Foto: Fabricio Estrada.
¿Quién es él? me preguntaba al verlo por primera vez. ¿Por qué lo rodean tantos y él dirije la plática sin casi pronunciar palabra alguna? "Es Rigoberto Paredes" -me dijo Rubén Izaguirre, "el poeta Rigo". Lo quedé viendo con sigilo y luego Rubén me lo presentó. Qué bueno que escribís, me dijo, pasá, pasá adelante, esta es tu casa. Aquí lo recuerdo como la entrada a un mundo oloroso a caobas y cigarros, aunque él nunca fumara. Aquí es donde lo recuerdo con dos brindis que di por él: uno en Estocolmo, Absolut Vodka en mano, viendo un crucero entrando al Báltico y el embajador Ivan Roméro recordando su poesía; el otro, hace unos meses, en Orocovis, en las montañas del caribe boricua, siempre vodka en mano y con agua, brindando junto a Iris Alejandra, Valentina, Laurita y Enrique, viendo pasar en mi memoria cada una de las veces en que reímos sin parar. ¿Por qué habría de recordarlo en sus tristezas? No sé si el poeta era triste, no, pero era un ser misterioso que no podía proceder de este tiempo. Nadie en su sano juicio podía insinuar que su conocimiento sobre la poesía estuviera errado. Recordaba todo. Todos los versos muertos y los versos aún vivos de los clásicos greco-romanos.
Leete esto, después éste, luego te vas con éste. Así, cuando uno regresaba con un mal verso decía: como que no leíste bien lo que te pasé. Pero todo con paciencia. Encendía el ordenador de Paradiso y me pedía que le escuchara sus últimos poemas ¡y era divertidísimo porque él reía con sus alfilerazos! "Soy un gran cabrón" nos decía, y reíamos, y nos preguntábamos qué se había hecho tal poeta amigo o si ya había dejado de escribir tal. Yo conocí a Cortázar, nos contó, en el apartamento de Barcelona, era muy amigo de Roberto Armijo y él nos lo presentó. Era alto y jodedor, más alto y más jodedor que yo, nos dijo. Y entonces Rigo era como una ventana a la vida literaria, a la poesía más necesaria para afrontar los días aciagos, los días yermos, frugales, ripios, boñigosos, podrecidos... y nada de tristezas, ahora recordándolo lo sé aún más, nada, naditita. Era la ironía viva, el escalpelo más risueño de un forense.
A
manera de aviso, presentación, apercibimiento (o cosa parecida) a quien ose
adentrarse en O&G.
I
Agítese bien su contenido
hasta que aclare
y se le haya formado una espumita
(señal de buena calidad
de todos los productos de esta casa).
Tómese con cuidado:
una mano por debajo, la otra en medio
(como una mujer perdidamente enamorada),
ojo avizor a toda fragilidad de su
belleza.
una vez se haya entrado de lleno en la
materia
y muévanse a placer, lectoras y
lectores,
sobre este lecho de hojas silenciosas,
ruégase mantenerlas
muy lejos del alcance del enemigo
y de la mala fe de las erratas.
II
No te adentres, lector, desprevenido
en este ingrato reino de tinta y
acechanzas
puedes perderte, perder
honra y paciencia (por no decir tu vida)
cuando menos lo esperes.
Mejor será que sigas mis sabias
enseñanzas:
vuelve atrás, vuelve en ti
si no quieres mirar gata encerrada
en donde sólo hay liebres.
A vuelta de esta página te guardan mil
desdichas,
latinajos arteros y ripios descarados,
un caballo de Troya y cáfilas y cábalas
y una caja de truenos, si no paras en
mientes.
Caiga, cáigase de tus manos
este incómodo fardo de papeles sobrantes
donde anudan a gusto vanidad y polilla.
Si no, nadie responde:
ceniza, polvo, nada serás cuando Obra
& Gracia
pasada sea ahora mismo por las llamas.
Orden del
día.
Levantarse temprano, muy temprano
(con el canto de un pájaro es preciso)
y ante todo con el pie derecho.
En ese instante es sano renegar del
tiempo,
rezar un padrenuestro al santoral del
día,
despejarse la mente y las legañas
con alguna bebida espiritosa.
No hay que verse al espejo a esas horas
ni tocar mujer ni ave o bestia.
No hay que llamar ni contestar llamadas;
sólo contar de uno a diez mientras la
radio
termina de ladrar en la casa del vecino.
Y ya una vez curados de todos los
espantos,
vestidos de paciencia, la máscara en su
sitio,
ojo al Cristo salir,
salir de cacería, de compras o al
trabajo
como quien sabe que hoy está en la raya.
Contra el
lunes.
Hoy, para colmo lunes,
pido la abolición del lunes.
Para qué un día así, reducido a la
desdicha,
indeseable, intratable como un muerto,
peor que un muerto.
Día para quedarse horas en cama
hasta hacer ese amor dejado a medio
hacer.
Día para olvidar que existe un lunes.
Día mundial del sexo y la holganza.
Mejor así: vivir todos los días,
toda una vida sin que exista el lunes.
Quedan libres de culpa los que nacieron
ese día,
los que murieron ese día infausto,
los que se enamoraron ese día para toda
la vida.
De ahora en adelante
el que diga hoy es lunes
presa será de ingratas abstinencias.
Que ese día no exista.
¡Ya no existe!
Créanmelo, y ya verán
que pronto se acaba todo esto.
Habla,
tumba.
Estas sobras incómodas y puercas
son mi propio calvario.
Una herida en la tierra fui al comienzo,
sólo piedra y vacío en los costados.
Esperaba abrazar algo entrañable
y no esta cosa fría, sin modales ni
nada.
Qué triste es un cadáver sin sosiego,
cómo hierve por dentro al no hallar
acomodo
y su carne infeliz cómo va desgajándose
bajo el paso triunfal
de los fieros gusanos del remordimiento.
Huele muy mal, un pozo negro soy,
pozo sin fondo del olvido.
¿Y esa mata de pelo
y esta quijada destrabada
y estos huesos mellados y estas sobras,
de qué frente altanera cayeron en
/desgracia?
Así no son los restos sagrados de un
poeta.
Una de
dos.
Entre tú
y la soledad,
me quedo con una.
Toma y
daca.
Si me das
lo que quiero,
te doy
lo que nos gusta.
Elogio.
Así, desnuda,
te ves mejor;
como si fueras otra,
la mejor.
Romanza
sin palabras.
(para
cello solo
y para ti).
Entreacto.
Cuchillo en mano, tú,
ante un pan indefenso.
Partido en dos será,
como en partes iguales.
Así, desnudo yo, ante tu cuerpo.
Apariciones.
a R. Armijo.
Cruzo el falso zaguán donde dormitan
un gato viejo y el peluche de alguno de
sus nietos.
El aire es fresco y sabe a vino de La
Rioja
(buena señal de que el poeta
volverá a estar ufano y querendón como
otras veces).
Baja las escaleras, sin bajarlas,
mirando hacia otra parte, tal vez a esa
ventana
que translumbra en los muebles los oros
de la tarde.
Largos meses de ausencia median de parte
a parte,
viajes sin despedidas, silencios
malhabidos,
buenas o malas artes de matar lo que
amamos.
Pero aquí estoy de nuevo en casa del
poeta,
enjuagando con vino viejos y nuevos
tiempos.
(Ah, esos mansos aguajes que labran la
memoria,
ese confuso eco que retumba por dentro
y de pronto es un nombre que habíamos
perdido.
El tiempo, el tiempo es sólo un animal
artero
que acecha en otro tiempo de frágiles
entrañas:
nadie lo ve, ni sabe; hasta que asesta
ese bajo revés, exacto y bajo).
Solo, a solas escucho sus pasos a lo
lejos.
Una sombra es su altura, una sombra
que cruza otro falso zaguán,
sube otras escaleras
en camino a su encuentro con la muerte.
En boca
cerrada.
¿Para qué palabras
sin la semilla de la poesía?
Secas, desangradas palabras
que un viento presuroso
dispersa a ras de página.
¿Para qué palabras
sin el silencio de la poesía?
Confusas, rechinantes palabras
que apañan baratijas junto al metal
precioso.
¿Para qué palabras
sin la locura de la poesía?
Vanas, corrientes y comunes palabras
con que rumian su seso las estatuas.
¿Para qué palabras
sin la lucidez de la poesía?
Leves, ingrávidas palabras
que esplendecen
a flor de labio de los tontos.
¿Para qué palabras
sin la venia de la poesía?
Vagas, descarriadas palabras
tarde o temprano puestas a merced del
olvido.
¿Para qué palabras sin poesía?
¿Para qué palabras como moscas?
De cómo
el poeta Sabines me robó una novia.
La primera muchacha
que me dio de vivir en su corazón
pasaba enamorada del poeta Sabines.
Todo empezó la vez que le presté Tarumba.
Yo fui el culpable.
Para todo era Tarumba,
Tarumba para verme,
Tarumba para hablarme,
Tarumba para amarme,
Tarumba para decirme
que vivía enamorada del poeta Sabines.
Otra vez, a cambio de jurarme que sólo a
mí me amara,
le regalé Nuevo recuento de poemas,
y aquello fue otra Troya.
Ella, pobre de mí, no apartaba sus ojos
del retrato del poeta: lo miraba sin
verme,
descarada, desalmada,
y yo veía que se miraban
como sólo los amorosos sin Dios y sin Diablo pueden mirarse.
Yuria y Maltiempo le robaron la calma largos días;
en su cabeza no hallaba cabida
otras palabras, otros versos,
ni mis palabras ni mis versos pulidos en
su nombre.
Dondequiera que íbamos a encontrarnos
ella llegaba con Doña Luz y el Mayor Sabines
a flor de labio.
(Los amaba como ellos amaron al poeta
porque ella amaba al poeta como ellos lo
amaron).
En el saco de mi corazón caben todas las
cosas,
me decía que decía el poeta,
y yo, que ya vivía en su corazón como
saco ajeno,
la fui dejando a solas,
me fui quedando solo: sin mi primer amor
y sin los libros del poeta Sabines.
Rigoberto Paredes, Trinidad, Santa Bárbara, 1948-2015. Poeta, ensayista, académico, editor. Premio Premio Nacional de Literatura 2006. Publicó: En el lugar de los hechos -1974, Las cosas por su nombre -1978, Materia prima -1985, Fuego lento, antología personal -1989, La estación perdida -2001, Obra & Gracia -2005, Segunda mano - 2009, Partituras para cello y caramba -2011, Irreverencias y reverencias - Febrero del 2015.
Su obra aparece en las principales antologías del mundo hispano. Participó por Honduras en los más grandes festivales de poesía a nivel mundial.
2 comentarios:
Entrañables y hermosas palabras que nos devuelven vivito y coleando a ese POETA INFINITO, RIGOBERTO PAREDES...
Gracias !
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