadente de la ciudad y lo miraba todo con arrobo, desde los adoquines del centro hasta las enmarañadas cuestas. Me gusta -decía- me gusta. Tegucigalpa hizo sincronía con su paisaje interno.
Luego llegaron sus cuentos y sus novelas y premios y todo aquello que ya era inevitable: su mundo interior le estaba dando sustancia al desmoronamiento físico de la realidad hondureña antes de que el cataclismo político irrumpiera pragmático en todas nuestras vidas. Confieso que no me gustaba verlo cuando tomaba en exceso y que, en los últimos años antes de trasladarme a Puerto Rico, me alarmó sobremanera su cabalgata a campo abierto de la bebida. Sin embargo, en sus momentos de sobriedad -que fueron la mayoría en su vida- la tristeza que lo corroía lo elevaba a la estatura de un niño transparente. Hablaba con una franqueza total en un tono submarino. Se volvía tierno, sabiamente huraño. Un rockstar de goma entrevistado por un mal periodista. Esta no es historia desconocida para el circuito centroamericano. Sé que cada país del área guarda a su Gustavo y Francisco y casi podría asegurar que esa cofradía exclusiva de tocados por el sino señalado por Baudeliere, hubieran creado una explosión enorme en destellos oscuros si algún día se hubieran reunido en la misma mesa.
Otoniel Guevara fue el que me avisó de su muerte, casi al mismo tiempo en que Karen Valladares me escribía. Oto quería confirmarlo, completamente anonadado como yo y Karen me lo estaba confirmando, con la misma y durísima verdad que me entregó aquella noche del 1 de enero del 2011 cuando supimos la muerte de Fran. "¿Será que nuestro oficio real es el entregarnos estas noticias?", le escribí a Karen. Y pienso que el oficio de un poeta en la Honduras actual -y de siempre- ha sido el de un merovingio, el de un Virgilio que agarra de la mano al lector y lo traslada de un punto a otro antes de desaparecer entre las sombras. ¡Que otros disfruten de los dantesco y sus maravillas atroces! El poeta solo nos trasladó algo para que aprendiéramos a recorrer aquello que él atravesó ya varias veces.
La última vez que vi a Gustavo, el 6 de enero del año pasado, en un momento donde saqué mi peor lado y me ensarcé en una pelea en Bocaloba que lamento hasta el día hoy. Gustavo fue el que me sujetó para contenerme y no seguir hundiéndome cada vez más en la bajeza. "Fabri, no jodás, Fabri, qué triste, qué triste, calmate" me decía sujetándome con fuerza nada simbólica. Dos días antes de su muerte soñé que estaba en aquel mismo lugar y que, con Gustavo de testigo, le pedía perdón al amigo con quien me enfrenté a puños vulgarmente. Gustavo me miraba con tristeza. él desaparecía cuando despertaba. Bocaloba, Honduras entera desapareció simbólicamente cuando él comenzó a dormir, en otro sueño.
Y la dictadura de la anomia aún sigue ahí.
¿Cuántos símbolos más debemos entregar? ¿Qué década ha inaugurado, dolorosamente, Gustavo Campos?
jueves, 7 de enero de 2021
El Barrio Morazán que viví
Episodio 25, Bitácora del párvulo
jueves, 31 de diciembre de 2020
Episodio 24: El 2020 se despide cantando
No hay otra forma. Con Esteban nos despedimos del 2020 en un mano a mano de gustos musicales, un repaso a los ritmos que escuhamos en el confinamiento, además de una reflexión sobre ello, en plática DJ... y con una canción final que produje estos días, por pura complascencia caprichosa de agarrar la guitarra y rockear. Muchas gracias a los que comenzaron a seguirme en esta aventura de mi Bitácora del Párvulo en podcast.
https://drive.google.com/file/d/1WYklSNxgI_T4cLxaiNAkFmmZ6x_ME2GV/view?usp=sharing
sábado, 26 de diciembre de 2020
Episodio 23: Únanlo todo con el rock de Centroamérica
miércoles, 23 de diciembre de 2020
Cartonera Tica
Honduras: Mary Lester y su viaje al país, Rafael Murillo Selva
MARY
LESTER Y SU VIAJE POR LAS HONDURAS HACE 140 AÑOS[1]
Una sombra de asombro cerró los
ojos de Mary Lester cuando encima de su mula, terminó de abarcar la miseria del
puerto. ¡Se lo había imaginado diferente!
Y es que cuando los cascos de las
bestias se hundían en el fango, o levantaban polvo en la tierra reseca o se
abrían camino en la maraña, en todas partes, por donde pasaba, desde Amapala
hasta San Pedro Sula “la soltera” (Así se hacía llamar) observó cómo los
macilentos y famélicos rostros de las gentes con la sola mención de dos nombres
prodigiosos se transformaban e irradiaban una luz como solo sabe dibujarla la
esperanza. Esas palabras “mágicas” se llamaban Puerto Cortés y el Ferrocarril
Interoceánico.
Se decían maravillas: Despegue hacia mejores
tiempos, puerta dorada por donde entraría la riqueza. La fama del puerto y su
ferrocarril trepaba hasta las crestas peladas de los cerros de tierra adentro.
Para el pueblo hondureño ese riel milagroso que uniría los mares era la buena
nueva que Dios enviaba al mundo con el nombre de Progreso. Al pueblo catracho,
“el pueblo más macho” le tocaba también su partecita en ese gran “Proyecto
Nacional”
Cuando se aseguraba que el préstamo
estaba por llegar, que lo del proyecto era una realidad y que ya muy pronto...
prontito el tren pasaría al lado de casas y de tierras, a los ingleses y al
gobierno ya que esta vez, (era casi seguro) la pobreza se alejaría para siempre
y con ello la derrota de un mundo ermitaño y pobre cuya semblanza tenía más
parecido a la muerte que a la vida. La soltera acabó por consentir que vientos
mejores se avecinaban para esta tierra que estaba recorriendo y que había
anidado en su corazón.
Pero ahora que llegaba al puerto,
una corriente de rabia cimbró su menudo cuerpo de maestra. Sus ojos no podían
creer lo que miraban: chatarra amontonada, montañas de hierro en el muelle y en
las calles, se asaban lenta pero seguramente bajo un sol que achicharraba. El
milagroso riel, el ferrocarril interoceánico, dormían una siesta interminable.
Pero no solo el hierro, la ciudad entera, al ritmo de un bostezo, se hundía
entre el polvo y los pantanos. Eso era Honduras, el gobierno de Honduras, pensó
Mary Lester. Este siempre quebrado país
es un oasis para ladrones. Un ejército de buitres, prestamistas, ministros,
licitadores, contadores y funcionarios de todas las calañas habían devorado
casi la totalidad de los cinco millones, novecientos noventa y ocho mil libras
esterlinas del crédito pedido a los banqueros de Londres y París. La
construcción no podía continuarse y una deuda enorme, lastimaría como un fardo
las espaldas de las gentes durante casi un siglo.
Sacudida todavía por la rabia, “la
soltera” recordó los rostros buenos y sencillos que había encontrado en su dura
travesía y pensó que una cólera más fuerte que la suya algún día les tendría
que llegar. Para ese entonces cuando buscaba desde Puerto Cortés la manera de
embarcarse hacia su lejana Irlanda, corría en el calendario el año de 1881.
viernes, 18 de diciembre de 2020
Episodio 22: La generación cambiante ante el urgente cambio
Una reflexión sobre la adaptación a los formatos digitales y a lo adelantado que ya iba la generación actual en el giro que el confinamiento ha impuesto a la sociedad digitalizada. Me acompaña en este podcast el historiador hondureño Edgar Soriano.
domingo, 13 de diciembre de 2020
Ser - Fabricio Estrada, relato
Foto: Fabricio Estrada
Ser
La necesidad es insoportable. La Piedra. Tiene que ir adonde está
la piedra. Busca el martillo y algo parecido a un cincel. Pedazo de hierro.
Tosco, migaja de antiguas minerías. Servirá. La piedra despunta roma y lo
llama. Sube corriendo hacia la pequeña colina en medio de la urbanización y
llega resollando frente a ella. Al primer martillazo espanta a los niños que
elevan barriletes en la cima. Segundo martillazo y los barriletes se alejan sin
sus niños. Tercer martillazo y muchas horas después, astillada la noche y la
piedra de la piedra surge la forma de un rostro humano gritando. Quijada
abierta, se traga cada martillazo y surge bello y terrible, el grito. Mudo, el
grito.
Baja sudoroso y los vecinos siguen sus pasos a prudente
distancia. Toda la noche los martillazos. Cualquiera haría de su rostro un
pedazo de piedra para picar, destrozar, derribar lo humano de su gesto
embrutecido. Se desploma en el sillón, cierra los ojos y de nuevo siente que
mira hacia afuera. Un árbol de tallo grueso. La respiración empieza a tensarlo
como vela en una balsa hecha de los restos de naufragio. Toma un hacha y siente
del árbol, por primera vez, toda su exigencia de ser cortado. Corre hacia él. Mientras
avanza ve las nubes, y desea alas para llegar a ellas y amasarlas. Alcanza a
ver el río atravesando la colonia, allá abajo, puentes y grandes postes y
cables. Mis tendones, piensa. Mis costillas. Sigue corriendo y los vecinos lo ven
pasar con su hacha apuntando al centro del tronco. El primer hachazo. El
segundo. Las primeras llamadas a la policía. El tercer hachazo y la hora
siguiente haciendo un arco limpio en su espalda brillosa. Debe respirar y
continuar luego de aguantarse todo lo que ve en la tierra. Quiere tener más de
dos brazos y manos, escarbar, buscar el agua, moldear, hacer todos los objetos
del barro pegajoso. Cántaros, ollas, estatuillas, una máscara para dormir tras
ella. La tierra, ay, la tierra que se ofrece. Está muy agotado, pero ahora falta
lo último. Otro hachazo y ofrece la primera idea de un hueco. Astilla por
astilla se abre paso hacia la forma de un espacio exacto donde cabe de cuerpo
entero. Mira a todos. Desde las puertas de sus casas murmuran y se van
ocultando al ser vistos. Sus ojos empujan, remachan, hunden hacia las sombras
sus presencias. Sombras. Ausencias -piensa-. Nunca estarán. Serán. Solo eso.
Regresa a casa, toma el libro que lleva leyendo y releyendo una semana entera y
con él llega al hueco del árbol derribado. Entra en el hueco y coloca sobre su
pecho el libro abierto. La frase subrayada. Quiere dormir antes de pasar a la
siguiente página. Antes de ver el mar y querer destrozarlo y abrirlo en canal. Dar
un paso adentro de él. Correr dentro de él. Desecar el Pacífico.
Alguien se atreve y se asoma al hueco donde duerme. Lee con el
rostro flácido. El libro es de un tal Heidegger -alcanza a medio gritar. ¿La
frase? “Ser es explotar en el universo”.
F.E.