martes, 20 de octubre de 2009

Informe de Shakeaspeare a la ONU, a la OEA y al SPQR

Don Willian suele explicar las cosas ex temporáneamente y sin despeinarse un solo pelo, como el buen James Bond isabelino que fue. A nadie se le puede confiar con mejor acierto la investigación de cuanta maquinación se le haya ocurrido a los poderes aciagos de la riqueza.
Dando el salto correspondiente, podemos atravesar el océano del tiempo y utilizar el texto de Julio César como Piedra Rosetta para interpretar nuestra crisis. Me cuesta imaginar a nuestras momias con tan alto lenguaje, pero con seguridad, el método utilizado para maquinar el asesinato de las aspiraciones populares romanas, fue el mismo; así que sin contemplaciones, leamos:




Casio.- Pero ¿qué hacer respecto de Cicerón? ¿Le sondearemos? Pienso que estará resueltamente con nosotros.

Casca.- No lo dejemos fuera.
Cinna.- No, de ningún modo.
Metelo.- ¡Oh! Tengámosles, porque sus cabellos canos nos harán adquirir buena opinión y conseguirán que se levanten voces para encomiar nuestros hechos. Se dirá que nuestras manos han sido dirigidas por sus sentencias, y lejos de aparecer en lo menor nuestra juventud y fogosidad, desaparecerán por completo en su gravedad.

Bruto.- ¿Oh! No mencionéis su nombre, pero no rompamos con él. Jamás seguirá cosa alguna principiada por otros.

Casio.- Entonces, dejadle fuera.
Casca.- En verdad no es hombre a propósito.
Decio.- ¿No habrá de tocarse a hombre alguno, excepto César?
Casio.- Bien pensado, Decio. No juzgo oportuno que Marco Antonio, tan amado por César, le sobreviva. En él hallaríamos un astuto contendiente; y bien sabéis que si perfeccionase sus recursos, serían suficientes para fastidiarnos a todos. Pues para evitar esto, que César y Antonio caigan juntos.

Bruto.- Parecería demasiado sangriento nuestro plan, caro Casio, el cortar la cabeza y mutilar además los miembros. Sería algo como la ira en la muerte y la envidia después. Porque Antonio no es sino un miembro de César. Casio, seamos sacrificadores, no carniceros. Todos nos erguimos contra el espíritu de César, pero el espíritu de los hombres no tiene sangre. ¡Oh! Si pudiésemos por ello dominar el espíritu de César y no desmembrar a César. Pero ¡Ay!, César tiene por eso que derramar su sangre. Y benévolos amigos, matémosle como la vianda que se corta para los dioses, no como la osamenta que se arroja a los perros. Y hagan nuestros corazones lo que los amos astutos: excitar a sus sirvientes a un acto de furor, y después aparentar que se los reprueba.
Así nuestro propósito aparecerá necesario, no envidioso. Y con tal apariencia a los ojos de las gentes, se nos llamará redentores, no asesinos. Y en cuanto a Marco Antonio no penséis en él, porque no tendrá más poder que el brazo de César cuando la cabeza de César esté cortada.

Casio.- Y, sin embargo, le temo, acausa del profundo amor que tiene a César.
Bruto.- ¡Ah, buen casio!, no penséis en él. Si ama a César, lo más que podrá hacer será reflexionar dentro de sí mismo y morir por César. Y harto sería que lo hiciera porque es hombre dado a juegos y a disipación mucho, camaradas.
Trebonio.- No ofrece peligro. No hay para que muera, desde que gusta de vivir y ha de reirse de esto después.