León, 1 oct (EFE).- El poeta y artista Juan Carlos Mestre, ganador del premio Nacional de Poesía, declaró hoy a EFE, tras conocer el galardón, que experimentaba una "alegría contradictoria".
"Vivo siempre -dijo- tan instalado en lo paradójico y contradictorio que es ésta una alegría contradictoria" "Es un año de grandes desapariciones, la de un poeta tan querido como Antonio Pereira, por ejemplo, o la de Jose Miguel Ullán, otra persona desaparecida este año... ellos se merecían ese reconocimiento; a años luz del trabajo que yo he hecho", recalcó.
"Pero bueno -añadió- sus obras están en el lugar más seguro; están siendo leídas ya desde los ojos de alguna eternidad más trascendente".
La muerte de Pereira, nacido como Mestre en Villafranca del Bierzo, ha sido un golpe muy duro que el poeta premiado sigue acusando: "Le conocí de niño; fue la mano del ángel que me condujo por los caminos, en la vida y en la poesía; fueron muchos años de complicidad, y su desaparición fue una amputación de felicidad, causante de un vacío" "Pero la vida -afirmó Mestre- continua y ahí están felizmente reinantes poetas a los que tanto quiero, compañía esencial en este camino, como el maestro Antonio Gamoneda, quien también esta en mi vida desde la adolescencia, desde que leí aquel verso radical y rotundo de que la belleza no es un lugar a donde van a parar los cobardes".
Respecto a su actividad actual, el poeta y artista (también es premio nacional de Grabado) destacó: "Yo carezco de método y teoría; y por tanto me mueve la intuición y la imaginación como destino: no necesariamente mi voluntad está de acuerdo muchas veces con mi capacidad" "Como decía Pereira -recordó- mi corazón vive por encima de sus posibilidades y mi inteligencia vive por debajo de lo que yo quisiera hacer" "...Pero estoy dibujando y grabando, y vigilando esas palabras al norte del porvenir que son siempre aquellas con las que los poetas construimos nuestros poemas", dijo finalmente.
Juan Carlos Mestre ganó el premio Nacional de Poesía, otorgado por el Ministerio de Cultura, por su poemario "La casa roja".
El premio, dotado con 20.000 euros, se concede a la mejor obra de poesía publicada en España en 2008, ya sea en castellano o en algunas de las otras lenguas cooficiales. EFE
"Los premios carecen de importancia, sobre todo cuando pienso en tantos amigos cuya obra está a años luz de la propia y que se han ido al paraíso de la utopía sin reconocimientos, como José Miguel Ullán, Rafael Estrada o Antonio Pereira, por citar sólo a algunos".
Para Mestre, a pesar de la imposibilidad de definir La casa roja, porque la poesía "es como conocer algo de lo que no tenemos conciencia, y explorar en un libro propio es rayano con exploraciones o vanidades de delirio que no van conmigo, porque yo no he construido ningún discurso de autoridad artística"
La casa roja
Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus Biblias de nácar la erección de los guardiamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan, recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia. La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, las maniquís de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas.
El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con humo de lo ardido y lava de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota.
El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes. Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de una frente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios.
Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna.
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