"AMO
LA elegancia". La frase es de un hombre bajo y grueso, notablemente
desaliñado. Lleva una camisa naranja arrugada, el pelo cano despeinado (¡pero
no cuidadosamente despeinado!) y un único guante, al que le cortó las puntas de
los dedos, y que no lava desde hace bastante. "Amo la elegancia pero no
vivo en ella. ¡Me gusta visitarla cada tanto!" explica, con una gran
sonrisa, el responsable de las imágenes más sutiles del mundo de la alta
costura parisina y de las fiestas de largo de los millonarios de la Quinta
Avenida.
Se
trata de Larry Fink, considerado uno de los grandes fotógrafos sociales del
siglo XX desde que una famosa retrospectiva de su obra en el Museo de Arte
Moderno de Nueva York (MoMA) de 1979 lo colocara en el panteón de las
estrellas. Pero un "fotógrafo social" no en el sentido de retratista
indolente de los ricos y famosos, sino en el de un profesional que rompe con
los "discursos" ideológicos tradicionales manteniendo un fuerte
compromiso de izquierda.
Cabe
entonces la pregunta: ¿Cómo es que no saca fotos a los homeless o los
indocumentados en vez de dedicarse a recorrer la noche más exclusiva? "Yo
era uno de esos socialistas que tenían la ilusión de que otro mundo se
avecinaba, entonces sentía como mi deber hacer una crónica de aquel que iba a
desaparecer", explica respecto a Black Tie, una de sus series más
conocidas sobre los hombres de smoking en los bailes de beneficencia de los
museos neoyorquinos.
Desde
1965, Fink enseña fotografía en la Universidad de Yale, Cooper Union, y recientemente
en el Bard College de Nueva York. El presente diálogo se desarrolla durante un
intermedio en el seminario que está dictando como invitado especial de
Photoespaña 2005. Cae la tarde en el campus de la Universidad Autónoma de
Madrid y Fink se instala en un bar cercano. Entre copa y copa la cronista le
dice que necesita una foto suya, pero que le da vergüenza sacársela a un
profesional. Con la espontaneidad que caracteriza a sus imágenes, Fink saca de
la cartera de la cronista una pequeña cámara digital, apaga el flash, se apoya
contra una ventana y trata de tomárselas él mismo. Al tercer intento logra que
la mayor parte de su cabeza quede dentro del marco y está encantado. "Si
me la mandas, esta va como autorretrato en mi próximo libro" ríe mientras
hojeamos la monografía que la prestigiosa editorial Phaidon Press acaba de
publicar en castellano sobre su obra.
UN
FEMINISTA ORGÁNICO. Larry Fink nació en Nueva York en 1941, hijo de
profesionales judíos de clase media, activistas políticos progresistas que
apoyaron —sobre todo Sylvia, su madre— las inquietudes artísticas que tuvo
desde chico.
A
pesar de ello el joven Larry abandonó la universidad donde estaba estudiando
arte y, en 1958, fiel al espíritu de la época, se unió a un grupo de poetas,
ladronzuelos y drogadictos que vivían en un sótano en Greenwich Village. De ese
entonces son sus primeros trabajos conocidos que juguetean con un pictorialismo
bohemio y romántico, y que le dieron la fama de "el Jack Kerouac de la
fotografía".
Más
adelante, cuando a instancias de su madre empezó a tomar clases particulares
con Lisette Model —tutora de Diane Arbus, y con quien militaba contra el
macarthysmo— su estilo empezó a tener el sabor surrealista de la fotografía
europea de la década del ’30. Desde entonces, fuese retratando la vida en la
pasarela (como quedó en evidencia en su libro Runway del 2000), en sus célebres
fiestas, en las fotos de boxeadores que le encomendaron para revistas o en las
imágenes de sus vecinos granjeros de la zona rural de Pennsylvania donde vive
actualmente, la obra de Fink es fácilmente reconocible por una mezcla de
comentario social con una exquisita composición pictórica.
—Usted
siempre estuvo rodeado de mujeres fuertes. ¿Cómo afectó eso su fotografía?
—No sé
si afectó mi fotografía. Ciertamente afectó mi vida aunque, claro, la
fotografía es una forma de hablar sobre la propia vida. Creo que las
personalidades de mi madre, mi maestra, mi mujer y mi hija me han moldeado en
el sentido de que tengo una relación increíblemente respetuosa y compleja con
las mujeres. Soy un feminista orgánico desde que tengo memoria, siempre pensé
que ustedes son mucho más intuitivas, interesantes y consideradas que los
hombres. Ahora, a la vez obviamente soy un hombre, lo cual quiere decir que en
mí despiertan deseo, lujuria, y que en su momento me mandé todas las macanas
posibles cuando estuve en una relación, y ese tipo de cosas. Pero mi
comportamiento, o al menos mi comportamiento pasado, no domina lo que siento
respecto a las mujeres, o como me relaciono. Simplemente, quiere decir que
nunca fotografié a las mujeres como objeto. Aún en el trabajo más comercial, de
moda o publicidad, siempre lo que me interesó fue humanizar a las personas, y
particularmente a las mujeres. Esto se logra integrándolas a un contexto,
mostrando su complejidad para que parezcan más de carne y hueso, lo cual a
veces es difícil con las modelos.
—¿Qué
es lo que lo atrae tanto del mundo de las pasarelas?
—Ya no
hago mucha fotografía de moda, hice un libro sobre el tema pero después lo
abandoné. Es un mundo muy chato, y casi violento en lo competitivo, pero a la
vez es un mundo lleno de belleza, de texturas y drapeados y colores y
actitudes. Siempre voy a estar interesado en estas cosas porque soy periodista,
pero también un sensualista. Con la moda me ocurre lo mismo que con las fiestas
de la alta sociedad, esta mezcla de sentimientos de atracción y repulsión. Me
interesaba el artificio y la falsedad de esta gente, a la vez su opulencia y
elegancia. Eso lo viví desde chico. Mi madre era comunista, pero usaba tapado
de visón y mi papá la pasaba a buscar en un auto grande. En el Partido la
criticaban, le decían que eso no era muy puro, pero ella insistía en que no
tenía ningún remordimiento en usarlos porque, si se ahorraba en otras cosas, en
Estados Unidos todo el mundo podía tener un auto y un tapado. Al final, tuvo
que renunciar al Partido porque sus compañeros se volvían cada vez más puristas
y doctrinarios. Yo soy como ella: de izquierda, pero me gustan las cosas bellas.
—Justamente,
muchos críticos dicen que usted al tomar el mundo de la moda o de la alta
sociedad hace una sátira, pero llena de humanidad.
—Sí,
muchos piensan que lo que yo hago es una sátira sutil, pero yo no lo veo así
para nada. Mi colega Martin Parr es un satirista, aborda sus fotos desde un
punto de vista frío, alejado, intelectual, trabaja desde afuera del contexto,
con resultados brillantes, por supuesto. Lo que yo hago es distinto: me meto,
apoyo mi pecho contra el género de los vestidos, huelo los perfumes, el olor
del pelo o de los muebles. Es más bien la actitud de un niño curioso.
FOTÓGRAFO
EN PELIGRO
—Se lo
considera el más intuitivo de los fotógrafos actuales. ¿Usted se ve así?
—Para
mí la intuición es la única manera de ver el mundo. En general la sociedad
subestima el valor de la intuición frente a la forma y al rigor, pero yo creo
que uno debe tener fe en su forma de ver el mundo. Mi trabajo se basa en
confiar en la suerte, en la oportunidad y el destino, y para eso hace falta ser
receptivo a las emociones y dejar que nos guíen. Muchas veces razonando no se
puede llegar a una mejor respuesta porque no hay bien ni mal sino muchas
aristas a cada situación, y pensarla tanto puede ser, en el fondo, sólo
paralizante. No siempre fui así: cuando era joven bajaba más línea, era más
moralista, pero ya no veo el mundo en blanco y negro. Con los años me vi a mí
mismo como una buena persona, luego como una mala persona y en fin, para eso
sirve la edad: matiza los juicios que uno hizo de joven y lleva a darse cuenta
de que todo es frágil, temporal y mágico al mismo tiempo.
—Hay
un reality show bastante controvertido llamado Cops que filma el accionar de
los patrulleros por las calles más violentas. Usted se unió a ellos para sacar
fotos. ¿Qué lo motivó?
—No
sé, fue una locura. Cuando estaba en el avión yendo hacia Miami, de donde son
los patrulleros, no podía dejar de pensar lo estúpido que era, ¡por Dios! En
ese entonces mi hija era pequeña. ¿Qué iba a pasarle si yo terminaba con una
bala en la frente? Ya había cubierto guerras, no tenía que probarme nada a mí
mismo, estaba totalmente arrepentido. Igual, llego, me subo al auto de la
policía, empiezo a relajarme porque no pasaba nada por ningún lado. De pronto
pasa algo: una pelea callejera realmente violenta, con armas de fuego y
cuchillos. Salgo del auto disparado y me pongo a sacar fotos entre los
puñetazos y la línea de fuego, con los policías gritando "¡que hace este
maldito fotógrafo aquí!". Finalmente me agarraron del cogote y me sacaron
de allí. Eso me enseñó muchas cosas sobre el peligro. Uno puede estar lleno de
temores antes, pero en cuanto se tiene la cámara en la mano se evapora el
miedo, uno es absorbido por lo que está pasando y sólo se piensa en la mejor
manera de capturarlo. La foto entonces se vuelve una experiencia física a
través de la que uno respira. Por suerte antes de que me sacaran a patadas
logré una buena imagen, que es la que está en el libro.
—Pero
sus comienzos fueron bastante arriesgados, viviendo en la Nueva York beatnik.
¿Hoy la extraña?
—Vivía
en la calle Minetta, pagando 65 dólares por mes en vez de las millonadas que
piden hoy. Eso es un desastre: para mí, cuanto más sube el alquiler, más se
aleja la utopía. Por eso cuando Nueva York era una ciudad de precios razonables
los intelectuales podían vivir allí. Ahora en cambio toda la isla de Manhattan
se aburguesó; si no pagas el alquiler te echan a patadas y por eso, el
hervidero multicultural que le daba esa fuerza vital tan especial se mudó a los
suburbios. Sí, queda una clase profesional blanca y negra, pero no la
diversidad creativa que había tiempo atrás.
COMPARACIÓN
EQUÍVOCA
—Lo
llaman el Jack Kerouac de la fotografía. ¿Por qué no le gusta?
—No
soy el Kerouac de la fotografía por un par de razones. Primero de todo, porque
él era bastante más grande que yo, diez años, más o menos. Segundo, si bien
Kerouac era un tipo talentoso de la clase baja, sensible y al que le gustaba
explorar —con lo cual me identifico, y además amo su trabajo— nunca pudo
manejar las contradicciones de la fama. Como él, creo que soy bastante
articulado y puedo moverme sin problema en distintos estratos, pero no soy
autodestructivo ni trato mal a la gente, como él. Yo también usé drogas de
manera experimental (si bien nunca bebí) pero con el tiempo dejé atrás mis
malos hábitos, y hoy, cuando la gente me elogia por cualquier cosa que haya
hecho, les agradezco de corazón, estoy muy feliz con todo lo que me da la vida
y trato de hacer lo que está a mi alcance para contribuir a la condición
humana. Jack despreciaba a la gente, siempre agredía y finalmente murió de
alcoholismo, solo y en la casa de su madre. Yo vivo en el campo, en una granja
en Pennsylvania, de manera muy privada, pero cuando salgo al mundo me porto
correctamente. Además enseño desde hace 40 años en Bard College de la New York
State University, y estar con alumnos hace que uno salga de su ensimismamiento
artístico y quiera volcarse a los demás. Para mí, hoy es mucho más importante
enseñar que trabajar.
—¿Cuál
es la clave para ser un buen profesor de fotografía?
—Enseñar,
como todo lo demás en la vida, se basa en estudiar a las personas. Uno tiene
que llegar a sentir quién es en realidad el alumno para poder enseñarle el
medio —en este caso la fotografía—de tal manera que se relacione íntimamente
con él, con su esencia. Es la única manera de sacar un buen fotógrafo. Es una
investigación delicada y obsesiva.
—¿Qué
consejo le daría a chicos que están leyendo esta entrevista y que quieren ser
fotógrafos?
—Que
si quieren desarrollar una carrera profesional en la fotografía en la cual
puedan dedicarse a la expresión profunda, se consigan otro trabajo aparte con
el cual mantenerse. Entonces sí, los fines de semana, en el tiempo libre, que
se dediquen a explorar el mundo con sus cámaras. Una vez que uno sale al
mercado y la cosa empieza a andar, es muy difícil no achatarse; el éxito
envenena la pureza de las esperanzas, y no hay vuelta atrás.
—¿Y
qué hay de esa misteriosa mano suya, la del guante?
—Es algo así
como un remedio casero. Trabajo en el campo y tengo problemas en las
articulaciones, que con el guante más o menos se mantienen en su lugar. Podría
operarme, pero realmente no estoy interesado. Sé que a todos les intriga, pero
no es una afectación. Te cuento un secreto: ¡no soy Michael Jackson!
While
when he works it is with the familiar speed of light, much like a snapshot, his
cultural influences are deep. Larry Fink is catalogued with the esteemed ranks
of Robert Frank, Diane Arbus and Garry Winogrand. He first picked up the camera
at the age of thirteen. He found that taking pictures relaxed the inhibitions
of introduction, making social interactions a thing of ease. Amid the crowd,
rather than outside it, Fink is not a voyeur, but rather his work speaks a
visual vernacular. The results of his tutelage with Lisette Model is that his
pictures tend to expose the flaws in the polished façades we all present in the
public arena. Fink's images often display the sensitive core of
interpersonal-relationships, prevalent despite social posturing, whether
mingled among unctuous characters at a high-society benefit or a down-home
potluck setting of family.
Editorially,
Larry Fink has been a regular contributor to Condé Nast and Vanity Fair, and
has worked for the The New Yorker, GQ, and The New York Times Magazine. In May,
1997 he won the SPD gold medal with Dennis Freedman at W Magazine for his story
looking at the world behind the scenes at fashion shows. His advertising
portfolio includes campaigns for Cunard, Chivas Regal, Smirnoff, Godiva, Nike,
Adidas, Baccardi, W Hotels, MasterCard and Bank of New York. His 9 books float
iconically within the visual world as examples of the wedding between heart,
eye and mind. He has had major museum shows across the world and has been a professor
of photography at Bard College, working with Stephen Shore for 18 years, and
within his passion for teaching for now 44 years. He is a constant and generous
perpetuator of the life of the eye within the soul of the young.
Looking
at your work with people at parties and events, you seem to disappear. Being a
big man, how do you and your camera manage to become invisible in such close
proximity to your subjects?
Simple,
I'm not a spy. I'm friendly and I care about people and shoot with honest intentions.
People generally trust
me.
Do
you consider these photographs to be portraits or do they serve some other
function?
They
are portraits in action, but they serve so many functions that it would be
encyclopedic to begin the journey. Plus it’s a question that you can ask each
moment and the answer will change.
Much
of your work seems to expose those rare intimate moments present in an
otherwise public and theatrical arena. What is it exactly about the celebrity
world that intrigues you?
The
simple fact that these icons are simply people and go through much of the same
sensations and emotions that we all do, plus some of their own from the
specific context which is endemic to the star lit ambition of their lives. They
are no more or no less than you or I.
Do
people always know you are taking their picture?
Yes
and no. They can feel my presence in their vector but they can’t know when I
will respond. I am very fast and I might add singular. I don’t shoot a lot....
Except in advertising where the criteria is so specific to literal cast but
always emotionally vague.
Which
is the one iconic image you wish you had taken?
I
have no larceny within me. The cultural property of the world is not to be
auctioned off to silly desires of personnel destiny.
Your
project “Instantaneous” seems to enter a new realm of performance, can you tell
us more about it?
Instantaneous
is a shooting star, and as it disappears it reappears. It is not a project as
such it is a life of milking the moment for its deeper worth.
If
you had the chance to photograph anyone living or dead, who would it be?
The
leaders of the Republican conspiracy in present America. I would do them no
favors.
You
have published some cult / classic photography books. What are the books you
would have done but didn’t happen and why? Are you thinking / working on new
titles?
Right
now books are in jeopardy as is culture generally... The rapid truths of the
internet are advancing... The sliding cultural mediocrity is on the march and
capitalism is the winner in the losers parade of the soulless automatons. More
practically spoken, the market for niche books is imperiled and there are many
titles on my desk which will have to wait for the next river and tide in order
to float.
Photography
is in an interesting phase, the medium and its consumption / production
changing almost daily. Do you have a vision for where it's going?
Where
it is going is where it will go..... I don’t take wagers on things that are out
of my control............ I’m a small morsel in the big stew..... Let's eat the
future.
How
do you enjoy spending your time when you are not taking photographs?
Playing
piano, farm work… being with Martha... Anything to do with good music and
movies.
Can
you tell us of any funny or bizarre moments that happened during one of your
shoots?
Stories
are to be told at midnight. Come see me when it is dark.
If
you were given one last roll of film to use, what would you shoot with it?
My
digital camera and my computer.
Who
or what has been your biggest influence?
Max
the Dog.
What
has been your greatest creative achievement?
To
live as long as I have.
What
are you excited about right now?
Right
now.
What
do you dream? And why do you take photographs?
I
dream about jazz bands and tunafish..... Drum rolls and corn flake pie.....
Sweet potato shake and naked bears.............. Hazy Sundays and ice
floats in the summer morning....
I
photograph because I live. I want to contribute that passion of living to
posterity in the best way I can.
Who
is your favourite photographer at the moment?
Dani
Bogenhagen
What
advice do you have for young photographers?
If
you are smitten with obsession then you will survive and the world will be
larger for it... If not, you might simply make a living or simply go broke.