El testimonio del soldado A.B. Swaine del Kent Cyclist Battalion no es el de un poeta, pero sí es la memoria que -paradójicamente- el devastador fuego fragúa en poesía, es decir, la victoria final de la poesía ante el determinismo histórico.
El hecho sucedió durante la batalla de Loos, en 1915.
"El árbol solitario (Lone tree) todavía permanece en mi recuerdo.
La artillería alemana y la nuestra la tenían como objetivo. Él, permanecía ahí, en la Tierra de Nadie, destrozado y desmochado por los continuos disparos, pero nunca recibió uno directo. Mi primer contacto físico con el árbol fue nocturno. Desde nuestra trinchera oímos llamadas de socorro en inglés y alemán. Antes del alba, fui enviado con otros tres compañeros para ver que sucedía. Cogimos una pasarela como camilla y encontramos un oficial alemán gravemente herido. Estaba condecorado con la Cruz de Hierro.
Le trasladamos con la improvisada camilla hasta nuestras líneas, pero debido a la gravedad de sus heridos murió poco después. Debo añadir que mis tres compañeros, soldados regulares, se arrojaron sobre el oficial alemán para arrebatarle la Cruz de Hierro.
El otro contacto con el árbol solitario fue cuando desde el Cuartel general se nos comunicó que lo querían cortar para repartirlo entre la tropa como recuerdo. Y allí fui con otros compañeros. Una vez allí, corté dos pedazos para mi que aún tengo, uno colgado de la pared de mi casa y el otro lo convertí en un encendedor."
Y qué decir de esta carta enviada por un soldado alemán desde Stalingrado, cuando los 30 grados bajos cero ya habían vencido la voluntad y las fuerzas de los invasores en febrero de 1943.
"No sé si podré dirigirme a ti una vez más. Es necesario que esta carta llegue a tus manos y que lo sepas de una vez en caso alguna vez yo vuelva. He perdido las manos a comienzos de diciembre. En la mano izquierda me falta el dedo meñique, pero lo peor es que en la derecha se me han congelado los tres dedos del medio. Puedo coger el vaso con el pulgar y el meñique. Pero me encuentro más bien inútil, cuando a uno le faltan los dedos es cuando comprende para qué sirven incluso las cosas pequeñas. Kurt Hahnke (me parece que lo conoces desde que ibas al colegio en 1937), hace ocho días, en una pequeña calle ha tocado en el piano La Apasionada. No sucede esto todos los días: el piano estaba en la calle. Cada vez que pasaba un soldado tocaba un poco... ¿En qué parte del mundo se encuentran pianos por las calles?".
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