lunes, 22 de junio de 2015
Mad Max: la furia sublime.
Hastiado de las secuelas y pre-secuelas me fui a ver la secuela de Mad Max. Llevaba en mi expresión cierto mohíno de aburrimiento; pedí el boleto y me dispuse a entrar a un lunes de cine normal. De Mad Max recordaba las mil repeticiones que dieron de las primeras exhibidas a finales de los setentas e inicios de los ochentas en las televisoras nacionales como estreno continuo. Ya eso era post-apocalíptico, sin duda, como todo taller automotriz en los que luego creía ver las partes de los autos modificados entre los guerreros venidos a menos. ¿Los guerreros dije? Sí, los guerreros en sus overoles llenos de grasa dispersos por todos los rincones de Comayagüela, los chavitos delgados que escuchaban y siguen escuchando Super 100 stereo con Wild Boys de Duran Duran a todo volumen. Es la imagen que llevaba al cine y, por supuesto, el recorte de periódico como poster en los que Tina Turner aparecía dentro de la cúpula del trueno.
Pero algo ocurrió de pronto al iniciar la película. Sí, yo mismo sentí el sabor de la lagartija que muerde Max, y de ahí en adelante masqué esa lagartija como si fuera un chicle al que se le saca su último gramo de azúcar, frenético mi mascar, nervioso, incontrolable porque toda la acción acumulada en la cinta se metió por todos mis poros como si estuviera asistiendo a un concierto en vivo de Ramstein o Marilyn Mason.
Insisto en las referencias musicales porque Mad Max es una especie de homenaje bizarro al rock duro y sus simbolismos de culto. El metal resuena en todas las imágenes porque las imágenes te van metiendo un ritmo que solo el hard metal puede hacerte ver o presentir. Montada desde esta perspectiva, Mad Max no tiene ningún tipo de contemplación, ni justificación, ni consideración, ni concesión, ni piedad alguna. Aquí no cabe el efecto digital, no, Mad Max hace añicos los melodramas Marvel y sus acciones sin textura. Mad Max contrapone un anti-héroe que le da paso a la anti-heroína Theron a las pastillas alucinógenas para niños que hemos visto en Avengers y otros refritos digitales. No, Mad Max es fierro para que sirva de polo a tierra en tu casa del desierto, Mad Max raja las sedas wanabe y las fiestas V.I.P. horrendas donde Thor, Iron Man y Hulk se van a tomar una piña colada.
Su director, George Miller, viene y le dice a medio mundo cómo se hace una película de culto con las herramientas oxidadas que tengás a mano. Miller pone a andar un mundo en reversa desde una época más lejana que Star Wars, quizá la época previa a la huida de la tierra de todas las sagas del espacio. Es terrena, Mad Max, tiene ruido de vinilo, tiene el ronroneo poderoso de los motores inyectados de hidrógeno con todo y sus cuatro tiempos machacando y acelerando a las tribus que se persiguen. Aquí no hay naves plateadas surcando el vacío sideral con sus soniditos nice, aquí va la humanidad deshecha y portentosa en su fiereza, con todas sus máquinas y fibras musculares en pos de la gloria más efímera, haciendo uso de los mitos y ritos más incomprensibles pero que, por lo mismo, se vuelven nuevos y fascinantes. ¿Cómo explicar ese gesto de locura -que se vuelve ceremonia kamikaze- de llenarse de spray cromado los dientes antes de morir? El fetiche automotriz en su máxima expresión, la unidad machine-mankind, la entrega absoluta a la furia sublime.
Y ese endemoniado guitarrista guindando entre timbales y parlantes descomunales. y ese hierofante enloquecido que es el que empuja a la guerra como los antiguos instrumentistas de los ejércitos romanos. Y ese guitarrista surgido de la más profunda atorrancia de Miller... ¿Qué se puede decir de ese personaje que es en realidad el que atrapa las escenas más fascinantes del mundo del video rocker? Vuelvo y repito: esta Mad Max-Fury road bien puede ser la pre-secuela de todas las películas en que la humanidad ya escapó al silencio espacial, el momento en que se dijo ya no más, es imposible seguir con esta locura.
Considerada por muchos, desde ya, como un film de culto, Mad Max pone en evidencia la fragilidad digital de las super millonarias producciones de acción Marvel y le da un golpe de adultez sin resabios a la imaginación empaquetada que ha ido creciendo masivamente en los nuevos públicos. La inventiva fenomenal que hace uso de las partes automotrices en deshecho para convertirlas en armas o mecanismos de apoyo, la potenciación del vestuario de tribu pos-humanidad, la dirección de arte brutal, la textura, sí, el peso de las imágenes, la depuración del guión en sus parlamentos hieráticos y sin sobras románticas, todo eso hace de Mad Max una de las mejores puestas en escena de los últimos años en el cine.
Cuando salí de la sala, debo decirlo, tuve que creérmela. El lunes se había hecho añicos y yo quería destrozar todos los carros piki para construirme una máquina y huir al desierto en busca de camorra.
F.E.
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