viernes, 7 de noviembre de 2008

El discurso del Joker


Al leer Los Cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont, y pasar por el siguiente pasaje que hoy posteo, no pude dejar de pensar en el Guasón de la última entrega de Batman, El Caballero de la Noche.
La personificación que le dio Head Ledger, para mi gusto, debe pasar a ser una de las demostraciones actorales más perturbadoras de la historia del cine. La conquista actoral alcanzada, obviamente, tuvo que ver muchísimo con el guión, al que yo le agregaría este otro extracto de Lautréamont:
“Sin embargo, el hombre se ha creído bello en todos los siglos. Yo, yo supongo que el hombre no cree en su belleza más que por su amor propio; pero que no es bello realmente y reconoce esa duda; porque si no, ¿por qué observa la figura de sus semejantes con tanto desprecio?”

Creo que las joyas del cine sólo son tales si te obligan a cotejarlas con las obras maestras de diferentes disciplinas artísticas ya reconocidas; en este caso, Los Cantos de Maldoror resultan ser un espejo demasiado tentador como para dejar de echarle un vistazo, aunque sea de reojo, como hacen los puristas que se niegan a admitir los alcances de la contemporaneidad.

He visto durante toda mi vida, sin encontrar ninguna excepción, a los hombres con sus anchas espaldas, hacer los actos más numerosos y estúpidos, embrutecer a sus semejantes, esconder el oro ajeno en sus bolsillos y pervertir almas por todos los medios.

Ellos denominan, a los motivos de sus acciones, Gloria. Al presenciar tales espectáculos, deseaba reír como los otros, pero esa extraña imitación me resultaba imposible. Tomé un cuchillo cuya lámina tenía un filoso acero, y me lo clavé en la carne, justo en el espacio en donde se fusionan los labios. Por un instante, creí que había logrado mi objetivo. Observé en un espejo esa boca lastimada por mi propia voluntad. ¡Era un error! La sangre que chorreaba en abundancia por los dos labios impedía distinguir si se trataba verdaderamente, de la risa de los otros. Pero luego de unos instantes de comparación, vi que mi risa no se parecía a aquella de los humanos, es decir, yo no reía.

He visto a los hombres con espantosas cabezas y con terribles ojos enterrados en las órbitas oscuras, superar la dureza de la roca, la rigidez del acero fundido, la crueldad del tiburón, la insolencia de la juventud, la furia insensata de los criminales, las traiciones del hipócrita, a los comediantes más extraordinarios, la fuerza de carácter de los sacerdotes, y a los seres más ocultos para el exterior, a los más fríos de la tierra y del cielo; obligar a los moralistas a descubrir su corazón, y hacer caer, sobre ellos, la cólera implacable de las alturas.

Los he visto a todos juntos, unas veces, el puño más robusto se dirigía al cielo, como aquel de un niño perverso contra su madre, probablemente excitado por algún espíritu del infierno, con los ojos llenos de remordimiento lascivo y al mismo tiempo rencoroso, con un silencio glaciar, sin intentar comunicar las más vastas e ingratas meditaciones que guardaba en su corazón, todas ellas tan impregnadas de injusticia y de horror, como para hacer entristecer de compasión al Dios de la misericordia; otras veces, en cualquier momento del día, desde que comienza la infancia hasta el final de la vejez, lanzaba anatemas increíbles que no respondían al sentido común, contra todo lo que respira, contra sí mismo y contra la Providencia, prostituir a las mujeres y a los niños, y deshonrar, de esa forma, las partes de cuerpo consagradas al pudor.

Entonces, los mares levantan sus aguas, aquellas que arrastran los maderos hacia el abismo; los huracanes, los terremotos derriban las casas; la peste, las enfermedades más diversas atacan a las familias suplicantes; pero los hombres no ven nada.

También, los he visto, excepcionalmente, ponerse colorados y palidecer de vergüenza por su conducta sobre la tierra. Tempestades, hermanas de los huracanes, firmamento azulado de los cuales no admito su belleza, mar hipócrita, imagen de mi corazón, tierra sin misterio, habitantes de las esferas, universo entero, Dios que los has creado con magnificencia, a ti te los invoco: ¡muéstrame un hombre que sea bueno!... Pero que tu gracia cubra mis fuerzas naturales, porque ante el espectáculo de ese monstruo, puedo morir de emoción: se ha muerto por menos.
¿Qué tengo yo contra los hombres? ¿Qué es lo que me permite reprocharles algo? Yo soy más cruel que ellos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

creoq que tenemos que hacer nuestra fealdad algo hermoso o ser mas honestos?

Fabricio Estrada dijo...

Honestidad y fealdad? si, algo agridulce, arriesgado, sí.