viernes, 7 de diciembre de 2012

Para no pensar - Ricardo Marín, Costa Rica



Acabo de terminar "Para no pensar", el poemario que de Ricardo Marín (1977), poeta costarricense, esperaba, no sólo porque ya tenía buenas referencias de su poesía sino porque necesitaba leer, por estos días, un propuesta de vida así, tan lejana a las canonjías y tan cercano al barrio ortodoxo en su sal viva, en sus bolsas plásticas arrastradas por la corriente que sale de las cantinas. ¿Es necesaria tanta crudeza para destacar la poesía de Marín sin necesidad de caer en el realismo sucio, o es tan necesaria la poesía para ese terreno o campo de batalla sin glorificaciones ni cantos? De ambas vías viene el viento que cruza el poemario y de tal ojo vienen los registros que del barrio y la vida se van haciendo, postales sin dedicatoria, el puro óxido y las tablas que parchan las fachadas de lo iluso.

IV

Bienaventurados los solterones del barrio
que logran quedarse tarde en las cantinas

los que mascan chicle después del amor
y guardan el vicio en el bolsillo

bienaventurados los que saben hacer nudos
en corbatas prestadas
y abren Municipios por las mañanas
creyendo de alguna forma
ser parte de la historia porque
toman café con el gobierno

bienaventurados los que conocen la verdad
y la maduran en papel periódico
para tiempos mejores

bienaventurados los pobres de canasta básica
porque ellos trabajarán dos o tres veces


A cow, the moon and a big city

Dile
que no vuelvo

dile que abordé el autobús
con los alcohólicos
mexicanos
boricuas y negros

ya los gitanos se largaron
bailando con Lorca
y ahora los rascacielos
son decapitados por aviones

dile a esa
politeísta de mercaderes
que renuncio a su grin card
al fachion chooping
al protocolo del balet parquin

me cansé del rap y las tiaminas
para entenderla

dile a esa ciudad
que mis zapatos se despedazaron
de patear las puertas de su averno
donde las cantinas y los poetas
son animales en peligro de extinción.


Regreso

Entro a esta casa como quien entra
a un campo minado y da con la infancia
me reconoce el árbol de ciprés que ya no existe
el perro que siempre me ha odiado
la madera enmohecida de las paredes
el viejo Corazón de Jesús dando la hora
el momento exacto de la sopa hirviendo
el gesto triste de Julián Mondragón en la cocina

entro a esta casa como quien entra
a un campo minado y da con las herencias:
la esquizofrenia en las varices de mi vieja
la epilepsia en los lentes del viejo

entro una vez más a esta casa
bajo el indicio de un hogar que se derrumba.


II

Señor:

no soy digno
que entres en mi casa

pero esa mujer
en el poema

bastará para sanarme.


Llevarte al mar

La mesa bajo los cocoteros, sobre ella las tiaminas, el
bronceador destapado, tus sandalias hippies una encima
de la otra, el reflejo del sol atravesando las botellas, frases
sueltas esculpidas en la madera que, en una época distinta
a esta debieron ser poemas. La brisa marina imperturbable.
Vos, en tu vestido de baño azul. Los barcos y los turistas
sostenidos en esas dos piezas. Caminás hasta la orilla del
mar, del primer contacto con el agua se encargó la planta de
tu ´pie, aprobaste la temperatura sonriéndome, como si hu-
bieses descubierto la profundidad de un libro muy antiguo.
Desde la mesa me sentía un hombre Liliput, dueño de esa
imagen, de los vicios que ocasiona tu cadera a través de
los lentes oscuros. La tarde lo único que nos sobraba.


Heidi

Solía correr descalza
y en la montaña
un abuelo la abrazaba

creció con la locura de las cabras
entre el pájaro amarillo
el perro gordo y triste
el amigo nombre de santo
que nunca la negó tres veces
quizá porque desde siempre
el amor es un gallo
que canta

al igual que el poema
la ofandad no es algo
que se escoge

dónde estará
esa treintona
de mejillas sonrojadas
en este devoto siglo
del i-pod y la web.

1 comentario:

Bulma dijo...

Me encanta este tipo de poesía, muy realista, contando el diario vivir de muchas personas y situaciones que la gente cubre con un halo de fantasía. Me parece cruda, como es un muchas veces la vida, sigue contándonos a través de tus palabras la vida. Saludos, Karen