jueves, 19 de marzo de 2009

El Conde Belisario


Y vaya que es difícil meterse de lleno a una novela histórica sabiendo de antemano en qué termina todo, y lo peor, no querer admitir el final buscando para ello la posible solución feliz en diversas fuentes que niegan tal gracia o desgracia en el personaje principal.


Esto me está pasando en las últimas páginas que leo de El Conde Belisario de Robert Graves; no admito por ejemplo la saña con que Procopio -fuente principal de Graves- asegura la mendicidad de Belisario, ciego y miserable, exactamente como lo retrata Jacques-Luis David como ejemplo de desdicha e injusticia suprema.




Fue Belisario uno de los generales más grandes del mundo antiguo, solo comparado con César, Anibal o Alejandro, ni más ni menos. Recuperó el esplendor y el dominio del Imperio Romano a mediados del siglo V, y todo para gloria de Justiniano ("el grande"), el mismo que mandó a construir la Hagia Sophia. Justiniano no tuvo empacho alguno para humillar constantemente a Belisario por la pura envidia y temor de que su figura descollará más que la de él mismo, adjudicándole para ello el título nobiliario de "Conde de los Establos Reales", a lo cual Belisario respondió con absoluta sumisión, sin darle pie a nadie para que pensara que sus glorias militares eran pretexto para reclamar el trono.


No obstante, fue ridiculizado hasta la caricatura por sus propios conciudadanos, en una mezcla de terrible respeto y decepción, ya que no hubo en ese periodo, hombre más capaz para dirigir al imperio. Me queda de su vida el desconcierto que debieron sentir sus contemporáneos cuando él se negó una y otra vez a tomar como suyo lo que tan perfectamente había conquistado ¿honorabilidad? ¿estupido sentido de la rectitud moral? ¿altanería sutil de un hombre realmente superior en virtud? no sé, pero ahora solo veo su última carga ante los hunos búlgaros, anciano y decadente, defendiendo las murallas de una Constantinopla ya perdida en el tiempo.


F.E.

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