Nabucodonosor lleva en su barba
viejos anzuelos,
tirabuzones para nuevas champañas,
corchos finos que lo infectan
y hacen pasar graves vergüenzas.
Pero
es un rey de pies a cabeza,
funestas profecías penden sobre él
y tiene en la manga –escondidos-
jardines colgantes donde sueña colgar
a quien se atreva a señalarle sus piernas de barro.
Gusta retratarse como un toro,
y caminar de perfil entre la gente.
Incisivo, pulcro,
amo de los signos triangulares:
Nabucodonosor, luz del desierto,
sonrisa ambigua y divina,
Señor de los cuatro confines
de su celda.
F.E. Solares, 2004
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