lunes, 17 de mayo de 2010

Llave de la salvaje inocencia, R. Dalton


Foto: Chaliobala ®


Espantar una mosca gritar sobre la sombra de una piedra
repercutir en las bodas tan divertidas del garage a oscuras
no pensar sino en grandes borlas rosadas en grandes borlas
que destrozan los pumas cotidianos con toda la mala intención
soportar la infamia del ya no juego del voy a decirlo todo a mamá
ser un gran hombre en las empresas del patio fangoso
donde la lluvia es el cadáver de la abuelita por repartir
donde huele a bostezos a esas arañas a maíz tostándose
y los fantasmas son vasos de leche a gran velocidad
en las manos de todas las ayas niño por Dios por eso
tá tan flaquito el lindo
entonces es como cuando duelen los dientes
o cuando esa vez del colegio en que nos orinamos para siempre
época en que uno no sabe nada de la época
época de no propugnar de audacia sonámbula
como si fuera de coral escondido
pues sin esperar los testigos allá iba
época de llegarse hasta la rueda de caballitos a resolver el amor
época de nuestros icebergs de polvo
de nuestros propios monstruos adecuados
de nuestra propia manera de volar de matar indios
sólo que la Gran Alianza ya había tomado poseción de nosotros
qué fregada
y estaban los ojos de los demás por todos lados de los ojos de uno
y de repente era ojos nomás la vida
y lo peor que uno todo desnudo sin su disfraz ni su mala palabra
sin su vestidito de color que tan bien luce
sobre todo sabiendo entornar los ojos como se debe
ya uno no era uno pues
era uno y los demás y no era hora qué iba a ser
hora de averiguar quién era el ciego
porque además estaba la neblina de la noche el miedo
el vértigo de la soledad desesperada y larguísima
una como amenaza de quedarse sin que el más odioso
de esos peludos grandotes de esas viejas forzudas
te condujera de la mano hasta el lado seguro de la calle
vete a saber qué pensaba uno entonces de la cordura
de las cabelleras ahogadas por los libros huesosos
de los sumergimientos en la riquísima tumba de la cama
en la riquísima ola de acostarse con Ximena
de ese momento en que aullamos contra nosotros mismos
y que después da risa y deja uno escalofríos chiquitos
como perritos de lana saltando sobre un nervio que debe
desembocar en el corazón.



La cosa era difícil pues y aunque el gozo
a menudo venía haciendo gestos tímidos
no hay forma de saber cuál fue la clave de esos días
si la aventura de pasto en que no era malo traicionar
si aquel Dios atenuado por las flores que le conseguíamos
si la crueldad usada para bañar al gato más orgulloso de la casa
si la obediencia apagada ay si la obediencia
que nos hacía rodar tan lejos de la fe en las grandes alas del gavilán.

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