martes, 25 de noviembre de 2008

Otoño 2004, F.E. ®


Vi el otoño en espera de la nieve, pero aquel Estocolmo del 2004 me negó el maná y tuve que contentarme con la acumulación de nubes y el preludio glaciar que venía de la tundra. Ahora que recuerdo bajo el mismo viento helado que traspasa a Tegucigalpa, me veo en el molde exacto de estas memorias que se hicieron poema.

¿De qué color es la hierba
que se enreda en el cráneo y lo deshoja?”
José Gonzales
I
Dejo caer la ropa
y entro desnudo a la savia del metro.
Mis manos caen despacio y quedan por ahí,
pisadas por la prisa.
Velozmente caen los rostros,
las ventanas se esfuman y de pronto,
vuelve la luz al espejo en que sonríes,
porque no hay paisaje en la ciudad perforada,
y sólo vas vos, mirándote.
Caen las palabras, apenas dichas,
congeladas por el viento de la tundra
y vos las dejás atrás, en silencio
y el mosaico va cayendo.

(La ciudad fue fundada en la palabra:
piedra palabra, iglesia palabra,
la palabra venció al Báltico y se juntó en islas,
la palabra es de piedra y resuena con tus pasos)

El mar cae, las velas emigran de los mástiles,
un barco vikingo llegó de la nada
con su botín de niebla cubriéndolo todo.

II

En la ciudad que se desprende
mi recuerdo
es el árbol más desnudo de la plaza.

III
Maná de Escandinavia,
puzzle de los dioses,
el otoño es un espantapájaros
que se hace y se deshace.
Blando como una manzana,
el pecho se agusana comido por el metro.
En las vitrinas, el invierno espera
oso enjaulado y hambriento, lo ves con tristeza
y le das de comer de tu sueño.

Gira el carrousel de las hojas,

tu ojo es una bola de cristal con palacio adentro,
adentro se agita la nieve que aún no llega
adentro amanece cuando apenas se duerme,
adentro llueve a gritos
y se estremecen los árboles del solar lejano,
caen los mangos madurados por la tormenta
caen las patadas del cielo
caen los puños del ciego
cae el polvo de un país que se derrumba,
cae nuestro otoño, eterno, con estrépito de invierno.

IV
Y es ahora cuando duermes,
que las calles están repletas
de ventanas marchitas
y que los edificios apenas se sostienen
ateridos
en los hilos de sus tuberías.
Los mendigos han caído a mis pies,
hojas de la miseria
que extienden su mano
antes que las monedas caigan
desde los autos
y que la ciudad entera se desplome.

Las campanas
que aguantaron tantos años,
ahora caen en silencio,
badajo a badajo.

V
Ves que caen bolas de vidrio
y te hieren
te rasgan los tímpanos.
Nadie sale a contemplar nuestro otoño,
nadie sale a colorear los cascotes
de cal y canto.

El paisaje inunda los tragantes.

VI

Silencio de ciudad vieja.

Pero de pronto
la vejiga del sol se rasga
y cae la luz
como un espejo que se rompe.
La multitud sale a sembrar los vidrios
y espera sentada
en las plazas que dan al mar.

Lejos,
crece el verano.

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