Me veo de pronto haciendo el cálculo: ¿cuántas personas cercanas a uno son secuestradas a diario y cuánto nos afecta? ¿Vivimos por fin lo que debieron sentir los esclavizados de toda la antigüedad y del tiempo actual, los mismos que arrastraban fuera de sus casas y de pronto, aterrorizados, se encontraban ante una vida que jamás hubieran elegido?
Aquí estoy, con mi ausente fe religiosa, tomado de la mano con un grupo de compañeros de trabajo -¡vaya estampa de los martirios!-, todos ellos inmersos en la oración del rescate, ese murmullo que pretende –como trompetas de Jericó- derribar el laberinto y obnubilar la razón torcida (o lógica) de los secuestradores. Pienso rápidamente en todas las posibilidades, escucho los timbrazos del teléfono y me tranquiliza la movilización fantasma de los cuerpos de investigación policial… pero… en cosa de tres meses he tenido –con escalofriante frecuencia- la sorpresa de hablar con distintas personas a quienes les han secuestrado a un amigo o familiar, casi como si dijeran ah si, mi amigo, mi esposo, mi hija, mi madre, mi prima, mi cuñado, todos se fueron de vacaciones, pero no se lo digan a nadie…
Me veo de pronto tomado de la mano dentro del círculo, murmurando la oración de las probabilidades, como si calculara mis opciones de ganar en la loto o como si no apartara la vista de la bolita en la ruleta… la bolita sigue, masculla el Padre Nuestro, la bolita desacelera, se escucha el insistente teléfono, la bolita se detiene, justo a mi lado y el que está a mi lado, desaparece.
Alguien siempre nos espera
Alguien nos puede recordar
de manera perfecta,
esconder nuestra imagen
y guardarla con celo
bajo su almohada.
Alguien nos hace desaparecer
en segundos,
puede perdernos en estrellas
y cavar con nosotros
sus abismos.
Alguien nos mira
siempre que pasamos
y puede
-para asombro nuestro-
descifrar el morse de nuestros corazones.
Puede creer que somos
un poco de su aliento con figura humana,
una raíz pretenciosa
bajo sus muebles,
un agujero negro que no permite
que se le escape nada.
alguien nos roba
hasta el silbido de nuestras bocas,
se pasea con nuestros miedos
e infunde terror
con nuestros sueños.
Alguien siempre nos espera
al cruzar la puerta,
cuando juramos estar solos
o cuando al llamar por teléfono
creemos
que esa voz desconocida
debe ser
la de un número equivocado.
Alguien nos puede recordar
de manera perfecta,
esconder nuestra imagen
y guardarla con celo
bajo su almohada.
Alguien nos hace desaparecer
en segundos,
puede perdernos en estrellas
y cavar con nosotros
sus abismos.
Alguien nos mira
siempre que pasamos
y puede
-para asombro nuestro-
descifrar el morse de nuestros corazones.
Puede creer que somos
un poco de su aliento con figura humana,
una raíz pretenciosa
bajo sus muebles,
un agujero negro que no permite
que se le escape nada.
alguien nos roba
hasta el silbido de nuestras bocas,
se pasea con nuestros miedos
e infunde terror
con nuestros sueños.
Alguien siempre nos espera
al cruzar la puerta,
cuando juramos estar solos
o cuando al llamar por teléfono
creemos
que esa voz desconocida
debe ser
la de un número equivocado.
(de Poemas Contra el Miedo, F.E., 2001)
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