Por José Saramago | © Boomeran(g)
Una de estas últimas noches vi en televisión algunas películas antiguas de Chaplin, a saber, dos o tres episodios en las trincheras de la primera guerra mundial y un filme más extenso, "The Pilgrim", en el que retoma, con menos felicidad que en otros casos, el tema recurrente de un Chaplin sin culpas perseguido por la policía. No sonreí ni una sola vez. Sorprendido comigo mismo, como si hubiese faltado a un juramento solemne, me tomé el trabajo de intentar recordar, tanto cuanto es posible ochenta años después, qué risas, qué carcajadas me hizo soltar Charlot en los dos cine populares de Lisboa que frecuentaba cuando tenía seis o siete años. No conseguí acordarme de mucho.
Mis ídolos en esa época eran dos cómicos suecos, Pat y Patachon, que esos, sí, eran, para mí, auténticos campeones de la carcajada. Seguí reflexionando para mis adentros, siempre los adentros son buenos consejeros porque en principio no mudan de casa ni de opinión, y llegué a la inesperada conclusión de que Chaplin, finalmente, no es un cómico, sino un trágico. Obsérvese lo triste que es todo, todo es melancólico en sus películas. La propia máscara chaplinesca, toda ella en blanco y negro, piel de yeso, cejas, bigote, ojos como pingos de alquitrán, es una máscara que no desentonaría nada al lado de las representaciones plásticas clásicas del actor trágico.
Y hay más. La sonrisa de Chaplin no es una sonriso feliz, al contrario, me aventuro a decir, sabiendo a lo que me arriesgo, que es tan inquietante que quedaría bien en la boca de cualquier drácula. Si yo fuera mujer, huiría de un hombre que me sonriese así. Esos incisivos, demasiado grandes, demasiado regulares, demasiado blancos, asustan. Son una mueca en el encuadre rígido de los labios. Sé de antemano que poquísimos estarán de acuerdo comigo. El caso es que, una vez que se decidió que Chaplin es un actor cómico, nadie le mira la cara.
Créanme lo que les digo. Mírenlo de frente sin ideas preconcebidas, observen esas facciones una a una, olviden por un momento la danza de los piececitos, y díganme después qué han visto. Chaplin se pasaría todos sus películas llorando si pudiese.
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