¿Cúantos muertos somos capaces de soportar en medio de un desayuno?
Las paredes amanecen repletas de muertos colgados.
Se estiran las piernas bajo las mesas y los muertos tropiezan con uno.
Se sube a los autobuses y todo va ocupado por los muertos.
Un brazo, un oftálmologo que revisa desde su ojo de pescado,
un ovillo de piel que se enreda en los rincones, un pozo de cuágulos.
Un muerto me ha vendido el periódico, un puñal me ha sonreido en el taxi.
Las secretarias se adornan entre coronas fúnebres, las camas son catafalcos.
¿Cúantos muertos se ocupan para llenar un ataud?
Los dolientes saborean los panecillos,
en los baños fornican los viudos,
las campanadas abren las fábricas y los obreros
se intercambian salterios.
Me han contratado para narrar el amor de los que parten
y yo no puedo más que reir,
mostrar los dientes y reir con el cráneo vacío.
Suben las plañideras, suben la vieja cuesta de Sísifo,
cargan ese cadáver infinito que siempre rueda
hacia la fosa de nuestra infancia.
F.E.
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