Cicerón y Julio César se enemistaron. El uno defendía la insustancialidad de las esferas celestiales, y el otro, su inexistencia.
Julio César pensó en ello al cruzar el Rubicón... Cicerón se lo confirmó a sí mismo segundos antes que su enorme cabeza quedara incrustada en una lanza y exhibida en el Rostrum.
F.E.
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