Alguien vio en mí al voluntario capaz de lanzarse del acantilado de Saipán.
Pero yo no creía en los emperadores que montan en caballos de lana. Prefería creer en los aros donde el tigre se peina con látigos y fuego para luego terminar consumido, tan pequeño como el carbón sobrante de una barbacoa.
Duele saberse partido en dos. Pocos lo confiesan, pero dentro de las cajas del show la sierra del mago rasga, roe, sangra, y el traje queda hecho un desastre y luego uno se tarda demasiado para subir los ascensores. Si entrás a una iglesia vas de rodillas, si entrás donde el jefe vas humillado, si subís al faro sos simple mota que entorpece, un indescifrable morse, otra señal de auxilio pero nunca salvación, nunca puerto, nunca nada.
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