martes, 6 de abril de 2010

Czeslaw Milosz

La Caída


La muerte de un hombre es como la caída de una poderosa nación
Que tuvo valientes ejércitos, capitanes y profetas,
Y ricos puertos y barcos en todos los mares,
Pero ahora no socorrerá ninguna sitiada ciudad,
No entrará en ninguna alianza,
Porque sus ciudades están vacías, su población dispersa,
Su tierra que una vez proveyó de cosechas está saturada de cardos,
Su misión olvidada, su lengua perdida,
El dialecto de un pueblo puesto sobre inaccesibles montañas.




De la terrena civilización, qué diremos?

Que fué un sistema de coloreadas esferas vaciadas en vasos ahumados,
Donde un luminiscente hilo líquido se mantuvo envuelto y desenvuelto.

O que fué una imponente colección de repentinos resplandores de palacios
Destrozados a tiros desde una cúpula de macizas puertas
Detrás de la cual anduvo un monstruo sin rostro.

Que cada día se echaron las suertes, y que quienquiera que se arrastró bajo
fué conducido hasta allá como sacrificio: ancianos, niños,
muchachas y muchachos.

O pudiera ser de otra manera: que vivimos en un vellocinio de oro,
en una red de arco-iris, en un capullo de nube,
Suspendidos de la rama de un árbol galáctico.
Y nuestra red fué tejida de materia de signos,
Jeroglificos para el ojo y el oído, amorosos anillos.
Un sonido retumbado adentro, esculpiendo nuestro tiempo,
El pestañeo, aleteo, gorjeo de nuestro lenguaje.

Que nosotros pudimos tejer la frontera
Entre dentro y sin, luz y abismo,
Si no, desde nosotros mismos, desde nuestro propio cálido aliento,
Y lápiz labial y gasa y muselina,
Desde el latido del corazón cuyo silencio hace el mundo morir?
O quizá, no diremos nada de la terrena civilización.
Para que nadie realmente conozca lo que fué.




Este Camino


Perdóname. Yo fui un intrigante como muchos de esos que se deslizan
furtivamente por las humanas habitaciones de la noche.

Yo calculé la posición de los guardias antes de arriesgarme a acercarme
a las fronteras cerradas.

Conociendo más, pretendí satisfacer menos, a diferencia de
esos que dan testimonio.

Indiferente al cañoneo, al clamor en la maleza y a la burla.

Deja a los sabios y a los santos, pensé, trae un don a toda
la Tierra, no meramente al lenguaje.

Yo protejo mi buen nombre para que el lenguaje sea mi medida.

Un bucólico, un lenguaje pueril que transforma lo sublime en cordial.

Y el ritmo o el salmo de maestro de coros cae aparte, únicamente
un cántico permanece.

Mi voz siempre careció de plenitud, me gustaría dar una acción
de gracias diferente.

Y generosamente, sin la ironía que es la gloria de los esclavos.

Más allá de siete fronteras, bajo la estrella de la mañana.

En el lenguaje del fuego, del agua y de todos los elementos.

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