sábado, 19 de septiembre de 2009
Darío, Zelaya, el escritor y su época - Jorge Boccanera, Argentina
Hace exactamente cien años un mandatario centroamericano –el presidente Zelaya- fue desalojado por la fuerza del poder. En procura de desarrollar un país pequeño y atrasado, Zelaya modernizó el Estado, instauró la educación gratuita y obligatoria, buscó una unión estrecha de los países de la región y pretendió impulsar un modelo por fuera de la esfera de influencia de los Estados Unidos, además de no autorizar que ese país instalara en el suyo una base militar.
Ese presidente fue el nicaragüense José Santos Zelaya y tuvo cerca a uno de los grandes poetas de la lengua española: Rubén Darío, a quien nombró representante de Nicaragua ante el gobierno de España. En 1909 el poeta se entera de su caída mientras corrige las pruebas de El viaje a Nicaragua e intermezo tropical, que incluye un capítulo sobre la gestión del liberal.
En el momento en que le informan que Zelaya fue conminado a renunciar desde el exterior bajo amenaza de invasión, no duda en agregar una coda al libro adhiriendo al político depuesto: “No puede negarse que el Gobierno de Zelaya realizó muchas obras en bien de la República... Se dice que los Estados Unidos han intervenido en todo esto.
Si ello fuese cierto, como parece, es lamentable que nación alguna intervenga en los asuntos íntimos de Nicaragua, ni aun para hacer un canal”.
La destitución reciente de un homónimo de aquel mandatario nicaragüense, el presidente de Honduras Manuel Zelaya, reactualiza entre otros muchos temas, el diálogo del artista con su época.
Conciencia de la imaginación e imaginación de la conciencia, aun desde los márgenes los poetas han jugado un rol social en consonancia con el tiempo que les tocó vivir. Lo han hecho sin descuidar la búsqueda formal y el trabajo con el lenguaje. Para el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón: “Es la poesía la que hace política, no la política la que hace poesía”.
La intensidad del poema, más que en función a un tema, una consigna, una proclama, está en su calidad expresiva: de César Vallejo a Francisco Urondo, de Raúl González Tuñón a Fayad Jamis, de Clementina Suárez a Efraín Huerta, de Juan L. Ortiz a Roque Dalton, entre muchos.
La historia latinoamericana arroja ejemplos aquí y allá: José Santos Chocano junto a Pacho Villa en la Revolución Mexicana; Gabriela Mistral apoyando la lucha del general Augusto C. Sandino; José Martí cayendo en el Combate de Dos Ríos. Se suma Darío rechazando el intervencionismo y la opresión.
En el poema “Los cisnes” del libro Cantos de vida y esperanza, advierte con interrogantes: “¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?/ ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?/ ¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?/ ¿Callaremos ahora para llorar después?”.
Darío nació siete años después de de la derrota del filibustero William Walker a manos de fuerzas conjuntas de Centroamérica. El hombre de Tennesse que se había autodefinido como “el favorito de los dioses”, estaba lanzado a conquistar un imperio propio para anexarlo a los estados esclavistas sureños.
Darío tiene plena conciencia de que la sombra de Walker –en el que paradójicamente convivían el hombre despótico con el lector fervoroso de Byron- planeaba sobre los cielos del istmo. A los 14 años publica artículos políticos en el diario La Verdad y dos años después su poema a Bolivar. Decidido impulsor de una Unión Centroamericana, Darío celebra la llegada al poder de José Santos Zelaya, que pone fin a 30 años de gobiernos conservadores en Nicaragua.
Describe a ese mandatario como “un caballero culto”, al frente de un gobierno “liberal y honrado” que “ha logrado imponer una voluntad de paz y de trabajo… Se ha establecido la libertad religiosa; el laicismo en la educación; la amplia libertad de testar; el mantenimiento del habeas corpus; ‘el voto activo, irrenunciable y obligatorio’; la justa representación de las minorías”, etc. Uno de los logros principales de Zelaya había sido la recuperación de la Mosquitía, disputada zona de Nicaragua bajo protectorado británico.
El poeta que redescubre la lengua castellana, que le otorga flexibilidad y nuevos ritmos; el poeta que exalta el poder de la palabra para desentrañar misterios con imágenes sensoriales y sensaciones plásticas, es el mismo Darío que reivindica una América indígena -la de Palenke, Utatlán, Moctezuma y “el inca sensual y fino”- y el que trabaja con un Zelaya en el exilio en la concreción del libro Los Estados Unidos y la revolución nicaragüense”. Triste destino el de algunos “vates” centroamericanos: muere Darío en 1916 con una Nicaragua invadida; nace Ernesto Cardenal en 1925 en una Nicaragua invadida.
El golpe del pasado 28 de junio en Honduras con la destitución del presidente Manuel Zelaya, que resquebraja la paz en la región, ha sido repudiado por los artistas y escritores. La mayoría de sus intelectuales hondureños -académicos, escritores, músicos, artistas plásticos, científicos- han difundido un manifiesto contra el gobierno de facto. La nota la encabeza el “poeta nacional” de Honduras, Roberto Sosa, seguido de otros poetas como Rigoberto Paredes, Roberto Quesada, José González, Oscar Amaya Armijo y Fabricio Estrada, entre muchos que han alzado su voz reprobatoria.
Esa voz de condena dialoga con un pasado de intelectuales de fuste: el modernista Juan Ramón Molina –a quien Darío presenta como el mejor poeta de Centroamérica- condenado a prisión y a trabajos forzados por sus escritos políticos; Froylán Turcios: escritor, periodista, iniciador del cuento hondureño, Ministro de Estado que llegó a ser secretario del general Sandino y que debido a su ferviente defensa de la soberanía nacional fue desterrado a Costa Rica; Alfonso Guillén Zelaya: luchador contra todas las dictaduras que, insobornable ante las presiones de las compañías bananeras, terminó sus días en el exilio en México donde fundó la Universidad Obrera junto al dirigente azteca Lombardo Toledano.
Paradójicamente, para este 2009 el presidente depuesto de Honduras, Manuel Zelaya, había prometido repatriar los restos del poeta Alfonso Guillén Zelaya.
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