Rubén Izaguirre dice en uno de sus poemas (Blanco, 1995):
Este cielo no tiene nubes
sino hombres acurrucados
que provocan mal tiempo.
Y exactamente así ha estado el clima de Tegucigalpa en esta última semana. Un vapor estridente cruza las aguas altas mientras las puertas rechinan de tanta calentura, vomitan llaves y los aldabonazos resuenan en los hornos.
Por la noche, se ha desatado el grito de los hombres acurrucados y ha llovido con furia. Columnas delgadas, hilillos de humo son las flores, pero al día siguiente, un súbito verde inunda todos los solares baldíos.
Es extraño el sur de Honduras: a veces se transfigura en Tegucigalpa.
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