Jorge Martínez Mejía, poeta y promotor cultural, nos
sorprende nuevamente con la publicación de su primera novela El mundo es
un puñado de polvo. El narrador desarrolla su obra moviéndose
entre las grandes corrientes de la literatura realista, social
urbana y el realismo sucio, consiguiendo retratar, sin
concesiones, el fenómeno de las pandillas y las maras en Honduras.
La opción estética de Martínez Mejía para
desarrollar su propuesta narrativa le permitió abordar la marginalidad social,
la fatalidad, las vidas que se viven fuera del sistema. Personajes
desintegrados socialmente pero con un sentido de pertenencia al grupo del que
forman parte y con el que se identifican hasta la muerte.
Relato ético-estético en el que los elementos se configuran
con la única ética posible, aquella de quiénes han sido degradados por la
sociedad (En La caída: “Vos te apartás del presupuesto nacional, te hacés a un
lado, pero siempre te tragan, sos un delicado bocadillo rosa, una minúscula
campana avivando la fiesta, un polvillo suave y negro cayendo en la mesa blanca
del canciller que navega en la nube de la fraternité. ”).
En esta narrativa los elementos van configurándose como
en la realidad misma, aparentemente inconexa, artificialmente caótica. Ahí se va
hilando finamente el mundo devastado y hostil en el que viven los jóvenes que
se agregan a las maras. Quedan retratadas las raíces rurales de muchos de sus
integrantes (Mamombella, el origen del Payaso) los profundos lazos con las
madres y las abuelas, pues en esas relaciones signadas por el patriarcado, el
padre está ausente.
El Payaso nos relata, en primera persona, sus recuerdos
infantiles y adolescentes. Sus relaciones familiares y el modo en que estas le
signan. De su padre tiene presente cómo le surgió el odio por el abandono
y a quien culpa por la enfermedad y muerte de su madre. Él es el artífice de
las desgracias de su única y verdadera familia, su madre y su
abuela.
Sin duda Martínez logra recrear los imaginarios de las/os
jóvenes que habitan los barrios marginales, óptimo caldo de cultivo para la
conformación de las maras y pandillas. La mayoría de sus miembras/os provienen
de ese medio natural, del ámbito rural, con una geografía sin
fronteras, de calmados contrastes, en el que imperan tradiciones y
estructuras sociales más sólidas y en el que los cambios no son
rápidos ni profundos y en donde los valores permanecen inmutables.
Las dificultades del transito del campo a la ciudad está
narrado sin artificios, con ternura y poesía. Pone en el escenario las
inciertas estructuras urbanas, sus discontinuidades, el nuevo espacio
arquitectónico que impone conductas antes desconocidas y que reproducen
la alteración en las relaciones interpersonales y con el nuevo medio ambiente.
Estímulos nuevos que le imponen un dinamismo diferente a la vida.
Poco a poco van apareciendo nuevos personajes con una
visión diferente del mundo, en el espacio urbano cambia su destino y se
enfrenta permanentemente a la aventura. Sin aquiescencias de ninguna
índole aborda las asperezas de la vida, ante la violencia desatada en el
ambiente cotidiano de las maras.
La particular atención del autor a la marginación de los
empobrecidos, el abuso de poder, las diferencias de clase, y la
injusticia le dan fuerza al relato. Ante cada nuevo capítulo nos ataca la
incertidumbre, la inevitable sensación de estar de cara a una
aventura. Sin duda el lector se encuentra ante una de las novelas de
carácter social mejor logradas, tanto por su técnica
como por el tratamiento del tiempo y sus intenciones. Enhorabuena
Jorge Martínez Mejía, buenos tiempos para la creación en nuestra Hibueras.
Anarella Vélez
No hay comentarios:
Publicar un comentario