jueves, 11 de diciembre de 2008

Señal, Otoniel Guevara, El Salvador

Esa noche, en junio del 2003, me era imposible disimular la alegría de conocer por fin a Otoniel. Él estaba entre el público de mi lectura en el marco del Festival Internacional de Poesía de El Salvador. Al terminar, le dije "vámonos para El Ocio, Oto" (El Ocio era su bar) y Oto se rió y no dejó de reir. Así lo recuerdo y así lo veo cada vez que me llegan noticias de sus participaciones y éxitos, del fragor de su Festival El Turno del Ofendido. Aprendí a valorar la exacta dimensión de tan extensa y enérgica risa, porque cuando Otoniel se pone serio es porque está triste, y estar triste para él significa recordar muertos, y luchas y graves decepciones muy salvadoreñas.
De su numerosa poesía hoy elegí este poema para recordarlo para invocarle una interminable alegría.


A la memoria de mi amiga Svetlana Ivanova
asesinada a los quince años
por los escuadrones de la muerte.
Si me dieras tan solo una señal:
un camino trazado con mi nombre,
el vapor de tu boca en el espejo
o una carta en los ojos tan tristes de mi perro.
Pudiera ser la huella del eco de tu sombra
o tu paraguas de pasear sin lluvia,
o tu perfume de tocar sin dedos.
Si tan solo una señal me dieras,
qué sé yo: un jardín
donde crezca la historia:
por aquí unos carruajes perlados con invierno,
los dedos cenicientos
de infantes masacrados, la peineta
de una abuela que no murió jamás; por allá
una fiera educada por tormentas, la hemorragia
profundamente negra del volcán; una señal,
algo como una luz bañando la miseria,
como desalojar tembloroso unas prendas,
algo como la llama que en el barro se alienta
o la estación brillante de un pequeño
y su enorme sandía suculenta,
o el éxtasis del cielo al contemplar la luna
que te crece feroz desde tu almendra.
Una señal que indique la manera
de llegar al pupitre donde el viento te enseña
los secretos del muro, del aliento y la piedra.
Una señal que al mismo tiempo sea
una orden para iniciar la primavera,
el santo y seña para atizar las breas,
un caracol sonando,
un tambor retumbando,
un vientre prodigando,
una convocación de lo creado,
una aseveración de lo vivido,
una reiteración de lo soñado,
el apretón de manos
con que dios y el diablo quedan reconciliados,
un esbozo cualquiera, un leve signo,
una mueca quizá, un telegrama,
un susurro…
la prodigiosa y concluyente seña
de que tu amor
es de carne y de beso y de que existe.

(Del poemario No Apto para Turistas, 2004)

2 comentarios:

Lucy Chau dijo...

Buena elección. Este es como uno de esos ritos de paso de su obra.

Unknown dijo...

miralo al oto!!!!!