La clave es convertirse en rumor, sí, echar la caminada
contando las miles de cabezas erguidas como flores,
y el viento soplando en una misma dirección.
La mirada se puede subir a los peatonales e ir zurciendo asfalto con cielo,
así, con parches,
como en las cobijas azules de algodón crudo intibucano.
¿Y el viento?
Soplando en una misma dirección, por supuesto.
Hay que ir reflexionando sobre ese perfume del aceite quemado,
el monte suplantando las aceras,
los riachuelos desbocados que bajan de las cuestas de tierra.
Hay señoronas y doñitas -no hay que perderlo de vista-
que salen a las terrazas y lanzan consignas transparentes
del tipo ¡viva la Resistencia hijos de puta!,
y otras que se quedan calladitas,
amasándose las manos para luego ponerlas en los cachetes de sus crios,
mientras les dicen: "Hijos, el viento está soplando en una sola dirección."
Y dichoso sea el compañero,
y dichosa sea la compañera que ve esto y llora,
y hace de sus lágrimas una bandera que
todos enhebramos de cabo a rabo de la marcha.
Después, las piernas no se sienten y las mantas tensan el palo mayor.
Nos hacemos un nudo para aguantar,
amarramos brazos y cabellos,
porque el viento va soplando en una misma dirección.
¡Qué disciplinada alegría la que nos mueve!
¡Qué juntas se ven las multitudes cuando las montañas nos abrazan!
No sabemos cómo, pero un niño se ha subido al carro parlante
y debate con los pájaros
el quién vuela más alto.
Y yo digo que el niño, y yo apuesto por el niño que
arrecho y derecho
va junto al viento,
en una misma dirección!
Fabricio Estrada
Tegucigolpe
1 de mayo del 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario