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Veo el paisaje de Tegucigalpa. El Cerro Cantagallo majestuoso y con el descombrado dividiéndolo en dos.
Tan calmo todo.
Tan falso.
Abajo, bulle la sangre, la persecución silenciosa de las hordas de Romeo Vásquez y Micheletti.
Los golpistas ven Cantagallo, tres veces al día; las mismas veces que traicionan a sus congéneres, las mismas veces en que niegan lo que aquí ocurre.
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