martes, 25 de noviembre de 2008

El círculo de Berg *, F.E. ®


¿Cuándo comenzó a ponerse de moda esa abominación de guardar en los celulares el acto de decapitación de prisioneros? ¿Qué anestesia monstruosa logra crear el efecto de la irrealidad?


Aquí comienza la imagen de la marmota,
lo imprevisto de tanto río, que de pronto,
serpentea lúbrico en la mirada.

¿Cómo es que se mata de golpe tan certero?

Un animalito así
no hace más que zambullirse y retozar,
piensa tal vez en las supercuerdas,
se preocupa por el efecto invernadero.

Una marmota jamás imagina su muerte,
sin embargo, uno puede advertir,
cierta veta histriónica en su ternura,
el adelanto de una súplica posible,
algo que no encontramos
en un hombre a punto de ser decapitado
que no grita, porque aún es joven y se cree eterno.
Pues bien, así es fácil abrazar al muchacho,
convencerlo que en efecto, éste va a ser su final,
el adios al río, al mar, a la fe.
Entonces, ya no se puede ver una estopa en las pasarellas
sin ponernos a llorar,
sin recordar el círculo de Berg que se hunde en el cuello.

Ya habrá tiempo de llorar a los minks,
a las focas arpón y a los dioses desollados,
por ahora, la marmota se pasea sigilosa
y se desliza contenta en la memoria.
Nuestro abrazo es un cubo de hielo
con mil agujas transparentes
y fantásticas.


*Nicholas Berg, joven estadounidense decapitado en Bagdad,
Mayo, 2004.

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