Similar a 1963, el golpe de Estado en junio pasado fue como cuchillo en plena conciencia de la armonía ciudadana. No es que el país flotara entre gasas y felicidades, desde luego, la crisis provocada por la cuarta urna había ya dividido a grandes bloques de la sociedad y en la estructura global de gobierno, al enfrentarse dos poderes públicos contra uno, se visualizó muy obvio que existía desproporción de poder y mando ya que la elección que el congreso hizo de autoridades respondía a objetivos partidarios, no a fortalecimiento de las instituciones. Con todo, el resultado de la cuarta urna hubiera sido fácil de detener sin recurrir a la violación constitucional: simplemente al arribar al legislativo la petición -que solo era eso- se la hubiera negado o astutamente postergado.
Para infortunio de élites, y para fortuna de la población desposeída, el golpe fue igual danza de disfraces -ballo in maschera- donde cayó el antifaz de quienes se creía eran héroes de la civilidad y que no resultaron más que reformistas incapaces de imaginar nuevas vías -democráticas, desde luego- para atender la voz popular. Al contrario, esgrimiendo el detritus de sus ideologías -seudo socialdemócratas, seudo socialcristianos- lo único que les vino a la mente para silenciar a aquella fue romper otra vez la Constitución, como se estilaba en el siglo anterior.
La ira que desató la defenestración de Zelaya encontró pronto cauce pacifista y dio paso a un fenómeno nunca antes visto en el país: que grandes masas optaran por la no violencia para satisfacer su reivindicación política. Ese enojo pudo haberse conservado a niveles medios de no ser por la brutal represión que el régimen tiránico produjo como respuesta y que fue la más estúpida medida que haya adoptado. Con ello ahondó a niveles no modernamente vistos la brecha sentida entre oligarquía y pueblo llano, entre ricos y pobres, entre personas con solo visión política caudillesca y partidista y personas con visión política global. Profundizó, además, cierta y oculta discriminación racista que ya se daba en silencio -o que quizás era más económica que racista- y que ahora identifica a la octava etnia como instigadora del golpe civil militar. Los árabe descendientes deberán hacer un supremo esfuerzo para conquistar otra vez
afecto social y ojalá que lo intenten con patriotismo y sinceramente.
La ira ha bajado en manera sensible pero no sus consecuencias, ya que se ha transformado en vigorosa reflexión. Pues muy pocos, ignorantes individuos, dudan de que la causa absoluta de nuestros problemas sociales es la imperfección del sistema y la injusticia que genera en todos los planos -socioeconómicos y culturales-, y se expande la certeza, además, de que el nuestro no es un país pobre sino mal gestionado y abusivamente explotado por minorías y que correctamente administrados sus recursos alcanzarían y bastarían para eliminar la miseria, no solo reducirla, y para enrutar a la república por sendas de superior desarrollo.
Lo que se desconoce aún es si las élites de succión y expoliación, si las voraces transnacionales, los neoliberales y los apátridas para quienes su ombligo es el dinero, están dispuestos a ingresar a esa reflexión y convertirla en diálogo participativo, si se hermanarán o distanciarán, si optarán por el concordato o acentuarán la polarización, retando al incendio.
Cuando bien se asimilan, las bilis agitan al cuerpo social, lo renuevan y purifican. La ira que mamamos este 2009 será constructiva si se suma a un propósito superior, cual es el bienestar de la mayoría. Paz y justicia mueren no siendo equitativas. Entre tanto prosiga el sueño imperial de apropiarse de las riquezas de todos y usufructuarlas en exclusivo beneficio, habrá antagonismos inevitables. Y con ello otra vez la cadena insensata de la sordidez humana: ira que conduce a odio, rencor, violencia y muerte. Escoged vosotros, pues.
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