Sin duda alguna, la oración del Padre Nuestro de nuestra tradición judeo-cristiana, es una profunda evocación que a nadie deja indiferente. Durante toda mi infancia la repetí y aún cuando el caminó se bifurcó, siguió siendo para mí una poderosa razón para respetar la fe y el credo de los que la pronuncian en profundo silencio. Cuando Mariluz Suárez (investigadora, dramaturga, académica y tierna esposa del poeta Saúl Ibargoyen) me dió esta traducción del Padre Nuestro al Nahuatl, me pidió que lo guardará como un regalo especial, ya que durante la semana en que ambos -Mariluz y Saúl- estuvieron visitándonos aquí en Tegucigalpa, le comenté sobre mi gran admiración por la cultura Mexica y sobre mis lecturas sobre ella, muy limitadas, por cierto.
Sin embargo, al intentar repetir la oración en nahuatl, el trabalenguas (¿o no será acaso la espina de maguey atravesada en la lengua con la que los mexicas escribían la palabra silencio?) me brindó una idea más personal acerca de las distancias y acercamientos -unas veces brutal y en otras dulce- que logró el sincretismo religioso, la difícil pero constante asimilación de ambas cosmovisiones junto al anatema a la lengua nahuatl que los primeros evangelizadores de la "Nueva España" lanzaron contra la "diábolica lengua" de los orgullosos mexicas, seguido, como bien lo sabemos, por la horrenda quema de códices en la Plaza Mayor de Tenochtitlán ante los nobles y pueblo sobreviviente al exterminio de las enfermedades y las armas.
Acompaño esta traducción con uno de mis poemas sobre el tema en mención, poema que me dio la magnífica oportunidad -allá en el 2003- de una larga y reveladora plática sobre la poesía de Nezahualcóyotl con el fino poeta mexicano José Luis Rivas.
Y algo más -de la misma forma que me lo preguntó Mariluz- ¿saben ustedes qué pedían los mexicas en lugar del "pan nuestro de cada día, dánoslo hoy"??? Exacto, adivinaron: la tortilla de maíz.
Totatzine
In ilhuicac timoyetztica,
ma yectenehualo in motocatzin.
Ma hualauh in motlatocayotzin.
Ma chihualo in tlalticpac
motlanequilitzin yuh in ilhuicac.
In totlaxcalmomoztlae
totechmonequi, ma axcan
xitechmomaquili, ihuan xitechmopopolhuili
in totlahtlacol,
in yuh tiquintlapopolhuiah in
techtlatlacalhuih ihuan macahmo
xitechmomacahuili tihuetzizqueh
ipan teneyeyecoltiliztli; ma
xitechmomaquixtili in ihuicpah
in ahmo cualli. Ma yuh mochihua.
In ilhuicac timoyetztica,
ma yectenehualo in motocatzin.
Ma hualauh in motlatocayotzin.
Ma chihualo in tlalticpac
motlanequilitzin yuh in ilhuicac.
In totlaxcalmomoztlae
totechmonequi, ma axcan
xitechmomaquili, ihuan xitechmopopolhuili
in totlahtlacol,
in yuh tiquintlapopolhuiah in
techtlatlacalhuih ihuan macahmo
xitechmomacahuili tihuetzizqueh
ipan teneyeyecoltiliztli; ma
xitechmomaquixtili in ihuicpah
in ahmo cualli. Ma yuh mochihua.
Lo revelado
El hombre nace disperso,
busca su propia mitad
y un día la encuentra.
En ocasiones, es dueño de la cuerda,
pero habita silencioso en los extremos.
El hombre se cree infinito
pero jamás multiplica,
levanta el censo de la unidad
y jamás explica nada.
Él es Xochipilli o Xipetotec,
a veces huele a flor
y otras veces
a carne.
El hombre hace lo imposible
y se resbala,
va de un lado a otro,
se aferra con uñas y dientes al recuerdo.
El hombre nace disperso
y la mujer, conmiserada,
busca reunirlo,
hace cuanto puede.
(Del poemario Solares, 2004)
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