miércoles, 8 de septiembre de 2010

Tres tristes tigres -Cabrera Infante


He terminado Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, y caramba, ¡cuánto necesitaba de una lectura así! La novela es una noche que se fragmenta, la fragmentación es una lengua que se rehace con el ritmo del bolero y la traducción ¿tradittori? ¡sí! todo el que la lee se traiciona a sí mismo creyendo que logrará destrabar el nudo en el siguiente capítulo.

Aquí no hay desenlaces, ni trama, al final quizá Cabrera Infante de la sensación que se compadece del lector y le brinda una especie de consuelo al cerrar el diálogo de Cué y Silvestre con un resentimiento por novia quitada.

A mi parecer, es en esta última parte de la novela donde se dan las mayores cargas de profundidad, y todo ello en medio de un paseo infinito en descapotable, por todo el malecón de La Habana y con un malabar lingüístico endemoniado, de alta catadura o divertimiento intelectual. ¿Los parlanchines? pues Cué y silvestre son el resumen de ese dandy cosmopolita que habla de todo, de cine, de cabarets, de boleros y descubrimiento de estrellas, de Copérnico y Bach, de Groucho Marx y de Lezama Lima, de Jenofonte y de los millonarios que se emborrachan en el Tropicana... nada es sagrado para ellos a excepción de esa nostalgia que van construyendo de La Habana a toda velocidad.

Tres tristes tigres no es una novela mosaico, no, ¡es un caleidoscopio!, es la chaqueta de espejuelos del presentador del night club, es el chispeante cubanismo en las expresiones más formales, es la recuperación de un mundo nocturno exótico y en exilio permanente. Aquí solo hay que entrar y disponerse a bailar con las sombras más exuberantes.

Una gran novela que -como el hombre lobo y todos los monstruos cuando tienen en sus manos a la beldad- no se sabrá qué hacer con ella, si morderla y despedazarla o salir aullando con el rabo entre las patas.

¡La impotencia! ¡La impotencia! ¡La impotencia! - como diría Joseph Cuénrad.

F.E.

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