¿Cuáles espejos?
Yo sigo siendo el niño de costumbres primitivistas,
el necio que busca a Honduras
atrás de los cuadros de Velásquez.
Y por supuesto
sólo encuentro al perro y al cura,
las maceteras con begonias,
las callecitas bien barridas con escobas de vara,
la mansedumbre del cielo,
los bosques de crayola.
¿Pero quién me pide que describa la rabia
que incuban sus casitas blancas?
Yo he visto al guardia en su garita
aferrado a su arma como el arriero a su mula,
al cajero bancario viendo hacia afuera
más allá del dinero que vuela,
yo veo al peón mal comido con su pala de rabia,
al chofer que se levanta con la madrugada
y va frenando su vida en cada estación,
al policía que guarda la bala junto al santo,
al maestro albañil que se baña en los drones,
que se peina de regreso a casa
con los mismos dedos que clava en la puerta,
con los mismos ladrillos que suman la rabia,
el techo que pone encima de él,
la rabia que construye y calla cada día más.
¿Cuáles espejos entonces?
Voy llegando a viejo
y todavía busco a Honduras en el rabo del perro
y en la sombra eterna del cura.
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