lunes, 11 de enero de 2010

Eurípides o el destino de la veleidad - Fabricio Estrada



¿Qué fue de aquellos que, envanecidos por el poder, regresaron de la Troya arrasada, olvidando que fue la veleidad y no la justicia la que triunfó después de diez años de muerte?

Eurípides tiene gran parte de la respuesta: el destino de aquellos que triunfaron y aniquilaron fue su inexorable destrucción, su degradamiento paulatino, su oprobioso final. De pocos es conocido lo que trae como consecuencia el mal una vez que es desatado; el mal jamás se detiene una vez que comienza (el diablo es el único conciente de ello, por esto es la máxima expresión de la maldad en la visión judeo-cristiana); pocos entonces, sabemos hasta donde puede llegar el mal que toma como pretexto la conquista del poder.

En Medea, Orestes y Andrómaca, el gran trágico griego Eurípides, conforma una trilogía que en sí misma, es un intrincado laberinto donde los principales causantes de la Guerra de Troya aparecen en sus actos finales, irredentos, vengados o castigados.
En estas tres espléndidas tragedias, Eurípides insiste sobre lo que se encuentran en el regreso a casa los ungidos como héroes en las llanuras de Ilión: la fatalidad de reconocer que tanta muerte fue iniciada por causas puramente venales. Así, Menelao ha insistido en la guerra para vengar su orgullo de macho, y sin embargo, una vez destruida la ciudad del cobarde Páris, no puede evitar desear a Helena, llevándosela de nuevo y sin castigo hacia Esparta.

Agamenón, el glorioso general, hermano de Menelao, se encuentra al regresar con la infidelidad de su mujer Climtenestra, quien lo ha estado engañando en su ausencia con el hijo del gran Aquiles (muerto por la flecha del más glorioso cobarde, Páris). Climtenestra lo asesina y provoca que Orestes y Electra (su hermana) planifiquen su asesinato para vengar al padre.

Hermione, hija de Helena y Menelao, entra en rabia homicida al reconocerse estéril ante la fertilidad de Andrómaca, viuda del príncipe Héctor (derrotado por Aquiles), ahora esclava que Menelao ha entregado a Neoptólemo, el mismo que ha sido amante de Climtenestra.

Con el asesinato de sus propios hijos, Medea, la celosa esposa de Jasón (el de los argonautas) impacta la psiquis de Peleo (uno de los argonautas), quien en el futuro, ya anciano, evita que Menelao asesine a Andrómaca y su pequeño hijo, Moloso, crimen que instigaba Hermione.

Orestes, además de matar a su propia madre, instiga la muerte de Neptolomeo, a causa de los celos que le tiene a éste por haberse casado con Hermione, quien le había sido prometida en matrimonio. Poco después, Orestes, intentará matar a Hermione para castigar a Menelao por no defenderlos, a él y Electra, durante el juicio donde el pueblo los ha condenado a muerte por haber asesinado a su propia madre, Climtenestra. Menelao es tío de Orestes, recordemos, hermano de Agamenón.

Pero en el fondo, el odio nuclear de toda esta red de intrigas, es Helena y Menelao, la voluble pareja mezcla de celos, cobardía, ambición, alevosía y cinismo. Es decir, Eurípides reconoce en ambos el origen de todo el mal que esconde el poder con sus veleidades supremas. Es así que pone en boca de Peleo (anciano padre de Aquiles) la síntesis de su pesquisa:

“Pero ¿ te cuentan entre los hombres ¡oh, cobardísimo!, nacido de cobardes? ¿Hay alguna razón para que te cuenten entre los hombres, a ti, que has sido privado de tu mujer por un frigio, dejando los hogares de tu morada sin cerrar y sin guardar, como si en tus moradas tuvieras a una mujer casta, cuando era la peor de todas?...”

“…Y por ella has llevado a Ilión tan numeroso ejército de helenos. Cuando comprendiste que ella era culpable, no debiste hacer la guerra, sino dejarla, despreciarla y no recibirla jamás en tu morada. ¡Pero no abrigaste en tu espíritu tan feliz pensamiento, hiciste perecer a una muchedumbre de almas nobles, has privado de sus hijos a viejas madres y has arrebatado a nobles hijos a padres de cabellos blancos! ¡Y yo soy de esos, desgraciado, y te miro como el mal demonio de Aquileo, a ti, que eres el único que no ha vuelto herido de Troya y has traído tus hermosas armas en estuches hermosos y tales como te las llevaste!”

De esta forma, y bajo esta caracterización, Eurípides hace que en Andrómaca y Orestes, sea Menelao el primero en huir de lo que él mismo ha provocado, dejando la tragedia clavada en el pecho de todos cuanto le rodean, al igual que Helena, quien al final es salvada de la espada de Orestes por el mismísimo Apolo, quien la convierte en una estrella más del firmamento, aduciendo que fue su voluntad de dios olímpico la causante de todo el torrente de sangre.

Es la veleidad de un dios, entonces, la que determina el vacío del poder, ese vacío que encontramos en los hombres y mujeres que intentan justificar sus actos brutales con discursos ornamentados . Y ese dios, lo dice Eurípides, termina abandonando todo poder que haya sido creado en la tierra a su imagen y semejanza, así como abandonada por su padre quedó Hermione, a merced de sus miedos y enemigos.

Eurípides, para puntualizar termina diciéndonos a través de uno de sus coros (representación escénica del pueblo): “Más vale no alcanzar una victoria deshonrosa que vencer a la justicia con ayuda de la violencia y de la envidia. Por el momento, eso agrada a los hombres; pero con el tiempo se marchita y se torna en oprobio para las familias. Quiero vivir una vida honrada, sin conquistar el poder fuera del derecho, ni en el matrimonio ni en los asuntos públicos”

Tremenda lección que se repite, siglo tras siglo, entre los causantes del sufrimiento humano, los mismos de ahora que, con sus actos, se conducen –lo repito- inexorables hacia su propia destrucción.

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