lunes, 26 de enero de 2009

Mayra Oyuela en K.B. Zonas




Hace un par de semanas, el Colectivo Artístico K.B. Zonas, de España, compuesto por Belén Franco y Noni Lazaga, realizaron su presentación on line en el Centro Cultural Español de Tegucigalpa. Sus propias instalaciones en "tiempo real" fueron acompañadas por la artista hondureña invitada, Carmen Moncada, bajo el tema Suite Sweet Love -nacimiento del surromanticismo, enfocado al enunciado "el amor y la violencia".
Como agregado a la muestra, se invitó también a tres poetas hondureñas para que hablaran y leyeran su poesía relacionada con esta temática: Lety Elvir, Claudia Torres y Mayra Oyuela.
A continuación, las palabras con las cuales Mayra Oyuela abrió su lectura, acompañado por una muestra de su poesía:

"Hace algún tiempo atrás, después de mi primera lectura personal en la que me inauguraba ante el público, alguien se me acercó para comentarme que mi trabajo le había gustado, que estaba muy bien, pero que sin embargo carecía de las características necesarias para competir con el trabajo hecho por hombres.
Me reí para mis adentros y silenciosamente me di la vuelta. Era tanta la euforia que sentía después de la exorcisante lectura que no reparé en aquellas palabras excluyentes y preferí seguir brindando.
Quizá me sentí muy joven para responder a tal actitud despectiva y machista… sin embargo algo amargo quedó en mi paladar y desde entonces he aprendido a valorar y respetar más mi trabajo y el trabajo realizado por otras mujeres; no sólo por el valor mismo de sus actividades, sino por toda la lucha de poder y desmerito en el que lastimosamente hay que realizarlas.
Con esto no quiero decir que somos unas heroínas, que sacrificamos mucho o todo para salvar la vida, ni que por ser mujeres estamos sobre la humanidad de los otros o de nosotras mismas.
Quizá, aparentemente, me haya desligado del tema inicial, pero he querido hacer un pequeño paréntesis acentuando de que ninguna mujer está a salvo de las agresiones, por minúsculas que éstas parezcan: ni la mujer artista con toda la infantería de denuncia, ni la académica y su práctica científica, ni la obrera y su sobreesfuerzo en la producción, o la ama de casa educando hijos que sepan valorar la humanidad en otros, independientemente del género.
El amor está ligado a cada uno de estos ejemplos. Por mucho tiempo hemos permitido que las novelas nos expliquen la complejidad del amor; lo hemos leído en poemas, en cuentos; lo hemos visto puesto en escenas de cine y teatro, desgranado en todos sus aparentes ciclos.
Pero aunque el amor romántico puede ser universal, su expresión cultural no lo es.
Algunos antropólogos han descrito el romance como un invento occidental, un sub-producto burgués de la edad media. Lo tangible de esto es que a través de la historia hemos permitido un sinfín de expresiones tratando de retratar al amor, al mismo tiempo en que la ciencia nos instruye explicándonos lo que siempre hemos considerado un mito o un acto de magia.
Son muchos los estudios que se han realizado en los que cabe resaltar que el amor y las enfermedades mentales –como el trastorno obsesivo – compulsivo- son difíciles de diferenciar.
Tal vez sea necesario que el romance aminore, “si el estado químico alterado por el amor romántico es comparable a una enfermedad mental, exponerse demasiado podría ocasionar trastornos psicológicos”.
Y es sobre estos trastornos psicológicos que quiero hacer énfasis: cuántas mujeres allá afuera transitan con una falsa idea vendida sobre el amor, víctimas de sus propias superficialidades, de la negligente cultura de ensimismamiento a la que han sido sometidas, de todo ese simbolismo cursi e idealista y su canónico prospecto de amor romántico entre cafés, vinos, salmón y jacuzzis, y el espejismo de velos, sedas blancas y bouquets con lánguidas rosas y frágiles helechos.
Hoy, fácilmente, pude llegar aquí con estadísticas, con cifras exactas de femicidios y maltratos ejecutados por sus propios cónyuges, pero he querido apelar a la idea de que el ser humano –en este caso, la mujer- puede encontrar la felicidad en sí misma, en el valor propio de su existencia y no alimentando idealismos que nos hacen creer que la plenitud personal se encuentra en el otro, sino todo lo contrario: la plenitud se encuentra en su definición individual. Ya después vendrá la necesidad de compartir todas esas virtudes con otra vida.

Si hoy me preguntan qué es el amor, parafrasearía un verso de Harry Martinsson: “Vivir, yo diría, amar de verdad es atreverse a elegir la propia opinión, más que permitir que le obliguen a uno elegir su realidad”
Tragame luna

Tragame luna
o aterrizá en este océano que soy.
Mirá que tengo la piel fosilizada de lenguas
y un abanico azul
que golpea desde mis trompas de Falopio.

He acampado en la sangre del abismo,
he provocado la suntuosa apatía por los ocasos.
Mirá que busco los ojos del sur
y llevo en las manos el paracaídas de la locura..
Escuchame luna,
la serpiente de la soledad
moldeó mi estatura rompiendo mis olas,
inyectando la dosis precisa de la seducción.
Mirá que me ha mordido desde adentro,
profundo,
vaciando los restos de la nostalgia
que se reproduce
en el inventario de las sorpresas.
Me ha dejado intacta la incertidumbre
y esta reseña de manipular los géneros
a mi conveniencia.
He volado profundo tus cielos luna,
mientras un hombre ha deletreado
mi arena más húmeda,
he comido de la catarsis de la investidura;
tragame luna
o volvete caracol,
velero,
arrecife, lo que querrás
pero volvé,
acampá,
quedate.
¿Cómo olvidar que somos de materia oscura?

jade con betas negras
trastocadas por el filo de un punzón,
¿Cómo decirlo?
y los que por muecas de perros callejeros
pueden tiritar de fiebre toda una madrugada
o convertirnos en el ser que pierde su antagonismo
en calles de dudosa apatía.

Quizás somos capaces de pagar
la cuota más alta por el silencio
y volvernos bipolares
cuando al tropezamos con hombres estambre
y mujeres orquídea.
Pero es que no se trata de ser el individuo
o la individua - por si molesta-
que se aglomera en masa perdiendo peculiaridad
o quizás ser uno más que transporta su pequeño desierto
y volver a callar aún y cuando no seamos simpatizantes
de la injusticia.
No sé ustedes, pero yo siento
que el mundo se me va por las rodillas,
ay, que se me pulveriza en la garganta,
que se agudiza en los ojos
de los que no se atreven a ver
que el mundo se me va con paleolíticas esperanzas,
que atraviesa mudo en la lluvia
golpeando cabezas,
que se pierde en el ascenso de la industria,
que olvidó la materia prima
que es la humanidad.
Si señores, que el mundo va hacia abajo,
muy abajo,
en caracol, en rosca.
Que se nos va, que estalla,
y se nos pudre en los huesos de un cadáver
que el gigante carroñero del tiempo
comienza a tragar.

Pequeña historia de amor

Regreso a los días de calendario.
tránsito casi espiritual
Me remueve ese ángel que lleva en sus angustias
cualquier mujer,
ando el vestido salpicado de impavidez.
El amor fue como una bisagra lista para abrirse
como mis ojos, como latidos.
Y a asaltada en esta razón
una mano invisible
se sumerge bajo mi pecho.
Sacudo el resto de espesor que dejó en mis labios
los besos de un pasado mordaz
La amnistía no es para los pobres y mucho menos
para los que no han aprendido a olvidar.

Comienza abril y no pierdo mi tiempo en recordar.
El manto de capricornio embistió mis rótulas,
la historia quedo arrodillada
a mitad de la puerta.
Intemporal

A la hora en que el hueso muerde la carne,
y se escabulle del olvido
la travesura y la impaciencia.
A la hora en que el cuerpo no resiste el contacto
y los trapos son seres alados
que se pierden en el humo.

A la hora en que los anoréxicos se bañan;
yo, acumulada en la ventana
tatuó en la lengua de la noche mis silencios.
No siempre la luna
No siempre la luna
es amuleto perfecto de la seducción.

No siempre mi cuerpo es caja musical;
a veces no tiene sonido.
A ceses conjuro que el vigor de mi padre
para que desaparezca de los retratos,
pero los veo y me doy cuenta
que no existe tal cosa,
que sólo encuentro a un hombre de aspecto asustado,
cono ojos sagaces
en miradas que ya pasaron
y con labios flexibles como sabanas radiantes,
cabello canoso, nariz husmeante,
y en su frente,
el sepulcro,
de sus ocho hijos olvidados.

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