Era tarde y junto al poeta Edgardo Florián, platicábamos la cerveza y callábamos. De pronto, desde el árbol de retratos que cuelgan de las paredes de Café Paradiso, cayó uno, como hoja de otoño.
Florián, amante de signos y presentimientos, se levantó y dio vuelta al retrato. Me miró, y con la seriedad que le caracteriza a la hora de proclamar el augurio me dijo: “es el retrato de Gelasio Giménez… a Gelasio le ha pasado algo…”. Recordé al instante la tarde frente a la Catedral en que Gelasio me ofrecio “unos libros” ¡y claro que sí! -le respondí. Los que escucharon la oferta se sonrieron con cierto cansancio burlesco; al parecer Gelasio ya se los había ofrecido y no lo creían capaz de regalar su tesoro.
“Llégate el sábado y lleva mochila grande o dos costales” –me dijo. El sábado llegué a su apartamento -¡y vaya caos que tenía!-, alerta por sus mil mascotas al acecho: perros, gatos y sobre todo, del inquietante laberinto de sus muchos caleidoscopios, hechizos que destellaban entre el polvo de la mudanza (el maestro se mudaba hacia el Barrio La Fuente). “Me gusta hacer caleidoscopios, son como infiernos de bolsillo”, me dijo.
Y ahí estaban las islas de libros, por todos lados, libros de muchas épocas. “Son tuyos, anda, agarra los que puedas llevar”. ¿Está usted seguro? Le pregunté. “¡Claro, chico!, a mi edad ya me pesan demasiado, son una carga que ya no quiero cargar”.
Saqué los costales, abrí la mochila de camping y comencé a llenarlos, a diestra y siniestra, sin verlos por el temor de que se convirtieran en sal o regresaran al polvo del cual salían: las obras completas de Proust, tratados sobre estética, literatura cubana, Joyce, estudios sobre la forma…caramba, y muchos otros más que todavía sigo descubriendo en mis libreros.
Cuando Florián devolvió el retrato a su árbol, Anarella Vélez llegó con la noticia: Gelasio estaba interno y estable de un conato de infarto en el Viera. Pedimos otra cerveza y sonreímos. “Aún no es su día” nos dijimos, pero fallamos –incrédulos- por un par de meses: ayer domingo 23 de noviembre, Gelasio Giménez moría y su cuerpo era velado en el gran salón del Museo del Hombre Hondureño, rodeado por sus esplendidas pinturas, con la burla de Ensor y el insistente sarcasmo de su madonas brillando entre el polvo de oro de su recuerdo.
Dichosamente, yo tendré en sus libros gran parte de su diálogo y podré, con sus lecturas, leer y contemplar –como si se tratara de un gran caleidoscopio- los colores que lo llevaron a pintar con tan rabiosa y serena soledad.
Buen viaje maestro Gelasio! y gracias por todo!
Florián, amante de signos y presentimientos, se levantó y dio vuelta al retrato. Me miró, y con la seriedad que le caracteriza a la hora de proclamar el augurio me dijo: “es el retrato de Gelasio Giménez… a Gelasio le ha pasado algo…”. Recordé al instante la tarde frente a la Catedral en que Gelasio me ofrecio “unos libros” ¡y claro que sí! -le respondí. Los que escucharon la oferta se sonrieron con cierto cansancio burlesco; al parecer Gelasio ya se los había ofrecido y no lo creían capaz de regalar su tesoro.
“Llégate el sábado y lleva mochila grande o dos costales” –me dijo. El sábado llegué a su apartamento -¡y vaya caos que tenía!-, alerta por sus mil mascotas al acecho: perros, gatos y sobre todo, del inquietante laberinto de sus muchos caleidoscopios, hechizos que destellaban entre el polvo de la mudanza (el maestro se mudaba hacia el Barrio La Fuente). “Me gusta hacer caleidoscopios, son como infiernos de bolsillo”, me dijo.
Y ahí estaban las islas de libros, por todos lados, libros de muchas épocas. “Son tuyos, anda, agarra los que puedas llevar”. ¿Está usted seguro? Le pregunté. “¡Claro, chico!, a mi edad ya me pesan demasiado, son una carga que ya no quiero cargar”.
Saqué los costales, abrí la mochila de camping y comencé a llenarlos, a diestra y siniestra, sin verlos por el temor de que se convirtieran en sal o regresaran al polvo del cual salían: las obras completas de Proust, tratados sobre estética, literatura cubana, Joyce, estudios sobre la forma…caramba, y muchos otros más que todavía sigo descubriendo en mis libreros.
Cuando Florián devolvió el retrato a su árbol, Anarella Vélez llegó con la noticia: Gelasio estaba interno y estable de un conato de infarto en el Viera. Pedimos otra cerveza y sonreímos. “Aún no es su día” nos dijimos, pero fallamos –incrédulos- por un par de meses: ayer domingo 23 de noviembre, Gelasio Giménez moría y su cuerpo era velado en el gran salón del Museo del Hombre Hondureño, rodeado por sus esplendidas pinturas, con la burla de Ensor y el insistente sarcasmo de su madonas brillando entre el polvo de oro de su recuerdo.
Dichosamente, yo tendré en sus libros gran parte de su diálogo y podré, con sus lecturas, leer y contemplar –como si se tratara de un gran caleidoscopio- los colores que lo llevaron a pintar con tan rabiosa y serena soledad.
Buen viaje maestro Gelasio! y gracias por todo!
Nació en Cienfuegos, Las Villas, República de Cuba, en 1923. Hizo estudios de escultura en la Academia San Alejandro, de la Habana . En 1957 decide recorrer varios países de América Latina con el propósito de estudiar el movimiento artístico de cada uno de ellos. Es así como llega a Honduras en 1958, donde resuelve establecerse definitivamente, con cuyo fin adopta la nacionalidad hondureña en 1962.
En sus primeras realizaciones pictóricas Gelasio adoptó un estilo neofigurativo de textura estrictamente personal, en el que, si bien intervienen algunas veces los temas de la naturalez, es la figura humana la que recibe las mayores preocupaciones. Más adelante se volverá un tanto realista, con rasgos barrocos, y, dentro de esta línea, ensayará una pintura religiosa de excelente colorido, aunque delicada, suave.
Por otra parte, Gelasio es un artista de la luz. Su paleta es rica en colores cálidos, de modo que si algunas veces recurre a los tonos fríos, es sólo para destacar mucho más y mejor a los primeros. Lógicamente, esta inclinación iluminista de Gelasio lo obliga a un tratamiento adecuado de la caída de la luz sobre los objetos, para lo cual recurre a la técnica de la esfuminación, pero aplicándola de tal manera que no se pierden los planos color.
Gelasio es una gran riqueza temática. Para él no existen predilecciones ni límites a este respecto. Su expresividad plástica encuentra camino fácil en los temas místicos como en los históricos, en los amatorios como en los comunes, en los laborales como en los festivos. Esto obedece a que el artista se guía por el siguiente principio, expresado por él a sus entrevistadores: "para mí lo más importantes es el hombre y éste debe ser captado por el arte en toda su riqueza humana".
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