lunes, 18 de julio de 2011

Comayagua en tres tiempos

De Comayagua no conoceremos nada si seguimos ajustándonos a los documentales y a la historiografía oficial. No sabremos nunca dónde se respiró, de qué aire estaba compuesto ese acto de vida, cuánta fe y desazón se mezclaron entre piedra y canto para levantar sus casonas de estampa. Comayagua respira con un pulmón de bahareque y otro de adobe sólido. Mira con ojos de santos y con globos oculares reales, de los mismos que se arrancaron para ponerlos como sacrificio en lugar de los ojos robados al nazareno.

Casa donde vivió el poeta Antonio José Rivas

 Casa donde vivió el poeta Edilberto Cardona Bulnes

 La casa no tiene placa in memorian, pero sí un rótulo de publicidad antigua, el mismo que pinta las esquinas de decenas de pueblos de Honduras.
 Casa donde vivió el poeta Ramón Ortega




 Las plazas renovadas con ese sentido de grave elegancia peninsular, ocultan bajo sus baldosas el acérrimo clasismo que limitó el movimiento y presencia de sus antiguos pobladores indígenas. Las legendarias calumnias de ambos bandos, aún se dejan escuchar como suave siseo de palmeras: "Cuando Francisco Morazán llegó a los conventos, raspó con la punta de su espada las paredes y se dejaron ver los fetos abortados que las monjas sepultaban en ellas...", "Los Padres hicieron los túneles bajo la catedral para esconder los tesoros de las manos herejes de Chico Ganzúa (Morazán)"...





 Conforme a un plan de restauración histórica puntillosamente elaborado por la Cooperación Española, el Instituto Hondureños de Antropología e Historia y el Alcalde Carlos Miranda (16 años como alcalde, reelegido por sus indiscutibles dotes de administrador del municipio), sus viejas casonas han sido renovadas, estimulando a sus dueñas y dueños con el consabido recordatorio de sus raíces criollas y el abolengo tradicional que se promueve a la menor oportunidad de hacerlo, ya sea en forma de videos turísticos, documentales historiográficos y enaltecimiento oficial del Estado muy ligado a las élites eclesiáticas y a su pompa.


 Esta visión urbanística y señorial, ha dado como producto una ciudad orgullosa de su pasado de dominio y con mucho sentido del legado de clase, misma que provoca un elevado sentido del orden y una exótica interpretación del cómo pudo verse Comayagua cuando los españoles campeaban por la zona, algo definitivamente dudoso dado los niveles de indiferencia con que, por siglos, los españoles mantuvieron los espacios públicos, recluidos a placer en sus espacios privilegiados de haciendas y casonas coloniales.






 Si se está interesado en saber de Comayagua, es preferible guiarse por esa escuela histórica francesa que privilegia el rumor y la opinión anónima para ir construyendo el cuadro general de lo acontecido, y con seguridad, encontraremos, el auténtico sentido de vida de la ciudad, y no esa idea generalizada de que Comayagua es un museo marchito donde la antigua fe humana del libre albedrío se esfumó como incienso de altar.








 Y para ello hay que entrar. Cerrar las pesadas puertas del montaje clásico y ver, oler, percibir, tocar, saborear los espacios donde fue destinada la antigua población que es multitud en las procesiones, en los mercados, en el anonimato absoluto que nadie asocia con las techumbres que necesitaron de tejeros, de los campanarios que necesitaron de la fuerza de muchos brazos para alzar sus bronces, de las mujeres que por siglos advirtieron a sus niños y niñas de la forma correcta de inclinarse ante el obispo de paseo y luego se iban para el río, con sus pechos al aire, a lavar la ropa encargada de los señoritos.


 Fruto de noni.









 El bahareque aún mantiene en pie a muchas casas en la ciudad, incomodando a los urbanistas neo-coloniales que van sacando cálculos del costo del terreno y del tiempo en que tardarán las tormentas en derribarlas. Sin embargo, la testarudez y lo indómito del tiempo ancestral sigue siendo una barrera que no se puede derribar tan fácilmente.


 Y es así como va siendo visible lo que tanto trata de ocultar la historia oficial: la genuina creación del espíritu público. Emergen sus actores y también, los auténticos definidores de la dinámica cultural de Comayagua, como es el caso de Ricardo Zelaya, pintor autodidácta que resume en sí, ese relevo generacional donde el catolicismo sostiene sus pilares. Absorto en una pasión confesa hacia el arte bizantino, Ricardo replica con sus manos los moldes culturales católicos que, desde lo oculto, emerge sin protagonismos de ninguna clase, hacia las más altas esferas del ritual canónigo, ahí donde la alta jerarquía se nutre de inocencias y de conversiones diarias, muy lejana a las motivaciones de esplendor y misterio espiritual con que se entregan los católicos de fe.




 Toda la humildad que es capaz de dar la exclusión asumida tras siglos y siglos de saqueo anímico y toda la verdad que es capaz de asumir la dignidad se encuentran fuera de la historia, y en el fondo, toda autoridad jamás alcanzará a reconocer lo que en esencia es una fe que nace para sí misma y que sólo hace uso del ritual para tener un pretexto de comunión con los demás.






 La niña con la espina en su pie (¿Qué casa en Honduras no la tuvo?)

 El Coronel en su laberinto sepia.


 El poeta Juan Carlos Zelaya y su madrina, la "Niña" Mercedes.



 Y el tiempo, que no lo marca el antiguo reloj árabe de la Catedral, sino el más sencillo y humilde, bajo el rostro de nuestros antepasados indígenas.

F.E.

7 comentarios:

René Novoa dijo...

Bellísimo fotorreportaje hermano. Gracias por ofrecernos a Comayagua desde tu lente

Anónimo dijo...

Hermoso y conmovedor trabajo de restitución de la memoria, querido Fabricio,excelente trabajo como siempre todo lo tuyo. Abrazos triples. Mestre.

Bairon Paz dijo...

Gracias por este trabajo Fabricio... hay que acercar el tímpano a la tierra, para escuchar el grito de la sangre, como diria Rivas.

Fabricio Estrada dijo...

Sí, la memoria es el arma más poderosa de la humanidad excluida... un día brotará como ceiba frondosa y cubrirá y limpiará la tierra de sus opresores.

Un abrazo grande, poetas.

Anónimo dijo...

Que bueno que haces esto Fabricio, para que no se olvide que la ciudad tiene vida y no es solo un escaparate a la venta. Mi familia es de comayagua y de otros pueblos del norte del departamento. Hiciste recordar tantas anecdotas invaluables....

Leonel Delgado Aburto dijo...

Excelente post. Hace pensar en las similitudes con tantas ciudades centroamericanas. Saludos.

Anónimo dijo...

Muy bonitas memorias de Comayagua felicidades por su trabajo.