Si tuvieramos una mejor disposición para entender que lo humano es irrepetible aun en su más terrible cotidianeidad, con seguridad comprenderíamos que la ausencia imprevista de un ser humano es como hacer desaparecer del paisaje una montaña.
Sin pretensión alguna, más que del disfrute de lo diario, su luz y la fuerza de la vida sencilla, tomé esta foto hace apenas dos meses y medio, aproximadamente, desconociendo que ya le estaba tomando la foto a un muerto: el amigo a quien compraba el periódico murió ayer, de un paro al corazón, así, sin más, de la misma forma en que llegaba y desaparecía al dejarlo atrás, en su íntima historia, ahí mismo, en el sitio justo donde aparece retratado.
En la prisa de tomar el colectivo sólo pude advertir que había un par de policías tomando nota de algún hecho, sin embargo nunca imaginé de lo que se trataba, hasta hoy que me lo han contado todo.
Hace unos cinco años, escribí este poema que guarda cierta relación con lo sucedido. Lo escribí pensando en Heber Sorto (tremendo poeta hondureño), pensando en el cómo hubiera visto él lo que a continuación describo:
Correo para un amigo
Heber, ayer
un pobre hombre fue muerto a tiros
mientras comía una naranja.
Yo no vi su agonía
sin embargo, cada mañana
he podido ver el redondo lugar
que dejó al caer.
Sobre él, dos niños juegan al trompo
y apuestan y discuten,
enrollan el cáñamo y lo sueltan
con un largo ademán de dioses creando.
Las horas se llenan de zumbidos
de voces difusas
que el pequeño tornado de madera
esparce junto al polvo.
Cada mañana
este hombre renace, Heber,
puedo asegurártelo.
Lo he reconocido en su corta alegría
y por la sencilla forma
en que se detiene
cayendo sobre un costado.
(del poemario Solares, 2004)
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