martes, 15 de diciembre de 2009

Harry Martinson - La catástrofe


De espaldas a la cotidianeidad de los hombres oteaba Tycho
desde la isla de Hveen
el universo donde brillaban los semblantes de los soles.
Una noche cuando se consumía una nova,
un sol camino de su destrucción,
oyó a sus espaldas la voz quejumbrosa de una jornalera:


Misericordioso señor, mi hijo está en peligro.
Ay, antes de que salga el sol mi hijo habrá muerto.


Tycho permaneció inmovil investigando la nova en el telescopio,
vio como desaparecía para siempre un sol para los mundos
que habían gozado de sus favores,
pensó en las gentes de aquellos mundos, sus reinos sorprendidos,
todo lo que habían hecho, soñado y sentido
hasta la fecha en que surgió la llama
súbitamente la blancura ígnea de cielos retumbantes
y los océanos del mundo no bastaron para apagarla.


Temblando sintió el innominado dolor de Casiopea,
y sin volverse hacia la quejumbrosa mujer le dijo:
Mujer, acabas de nombrar el sol. Recordabas la existencia del sol.
Grande es la excelencia de tu memoria.


¿Cómo está tu hijo? ¿Enfermo?

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