En el quirófano del tiempo el cuerpo serenísimo
de un rumoroso mapa descansa reclinado
a la espera implacable
del niño de amplios hombros fijado en los crepúsculos
del tiempo por venir.
Aquí tan solo hay batallones de adolescente premura
clausurando las válvulas
idiotizantes
que fluyen por los cauces opíaceos de la anestesia.
Hay que esperar.
Los está esperando un ancho y mudo territorio
en donde la tiniebla
se acostumbró a su porquería.
Todos lo saben, todos. Todos menos los dioses.
El esqueleto traicionado,
el labriego,
el negro, el blanco, el indio, el miserable
lo saben.
Ha de venir un niño de manos constructoras
del útero del pino y del vientre
del alba
a tender los manteles esenciales y el pan de cada día.
Esta vez no seremos los siempre traicionados
por el espíritu santo
del 15 de septiembre.
Porque esta vez ha de nacer
el niño de amplios hombros
del hombre flagelado por los soles
y del seno rural y jubilosos de la hembra resurrecta.
¿Un nombre para el niño tumultuoso? ¿Un nombre?
¡Llamarémosle Honduras!
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