jueves, 26 de agosto de 2010

Hospital Escuela: visiones

El país camina enfermo. Cada día, en la sala de emergencias del Hospital Escuela (un viejo hospital cuya meta original era la de atender 1,900 personas) se abarrota con casi 120 pacientes maltrechos y angustiados.

Recorrer sus pasillos desde la "altanería" de la gente saludable, es recorrer dimensiones de dolor cada vez que se husmea cada una de sus salas. El olor es casi insoportable, una mezcla de antibióticos y supuraciones, tosidos, humores... no hay ventilación adecuada, no hay suficientes camillas.

A medianoche, las enfermeras vagan con su imnsomnio c. Dan instrucciones de emergencia como si fueran espíritus convocados por la ouija, fantasmas que tratan de aconsejarles a los pacientes que la vida es mejor que la muerte, y que el infierno o el purgatorio, está repleto y que deben desalojar rápidamente.

Los familiares llegan con sus parientes cargados en hombros o en brazos, y así recorren pasillos tenebrosos en busca de la atención. Otros se deciden a dejar a su quebrado o acuchillado en un rincón, y corren silenciosos como si estuvieran incendiándose con una flama invisible.

No hay medicamentos, no hay tubos de ensayo. Pienso en una orquestade cámara, la imagino; pienso que podría servir para despedir o dar la bienvenida: es lo único que le falta al hospital para alcanzar su climax grotesco. Un suave velo de ángel ayudaría, una soprano cantando su nana rococó en las escaleras más perdidas...

Los médicos y médicas van sobre los pacientes con una especie de ausencia calculada. En necesario o de lo contrario, habría visto a tres pacientes consolando a cada médico o médica que llora, todos completamente abrumados en su turno.

No hay país: hay una legión de enfermos que aumentan su marea y van a chocar desastrosos en el malecón de emergencia. De una escala del 1 al 10, el dengue mantiene un 9 perfecto en atenciones. Cada esquina interna es un caleidoscopio siniestro que es iluminado con la escasa luz que sobrevive en los desauciados.
¿De dónde sale tanta humanidad deshecha? ¿Quiénes son los que van por las calles aguantando el derrumbre? ¿Quiénes son esos que se deciden de una vez por todas a ir y a desnudarse famélicos en los hospitales? Hay que tener valentía para ello, saber que se compartirá sala con otros 40 o 60 dolientes... hay que tener un valor más supremo que la muerte para dejarse llevar por manos y voces lejanas en un lugar donde falta hasta lo más esencial.

El hospital escuela no es ese infierno blanco que supone Cabrera Infante: he visto un muchacho doblado sobre sí mismo en una silla de ruedas, gimiendo, he visto a un anciano con su pierna partida en tres, abandonado en un pasillo húmedo y amarillo; he visto un hombre cuya convalecencia le impedía llegar al baño evacuando en la puerta... Las calderas de la zona de limpieza es la banda sonora...

F.E.

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